miércoles, 27 de septiembre de 2017
CAPITULO 53 (SEGUNDA PARTE)
Flora aparece en el pasillo con una mirada preocupada.
Suelto otro suspiro y reincorporo mi cuerpo. No tengo que arruinar mi día por causa de esa mujer.
—¿Todo en orden, niña Paula? —consulta con una tímida sonrisa.
—Ya no va a molestarnos —aseguro—. ¿Podrías prepárame uno de tus baños relajantes, por favor? —pregunto, cambiando de tema rotundamente.
No quiero explicar nada a nadie. Ya sucedió, es pasado. No me importa.
Ella me sonríe y me ayuda a subir las escaleras hasta mi habitación temporal.
Me quito las zapatillas con toda prisa, me desvisto y meto un pie en la bañera para comprobar la temperatura del agua.
Hago un moño en mi cabello, porque no tengo deseos de mojarlo justo ahora, y tomo mi teléfono celular.
Me meto con cuidado de no resbalar. Me siento y dejo que el agua y toda la espuma cubran mi cuerpo. El aroma a lavanda invade el cuarto de baño y me relaja, ya no me provoca nauseas. Siento como todas las tensiones y los problemas se esfuman. Es mi momento y pienso aprovecharlo por completo.
Coloco una dulce melodía en el celular, lo dejo a un lado para que no se moje. “Happiness” de The Fray hace que mis músculos se relajen. Muevo mis manos lentamente para provocar algunas olas en la bañera y luego acaricio a Pequeño Ángel. Es nuestro momento.
—No he podido hablar contigo en todo el día —le digo con una sonrisa. A veces me pregunto a mí misma que es lo que estoy haciendo, pero luego olvido esos pensamientos. Nadie puede verme y Pequeño Ángel puede oírme—. Hoy por fin pude verte —muevo mi mano de un lado al otro—. Tu padre también te vio. Tengo que anotarlo en el diario. Apuesto que reirás mucho cuando puedas leerlo.
Suelto otro suspiro y la sonrisa de mí rostro se vuelve mucho más grande. Junio, en junio seré madre oficialmente, tendré a mi Pequeño Ángel en brazos.
—Creo que eres una niña —siseo, mirando el techo de la habitación—. Tu padre también cree que eres una mini Paula, pero si no lo eres nos darás una hermosa sorpresa, bebé —susurro con una extraña sonrisa. La idea me llena de emoción, debo confesarlo.
—¿Hablando sola? —pregunta mi madre en la puerta del cuarto de baño. Doy un pequeño brinco por causa del susto y apago la música rápidamente.
—Madre… — digo algo sorprendida—. Me has asustado.
—Lo lamento —se disculpa, entra a la habitación y me mira por unos segundos.
—Estaba hablándole a Pequeño Ángel —digo, mirando mi vientre.
—¿Pequeño Ángel? —pregunta frunciendo el ceño.
—Pedro y yo decidimos llamarlo así.
—¿Hablas con él todo el tiempo?
—Casi todo el tiempo —admito—. A veces en pensamientos, a veces así… estamos conectados.
Ella me sonríe como pocas veces lo ha hecho, se acerca un poco más y me mira por varios segundos. Admito que me siento un tanto incomoda. Nunca hemos tenido un momento como este.
—Cuando acabes con tu baño, me gustaría hablar contigo —me dice con voz glacial.
—Está bien —respondo algo desconcertada.
Ella se marcha de la habitación y cuando no logro oír más el ruido de sus tacones suelto un leve suspiro. Estoy en mi momento de paz de nuevo.
Termino de vestirme y me siento en la cama con el teléfono entre manos y como si lo supiera, por arte de magia, mi madre aparece en la habitación. Claro, dijo que quería hablar conmigo, pero la pregunta es, ¿Sobre qué?
—¿Todo en orden? —cuestiona, sentándose en el mullido colchón a mi lado. Tomo el control remoto y bajo el volumen de la televisión.
—Todo en orden —le digo, asintiendo levemente con la cabeza.
La situación me hace sentir incomoda, nunca hemos tenido ningún tipo de charla. Recuerdo que cuando era pequeña, papá solía hablarme de las cosas de la vida y cosas como el periodo, sexo y chicos siempre estaba la doctora Pierce o internet. Mi madre jamás ha sido muy cercana, pero no puedo culparla.
—Cuéntame cómo te ha ido en tu visita con el médico —me pide, colocando su mano encima de la mía. Abro mucho los ojos y observo ese punto en donde nuestras pieles se rozan, siento algo en el pecho, esto jamás me ha pasado.
—¿De verdad? —pregunto meramente sorprendida.
—Quiero ser buena madre, quiero redimir todos mis errores del pasado, Paula —me dice en un leve murmuro.
No es mi madre. No es la de siempre y simplemente no puedo creerlo. No puedo evitar tragar el nudo que se formó en mi garganta. Jamás creí que algo así sucedería.
—Bueno… —balbuceo un tanto nerviosa.
—Voy a amar a ese niño con todas mis fuerzas —declara entre mis balbuceos—. Lo juro, Paula. Voy a cambiar, voy a quererte a ti y a tu hijo con todo mi corazón. Te lo mereces y él también —dice, apoyando su mano en mi vientre.
Estoy embarazada y demasiado sentimental. Sus palabras logran atravesar todas mis barreras. Mis ojos se llenan de lágrimas y un sollozo se escapa. Me siento diferente, siento algo extraño y me gusta. Mi madre jamás se ha comportado de esta manera, pero es todo el cariño y la atención que necesito en un momento como este.
—Lo siento… —digo, cubriendo mi boca para que mis sollozos ya no sean tan sonoros. Ella me sonríe y luego me rodea con sus brazos tomándome desprevenida. Cierro los ojos y disfruto de esa extraña sensación. Es algo que siempre he deseado y que muy pocas veces me ha dado realmente. Es un momento completamente especial entre ambas.
—Sabes, creo que no deberías de referirte a Pequeño Ángel como “Él”—le digo, limpiando mis lágrimas de emoción. Ella frunce el ceño y yo sonrío—. Pedro y yo estamos completamente seguros de que será una mini Paula —Acariciando mi vientre de nuevo.
Ella sonríe ampliamente, se acomoda en la cama y comienza a hacerme todas las preguntas referidas a mi día en el hospital. No me molesta en absoluto. Por primera vez, siento que realmente le importa lo que tengo para decirle.
Esa preocupándose por mí, quiere saber más y cada vez que me hace otra pregunta, me siento mucho más esperanzada. Sé que las cosas cambiarán, sé que todo esto tendrá el mejor de los resultados. Pequeño Ángel está cambiando las cosas y lo hace para bien. Es una luz que se encargó de iluminar todos esos espacios vacíos y oscuros que tenía en el alma.
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