viernes, 13 de octubre de 2017

CAPITULO 49 (TERCERA PARTE)





Abro los ojos lentamente. Todo se ve borroso y la habitación en la que me encuentro es un poco más grande de lo que recordaba. 


Hago una mueca por causa de un leve dolor en todas las partes de mi cuerpo y luego coloco ambas manos en mi vientre. 


Acaricio a mi… Pequeño Ángel, Kya, mi hija ya no está ahí. 


Sonrío y luego me rio levemente. Mis ojos se llenan de lágrimas y comienzo a recordar todo ese hermoso y doloroso momento. Su carita, su cabello, lo pequeñita que era, todo… 


Todos los detalles están en mi mente. Kya, mi hija. Oh, por Dios. Aún no puedo creerlo. Mi vientre aún no está como antes, pero eso no importa ahora, solo quiero ver a mi hija. 


Me muevo desesperadamente y me quito la manta que cubre mis piernas. Ya no tengo el camisón de seda color azul, ahora estoy vestida con un pijama de algodón. Es nuevo, no lo había visto, tiene las mangas hasta los codos y me llega un poco más encima de las rodillas. La tela es blanca y tiene corazoncitos negros por todas partes, y además de eso tiene botones desde el cuello de la prenda hasta debajo de mis pechos. Es uno de esos camisones para mamás y estoy segura que Pedro lo ha escogido. 


Sonrío y luego me siento en el borde de la cama con las piernas colgando. Oprimo el botón rojo una vez y espero unos segundos. La puerta se abre y una enfermera entra a la habitación con una amplia sonría. Parece joven y simpática. 


—¿Y mi esposo? —pregunto desesperada—. ¿Y mi hija? ¿Dónde están? Quiero verlos.


 —No se preocupe, señora Alfonso. Su esposo está en la sección de neonatología con la bebé. 


—Quiero verlos —le digo, sintiendo como la desesperación me invade. 


Ella sigue sonriendo y luego me ayuda a quitarme la sonda del brazo. Me paro, calzo mis pies y luego ella me guía por los pasillos del hospital de un lado al otro. Quiero invadirla de preguntas, pero no puedo hacerlo, solo pienso en mi hija, en Pedro y todo lo que tengo.



—¿Cómo está mi bebé? —pregunto en un susurro. 


—¡Oh, la pequeña Kya es la sensación de la sala de neonatología, todos la aman!—exclama ella tomándome del brazo para ayudarme a desplazarme con más facilidad. Puedo caminar bien, no estoy tan hecha trizas, pero que ella esté a mi lado le agrega dramatismo a la situación y eso me agrada—. Aquí es —dice señalándome la puerta blanca con cientos de estampas y dibujos de bebés en ella—. Daré aviso a las enfermeras, señora Alfonso. 


Espero impaciente a que ella ingrese a la sala. La puerta se cierra y oigo varios llantitos de bebé dentro de ella. Me pongo nerviosa de un segundo al otro y siento como mis manos tiemblan. La puerta se abre una vez más y veo a la enfermera. 


—Por aquí —dice. 


Entro al lugar y busco a mi bebé entre varias secciones del inmenso lugar. Localizo a Pedro al otro lado de la gran sala. 


Esta inclinado de espaldas a mí y no nota mi presencia. Me acerco con cautela, mientras que la enfermera sigue mis pasos. Cuando me detengo y veo a mi hermoso ángel, pierdo el aliento, mis ojos se inundan de lágrimas, veo borroso y solo puedo sentir como mi pecho es atacado por algo extraño. Algo hermoso y perfecto que me hace completamente feliz. 


Pedro voltea su rostro hacia mi dirección y al verme, suelta con delicadeza su mano de la incubadora y luego me estrecha entre sus brazos. Solo pasaron horas, pero todo lo que sucedió representa días, meses, miles de horas. Lloro en sus brazos sin apartar los ojos de mi hija. No puedo creerlo. Nunca en mi vida imaginé algo así. Nunca imaginé a un pequeño angelito así. 


—Está aquí... —solloza él con la voz entrecortada. 


—¿Por qué está ahí?—indago, viéndola moverse dentro de la incubadora. 


Me suelto levemente del agarre de Pedro y luego doy un par de pasos hacia ella. Coloco mi mano en el círculo especial y tomo su diminuta y rosada manito sobre la mía. Cubro mi boca con mi mano libre y siento como Pedro me rodea la cintura y se posiciona detrás de mí. 


—Los médicos han dicho que ella está bien —asegura con la voz dulce—. Se quedará ahí hasta que ellos se aseguren de que sus pulmones están fuertes.



Siento como mis mejillas siguen empapándose y solo puedo ver a mi pequeña moverse de un lado al otro. Solo tiene un pañal con dibujos rosados y que incluso es mucho más grande que ella. Mueve su cabecita de un lado al otro como si estuviese buscándome a mí, porque sé que lo hace, soy su mamá y estamos conectadas en todos los sentidos. Ella me extraña, extraña mis caricias y extraña que le cante canciones y le hable, yo lo sé. Sé que estas horas lejos de mí fueron fatales para ella. 


—Te amo, hija... —logro decir con la voz entrecortada. 


Acarició su manito y luego su pequeño rostro, su naricita rosada, sus ojitos cerrados... Mi hija es simplemente hermosa, es mi ángel... 


—Es hermosa —dice Pedro con el mismo tono de emoción que el mío. Abre el otro orificio de la incubadora e introduce su mano también. Él acaricia sus piecitos que son más pequeños que mi pulgar, luego sus piernitas y sus bracitos. 


Ella se mueve de un lado al otro y comienza a llorar. Quiero sacarla de ahí y quiero tenerla por siempre entre mis brazos. 


—Quiero cargarla —le digo a Pedro. Voy a perder el control—, quiero cargarla. Pedro habla con dos enfermeras y ellas rápidamente se mueven de un lado al otro. 


—Es el momento perfecto para que le dé el pecho, señora Alfonso—me dice una de ellas—. Tenemos que saber si la bebé quiere su leche o la formula. 


La otra enfermera me acerca una silla y el bolso rosa de mi pequeña, después ayuda a que me siente. Pedro toma a mi pequeña bebé en brazos, ella parece aún más pequeña junto a su padre. Observo como él la mira con orgullo, con amor... Miles de sentimientos que no puedo explicar. Pedro y yo hicimos a esa princesa. Pedro y yo hicimos algo hermoso, algo perfecto... Tomo una mantita de color lavanda del interior y dejo que Pedro la posicione entre mis brazos para cubrirla y que no sienta frío. Kya aún no ha abierto sus ojitos y lloriquea un poco, pero las yemas de mis dedos acarician su frente y ella se calma. Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida. No hay palabras suficientes para describir todo lo que estoy sintiendo. 


—Pruebe de darle el pecho, señora Alfonso —me pide la enfermera. Sonrió y luego miro a Pedro fijamente cuando se agacha para estar a mi altura y a la de su hija.



—No tienes idea de todo lo que te amo, Paula —murmura con una sonrisa y los ojos brillantes—. Me has dado... Me has hecho... Ambos hicimos a esta princesa —logra decir. 


Sonrió y asiento levemente con la cabeza. Mis ojos lloran de nuevo y solo puedo sonreír y mirarlo a él y luego a mi hija sin poder creerlo. Desabrocho los botones de mi camisón de algodón y me cruzo de piernas para sentirme más cómoda. 


Kya mueve sus manitos y luego su cabeza de un lado al otro. Tiene la misma pulserita de silicona blanca que tengo yo en mi mano derecha y ambas dicen “Alfonso, Paula #242” 


—Intente unas dos o tres veces, señora —me pide la enfermera. 


Asiento y luego recuerdo todo lo que debía de hacer. Repaso lo que leí en las revistas y los consejos de la clase de maternidad... Estoy nerviosa, lo admito. Por un lado muero porque mi hija se alimente de esta manera tan hermosa y natural, pero muy en lo profundo tengo miedo a todas las imperfecciones que tendré si lo hago. Sí, es algo que no es importante, pero me aterra imaginar mi piel con todas esas marcas.


 —Vamos, cariño... —le digo dulcemente. 


Tomo mi pezón izquierdo entre el dedo índice y el mayor como me han enseñado y lo acerco a su boquita. Mi ángel mueve su cabecita y luego sus labios succionan mi piel. 


Cierro los ojos por la sorpresa y siento como ella comienza a tratar de alimentarse. Me siento sensible, voy a llorar otra vez. Nunca creí que algo sería así de perfecto. 


—Muy bien, princesa… —solloza Pedro mirando a su hija. 


—Así es, cariño... —le digo acariciando su cabecita—. Muy bien, mi ángel... —Estoy llorando de nuevo. 


Pedro tiene una enorme sonrisa de padre orgulloso y los ojos con lágrimas. Toma su teléfono celular y luego comienza con las fotografías. No le digo nada, de hecho ni siquiera miro a la cámara, solo tengo mi concentración en mi pequeña. Ella mueve su cabecita de un lado al otro, mientras que succiona de mi pecho rápidamente. Debe estar hambrienta. No aparto mi mirada de su naricita, su manito acariciándome, o de sus ojitos. Ella comienza a abrirlos lentamente. Me paralizo por un segundo y luego llamo a Pedro. Sé que aún no ha abierto los ojos, pero cuando lo hace veo ese hermoso azul profundo, esos ojitos brillosos y azules como el cielo que son hermosos y bellos. Dos zafiros deslumbrantes. No tengo idea de donde los ha sacado, pero son hermosos.



—Tiene los ojos azules —sollozo, y cubro mi boca con mi mano. 


—Mi padre tenía los ojos azules, ¿lo recuerdas? —murmura Pedro—. Ya los había visto. Ella los abrió hace un par de horas. 


—Nuestra hija es hermosa, Pedro —digo con un hilo de voz. 


Kya sigue alimentándose y luego de unos pocos minutos se queda dormida en mis brazos. Aún se me hace difícil creer que soy su madre, que esta hermosura es mía, que salió de mí. Es increíble, es hermoso, todo es perfecto. Nada más es importante ahora... 


Son las nueve de la noche. La enfermera acaba de acompañarme a mi habitación. No quería hacerlo, quería quedarme ahí, con mi pequeña, pero los médicos han dicho que podré volver a verla en la mañana, que ella necesita descansar y volverse fuerte. Pedro está haciendo papeleo de un lado al otro y no hemos tenido la oportunidad de tener nuestro pequeño momento. 


Hay miles de cosas que quiero decirle, miles de disculpas que quiero darle, hay millones de motivos para pedirle perdón por todo lo que algunas vez fui y que él no lo merecía. 


En momentos como este, en donde estoy completamente sola y perdida, es cuando más puedo notar todo lo que sucedió en mi vida. De la amargura, la soledad, la soberbia y el odio, pase a algo increíble... 


Algo difícil de explicar. Sé que lo he dicho millones de veces, pero es una realidad, y continuaré diciéndolo, Pedro encontró a la verdadera Paula, Pedro me rescató de mi misma. Sin él nunca hubiese sido quien realmente soy. Me limpio las mejillas cuando golpean levemente la puerta de mi habitación. Ordeno que entren y al ver a mi padre lloro aún más. Quiero moverme, pero demoro en reaccionar. 


Él es mucho más rápido que yo, corre y me abraza con todas sus fuerzas. Es un momento extraño y precioso. 


Hundo mi cara en su pecho, mientras que él me acaricia el cabello en silencio. 


—Felicidades, mi pequeña princesa... —dice con la voz cargada de emoción—. Felicidades... 


—Ella es hermosa —respondo cuando miro sus ojos. Ambos estamos emocionados, pero puedo entender lo que está sintiendo—. Papá, tengo una hija... —lloriqueo sin poder creerlo y el vuelve a abrazarme.



Todo lo que me dice en ese momento hace que llore aún más. Oír a mi padre tan feliz y tan orgulloso, es algo que jamás creí que sucedería, y menos viviendo de mí, pero es así como las cosas están sucediendo. Tengo dos hermosos hijos, un esposo maravilloso, una familia, un hogar... No puedo pedir nada más, no creo merecer nada de todo esto, pero por algún motivo me sucedió a mí. 


—¿Quieres ver una foto suya?—le pregunto con un hilo de voz. 


Limpio mi nariz con el dorso de mi mano, seco mis lágrimas y luego acomodo mi cabello. Tomo mi teléfono celular y ahí están todas las fotografías de mi pequeña y rosada princesa. 


Se las enseño a mi padre una a una y vamos llorando juntos y a la par. Kya es hermosa, soy su madre y las madres siempre dicen eso, pero es la verdad. Ella es hermosa, preciosa, perfecta. Es mi hija... 


—No puedo quedarme por mucho tiempo —informa mi padre—. Solo me han dejado verte unos pocos minutos, pero quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti —me dice, acariciando mi cara—. Eres mi hija y eso nunca cambiará, ¿de acuerdo, princesa?


 —Y tú eres mi padre y eso nunca, pero nunca, jamás, cambiará —aseguro conteniendo el llanto. 


Ahora que mi hija ya no está en mi vientre me siento vacía y mucho más sensible que antes. Me siento sola, mi hija acaba de nacer y siento que la arrancaron de mí porque en cierto sentido así fue. 


—Descansa, princesa —me dice antes de marcharse. 


Besa mi frente, vuelve a abrazarme y luego se retira de la habitación. Me quedo sola por unos minutos y comienzo a observar a mí alrededor. Hay arreglos florales y obsequios para bebé por todas partes. 


Los globos de helio de color rosa están amarrados a los pies de la camilla y las frases que tienen escritos hacen que ría levemente. Veo las tarjetas de los diferentes tipos de arreglos florales. El más grande y hermoso de todos es de Pedro, su tarjeta no dice nada, pero puedo entenderlo, yo tampoco tengo palabras para todo esto que está sucediendo. 


Hay regalos de papá, Agatha, Emma e incluso de Daphne y Tania.



“Les deseamos lo mejor en este nuevo camino. Esperamos con ansias ver a esa princesa. Con mucho amor y cariño. —Emma, Laura y Stefan” 


“Felicidades, Pedro!!! Espero que podamos conocer a tu hija pronto. Besos —Tania.” 


No sé si ellas han estado aquí, hace más de seis horas que mi pequeña llegó al mundo y estuve dormida casi todo ese tiempo, pero sí lo hicieron espero que Pedro esté al tanto. 


No sé qué sucederá con la relación que teníamos con su familia, no sé qué sucederá ahora que tenemos a nuestro Pequeño Ángel , pero tampoco me importa. Será mucho mejor si nos alejamos de todos ellos y hacemos nuestras vidas en paz y tranquilidad. 


Pedro no las necesita, me tiene a mí y tiene a sus hijos. Ellas no son importantes. Solo quiero pensar en mi familia...


Ale... Oh, por Dios. Ale, llevo mucho tiempo fuera de casa y él debe de estar asustado. 


“Ya me enteré de la buena noticia. Espero que seas realmente feliz, Paula. Me alegra saber que todo salió bien. Sé que serás una madre increíble.Mis mejores deseos para ti, tu pequeña princesa y tu familia. 
Te lo mereces. Espero que podamos hablar como buenos amigos algún día. Saludos —Santiago” 


—Oh, por Dios... Santiago... 


La puerta de la habitación se abre y veo a Pedro. Tiene ojeras debajo de sus ojos brillantes, pero se ve feliz de todas formas. Dejo la tarjeta en el ramo, muevo rápidamente hacia su dirección, lo abrazo con todas mis fuerzas y cierro los ojos.



—Te amo... —susurro—. Te amo, Pedro Alfonso, no tienes idea de cómo te amo... 


—Te amo a ti... Por Dios, Paula, tenemos un bebé —susurra sonriente aunque sin poder creerlo. 


Me río y luego lo abrazo con más fuerza. 


—Lo sé, tenemos un bebé. Tenemos dos hijos, Pedro... 


—Dos hermosos hijos... Mañana en la mañana te darán el alta a ti y a Kya. Podremos regresar a casa en unas pocas horas. 


—¿Has hablado con Ale?—pregunto mirándolo fijamente—. ¿Cómo ha estado? ¿Ya sabe que nació su hermanita? 


—Mañana en la mañana la verá —asegura él con una amplia y espectacular sonrisa—. Mañana conocerá a su hermanita... Agatha me ha dicho que no dejó de preguntar por ella ni un solo segundo. Le ha hecho muchos dibujos, y a ti también. 


Me río levemente y luego Pedro me acompaña hasta la camilla. 


Me acomodo y él lo hace junto a mí. Encendemos la televisión y dejamos que el leve barullo inunde la habitación. 


Descanso mi cabeza en su pecho y me relajo. Solo puedo pensar en mis hijos, en todo lo que sucedió y sonrió sin parar con cada recuerdo y cada pensamiento. 


—Duerme un poco... —me pide él—. Descansa. La enfermera te despertará para que le des de comer a nuestro bebé —me dice besando mi frente—. Te traerán la cena en una hora como mucho. 


Asiento levemente con la cabeza. Él rodea mi torso con su brazo y yo cierro los ojos cuando comienza a acariciar mi cabello y mi espalda tiernamente. 


Suelto un suspiro y empiezo a quedarme dormida pensando en mi bebé, en mi familia y en lo feliz que soy.




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