jueves, 19 de octubre de 2017

CAPITULO 67 (TERCERA PARTE)





—Despierta… —oigo la voz de Pedro a lo lejos y abro los ojos lentamente. No recuerdo que sucedió, donde estoy o que hacía antes de no ver nada, pero solo sé que mi cuerpo ya no se siente cansado—. Has dormido toda la tarde —me dice en medio de una risita.



—¿Qué…? 


Me siento en la cama y entro en pánico al no ver a mis hijos a mi lado. Trato de moverme y Pedro me toma de los hombros antes que enloquezca. 


—Tranquila —es lo primero que dice—. Ambos están bien. Kya está con Sofía y las gemelas, y Lucas está jugando con Ale. No te alteres —me pide, clavando su mirada en la mía. 


Es imposible no decirle que no. 


—¿Dijiste Sofía? —pregunto moviendo unos molestos mechones de pelo de mi cara. 


—Está aquí. 


—¿Qué hora es? —cuestiono observado a mi alrededor. 


Nunca en toda mi vida he dormido como lo hice hoy. Mi cuerpo estaba cansado, pero mi mente lo estaba mucho más. 


Solo sé que mis ojos se cerraron y ahí desapareció todo. El cansancio, la confusión, las ganas de llorar… Todo se ha ido. Pedro me mira una y otra vez. Lo noto un poco más callado que lo habitual y eso me desconcierta. Me encanta que me mire, pero no de la forma que lo hace. 


—¿Qué ocurre? 


—Te ves diferente —responde con una dulce sonrisa—. No lo sé, pero te he visto dormir por unas… —mira el techo de la habitación y cuenta con sus dedos—, …dos horas, y nunca me sentí como me siento ahora. 


Muevo sus brazos y apoyo mi cabeza en su pecho, él me abraza tiernamente y besa mi pelo una y otra vez. Este es mi lugar, aquí es en donde quiero estar para siempre. 


—¿Cómo te sientes ahora? —pregunto.


Él comienza a acariciar mi espalda y yo cierro mis ojos de inmediato. Pedro logra hacerme sentir diferente a cada segundo. Todos los días me recuerdo a mí misma que haber dicho “Si” en aquella iglesia fue la mejor decisión que he tomado. No importa cuántas veces haya obstáculos en el camino, no importan las peleas, los malos entendidos o los enfrentamientos, siempre, pero siempre, sabremos como vencer lo que se interponga entre ambos. 


—Tengo una sorpresa para ti —me informa mirándome fijamente. 


—No me cambies el tema. 


—No cambio el tema —asegura—. Mi sorpresa refleja lo que siento en este momento —me sonríe y logra hacerme olvidar de todo. 


—¿Cuál es la sorpresa? 


Con su dedo señala una caja color roja con un enorme lazo, que descansa encima de la silla en un rincón. Frunzo el ceño y él me besa una vez más. 


—Estaré con los niños, te daré tiempo para que te cambies, pero a las ocho te quiero abajo, ¿de acuerdo? 


—No comprendo. 


—Solo hazlo —me besa una vez y acaricia mi mejilla. 


Sale de la habitación y cierra la puerta detrás de él. 


Me quedo unos segundos de pie en medio del cuarto sin saber cómo moverme. Tengo que vestirme, pero no sé para qué, ni por qué. Solo sé que debo hacerlo. 


Me ha dado muy malas pistas y no sé qué hacer. Puede ser la mejor de las cenas en un exclusivo restaurante, puede ser la velada más romántica de mi vida o simplemente puede ser un paseo por el jardín. Las sorpresas de Pedro siempre son sorpresas y eso comienza a asustarme. 


Me pone nerviosa su manera de sorprender. Me toma con la guardia baja la mayoría del tiempo. 


Llego a la sala de estar y veo a todo el mundo reunido ahí. 


Sofía se pone de pie y corre en mi dirección para abrazarme. 


No me gusta que lo haga y tampoco me gusta admitir que lo necesito. Kya está en brazos de Pedro, mientas que las gemelas juegan con Lucas que sigue con el mismo traje negro de la mañana, pero noto que ya no se siente tan mal. 


Sé que sus hijas cambiarán las cosas. 


Tiene un carácter de mierda y él y Sofía son explosivos cuando están juntos, pero también sé que son el uno para el otro y ambos ya lo saben. Lucas las necesita y ellas a él. 


—¿Cómo estás, guapa? —pregunta acariciando mi cabello.



—Estoy mucho mejor —aseguro, y le sonrío como agradecimiento. 


—Disfruta de tu velada, ¿vale? 


Asiento sin decir más, Pedro se pone de pie y le entrega nuestra hija a Sofía. Sus ojos se posan en mi por no sé cuánto tiempo, le encanta verme así, me encanta sentirme hermosa para él, me siento como toda una reina, él me ama y puedo verlo en este momento. Llevo un hermoso vestido rojo, corte imperio, tengo rizos en mi pelo y accesorios que combinan con mis zapatos. No me siento como antes, me siento diferente. 


—Te ves hermosa… —susurra, tomando mi mano. 


—Te vigilo, Alfonso —murmura Lucas por lo bajo y provoca que todos riamos. 


Miro a mi alrededor y no veo a Ale por ningún lado, entro en pánico, pero Pedro señala la habitación anexa y ahí está él, viendo la televisión con Carolina. Nos despedimos de todos y, más de una vez, beso la frente de mis dos angelitos. Tomo mi abrigo y luego camino tomada de la mano de Pedro.



****


—¿Adónde vamos?¿Será una cena? —No sé por qué, pero tengo la necesidad de atacarlo con preguntas. 


Quiero que hable, que me diga que haremos, a donde iremos y demás. Pero nada, él simplemente mira el camino y toma de mi mano con firmeza. Me abre la puerta del coche y luego lo rodea. 


Su silencio me incomoda, está serio, mucho más serio que otras veces y ahora comienzo a sentirme confundida. 


Es mucho para un solo día. Quiero seguir preguntando, pero he comprendido que no me lo dirá. El coche acelera y al paso de los minutos comenzamos a introducirnos por la ciudad de Barcelona. No hay nada similar a Londres en este lugar y eso me hace pensar que extraño mi ciudad, que extraño mi casa, a mi padre y todo lo que tengo allí. Fue un capricho escapar, pero ese capricho me llevó a enfrentarme a la realidad. Algún día sucedería. Aquí o en Londres, o en cualquier parte del mundo. 


—¿Adónde vamos, Pedro? —vuelvo a preguntar y esta vez sueno más molesta que antes. 


Él sigue sin decir nada. Se ve concentrado en el camino y sé que está pensando miles de cosas, pero no sé qué. Minutos después de dar unas cuantas vueltas por el centro de la ciudad, el coche se detiene en el muelle. No hay mucha gente alrededor pero lo único que oigo es el ruido de las olas del mar rompiendo contra la construcción de piedra y el viento soplando con fuerza. 


—¿Cenaremos aquí? —pregunto con el ceño fruncido. 


Pedro me ha sorprendido de nuevo, pero no sé si es bueno o malo. Caminamos por unos cuantos minutos en silencio hasta que nos acercamos al borde para observar el agua. 


—Quiero que prestes atención a cada una de mis palabras —murmura tomando mi rostro con ambas manos. Me toma por sorpresa y abro los ojos de par en par—. Quiero que por primera vez me escuches con el corazón, Paula. 


—¿Qué…? —Trato de seguir hablando, pero él coloca su dedo sobre mis labios y me hace callar. 


—Cuando te conocí… —Miro sus ojos, sé que esto será fuerte, sé lo que se viene y no puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas—, cuando vi a Paula Chaves por primera vez, mi corazón se disparó —asegura—. Nunca en toda mi vida había reaccionado de la manera en la que lo hice contigo. Nunca miré a una mujer de la manera tan descarada como la que te miré a ti aquel día en la oficina de tu padre, jamás tuve deseos de desnudar a una completa desconocida con la mirada, pero tu… tu, Paula Chaves, has sido la primera en miles de cosas que yo no sabía que merecían un lugar de importancia. No seré hipócrita, porque ambos sabemos lo que sucedió conmigo, ambos conocemos esa parte de mi historia, pero no te miento cuanto te digo que nunca me he sentido así de feliz con nadie más, es solo contigo. No importa cuántas mujeres se paseen por el piso de la oficina, no importa cuántas me sonrían, nada me importa. Siempre estás en mis pensamientos. Todo el tiempo tengo tu rostro en mi mente…



—Ya sé adónde quieres llegar —lo interrumpo con la voz entrecortada. No quiero que siga hablando de esto, sé lo que me dirá, solo quiero que acabemos con estas palabras y que me bese. 


—Déjame terminar —me pide acariciando mi cabello, pero yo tengo el control por el momento. 


—No, no te dejaré —lo desafío—. Sé lo que me dirás, puedo leer tu mente, sé que quieres pedirme perdón por lo que sucedió entre ambos, pero siempre es lo mismo entre los dos. Soy yo la que comete los errores y tú eres el que suplica —aseguro rompiendo en llanto—. Soy egoísta Pedro, quiero dejar de serlo, pero es más fuerte que yo —confieso—. Sé que tendremos que superar muchísimas cosas, pero quiero que me jures que podrás hacerlo conmigo. 


—¿De qué hablas? 


—De todo, Pedro —sollozo—. Hablo de todo en general, sabes que no estoy bien, sabes que tenemos mucho por hacer cuando regresemos a Londres y... 


—Yo jamás te dejaría sola —me interrumpe. 


—Tú eres mi pilar, y si tú te caes yo lo haré también. 


Pedro se mueve rápidamente, atrapa mi cintura y une sus labios a los míos. Todo rastro de llanto se borra, no hay más nada en mis ojos. Ahora solo pienso en lo dulce que sabe su boca junto a la mía, en lo tierno que me besa, solo me concentro en sus caricias, en la forma en la que su pulgar acaricia la piel de mi cadera de una manera sumamente tierna. 


Este hombre me ama, me ama con toda su alma y yo lo amo a él, pero sé que todo saldrá a la luz. No quiero seguir con esto. Mi vida fue una mierda antes de conocerlo y sé que se merece algo mejor, pero soy egoísta y lo seré siempre. Lo quiero solo para mí. 


—Soy yo la que debe pedir perdón de rodillas —continuo diciendo, pero él me detiene. 


—Basta de pedir perdón. Olvidaremos todo y comenzaremos desde cero —asegura—. Tú y yo tenemos una familia, Paula. Tenemos dos hermosos ángeles que nos necesitan. 


—Lo sé —balbuceo, y comienzo a llorar de nuevo.



—Tenemos que ser fuertes por ellos. Tú y yo juntos seremos invencibles y lo sabes. Solucionaremos tu problema, nos enfrentaremos a todo lo que nos espera en Inglaterra y seremos felices. 


—Claro que seremos felices —repite. 


Estoy más que segura de ello. Nadie puede conmigo, nadie podrá con nosotros. Noto como sus ojos recorren cada centímetro de mi rostro. Me pierdo en los recuerdos, en los sentimientos y en la intensidad de todo esto. Lo amo y eso nunca cambiará. 


—Me enamoras cada día, Paula Alfonso… —susurra, pegando nuestras frentes. 


Siento su respiración en mi mejilla, sus labios están muy cerca de los míos y lo único que quiero hacer es devorarlos. 


—Bésame —imploro con la voz entrecortada. 


—¿Estás lista para regresar a Londres? —pregunta, rozando sus labios con los míos. Me vuelve loca, me desespera. Lo quiero para mí por completo, pero sé que no es el momento—. Dime… ¿estás lista para regresar a casa? ¿Quieres enfrentarte a todo y acabar con esto de una vez? 


—Quiero que seamos felices —lloriqueo—. Ya no quiero secretos, no quiero misterio, tampoco quiero a Ana… No quiero nada de eso. Solo quiero ser Paula. 


—Mi Paula.—agrega con la más dulce sonrisa. 


—Tu Paula —le digo. No sé cómo lo ha hecho, pero sonrío por primera vez desde que hemos llegado. Soy su Paula y siempre lo seré—. Siempre seré tu Paula y me gusta que me lo digas todo el tiempo. 


—Quiero que esta noche sea diferente. 


—Sé que será diferente, pero no comprendo que hacemos aquí. Quiero que me hagas el amor, Pedro… 


Coloca su dedo índice sobre mis labios y luego besa mi frente. Estoy desconcertada y ansiosa. Quiero saber que sucede. 


—Ven.



Acelera el coche una vez más y luego de unas cuantas calles, nos detenemos frente a un impresionante hotel cinco estrellas. 


La sonrisa que se forma en mi rostro es inmediata. 


Quiero esto, es lo que más deseo, no me importa la cena, solo quiero que me haga suya una y otra vez. 


Quiero aprovechar esta noche al máximo. 


Sé que será única y una de las pocas oportunidades que tendremos. Llegamos al lobby, Pedro toma la tarjeta de acceso y luego apresuro el paso hasta el ascensor. Oprimo el botón del piso que nos corresponde, y comienzo a besarlo. No me detengo, no me importa que pueda suceder. 


Solo quiero disfrutar, quiero sentir sus labios en mi piel, por todas partes una y otra vez. 


—¿Qué tienes bajo la manga? —indago cuando las puertas se abren de nuevo. 


Él me sonríe, toma mi mano y me guía por el pasillo hasta encontrar el número de nuestra habitación. Todo esto me recuerda a nuestra luna de miel, a esos momentos de locura en lo que íbamos de hotel en hotel. Me recuerda nuestra noche de bodas, la noche en la que tomé una de las decisiones más importante de mi vida. 


—Esta vez no sé si lograré sorprenderla, señora Alfonso —susurra cuando nos metemos en la habitación—. Comienzo a quedarme sin ideas —asegura. 


Me rio levemente y observo a mi alrededor. Es una suite gigante y hermosa. La cama doble tiene pétalos de rosa por todo el colchón y en la mesita de noche hay una cubeta de metal con una botella de champaña. 


—No estés pensando en sorprenderme, Pedro—le digo, tomado su cara entre mis manos —. Solo dejemos que pase. 


Suelta un suspiro y mira la cama de la habitación. Algo no anda bien y puedo verlo en sus ojos. 


—No quería hacer algo así, Paula —murmura acariciando mi cintura—. No quería hacer esto en una habitación de hotel como si fuésemos… 


—No lo somos —digo rápidamente antes de que termine la frase—. Somos mucho más que eso, Pedro. Me encanta que hayas hecho todo esto, me encanta que siempre me sorprendas y no importa el lugar. Ambos sabemos que sucederá y también sabemos que será hermoso.



—Te amo —susurra uniendo sus labios a los míos. 


Cierro los ojos y dejo que me bese, dejo que me haga lo que quiera. Soy suya por completo, no importa lo que suceda. 


Él se adueñó de cada centímetro de mi cuerpo y de mi corazón. Es el causante de millones de emociones que aun seguiré descubriendo y estoy segura que esto es mucho más que un “Para siempre”. 


Nos separamos, pero no apartamos la mirada del otro. Sé que podría estar así por millones de años, viendo ese amor en sus ojos, ese amor que es solo para mí y para nuestros angelitos. 


—¿Qué te parece si bebemos champaña mientras que preparo el jacuzzi? —pregunta, apartando un mechón de pelo que se pega a mi mejilla. 


Sonrío levemente, acaricio su pecho y miro la cubeta de metal. 


—Me parece una excelente idea. 


Pedro abre la botella con un poco de torpeza, el corcho sale disparado hacia el otro lado de la habitación, yo doy un brinco y me cubro las orejas por causa del estallido. Los dos reímos como niños, mientras que él carga las dos copas de cristal. Me entrega una y bebe un sorbo de la suya. Miro el líquido dorado y luego a él. 


—Por nuestro “Felices para siempre” —murmura acercándose. 


Sonrío ampliamente y choco mi copa con la suya. 


—Por nuestro “Felices para siempre”. 


Ambos bebemos un sorbo y luego él deja su copa sobre la mesita de noche. Toma mi mano y hace que lo siga hasta en inmenso y marmolado cuarto de baño. Las luces están tenues, hay algunas velitas dispersadas alrededor del jacuzzi, y una suave melodía suena, haciendo que el ambiente sea perfecto. Lo veo abrir la canilla, el ruido a agua cayendo apaga la melodía que estaba escuchando, pero dejo de pensar cuando Pedro se acerca a mí. 


—Quiero hacer algo diferente esta vez —susurra—. Quiero que me desnudes. 


Parpadeo un par de veces, respiro y coloco mis manos en su camisa. Comienzo a desprender los botones lentamente, mientras que voy revelando al piel de su pecho. Quiero mirarlo a los ojos y al mismo tiempo mirar su cuerpo, pero no puedo hacer ambas.



Siento su mirada sobre mi cara, siento los latidos de su corazón, puedo imaginar todo lo que sucederá en sólo unos pocos minutos. 


Acabo con los botones de su camisa y hago que se la quite. 


Veo sus hombros y siento la necesidad inmediata de tocarlos y de besarlos. 


Suelto el trozo de tela en el suelo y recorro sus pectorales con las yemas de mis dedos. Lo hago de manera lenta, voy trazando líneas al azar hasta llegar al cinturón de su pantalón. Lo quito rápidamente, ya no es como el principio. 


Desabrocho el botón de su pantalón y bajo el cierre para que él me ayude a quitárselos por completo. Ahora sólo está delante de mí en ropa interior y no sé si debo seguir. Él acaricia el dorso de mis brazos y me mira. No necesita decir mucho. Sé lo qué tengo que hacer. Tomó el elástico de su bóxer y me agacho hasta que la prenda está en sus tobillos. 


No sé qué me sucede, pero por primera vez me siento avergonzada, tímida...


 —Mirarme, Paula —me pide con la voz glacial. Me pongo a su altura de nuevo y trato de encontrar alguna cosa, pero no sé qué sucederá, no sé qué es lo que busca exactamente—. Ahora quiero que tú te desnudes —me suplica, mirándome detenidamente. 


Me paralizo, comienzo a lamentar este momento, siento algo en mi pecho, algo en mi estómago también y no sé qué decirle. 


Pedro, no podré hacerlo —aseguro, sintiendo como mis ojos se llenan de lágrimas. 


Me pide demasiado, me pide que haga un esfuerzo enorme y sobre todo innecesario. No solucionáremos nada. Sé lo que tiene en mente, sé que quiere hacerme fuerte, pero soy lo suficientemente débil como para ni siquiera intentarlo. 


—Quiero que te desnudes para mí, Paula —vuelve a decir. Esos ojos color café están mirando los míos con deseo, con incertidumbre, con desespero y al mismo tiempo amor. Es una mezcla explosiva que nos matará a ambos—. Quiero que lo hagas por ambos. Si no lo haces, nada pasará porque no voy a tocarte. 


Mis ojos dejan escapar un par de lágrimas que ya me hacían ver borroso. Limpio mi mejilla con el dorso de mi mano y suelto un suspiro. Puedo hacer esto, puedo intentar ser fuerte, puedo verlo a los ojos mientras que me desnudo y sé que veré siempre lo mismo: amor.



Pedro... —trato de decir, pero no lo logro. 


Mi voz se quiebra y mi corazón parece detenerse. Es algo que debo superar. Él me ama. 


—Sé que puedes hacerlo Paula.—me dice, dando un paso hacia atrás. Suelto otro suspiro. 


Enderezo mi espalda y tomo el cierre de mi vestido. 


Lo miro fijamente, no voy apartar la mirada y tampoco quiero que él lo haga. 


Él está desnudo delante de mí. No siente pudor, no siente lo que yo sentiré y es injusto. Quiero ser perfecta para él, pero no lo soy, jamás lo fui, jamás lo seré. 


—No apartes la mirada —le suplicó. 


Él asiente y yo comienzo a descender el cierre lentamente. 


Cierro los ojos cuando mis senos están desnudos y otra lágrima se derrama sin que pueda evitarlo. Comienzo a quitar el vestido de mis caderas, dejo que caiga al suelo y lo miro una vez más. 


Sé que si miro mis senos, saldré corriendo, sé que si observo mi vientre, no podré seguir con esto. 


Quiero hacerlo, pero no es fácil. 


Cierro los ojos una vez más, tono los bordes de mis bragas de encaje y la llevo a mis tobillos junto con el vestido arrugado. Vuelvo a incorporarme y me atrevo a abrir los ojos. 


Pedro está tan dolido como yo, puedo verlo en sus ojos, puedo saber que él siente lo mismo que yo. No necesita estar en mi piel, él sabe cómo me siento, puede entenderme. 


—Lo lamento... —lloriqueo, y cubro mi rostro con mi mano, mientras que con el otro brazo rodeo mi vientre para que él no vea todas esas marcas. 


Siento como se mueve a toda velocidad y en menos de un segundo, todo su cuerpo está junto al mío. Sus brazos me rodean en un perfecto abrazo, mientras que yo oculto mi cara en su pecho. 


—Eres hermosa, Paula. Hermosa —susurra con desesperación—. Jamás dejaré de creerlo, no importa lo que suceda. Todo lo que veo en ti es perfección, todo lo que tú eres me enamora —asegura, y comienza a besar mi cara una y otra vez. 


Pierdo el control, siento como su pulgar limpia mis mejillas y luego sus ojos vuelven a encontrar los míos.



Nos miramos una vez más, pero no puedo decir nada. Sólo quiero sentir, quiero sentirlo a él en todos los sentidos. 


Uno mi boca a la suya y dejo que me bese como sólo él sabe hacerlo. 


Nuevo mis manos a su cara, acaricio su barba y luego recorro sus hombros y su pelo una y otra vez. 


Él me rodea la cintura y camina unos cuantos pasos hasta que estamos delante del jacuzzi que tiene agua por un poco más de la mitad. 


Pedro se aparta de mí unos segundos, cierra el grifo y luego toca el agua para ver que la temperatura es la indicada. No aparto mi mirada de la suya, se que si me distraigo y me miro a mí, no podré seguir con esto. 


Hasta ahora todo lo que hice es un avance inmenso, un paso de gigante. 


—Perfecta —dice con una sonrisa—. Y tú también eres perfecta, Paula.





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