jueves, 19 de octubre de 2017
CAPITULO 1 (EXTRAS)
Me bajo del coche y camino hacia la entrada del inmenso edificio. Me muevo lentamente, sin prisa. Me siento extraña, es como si fuese la protagonista de un video clip musical.
Cruzo las puertas de vidrio y sonrío como siempre suelo hacerlo a los que me miran de pies a cabeza. Llevo el cabello recogido, un corto y elegante vestido color negro, y los accesorios a combinación con mis zapatos.
La secretaria número uno de mi padre me recibe y tartamudea antes de marcar el teléfono. La miro con desprecio como suelo hacerlo con todo el mundo. Soy superior a ellos, soy la que tiene el control, la autoridad, soy mucho más, soy Paula Chaves, y nada más me importa.
¿Por qué me siento extraña? ¿Por qué tengo esta sensación tan desgarradora en mi interior? ¿Por qué tiemblo sin sentido alguno? ¿Qué me sucede?
Hay algo en el ambiente, algo que jamás he sentido cuando estuve aquí, como si algo sucediera, como si cualquier cosa pudiese afectarme por completo.
Las puertas se abren y camino un par de pasos hasta el siguiente escritorio donde otra de las secretarias de mi padre me recibe con más eficacia y simpatía que la otra ilusa de planta baja.
—Su padre está acompañado, señorita Chaves —me advierte, intentando sonar amable y al mismo tiempo suplica para que no interfiera como suelo hacerlo, pero no me importa. Sabe cómo soy, sabe lo que haré.
Dejo mi bolso sobre su escritorio y la ignoro por completo cuando me advierte que mi padre está con alguien “Importante”. Sí, claro, nadie es más importante que yo. Soy su niñita, su princesa, la luz de sus ojos, nadie puede quitarme ese puesto. Sea quien sea esa persona “importante’”debe esperar.
—¡Por favor, señorita, no interrumpa! —chilla, provocando que los demás oficinistas se volteen a verme.
Oh, sí, más atención para mí.
Tengo el control de todo esto, que será mío en algún momento. No obedezco a nadie y menos a una simple chica como ella. Si quiero ver a mi padre, voy y lo veo, nadie me lo impedirá.
Abro la puerta del despacho de par en par y camino como si fuese la dueña del lugar hacia el escritorio de papá. Él interrumpe su conversación con quien sea que esté hablando y con una amplia sonrisa en su rostro me observa caminar hacia su dirección. No presto atención a quien está sentado delante de él, francamente no me importa. Me inclino, beso a mi padre en la mejilla y recibo un cálido abrazo.
—Lamento interrumpir, pero creo que nadie es más importante que tu princesa, papá —le digo a modo de reproche.
Quiero que al que esté en el despacho de papá le quede muy en claro que soy la reina aquí.
—Mi princesa —me dice tiernamente, mientras que acaricia mi mejilla—. Un momento, señor Alfonso —murmura hacia la dirección de ese hombre.
Lo ignoro y me siento en el regazo de papá. Sin querer, volteo mi cabeza hacia la dirección de ese tipo y mi corazón se dispara. Él me mira fijamente y mantiene el dedo índice sobre su barbilla, examina cada parte de mí detenidamente y sin disimulo. Veo una sonrisa algo maligna que se esconde detrás de su dedo, y noto como esos ojos que traman algo.
Me paralizo por dentro.
Me muevo incomoda y recobro la compostura. Me pongo de pie algo incomoda e intento no sonrojarme por causa de la vergüenza. Papá no suele tener este tipo de visitas.
Es un hombre alto, atlético, guapo, de ojos color miel y cabello castaño oscuro. Su rostro tiene una ligera barba de unos días, además, la camisa blanca y los pantalones negros que lleva, lo hacen lucir muy interesante e intrigante.
Demasiado para mi gusto.
Muerdo mi labio inferior sin querer y advierto una sonrisa pícara en sus labios.
Le gusto, claro que le gusto.
—Pedro, te presento a mi hermosa princesa —murmura mi padre con orgullo—. Ella es mi hija, Paula Chaves.
El sujeto se pone de pie sin apartar su mirada de mí, me acerco a él y le tiendo mi mano. Él la toma y, cuando creo que va a estrechármela, no lo hace. En cambio, la besa con delicadeza y elegancia. Me quedo de piedra al ver eso, sentir sus labios sobre mi piel fue...
Aparto mi mano y sonrío retraídamente. ¿Porque me comportó así? Es solo un hombre como todos los demás, no tiene nada de especial. No lo entiendo.
—Es un placer, señorita Chaves—murmura con una mirada depredadora—. Soy Pedro Alfonso —informa con total y completa seguridad.
Me quedo muda por un segundo. ¿Qué mierda me pasa?
Muevo mi cabeza disimuladamente, enderezo la espalda, elevo la barbilla, lo miro fijamente e intento parecer segura.
—Lo mismo digo, señor Alfonso.
Mi padre no parece sentir el clima de tensión que hay entre ambos y solo sonríe. Se acerca y rodea mis hombros con su brazo. No debí interrumpir, lo sé, pero no me esperaba encontrar con esto. Estoy desconcertada.
El intercomunicador suena estruendosamente y Alfonso y yo apartamos la mirada hacia otra parte de la habitación.
Ambos notamos eso. Nuestras miradas se conectaron sin que ninguno de los dos pudiese evitarlo. Mi padre responde a su secretaria velozmente.
—Señor Chaves, su esposa en línea tres —le dice con un tono profesional y educado. Mi padre suspira. Si, sé lo que es soportar a mi madre.
—Responderé su llamada en la sala de juntas —le dice y luego se pone de pie. Espera... ¿Qué? ¿Va a dejarme sola aquí? No, no, papá, no dejes a tu niñita con este tipo—. Regresaré en unos minutos, Pedro. ¿Te importa?
—Claro que no —musita sonriéndome—. Demore todo lo que quiera, me quedaré en compañía de su preciosa hija —responde con doble sentido en cada una de sus palabras.
Ahogo un grito e intento componerme. No me quiero quedar sola aquí con este hombre. Tiene un extraño efecto en mí y me hace sentir como una estúpida. No, no. Esto no puede sucederme, no ahora.
Mi padre se marcha y ambos nos quedamos solos. Sigo de pie y sé que debo ser la Paula de siempre.
Suspiro sin que él lo note y luego camino un par de pasos hasta la silla de papá. Es hora de que la Paula de siempre haga su show, necesito una buena máscara para ocultar el miedo que siento por dentro. Nadie me intimida, siempre lo hago todo perfecto y esta actuación debe ser majestuosa. Él no podrá conmigo, es como todos los demás hombres, algo sencillo.
Acaricio el extremo de la silla de cuero marrón con sensualidad, sonrío y me siento delante de él. Sí, estoy en la silla de papá, el jefe de todo esto. Pedro me mira con detenimiento, sigue examinándome. Localizo sus ojos en mis senos y sonrio levemente. Si, sé que le gustan, sé que le gusto entera. ¿Y a quién no le gustaría? Soy perfecta. Es normal que esto pase.
¿Por qué no me divierto unos minutos?
Oh, sí. Eso haré.
Cruzo mis piernas e intento hacerlo de manera despectiva para que lo vea. Si, ahí está, sigue mirándome, pero ahora su mirada se clava en mis piernas cruzadas. Me siento de costado y dejo que vea la parte trasera de mi muslo, tal vez lo deje fantasear con la curva de mi trasero en unos minutos.
Parece hipnotizado y eso me hace muy feliz en mi interior.
—¿Es usted socio de mi padre? —cuestiono, fingiendo interés.
—Algo así —me responde cortante, y no aparta su mirada—. ¿Cuántos años tienes? —pregunta, tomándome por sorpresa.
—¿Por qué lo pregunta? —indago con suma curiosidad y sorpresa.
—Porque quiero saber más de ti —me responde con obviedad.
Oh, eso no me lo esperaba. Lo dejé intrigado, quiere saber más.
Si, Paula, sigue así, lo haces todo a la perfección. Eres la reina del lugar.
—Veintídos —respondo sin vergüenza alguna—. Cumpliré veintitrés en dos semanas —murmuro, dándole más información de la que debía.
Parece contento con mi respuesta. Se cruza de piernas de modo que descansa su tobillo sobre su rodilla, y me da más tiempo de observarlo detenidamente.
—¿Tienes novio?
Oh, por Dios.
Otra pregunta más que personal.
Si, Paula, está más que interesado. Dale lo que quiere. Haz que se ilusione, disfruta de tu momento. Nada puede salir mal.
—Esa es una pregunta muy personal, señor Alfonso —siseo con sorna.
—No pretendo ser indirecto, señorita Chaves, se lo aseguro.
Sonrío y niego levemente con la cabeza. El ambiente huele a sexo, eso me asusta y me agrada al mismo tiempo.
—¿Y usted? ¿Tiene novia, esposa, tal vez? —pregunto sin timidez.
Parece increíble, pero desde el fondo de mi ser deseo que me diga que no. No veo anillo en su dedo índice, pero siempre cabe la posibilidad de que una zorra se haya lanzado hacia él antes que yo. De pronto me doy cuenta que ese pensamiento me pone extraña. ¿Qué me sucede?
Se ríe y niega con la cabeza. Mierda, su sonrisa es tan… enigmática, tan atrapante, que debo cerrar mi boca más de una vez.
—No, señorita Chaves, aún sigo en busca de la mujer de mis sueños.
¿La mujer de sus sueños? ¡Yo soy la mujer del sueño de cualquiera!
Dudo que la encuentre alguna vez, pero aun así sus palabras hacen que mi corazón se derrita por dentro. Es el típico Romeo, ese que regala rosas y escribe cartas de amor, ese tipo de hombre apasionado que no oculta sus deseos y sentimientos.
—¿Cree que la encontrará algún día? —lo interrogo sin vergüenza y con demasiada curiosidad que intento disimular con frialdad y sorna.
—Sí, creo que la encontré —me responde cargando sus palabras con un doble sentido que soy capaz de interpretar a mi favor de manera inmediata.
Me muevo en la silla, coloco mis codos sobre el escritorio y apoyo mi barbilla en los puños de mis manos. Le enseño mis pechos disimuladamente, sé que los está mirando y eso me encanta. Para algo sirven y el efecto que tengo en él, eleva mi ego, y eso me agrada.
—¿Intenta seducirme, señorita Chaves? —cuestiona descaradamente.
Me congelo por dentro de nuevo y abro la boca levemente.
¿Está hablando en serio? ¡Oh mi dios, qué vergüenza! Debo responder, debo responder rápido, de manera cortante y también ingeniosa. No puedo quedar como una cualquiera.
¿Qué está pensando que soy?
“Vamos, Paula, piensa, piensa.”
—Ya estoy aquí —interrumpe mi padre entrando al despacho.
Me siento derecha y oculto la visibilidad exagerada de mis pechos. La mirada de Pedro se clava en la mía y una cínica sonrisa se asoma en sus labios. Le lanzo mi peor mirada y luego me acerco a mi padre ignorándolo por completo ¿Quién se cree que es? Es él quien babea por mí y no al revés. Maldito insolente…
—Lamento la tardanza, pero mi esposa es algo… especial —dice mi padre con hipocresía.
Estoy segura que “Especial” no es una palabra para definir a mi madre.
—Papá, creo que tienes mucho que hacer hoy y yo tambien, pero te veré en la noche.
Papá asiente con compresión, besa mi frente tiernamente y luego me deja ir. Dudo en despedirme de Alfonso, pero tomo la decisión fácil, rápida, y no lo hago. Solo sonrío hacia la dirección de Pedro y salgo de la oficina moviendo mis caderas de un lado al otro mientras que siento su mirada clavada en mí.
Si, le gusté, lo sé.
Busco mi bolso en el escritorio de la secretaria y luego atravieso todo el piso hacia el ascensor. Demora varios segundos en subir y eso me desespera, pero cuando las puertas de abren, me volteo para presionar el botón y me veo sorprendida por el cuerpo de Pedro Alfonso que toma el mío con fuerza y me estampa contra los espejos del elevador.
—¿Qué crees que haces? —inquiero meramente sorprendida.
Sonríe ampliamente y coloca ambas manos en mi cintura.
—No has respondido a mi pregunta —sisea acercándome a su torso duro y trabajado con horas de gimnasio.
¿Qué está sucediendo? ¿Por qué me siento así?
—¿Qué pregunta? —cuestiono, fingiendo desentendimiento que es crucial es situaciones peligrosas como esta.
—¿Intentó seducirme, señorita Chaves?
Oh, por Dios.
Sonrío levemente. Acabo de darme por vencida. Él lo sabe, yo lo sé. No es tan complicado.
—Sí, intenté seducirte —respondo, colocando mis manos sobre su mejilla de manera provocadora. La Paula malvada acaba de despertar por completo y solo piensa en disfrutar del momento. Tengo el control de nuevo y la sonrisa malvada que poseo en los labios lo dice todo. Es mío, ya está a mis pies. —¿Y sabes qué? Lo logré…
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