domingo, 22 de octubre de 2017

CAPITULO 10 (EXTRAS)





Algo interrumpe mi sueño y hace que despierte lentamente. 


No quiero abrir los ojos, pero ese maldito sonido no se detiene. Siento como todo mi cuerpo se llena de furia. No sé qué sucede, pero solo quiero que se detenga. Estaba soñando algo y no puedo recordar que era.


—¡Apaga esa mierda, Pedro! —grito volteando mi cabeza al otro lado, pero ese ruido sigue ahí, sobre la mesita de noche.


Me volteo en su dirección y abro los ojos, finalmente rendida. 


Estoy furiosa con él y con ese estúpido teléfono.


Golpeo su brazo, él frunce el ceño y abre sus ojos.


Me mira por un instante y el teléfono se calla.


—¿Qué sucede? ¿Estás bien? —pregunta con confusión y el tono de voz apenas audible.


Su teléfono comienza a sonar una vez más, y ya no necesito decir nada, pero debo hacerlo de todas formas.


—Apaga esa mierda de teléfono por las noches —espeto secamente, y le doy la espalda.


Él contesta rápidamente, pero no oigo sus palabras, solo escucho el silencio que hay en la habitación. No sé qué sucede, pero un escalofrío recorre mi cuerpo y hace que me voltee a verlo una vez más.


Está ahí, parado frente a mí, blanco como el papel y sus ojos brillan incesantemente. La expresión de su rostro no tiene palabras para que pueda describirla y en ese momento, sé que algo malo sucede.


—¿Qué?


No hay nada, ni una sola palabra.


Aparto el estúpido edredón y me pongo de pie, mientras que él sigue sosteniendo su teléfono. Su mirada está perdida en algún lugar.


—¿Qué sucede? —vuelvo a decir, pero él no habla.


Segundos después, estoy sola en la habitación y completamente asustada. Tomo el celular de Pedro de la mesita de noche y observo su ultima llamada, mientras que él se mueve de un lado al otro en nuestra tienda individual.


Emma, Emma acaba de llamarlo.


Pongo los ojos en blanco porque estoy completamente segura que la niñita irritante está haciendo berrinches estúpidos por un poco de fiebre. Seguramente reclama a MI esposo como ya lo hizo dos veces a media noche.


—¿Emma? —pregunto cuando por fin contesta.


Oigo sollozos y murmullos al otro lado, pero no entiendo nada.


—Paula… —lloriquea y me hace poner los ojos en blanco de nuevo.


—¿Qué sucede?


—Es… es papá, está muy mal.


Abro mis ojos de par en par, pero luego frunzo el ceño. Bien, no es la niñita irritante, es Alejandro, eso es extraño, pero los Alfonso son generalmente exagerados, así que no me preocupo demasiado.


—Debo colgar —le digo rápidamente, y termino la llamada.


No me importa saber más. Sé que tengo que fingir que soy una buena esposa. No tengo otra opción aunque los Alfonso me importen muy poco.


Cuando entro a mi tienda individual, Pedro ya está completamente vestido. Tiene una camiseta gris y unos pantalones deportivos.


—Iré contigo —digo en un murmuro.


Sé que en un momento como este debo fingir que estoy preocupada y por eso decido sacar una de mis máscaras del baúl, una máscara y un vestuario completo. Se supone que estoy asustada y desesperada, así que tomo unos jeans claros y una camiseta de algodón. Algo en mis pies y acomodos mi cabello con mi mano.


Pedro sigue blanco cuando nos subimos a su coche, y sé que esto será un completo desastre. Me coloco el cinturón de seguridad y él acelera en menos de un par de segundos. 


Me agarro fuerte del asiento al ver como nos movemos por la autopista y más de una vez le pido que baje la velocidad, pero él no se detiene. Creo que ni siquiera está oyéndome. 


Se fue a su propio mundo, con sus pensamientos y sus miedos.


Quiero decir algo, pero francamente nada se me ocurre. No tengo la culpa de lo que sucede. Seguramente exageran de nuevo. El viejo no debe tener nada.


—Calmate un poco —le digo cuando camina a paso apresurado por los pasillos.


El sigue sin abrir su boca, miro en todas las direcciones y veo como los enfermeros y enfermeras se mueven de un lado al otro sin preocuparse por nosotros dos, que deambulamos por el hospital sin un destino en concreto.


—¿Dónde están? ¿Te lo han dicho?


Jamás hago tantas preguntas, pero estoy desesperada por salir de aquí lo más rápido posible. No tenía que haber venido, no tenia que acompañarlo. Es su familia, no me interesa.


—¡Pedro! —grita Stefan cuando cruzamos uno de los pasillos, los dos nos detenemos unos unos segundos para comprobar que son ellos y luego nos aceramos. La sensación escalofriante que tengo en mi estomago no se quita con nada, es algo que parece que se apodera de mi cuerpo y hace que mi pecho se congele. Ya sentí eso una vez, ya sé lo que sucederá y simplemente no quiero creerlo.


—¿Que le ocurrió? —pregunta Pedro mientras que Emma y Tania se lanzan a sus brazos con los ojos cargados de lagrimas.


No debería de haber venido, esa es la cruel verdad. No tengo nada que hacer aquí.


Me quedo a unos aceptables tres metros, mientras que escucho como, entre llantos y balbuceos, le explican a Pedro que Alejandro comenzó a sentirse mal a media noche.


Observo a mi alrededor y veo a Daphne, sentada en un rincón. Su rostro está completamente mojado por causa de las lagrimas y el pañuelo que tiene entre manos tiembla al igual que ella.


Es una situación desgarradora.


Ya llevamos veinte minutos en este lugar, Pedro aún no ha dicho ni una sola palabra, está ahí, parado a un costado de su madre y mira la nada.


Solo quiero regresar a casa y dormir. Es de madrugada y sinceramente no soporto tanto llanto y tanta tensión.


Suelto un suspiro y me acerco a él. Esto será lo más patético que haré en toda mi vida, pero tengo una máscara, estoy fingiendo justo ahora y todos deben creer que estoy preocupada y que quiero verlo bien.


Pedro... —lo llamo. Él se voltea en mi dirección y me mira fijamente.


Espero a que me diga algo, pero solo se limita a mirarme y eso francamente me molesta.


—Iré a buscar café, ¿quieres uno?


Él asiente levemente con la cabeza y me regala una media sonrisa, es solo una misera sonrisa, pero logra calmarme, al menos un poco.


Camino por el pasillo y Stefan decide hacerme compañía. 


Bajamos dos pisos hasta la maquina que vi al pasar y llenamos cuatro vasos con café. Él tampoco dice nada, pero no se ve tan abatido como todos los demás.


—¿No te sientes fuera de lugar? —le pregunto para romper el silencio incomodo.


—¿Cómo si no perteneciera a la familia? —me responde frunciendo el ceño. Solo asiento levemente y oprimo como puedo el botón del ascensor—. No lo sé, es complicado. Es un momento extraño y muy intimo...


Stefan no puede terminar de hablar, antes de doblar por el pasillo oímos un grito desgarrados y llantos. Él y yo nos congelamos por unos segundos, pero sabemos que tenemos que seguir caminando.


Apresuro el paso y hago una mueca de dolor cuando las gotitas de café queman mi piel, pero cuando llego hasta ellos, pierdo las fuerzas y mis ojos se abren por causa de la sorpresa.


Todo sucede en cámara lenta, no logro moverme de mi lugar y lo único que noto es como Stefan suelta las vasos con café y corre en dirección a Emma que grita y llora. El doctor sigue ahí, sin saber que hacer, mientras que Daphne golpea su pecho y jalonea la tela de su bata blanca. Tania cubre su boca sin poder creerlo y se sienta en el piso. Y Pedro... 


Pedro está ahí, con la mirada perdida, pero sus ojos están cargados de lagrimas.


Alejandro está muerto.


Oh ,por Dios, Alejandro está muerto. No puedo creerlo.


Me paralizo, no sé como reaccionar. Estoy en shock, jamás habría imaginado una cosa así ni en la peor de las pesadillas.


Busco la mirada de Pedro y por fin logro encontrarla. Él está destrozado y abraza a su madre, mientras que ambos lloran desconsoladamente. Todos tiene a quien abrazar, pero yo me siento más fuera de lugar que nunca. No debería estar aquí, no merezco estarlo en realidad. Mi máscara acaba de romperse y no quiero ser más la esposa perfecta, sé que debo ir a abrazarlo y darle consuelo, pero me niego a hacerlo.



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