Coloco mis últimas pertenencias en la caja de cartón. Me duele despedirme de este lugar, de mis cosas, de mi solitaria y aburrida vida de soltera sin compromisos.
No hay mucho que empacar. Mi vida no es la gran cosa.
Unos pocos discos de música, algunos objetos personales y miles de cajas de ropa que seguramente ya no usaré. Suelto un leve suspiro e intento no romper en llanto. Aún sigo abatida, me he aferrado a una estúpida construcción, he tenido recuerdos buenos y malos en este apartamento, pero ahora debo aceptar la idea de que tengo un esposo que quiere que viva con él en su costosa súper mansión.
No me molesta la idea de vivir en una mansión y sentirme la reina del lugar, a cualquier mujer le agradaría y sé que aprovecharé esa casa con todo mi ser, pero tengo miedo de perderme a mí misma. No quiero cambiar, bueno, no del todo, pero sé que lo haré. Será incomodo, molesto y simplemente tendré que soportarlo.
Mi celular suena y corro para responder la llamada. Miro la pantalla y el nombre de “Pedro” me dice que mi amado y perfecto esposo quiere comunicarse conmigo. No puedo creerlo. Aún no logro comprenderlo. Miro mi mano izquierda y ahí está el anillo. Estoy casada, soy la esposa de un inversionista multimillonario que apenas me conoce.
—¿Qué quieres? —pregunto al contestar.
—Buenos días para ti también, mi preciosa esposa —me dice con ironía.
Pongo los ojos en blanco y froto mi ojo derecho. No lloraré.
Paula Chaves es fuerte, es segura de sí misma y siempre tiene el control. No… ahora soy Paula Alfonso y debo de ser la misma por más que mi apellido haya cambiado.
—No estoy de humor para bromas —le digo con el tono de voz más frío que soy capaz de escrutar. Oigo su risita al otro lado de la línea e intento no mandarlo al demonio. Su actitud es desesperante.
— ¿Ya acabaste? —pregunta cambiando su tono de voz a uno más dulce.
—Sí —respondo cortamente.
—Pasaré a buscarte en diez minutos —me informa.
—Bien —le digo.
—Bien —me dice.
—Bien —vuelvo a responder para tener la última palabra y segundos después, cuelgo la llamada sin preocuparme por si tenía algo más que decir. Diez minutos, solo diez minutos para enfrentarme a lo inevitable.
Diez minutos después, la puerta del departamento recibe un par de golpecitos. Acomodo mi vestido en un vago intento por elevar mi seguridad y no parecer una sosa delante de él.
Arreglo mi cabello y sonrío ampliamente. Tengo que fingir que todo está bien. Tengo que hacer de cuenta que soy completamente feliz y que estoy de acuerdo con todo esto.
Abro la puerta y lo veo parado frente a mí con una amplia sonrisa en el rostro. Luce un traje gris con una camisa blanca y corbata negra que lo hacen ver muy bien. Trago el nudo de mi garganta y tartamudeo antes de decir algo.
—Buenos días —murmura acercándose. Me roba un beso y luego cruza el umbral.
Sí, estamos casados, será normal que me bese, pero aún no logro acostumbrarme. Cierro la puerta y me volteo en su dirección. Está observando algunos de los muebles ya casi vacíos con detenimiento.
—Me gusta este lugar —murmura distraído. No digo nada y me muevo incomoda ¿Qué debo decir? —. ¿Estás lista? —pregunta sacándome del cuadro de incomodidad.
—Sí. Estoy lista —respondo.
—Bien. Toma tu bolso —me ordena dulcemente—, los de la mudanza llevaran todo esto a la mansión en un par de horas.
Hago lo que me dice, cruzo la sala y me inclino sobre la mesa para tomar mi bolso. Me volteo de nuevo y observo que está echándome un vistazo, perdidamente. Oh, está mirando mis piernas, mis pechos, y ahora mi cara. Sonríe y luego se acerca un par de pasos acortando la distancia entre ambos.
—Me gusta lo que llevas puesto —murmura viendo mi escote.
Intento no sonreír, pero lo hago de todas formas. Sé que le gusto por completo y ya estoy acostumbrada a que sus palabras me tomen por sorpresa.
—¿Podemos irnos ya? —pregunto rápidamente. No quiero halagos. No quiero nada. Me molesta su actitud, no me gusta sentirme incomoda e insegura.
—Vamos.
Conduce durante varios minutos por la ciudad de Londres.
La radio es lo único que hace ruido, mientras observo como algunas pequeñas gotas de lluvia se deslizan por el parabrisas. No tenemos nada que decir y hay cierta tensión en el ambiente que me irrita.
—Estas muy callada —dice rompiendo con el mutuo silencio.
—No tengo nada que decir —respondo cortante. No es intencional, simplemente soy así. No soy la persona más simpática del mundo y no lo seré jamás—. ¿Tú quieres decirme algo? —pregunto de manera desafiante, pero no logro nada más.
Solo sonríe y niega levemente con la cabeza provocando que otro silencio nos invada. Así será siempre. Dos o tres palabras por día y nada más. Me siento vacía, como si no hubiese nada dentro de mí.
Su lujoso y costoso coche se detiene frente a una inmensa construcción de paredes blancas, adornadas con piedras grises e inmensos ventanales ubicados en diferentes partes de las paredes. Todo es impresionante, realmente hermoso y gigantesco. Es perfecto, como siempre lo soñé. Hay una fuente en medio del gran patio de piedra en donde Pedro estaciona el vehículo y se baja rápidamente para abrirme la puerta como todo un caballero. Coloco mis pies sobre el piso de piedras y tomo su mano por uno minutos. Hacemos contacto visual cuando estamos frente a frente.
—Bienvenida a tu nuevo hogar, Paula —murmura acercándose mucho más de lo esperado. Cierro los ojos y lucho con mi Paula interior, que se muere por besarlo.
Me aparto bruscamente con la mirada gacha y recorro el trayecto hasta la puerta de entrada. Pedro me siegue a paso lento, coloca las llaves en la cerradura y luego abre la puerta. Paso primero luego él. Mi mente se queda en blanco.
Todo lo que veo es completamente impresionante. La arquitectura romana inunda el lugar. Los tonos blancos y grises provocan que todo se vea majestuoso y exagerado.
Los detalles en dorado producen una agradable combinación de tonos secos, pero atractivos a la vista. A mi derecha hay una inmensa escalera que lleva al primer piso. Delante de mí solo logro ver puertas y umbrales hacia otras habitaciones.
Pedro se coloca a mi lado y me abraza por la cintura. Me muevo para apartarlo, pero al prestar más atención, veo a dos chicas con trajes de servicio a unos pocos metros de mí.
Sonrío ampliamente, es hora del show, Paula. Hora de actuar. Dejo que mi esposo me tome de la manera que quiere. Observo a ambas chicas, mientras que nos acercamos a ellas. Es difícil no sentirse intimidada en la inmensidad de un lugar como este.
—Muchachas —dice en dirección a esas dos—. Ella es Paula, mi esposa. La dueña y señora de la mansión —le informa con alegría.
Sonrío en mi interior. Dueña y señora. Me encanta como suena eso. Me dice “Tienes el control, Paula”, tal y como me gusta.
—Es un placer conocerla, señora Alfonso —murmura las dos al mismo tiempo.
—Soy Andy —me dice una dando un paso al frente. Sonrío y asiento con la cabeza.
—Y yo soy Maya, señora —me dice la otra y repito la misma acción. Tengo que parecer cortés, al menos los primeros días.
—Es un placer conocerlas —miento.
Ninguna de ellas me agrada a primera vista.
Mi esposo las despoja y ambas se marchan. Ahora la incomodidad ha vuelto a nosotros. Estamos solos de nuevo. No tenemos que fingir, somos nosotros mismos y eso es lo que empeora la situación.
—¿Quieres conocer el resto de la casa? —pregunta colocando ambas manos en sus bolsillos.
—Está bien —respondo vagamente.
Él comienza a caminar y lo sigo a paso apresurado. El primer lugar que me enseña es la sala de estar. Es inmensa al igual que el recibidor. Todos los muebles son finos de estilo inglés antiguo y con colores sobrios y añejos. No me desagrada del todo, pero tampoco me agrada.
—No me gustan los muebles —le digo sin pensarlo. Mi boca habla antes de que pueda pensar, así soy. Siempre sincera.
—¿No te gusta? —pregunta frunciendo el ceño como si hubiese dicho algo fatal.
—No. No me gusta para nada —respondo. Ahora que estamos entrando en confianza él debe saber lo que pienso. También viviré aquí. Tengo derecho. Soy dueña también—. El estilo de la casa es elegante, pero con toques de modernidad. Deberías de tener una habitación con muebles modernos y de diferentes materiales para que todo tenga contraste. ¿Entiendes?
Me mira sorprendido como si no pudiese creer que yo hubiese dicho eso. Es la verdad. Soy hermosa y también soy muy inteligente. Esta habitación no tiene sentido y tampoco original.
—¿Lo dices enserio?
—Claro que lo digo enserio —respondo rápidamente—. Esto parece el palacio de Buckingham y créeme, no es nada lindo ni original.
—Estoy sorprendido —Musita para sí mismo—. Creí que te encantaría.
—Acostúmbrate. Tengo el control ahora —espeto con una malvada sonrisa en el rostro. Pedro contiene una sonrisa y vuelve a colocar sus manos en sus bolsillos sin apartar su mirada de mí. Ahora todo tiene sentido. Ese será mi objetivo, verlo así de asombrado será mi prioridad—. Deberías llamar a una decoradora y que cambie esto. Es mi casa también.
Camino delante de él y sigo hacia el pasillo. Quiero ver otra habitación. Quiero conocer todo. Tengo que encontrar mi lugar privado en alguna parte de toda esta inmensidad.
—Como ordene, señora Alfonso —murmura levemente.
Sonrío porque sé que no me ve y luego dejo que me enseñe lo que queda de la imponente mansión.
Me muestra su despacho, su bodega llena de vinos caros y excéntricos, luego algunas habitaciones adicionales, un cuarto de juegos, el ala en el que se encuentran los cuartos de servicio. El inmenso comedor con una mesa de madera con más de doce sillas, la fantástica cocina con mármol y caoba, la piscina bajo techo, climatizada, con mini bar incluido y una pequeña biblioteca ubicada en la parte más alejada de la casa.
Salimos al jardín y vemos todo el amplio parque con césped verde, flores de temporada y un rosedal al lado derecho de la casa. Me encanta, todo es fantástico, pero no lo demuestro del todo. Debo permanecer fría.
—Vamos a ver nuestra habitación —murmura cuando subimos las escaleras.
Enderezo mi espalda y finjo que no me afecta lo que acaba de decir. Nuestra habitación. Tendré que dormir con él todas las noches. De verdad que aún no puedo creer que todo esto está sucediendo. Tengo un esposo.
Pedro sube unos escalones más que yo y toma mi mano con firmeza. Me detengo y él también lo hace. Nos miramos por unos segundos y él acorta la distancia entre ambos. Su mano izquierda acaricia el dorso delicadamente. Intento no mirarlo a los ojos, pero eso es casi imposible. El, tiene cierto efecto en mí, que me hace dudar de mi seguridad.
—Vamos a ver la habitación —digo para interrumpir lo que sucede entre ambos.
Me sonríe débilmente y luego suelta mi mano. Camina delante de mí y lo sigo observando cada lujoso rincón del primer piso. Me enseña las múltiples habitaciones de invitados que hay, luego los baños inmensos que parece que nadie los usó jamás y al fondo del gran pasillo por fin veo un lugar para mí. La biblioteca es inmensa y tiene estanterías en tres paredes. A un costado hay un extraordinario ventanal que da a un balcón con vista al gigantesco jardín trasero.
—Pedí que compraran los libros de moda, por si te gustaba leer —me informa observando alguno de los lomos de los libros—. Ya sabes…
—Gracias —digo débilmente—. Me gusta leer, no debes preocuparte porque te moleste, porque no lo haré —le digo secamente. Al fin y al cabo no hay ningún sentimiento que nos una a ambos. Solo un tonto acuerdo. Sé que pasaré mucho tiempo aquí.
—¿Por qué dices eso? —cuestiona tomando mi brazo levemente haciéndome voltear para que lo vea.
—Porque tengo que decirlo. Es lo que creo. No suelo guardarme lo que pienso —respondo.
—Pero no es lo que crees, Paula —me informa en un susurro—. No quiero que te sientas aprisionada en esta casa. Eres mi esposa, eres la dueña de todo esto. No quiero que creas que todo será como yo lo quiera.
—No creo eso —digo rápidamente. Sé que tengo el control, pero él es un hombre, siempre hay reglas.
—No hay reglas —dice como su hubiese leído mi pensamiento—. No soy un hombre muy celoso, confío en ti. Nunca te prohibiré nada, no cuestionaré tu atuendo, no te preguntaré por lo que hiciste, a donde fuiste o por qué regresaste a tal hora si así no lo deseas. Yo no soy tu dueño y quiero que entiendas eso. Si te sientes incomoda aquí, debes decírmelo. Tenemos que esforzarnos por hacer que esto funcione. Eres mi esposa, eres la señora Alfonso…
—Exacto, soy la señora Alfonso y sé que detrás de ese apellido hay reglas. Siempre hay reglas, pero te advertiré que no pienso cumplirlas.
Se ríe levemente y acorta la distancia entre ambos. Extiende su mano y quita algunos mechones de mi cara y los coloca detrás de mi oreja con delicadeza.
—Quiero que te sientas como en tu casa. Vivirás aquí ahora. Podrás hacer lo que se te antoje. Si quieres ir de compras, lo harás, si quieres darte un baño en el cuarto que escojas, podrás hacerlo. Todo esto es tuyo ahora —Su voz sueña dulce y llena de seguridad. Comienza acercase y por primera vez siento miedo—. Quiero darte todo, quiero que tengas lo que deseas, solo dímelo y lo tendrás…
Mi Paula interior me dice que lo haga, me ruega que bese sus labios, que acaricie su lengua con la mía, pero no, simplemente no, no puedo caer tan fácil. No debo hacerlo.
Necesito más tiempo. Aun no caigo en la realidad. No puedo.
—Creo que debes mostrarme nuestra habitación —digo apartándome rápidamente. Veo como suspira con frustración y luego recobra la compostura.
Por fin llegamos a nuestra habitación. Es muy grande. Más de lo necesario. Hay una inmensa cama doble en el centro de la habitación con sabanas de seda y almohadas que lucen costosas. Todo es blanco, salvo alguna que otra decoración. El piso de cerámica blanca es casi un espejo y puedo ver el contorno de mi borrosa silueta en él. El ventanal en enorme y también tiene una salida al balcón principal.
—Espero que te guste —murmura encendiendo las luces para que todo se ilumine mejor.
Sonrío por primera vez. Claro que me gusta. Es la habitación que más me gusta de toda la casa.
—Me gusta —digo en un susurro, mientras que observo el amplio baño repleto de mármol y grifería moderna—. De hecho, me gusta mucho.
Pedro sonríe y se acerca lentamente. Me abraza por la cintura y me conduce hacia una enorme tienda individual repleta de percheros y estantes para colocar zapatos. Todo es igual de blanco y en medio de la habitación hay un hermoso ramo de rosas rojas colocadas en un jarrón de cristal con agua.
—Sé que te gusta mucho la moda —murmura observándolo todo—. Por eso pedí que hicieran esto para ti.
De verdad estoy sorprendida. No solo le importa lo que me gusta, sino que también se molestó en hacer que sienta que tenga un espacio solo para mí. Bueno, dos en realidad, la biblioteca y mi inmenso armario.
—Esto es impresionante —musito a voz baja. Aun no logro salir de mi asombro. Ya quiero tener mi ropa aquí para llenar todos estos lugares vacíos.
—Eres mi esposa ahora, mereces esto y mucho más.
Frunzo el ceño, pero aun así sonrío. Ha dicho algo inesperado y al mismo tiempo dulce.
—No comprendo… ¿Cómo alguien como tu ha vivido en esta inmensa mansión, completamente solo, durante todo un año? —Sí, debo preguntar eso. Es extraño. Tiene más de diez habitaciones y él vivía completamente solo en esta inmensidad.
—Te lo he dicho. Buscaba a la mujer de mis sueños y siempre pensé que esta casa sería perfecta para cuando esa mujer llegara.
—¿Y crees que esa mujer llegará en algún momento? —pregunto con una sonrisa burlona. Pedro se ríe y mira rápidamente hacia el suelo. Suspira y luego regresa su vista a mí.
La forma en la que me mira logra intimidarme. Volteo mi mirada hacia otro lugar y poso sobre el ramo de flores en medio de la habitación, mi atención. Veo el sobre y para distraerme y distraerlo, cruzo el cuarto y leo la tarjeta rápidamente.
“Bienvenida a tu nuevo hogar
Con cariño, tu esposo, Pedro”
—Esa mujer ya llegó, eres tú, Paula… —dice en un susurro y me besa a tal modo que es completamente inevitable—. Solo tú…
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