domingo, 22 de octubre de 2017

CAPITULO 9 (EXTRAS)




Es mi segundo día en este lugar, es mi segunda noche y no sé que es lo que sucederá. Ayer dormí completamente sola en la habitación de invitados, fue mi elección, yo lo quise así, pero hoy sé que será diferente. Estamos casados, llegará el momento en el que él quiera algo más y tendré que dárselo, incluso aunque no quiera o no deba hacerlo. Pedro se ha comportado como todo un caballero, y eso es algo que me irrita, quiero odiarlo, pero no puedo, él no me da motivos para que lo haga.


Suelto otro suspiro, ya he perdido la cuenta de cuantos exactamente. Elevo la barbilla, trato de sonreír y camino con mis tacones haciendo ruido por el suelo hasta que llego al comedor. Hora de la cena, la media hora más tensa e incómoda de todo el día.


Las dos mucamas están terminando de preparar la mesa en silencio, mientras que yo me siento en mi lugar y observo la silla vacía de Pedro.


—El señor Alfonso ha recibido una llamada, pero dijo que respondería lo más rápido posible para cenar con usted, señora —me dice una de ellas.


No recuerdo cuál era su nombre y tampoco me importa en este momento. Solo sonrío levemente y en silencio, miro mi plato con disgusto y luego bebo un poco de jugo de naranja. 


No tengo hambre, esa es la verdad, y el salmón…


Tendré que fingir que soy feliz, que disfruto de todo esto, tendré que hacer que todo luzca perfecto. Debo de ser perfecta, al menos cuando hay alguien más viéndome.


Espero unos minutos y él por fin aparece. Luce esa camisa blanca, típica, y esos pantalones vaqueros. Me gusta verlo así, me gusta que use camisas blancas todo el tiempo, pero él no debe saberlo.


—Lo siento, era una llamada importante —me dice.


Toma mi mano que descansa encima de la mesa y la besa levemente. Abro mis ojos de par en par sin comprender que es lo que sucede, pero luego recuerdo que tenemos a dos entrometidas viéndonos y solo sé que tengo que sonreír.


—No te preocupes, cariño —digo con la mejor sonrisa. Es momento de actuar, es momento de abrir el baúl y sacar alguna máscara que me ayude a sostener todo esto—. Iba a esperarte de todas formas.


Pedro despacha a ambas de la habitación y cuando por fin estamos a solas, aparto mi mano de la suya rápidamente. 


Tomo el tenedor y pincho algunos de los vegetales que tengo en el plato. No quiero comer esto, de hecho, no quiero comer ahora.


—¿Quieres contarme alguna cosa de ti? —pregunta rompiendo ese incomodo silencio.


Doy un sorbo a mi jugo de naranja y lo miro sin saber que decir. Niego levemente con la cabeza y luego limpio mi boca con la servilleta de tela.


—Creo que sabes lo suficiente —aseguro en un murmuro.
—Pero quiero conocerte un poco más —insiste. Pongo los ojos en blanco y luego tomo un trozo de tomate y lo como lentamente. Lo hago porque no quiero hablar, pero él parece querer saber algo, sé que no se dará por vencido—. Tu madre me dijo que estabas en Oxford.


—Mi madre dice muchas cosas —respondo.


—¿Pero has estado?


—Sí —respondo de manera cortante. Veo que va a preguntarme más y antes de que lo haga decido soltarle toda la información que puedo para que ya no me moleste—: ciencias de la comunicación durante tres años en el Lincoln College —espero rápidamente—, pero nunca me gusto, lo hice por mi madre, y una rebeldía me llevó a abandonarlo.


Él no responde, solo me mira y asiente levemente con la cabeza.


—¿Te gusta alguna cosa en especial?


Suelto el tenedor bruscamente y lo miro de reojo. No voy a tolerarlo demasiado tiempo. Cuanto más rápido acabe con sus esperanzas, más fácil será.


—¿Por qué te esfuerzas es hacer que esto funcione? —pregunto sintiendo como voy a perder el control en cualquier segundo—. Solo pierdes tu tiempo, haces preguntas sin sentido… Yo… yo no soy como crees, no nos llevaremos bien por más que yo lo quiera.


—Quiero saber más de ti, quiero ayudar en…


—No ayudas en nada —respondo con brusquedad—. Nos casamos por tu dinero y nada más. No confundas las cosas —ordeno poniéndome de pie.


—Termina de comer, por favor —me pide con suma paciencia. Quiere decir algo más, pero se contiene.


—No tengo hambre —digo apartando mi silla—, y para que lo sepas, odio el salmón.



*****

Oigo un leve golpecito en la puerta de la habitación de invitados y lo primero que hago es cubrirme con la manta.


—¿Paula? —pregunta el al otro lado.


—Puedes pasar —murmuro lo suficientemente alto como para que pueda oírme. Estoy sentada en la cama con la espalda pegada al cabezal y tengo un libro entre manos. Es lo único que he encontrado para hacer en esta inmensa casa.


Pedro abre la puerta lentamente y se acerca a mí. Trato de no mirarlo, finjo que leo, finjo que no me interesa, pero sé que está mirándome, sé lo que va a pedirme.


—¿Podemos hablar? —cuestiona en un murmuro, mientras que se sienta a los pies de la cama. Aparto mi mirada del libro que no leía y luego la dirijo hacia él.


—No tengo nada que decirte, pero si quieres hablar, adelante —espeto secamente.


—¿Dormirás aquí esta noche?


—No lo sé —respondo—, ¿por qué?


—No me hagas esto —implora con esos ojos que quieren convencerme de alguna cosa. Suelto un suspiro y luego abro el libro de nuevo. No llegaremos a ningún lado con todo esto—. Duerme en nuestra habitación, por favor —murmura sin cambiar su tono de voz paciente y dulce.


—¿Quieres acostarte conmigo? —Se me escapa sin que pueda evitarlo. Abro mis ojos de par en par por causa de la sorpresa y veo la expresión de disgusto que tiene en su rostro. Luego, esa expresión cambia y veo una sonrisa cínica que logra molestarme.


—No voy a tocarte, Paula.


—Entonces dormiré aquí —aseguro.


Soy una tonta, acabo de cometer la peor insinuación de mi vida, lo he dicho sin pensar y me molesto de inmediato, otra vez tiene esa sonrisita en los labios.


—¿Quieres que te toque? —indaga acercándose más a mí—. Porque si eso deseas, no tendremos más este tipo de problemas, te lo aseguro —Siento pánico por un segundo, pero luego miro mis pies y me calmo. Puedo golpearlo si intenta algo, no se atreverá a cercarse, lo sé.


—Eres un imbécil —me pongo de pie y salgo de la habitación rápidamente. Siento sus pasos detrás de mí mientras que recorro el pasillo, él no me dice nada y tampoco quiero que lo haga, no sé como reaccionaré.


—Espera —dice tomándome del brazo. Me volteo en su dirección y lo miro, mientras que respiro agitada—. No lo decía enserio —asegura—. No quería que pensaras eso.


Me suelto de su agarre y luego sonrío falsamente.


—Duerme en la habitación de invitados esta noche, o tal vez todas las noches. Yo dormiré en mi habitación, porque al fin y al cabo esto es mío también.


Camino lo poco que me queda del largo pasillo y luego me meto en la habitación. Cierro la puerta y voy al cuarto de baño. Tengo los ojos cargados de lágrimas y no sé exactamente por qué, no me siento bien, tengo una extraña sensación en el pecho, jamás sabré que es esto, pero sigo sintiéndolo, todo el maldito tiempo.


Me niego a llorar por esta estupidez, me niego a derramar una sola lágrima por todo esto. Lo hice por dinero, solo faltan unos días más y podré escapar, podre salir por ahí y hacer lo que quiera con las tarjetas de crédito que él me dará, solo lo hice por eso, no busco nada más, no necesito nada y sé que él lo sabe, pero no quiere aceptarlo.


Me acerco al lavabo y dejo correr el agua. No voy a llorar, ya lo he dicho. Esto es solo una prueba, puedo superarlo, él no me afecta, no tiene nada que pueda hacerme sentir mal. Soy la reina aquí, tengo la razón.


No, no la tengo, no soy nada de eso, lo sé, pero no quiero admitirlo tampoco.


Tengo que darme por vencida, tengo que dejar que esto me supere al menos esta vez. Soy una estúpida que ha comenzado a llorar, lloro porque me siento terrible, porque me siento vacía, lloro porque quiero ser otra persona y jamás lograré serlo. Soy esto, este monstruo, este desalmado ser que solo hace daño a los demás y al mismo tiempo se hace daño a si mismo…


Regreso a la habitación y miro el reloj encima de la mesita de noche. Son las once y unos pocos minutos. No hay señales de Pedro por ninguna parte y lo único que quiero es descansar. Quiero que este día acabe, quiero que otro día aún peor comience. Sé que todo será rápido, cuando
menos lo note, habremos cumplido unos cuantos meses y todo esto será diferente, haré lo que quiera y él también. 


Solo estamos asustados, eso es lo que creo.


Aparto el edredón a un lado y luego acomodo la almohada, la muevo solo un poco, y no puedo evitar ver ese lugar vacío, él duerme ahí, deberíamos de estar en la misma cama, tratando de tolerar la situación, intentando que todo esto no se torne más difícil.


Miro ese impresionante anillo en mi mano izquierda y luego suelto un suspiro. Él quiere que esto funcione, pero me convierto en la enemiga de ambos y no dejo que la situación mejore. Soy el problema, no la solución, pero no puedo evitarlo.


Muevo mi cabeza un par de veces y camino en dirección al inmenso armario. Mis cosas ya están todas en el lugar que deseo, no recuerdo como han acomodado todo, pero encontraré algo con lo que dormir. Rebusco entre los veinte cajones, pero solo veo ropa interior y camisones que no son los apropiados, no cuando él está rondando por la casa. 


Quiero ponerme algo que no demuestre nada, pero… no puedo, no es mi estilo. Quiero provocarlo y al mismo tiempo quiero que todo entre nosotros sea así de frío. Tengo miedo, tengo mucho miedo a lo que pueda suceder o a lo que pueda llegar a sentir. Estoy confundida y no hay nada ni nadie que pueda ayudarme en este momento.


—¿Puedo pasar? —pregunta al otro lado del umbral, mientras que da unos leves golpecitos en la madera. Lo veo a través del espejo y solo puedo asentir levemente con la cabeza. No tengo nada que decir—. Creí que estabas dormida —susurra tomando algo del interior de su armario.


—No… —balbuceo—. No tengo sueño.


—Trata de descansar —me pide—. Mañana es martes, oficialmente empieza nuestra semana. Regresaré a la empresa y sabes que tenemos muchas cosas por hacer.


—Lo sé, es solo que… —Quiero decirlo, pero no me atrevo. Nunca me sentí tan cobarde en toda mi vida.


—¿Qué ocurre?


Me muevo incomoda y trato de sentirme segura, pero no funciona, sé que nada funcionará en realidad. Me veo rodeada por espejos y cristales que hacen que vea lo imperfecta que soy, lo frágil y asustada. No soy lo que digo ser.


—Creo que deberíamos intentarlo —aseguro elevando la barbilla y enderezando mi espalda. Ya no estoy cruzada de brazos y trato de fingir que no me importa lo que pueda suceder. Soy la que tiene el control, soy la que manda y él es el que obedecerá, así debe de funcionar—. Estamos casados, soy tu esposa y lo mínimo que podemos hacer es dormir juntos —aseguro—. No vas a tocarme porque no quiero que lo hagas, pero esta noche lo intentaremos y si no me gusta, dormirás en la otra habitación.


Pedro se ve sorprendido, pero al mismo tiempo cautivado. 


Le gusta que lo confunda, le gusta que sea así y puedo notarlo.


—Muy bien. Lo intentaremos esta noche.


—Está bien —digo mirando el suelo—. Yo… eh… —Señalo el armario y él se mueve rápidamente hacia la habitación anexa. No fue necesario decirle que quiero estar sola.


Me miro al espejo un par de veces, tomo el cepillo y peino mi cabello. Los rizos desaparecen y solo quedan ondas desparejas en mi pelo.


Tomo la toalla húmeda y me quito todo rastro de maquillaje de la cara, no estoy segura de todo esto, pero en algún momento pasará y si sucede, debo de estar preparada.


Me desvisto lentamente sin apartar mi mirada del espejo. 


Contemplo mi cuerpo y trato de sentirme segura, intento no verme como lo he hecho toda mi vida. Soy perfecta, yo lo sé, él lo sabe y quiero que lo vea, que lo compruebe una vez más. Por algo estoy aquí, por algo soy su esposa, por algo soy esto que soy ahora.


Suelto otro suspiro y cruzo todo el amplio espacio hasta la sección de lencería. No me va a importar lo que pueda suceder, confío en mí y en lo que quiero. Él me desea y puedo hacer que me desee mucho más, pero sin darle lo que quiere. Tengo que jugar, el juego lo lastimará, pero lo haré para no dañarme a mí misma.


Si, funcionará. Tiene que funcionar.


Me desnudo por completo y luego tomo un conjunto negro de encaje. Lo observo unos pocos segundos y sonrío con malicia. Quiero sentirme mala para no admitir que soy patética.


Me coloco el conjunto y luego me observo al espejo. No sé qué es lo que pensará, pero de todas formas nada sucederá, así que me da igual.


Salgo de mi tienda individual y camino rápidamente en dirección a la cama. Como una estúpida miro el suelo y siento como su mirada se clava en mí. El arrepentimiento me invade de inmediato, sé que no debí de hacer esto.


Tomo a toda prisa algunos de los almohadones que están a los pies de la cama, los coloco en el centro del colchón y como una niña pequeña, hago una barrera entre amos. Sé que está viéndome, pero me niego a elevar la mirada. Solo trato de acabar todo y luego me tapo con el edredón. Oigo como él suelta un suspiro y apaga la luz de su mesita de noche. La habitación se vuelve completamente oscura y algunas sombras se proyectan a través de las cortinas. 


Observo la negrura, oigo como el respira profundamente y se mueve por varios segundos. Eso es todo. Se acabó mi problema, fue mucho más sencillo de lo que yo creía. 


Esperaba algo más y creo que incluso me siento molesta, completamente molesta por no haber despertado la reacción que esperaba. Quería un halago, una advertencia, algo… pero nada, él simplemente no dijo nada.


Me siento incomoda en la posición que estoy, me volteo hacia el otro lado y logro ver el contorno de su espalda al otro lado de la barrera de almohadones de color purpura. Mis manos me arden y quiero estirar uno de mis brazos para poder tocarlo, pero es una completa locura. No estoy pensando con claridad y el sueño aún no se ha acercado a mí.


—Descansa, Paula —dice interrumpiendo el silencio que nos invadía ambos.


Trago el nudo que tengo en la garganta y asiento con la cabeza, sabiendo que él no puede verme. No puedo responder y quiero hacerlo...


No sé cuánto tiempo llevo despierta mirando la nada, pero sé que es mucho. Él se ha dormido hace bastante y lo noté balbucear y respirar profundamente unas miles de veces.


El colchón se hunde un poco y percibo la figura de Pedro al borde la cama. Se pone de pie y camina en dirección al baño. Solo escucho el silencio y después el agua del grifo corriendo. La habitación se ilumina por un instante cuando abre la puerta y después todo vuelve a ser negro. Pedro regresa a la cama. Cierro los ojos de inmediato, calmo mi respiración y finjo estar dormida.


Él se cubre con el edredón, pero esta vez está mirándome a mí. Quiero voltearme para darle la espalda, pero decido no hacerlo. Quiero saber qué es lo que sucederá. Con los ojos cerrados mis demás sentidos se agudizan y siento como él acerca su mano hasta mi cara, pero no me toca, no se atreve a hacerlo y francamente me muero por que lo haga.


Me muevo solo un poco para ver que hace, pero sigo sintiendo su mano extendida a pocos centímetros de mí. Sus dedos acarician mi pelo de manera suave, apenas puedo percibirlo, mientras que la mueve hacia mi mejilla. Aparta algunos mechones hacia atrás y roza con su dedo índice mi mejilla. Quiero abrir los ojos y golpearlo por ser tan idiota, pero al mismo tiempo quiero besarlo y dejar que suceda de una maldita vez.


—Descansa, preciosa —lo oigo decir en un murmuro. 


Su cuerpo se acerca al mío y aprieto los ojos al sentir sus labios sobre mi frente. Fue extraño, completamente extraño, pero aun así me gustó…



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