domingo, 1 de octubre de 2017

CAPITULO 7 (TERCERA PARTE)





Noto que llegamos a la casa cuando Pedro abre la puerta de la entrada. 


Me quedé profundamente dormida durante el viaje de regreso, aferrada al dibujo de Ale. 


Abro los ojos lentamente y veo el perfecto perfil de Pedro mientras que me carga en brazos por el apartamento hasta llegar a nuestra habitación. 


Pedro… —murmuro con la voz adormilada. 


—Sigue durmiendo, preciosa —dice dulcemente—. Te despertaré para que comas algo luego. Necesitas descansar, cariño —murmura entrando a nuestra habitación. 


Siento el mullido colchón de la cama sobre mi espalda y solo tengo deseos de seguir durmiendo. No me importa nada en absoluto. Estoy agotada y si despierto recordaré a ese hermoso niño y lloraré como lo hice durante veinte minutos de camino a la casa hasta quedarme dormida. 


Pedro me quita los tacones rápidamente y los suelta con brusquedad sobre el piso de madera. Luego me mueve y me quita el bléiser, la blusa de seda y el pantalón tiro alto. 


Estoy solo en ropa interior, pero me siento tan cansada y perezosa que no puedo ni abrir los ojos. 


—Descansa mi preciosa Paula —murmura besando mi frente, luego siento como me cubre con el edredón y sale de la habitación. 



*****


Abro los ojos lentamente y lo único que veo es negro. Siento los brazos de Pedro rodeando mi cintura con delicadeza, y su cara escondida en mi cuello hace que sonría. No tengo idea de qué hora es, pero estoy extremadamente perezosa y no quiero moverme.



Pedro… —murmuro acariciando su antebrazo—. Pedro, despierta —digo con la voz cargada de dulzura. 


Él se mueve un poco y luego veo como abre sus ojitos lentamente entre la penumbra de la habitación, apenas iluminada por la ventana del balcón.


 —Buenas noches, señora Alfonso —responde moviendo ambas manos para acariciar mi cabello. 


Cada vez que Pedro toca mi cabello recuerdo a Ale, puedo incluso jurar que he soñado con él todo este tiempo y no lo recuerdo. Oh, mi Dios, quiero a ese niño, quiero a ese niño como jamás he querido nada en toda mi vida. 


—¿Qué hora es? —pregunto entre risitas cuando él comienza a besar mi cuello y mi cara en medio de la oscuridad. 


—Son las ocho y nos cuantos minutos —responde en un leve susurro—. También estaba algo cansado. ¿Quién diría que correr de un lado al otro y leer un cuento para niños me agotaría tanto? 


Me rio levemente y muevo mis piernas debajo de las sábanas para entrelazarnos mucho más. Él besa mi frente y acaricia a nuestra pequeña. Es un momento lleno de paz, de amor y de ternura. Quiero estar así para siempre. 


—¿Tienes hambre? 


—Mucha —respondo besando sus labios. Él me rodea con sus brazos de nuevo y hace que descanse mi cabeza en su pecho, mientras que acaricia una y otra vez a Kya—. ¿Llamaste a tus abogados? —pregunto interrumpiendo el agradable pequeño minuto de silencio que había entre ambos. 


No puedo evitarlo. Necesito desesperadamente que me responda que ya todo está en camino. 


—Hace un par de horas. Aunque no fue tan sencillo, preciosa. Es navidad y tuve que rogar para que me dieran la información que necesitaba. 


—¿Y eso que significa?



—Mañana en la mañana comenzaremos con todo esto —asegura besándome de nuevo—. Si todo sale bien, estará con nosotros en poco tiempo, te lo aseguro. Luego del nacimiento de Kya podrá estar aquí. 


—¿Regresaremos para año nuevo, verdad? —pregunto con un hilo de voz. No quiero hacerlo, pero estoy por romper en llanto. 


El dibujo de Ale sigue encima de mi mesita de noche y en la oscuridad lo tomo entre mis manos y sin poder ver mucho acaricio el papel. Soy una sentimental, comenzaré a llorar en cualquier segundo. 


—Volveremos en año nuevo y llevaremos muchos regalos, lo prometo. 


Demasiado tarde. Las lágrimas ya se acumularon en mis ojos y comienzan a descender por mis mejillas. Estoy más sentimental que nunca, y cada vez que pienso en él no puedo contenerme. Recuerdo ese abrazo, esas manitos acariciando mi cara y mi cabello, esos ojitos cargados de miedo y angustia, esa sonrisa que iluminó mi día por completo… 


—Oh, Pedro… —chillo con un hilo de voz y él me toma entre sus brazos rápidamente, me coloca en su regazo y acuna mi cuerpo como si fuese una pequeña niña indefensa. Deja que llore una y otra vez por no sé cuantos minutos y no dice nada. Solo acaricia mi cabello y mi cara lenta y dulcemente. 


—No llores, cielo —me pide con la voz suave—. Estará con nosotros, lo juro. Moveré cielo y tierra para que todo esto pase rápidamente, ¿de cuerdo? 


Asiento con la cabeza en medio de la oscuridad y sorbo mi nariz. Pedro sonríe y luego besa mi cuello lentamente. 


Mueve su mano hacia su mesita de noche y toma su teléfono celular al igual que el control de la televisión. La enciende, deja el canal de música que me gusta y le baja un poco el volumen para que solo haga algo de luz y ruido entre ambos. 


Luego abre la galería de fotos y me enseña la perfecta imagen de nosotros tres en medio de un abrazo. Ale, Pedro, Kya y yo... Intento no llorar, lo intento con todas mis fuerzas, pero una lágrima se desliza. Es demasiado llanto, pero me siento realmente sensible.



—Te amo, cielo. Prometo que lo traeremos a casa con nosotros. 


Asiento levemente con la cabeza y muevo sus labios junto con los suyos en un dulce y desesperado beso que logra calmarme y alejar todos esos malos pensamientos. 


Ale está bien en ese lugar, pero podría estar mucho mejor aquí, en una colorida habitación con miles de juguetes y mis brazos dispuestos a abrazarlo durante todo el tiempo que quiera. 


Minutos después, Pedro y yo nos concentramos en una película de la televisión. No hay nada interesante y decidimos ver eso. Es una comedia romántica, que no tiene demasiada comedia para mi gusto, pero cualquier cosa es buena para ayudarme a despejar de todos esos recuerdos que hacen que llore sin control. Mi celular suena encima de la mesita de noche y estiro el brazo para tomarlo. Veo el número de papá en la pantalla y contesto rápidamente. 


—¿Papá? 


—¿Princesa? 


—¿Qué sucede? —cuestiono rápidamente. 


—Princesa… ¿Crees que podría pasar en una media a hora para hablar contigo? —pregunta sonando dudoso de sus propias palabras. 


—¿Todo está bien? —pregunto rápidamente y me siento con la espalda pegada al cabezal de la cama. 


—Tu madre y yo ya no estamos bien, princesa… 


Cuando oigo esas palabras puedo imaginarlo absolutamente todo. Sé lo que sucedió e incluso puedo oír las cosas que mi madre le dice a mi padre. 


—Una vez una persona muy sabia a la cual amo, me dijo que tenía que ser egoísta y pensar en mí y solo en mi cuando se refería al amor y a la felicidad. ¿Has hecho algo egoísta? —pregunto con una sonrisita. 


Papá se ríe al otro lado y oigo un poco de alboroto. 


—Sí, princesa, creo que hice algo egoísta, pero que al mismo tiempo es bueno para ambos.



—Estoy orgullosa de ti, papá. Mereces ser feliz —digo con una amplia sonrisa, mientras que Pedro se coloca a mi lado y me hace todo tiempo de preguntas entre señas y caras graciosas—. ¿A dónde piensas quedarte esta noche? —pregunto rápidamente. 


—Estoy de camino a un hotel, cariño. 


—¡No, claro que no! ¡Papá, aún es navidad, ven a casa, te aseguro que a Pedro y a mí no nos molesta! —chillo de inmediato. 


—No, claro que no, hija. Pasaré a darte una pequeña visita y me iré a un hotel. No quiero molestar —insiste y solo logra hacerme enojar. 


—Papá, he dicho que te quedes aquí y por lo tanto tienes que quedarte aquí, maldición —bramo perdiendo el control. 


Pedro ríe a mis espaldas y se lanza sobre el colchón. No sé qué le resulta tan divertido, pero puedo apostar que no soy graciosa. 


—De acuerdo, princesa —dice al borde de la risa—. Me quedaré. Te veré en unos pocos minutos, pequeña. 


—De acuerdo, papá. Hay algo muy importante que tengo que contarte —digo antes de despedirme e inmediatamente el recuerdo de Ale se me viene a la mente. Cuelgo y no dejo de sonreír. 


Estará con nosotros, sé que Pedro lo logrará. Cuando Kya esté aquí él también lo estará y seré la mamá más hermosa de todo Londres con dos hermosos y perfectos niños. Mamá para mi es una palabra extraña y especial. Nunca en toda mi vida creí que pasaría por algo así. Antes ni siquiera creía en las relaciones o incluso en los sentimientos, pero luego, Pedro se atravesó en mi camino y me enamoré perdidamente. Ahora no solo lo amo con locura sino que estoy formando una familia con él. Voy a tener hijos, me llamarán mamá, los llevaré a la escuela y… Simplemente sonrío al imaginármelo. Esto es lo que siempre deseé en realidad, y ahora puedo notarlo. Amor, todo lo que Pedro me da es amor, mis hijos me darán amor y yo lo devolveré intensamente, para toda la vida. Estoy completamente segura de eso.



A las nueve de la noche, el hambre me ataca y Pedro y yo bajamos las escaleras y vamos directo a la cocina. No tuve tiempo de ponerme algo de ropa, solo tome mi bata de seda negra y cubrí mi cuerpo con ella. Pedro está con pantalones de dormir y tiene el torso desnudo. Agatha no está en la cocina y no me atrevo a preguntar por qué exactamente. 


—Es navidad, Paula. Le di permiso para que resolviera algunos asuntos —dice Pedro como si estuviese leyendo mis pensamientos. 


—Está bien —respondo en un murmuro mientras que me siento frente a la barra de desayuno.  Sé que esos asuntos tienen el nombre de Samantha en letras muy grandes, pero no me importa. Hablaré con ella cuando tenga que hacerlo—. Es una lástima que no esté, mi padre vendrá y… —murmuro con una divertida sonrisa.


Pedro se voltea en mi dirección y me señala con un dedo. 


—Ni se te ocurra, Paula Alfonso —me dice sonriendo—. Déjalos que lo hagan por ellos mismos —me advierte acercándose. Su dedo está delante de mí, señalándome. 
Muevo mi cabeza rápidamente y muerdo la punta levemente. 
Él sonríe y luego extiende su mano para acariciar mi cabello—. No tienes idea de cuánto te amo —Se acerca un poco más. 


Coloco mis manos detrás de su cabeza y lo miro fijamente. 


Lo siento y él también. 


Aquí y ahora. 


No necesitamos decir nada, ambos lo notamos. Acerco mi rostro al suyo mientras que memorizo cada centímetro de su cara. Observo sus labios, su mentón, sus cejas, y bajo a sus labios de nuevo. 


Son míos, solo míos. 


Él deposita sus manos en mi cintura y cuando menos me lo espero, estamos besándonos salvajemente. 


Mi corazón palpita mucho más rápido, mis huesos parecen derretirse en mi interior y mi estómago es atacado por cientos de fuegos artificiales y mariposas que me causan un gran cosquilleo. Saboreo sus labios, su lengua, todo lo que es mío, todo lo que siempre lo será. Mis ojos están cerrados, son solo nuestras bocas encontrándose, nuestros sentimientos haciéndose mucho más fuertes, somos solo nosotros. 


Él rodea su cintura con mis piernas y yo poso mis manos desesperadamente por todo su torso, sintiendo cada uno de los definidos músculos de su cuerpo. Él abre mi bata bruscamente y atrapa uno de mis senos por encima del sostén. Mis pezones ya están duros y siento esa familiar punzada en mi sexo que me pide más y más. No hay nada que pueda estropear esto.



Nada, excepto el timbre. 


—Maldición —murmura Pedro, separándose escasos centímetros. 


—Es mi padre —digo jadeando, necesito aire—. Tenemos que parar. 


Pedro gruñe por lo bajo, luego me da un último beso y sale de la cocina para recibir a papá. Intento recobrar la compostura, acomodo mi cabello, mi bata y trato de que ese gran rubor delator se me vaya de las mejillas, pero no lo consigo. 


—¡Princesa! —exclama papá entrando a la cocina. 


Me pongo de pie y camino rápidamente en su dirección para abrazarlo. Lo vi ayer en la noche, pero lo necesito a cada instante. 


Muero por contarle sobre Ale, sobre todo lo que sucedió el día de hoy. Sé que me apoyará en toda esta hermosa locura. 


—Hola, papá —le digo dándole un profundo abrazo. 


Él besa mi pelo y luego acaricia a su pequeña nieta con una amplia sonrisa. Pedro se acerca al refrigerador y comienza a prepararse un sándwich. 


Creo que cenaremos eso esta noche. 


—¿Alguien quiere sándwich de pollo? —pregunta volteándose en nuestra dirección. Los dos asentimos y él se dedica a prepararlos con suma tranquilidad. Está al otro lado de la habitación y sé que lo hace porque cree que necesitamos tiempo a solas para hablar. Mi padre toma asiento a mi lado en la barra de desayuno. Me mira fijamente y comienza a contarme todo lo que sucedió con mi madre. 


Es como me lo suponía, van a divorciarse y por un lado eso me hace sentir bien. Papá se merece ser feliz con alguien más. Solo estaban juntos porque creían que era lo correcto. 


Seguimos hablando e intento hacerle entender que no ha tomado una mala decisión. Hizo lo correcto. 


—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, Marcos —dice Pedro al otro lado de la barra, mientras que los tres comemos los sándwiches que él preparó—. Es época de fiestas y nos agrada tener visitas. Relájate y busca un apartamento sin prisa —asegura mi esposo, logrando que una gran sonrisa se forme en mi rostro. Me siento mal por un segundo, porque puedo apostar que si estuviésemos en el lado inverso de la situación yo pelearía con uñas y dientes para que Daphne se marche de mi casa cuanto antes.


—Hoy fuimos a un albergue para niños, papá —digo cuando se hace el silencio en la habitación. Quiero contarle absolutamente todo lo que sentí en ese momento, pero no sé por dónde empezar. 


—¿De verdad? —pregunta algo sorprendido. Pedro y yo sonreímos, luego empezamos a contarle con lujo de detalle todo lo que hicimos. Desde que empacamos todos los dulces y chocolates hasta la parte en la que jugamos a ponerle la cola al burro y leer cuantos para todos los niños. Evitamos mencionar a Ale, quiero dejar lo mejor para el final. 


—Conocimos a un hermoso niño… —murmuro mirando mi plato vacío. No podré contenerme y comenzaré a llorar de nuevo—. Todos eran hermosos y dulces, pero ese niño… Se llama Ale, tiene solo cuatro años y… 
Papá me mira fijamente como si intentase comprender. Luego observa a Pedro de reojo, que sonríe y acaricia mi mano con su pulgar porque sabe que me quebraré en cualquier momento. 


—No me digas que… —murmura con un hilo de voz. Su expresión refleja sorpresa y no sé si está a punto de desmayarse o qué. 


—Mañana iniciaremos las diligencias para adoptarlo, papá —digo con una sonrisa mezclada con llanto. 


Pedro sonríe y luego estira más su brazo para acomodar algunos mechones de pelo detrás de mi oreja. 


—Oh, princesa… ¡Eso es hermoso! —exclama dejando escapar una gran sonrisa que logra tranquilizarme por completo.  Vuelvo a respirar al igual que Pedro, que parecía más asustado que yo por saber su reacción. Sabía que papá me apoyaría en todo esto—. Pequeña… —musita acercándose. Me toma entre sus brazos y deja que esconda mi rostro en su pecho—. Muchas felicidades, princesa —dice con una sonrisa—. Estoy muy orgulloso de ti —susurra acariciando mi cabello. Lo abrazo fuerte y dejo que unos sollozos escapen. —Iremos al albergue para año nuevo y me encantaría que nos acompañaras.



Papá sonríe de nuevo y toma mi rostro entre sus manos. 


—Claro que iré, princesa. 


Luego rodea la mesada y le da ese típico abrazo de hombres a Pedro que hace que sonría aún más. 


—¡Dos nietos! ¡No puedo creerlo! —exclama elevando el tono de voz. 


Pedro y yo reímos sonoramente y luego le enseñamos la fotografía que nos tomamos los tres juntos. Papá mira fijamente el teléfono celular por unos segundos y sonríe. 


—Es un niño hermoso —asegura sin despegar los ojos de la pantalla. 


—No es solo hermoso, papá. Es el niño más dulce, angelical y especial que he conocido en toda mi vida. Cuando me abrazó lo sentí, Pedro y yo lo sentimos y sabemos que esto es lo correcto. Papá sonríe orgulloso y luego se acerca para darme otro abrazo. 


—Eres mi mayor orgullo, princesa —dice e un leve murmuro—. Vas a darme dos nietos realmente hermosos, me harás muy feliz. 


—Así es, papá —afirmo más que feliz. Desde que estamos aquí solo he tenido momentos especiales. Uno mejor que otro. 


Mi padre me poya en todo esto, me da toda esa seguridad que necesitaba. Sé que seré la mejor madre del mundo. 


—Oh, maldición, princesa —dice pareciendo realmente preocupado por alguna otra cosa. Frunzo el ceño y lo indago con la mirada. Ahora si estoy confundida—. Tendré que cambiar mi testamento de nuevo… —dice con una amplia sonrisa. 


Los tres empezamos a reír a carcajadas durante no sé cuantos minutos, luego papá eleva su vaso de vidrio y hace un brindis por mi Pequeño Ángel y por mi pequeño Ale.





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