Pedro me ayuda a ponerme de pie, caminamos por más pasillos y no dudo en sonreír cuando el sexo masculino me observa de pies a cabeza por el hospital. Estoy paseándome por ahí con la doctora y Pedro, pero me veo hermosa y sexy, y el color azul de mi bata hace resaltar mi piel blanca. Todos babean y yo sonrió a cada instante.
—Deshace de esa sonrisita —ordena Pedro, tomándome de la cintura en gesto posesivo. Sonrió en mi interior y luego le sonrío sin decir nada.
Llegamos al primer lugar para que me tomen muestras de todo y Pedro debe alejarse de mí. Me sorprende lo calmada que estoy. Por ser una reina del drama es extraño que no haya ninguna escena hasta ahora. Tal vez todo el miedo que siento me hace ser una persona normal y no exagerarlo.
Paso tres horas enteras de un lado al otro. Mi vientre ha puesto duro en varias ovaciones y la Doctora Pierce ha tomado nota de todo. Está muy callada y me observa pensativa.
Quiero preguntar qué sucede, pero mi cabeza duele al igual que mi espalda, siento que Pequeño Ángel va a caerse de mi interior cada vez que respiro y en este momento solo quiero estar con Pedro y regresar a casa.
A las dos de la tarde regreso a mi habitación con un poco de dolor en el vientre que sigue poniéndose duro. Pedro se sienta a mi lado cuando una de las enfermeras trae mi almuerzo. Es completamente horrible y siento nauseas, pero tengo tanta hambre que no puedo resistir. Hambre, ansiedad, miedo, nervios... Todo al mismo tiempo.
—Todo estará bien... —asegura acariciando mi cabello.
Suelto la cuchara para la sopa de vegetales y miro mi vientre.
—Tengo mucho miedo —confieso—. ¿Qué sucederá si el parto es hoy? No me siento lista Pedro, no podré hacerlo —siseo sintiendo como mis ojos se empañan.
Ahora estoy más que aterrada y actuando como la Paula de siempre. Oímos unos golpes en la puerta, Pedro deja de besarme y acariciarme, y ordena que entre. Al ver a mi padre suelto otro sollozo y dejo escapar esas lágrimas que tenía acumuladas en mis ojos. Abro mis brazos de par en par y recibo su abrazo. Puedo ver el miedo en sus ojos, pero su sonrisa me dice que todo está bien.
—Princesa... —susurra acariciando mi cabello. La maldita puerta se abre de nuevo y veo por fin a la Doctora Pierce.
Trae papeles entre sus manos y al ver a mi padre pone los ojos en blanco con una sonrisa. Ambos se saludan de manera informal porque se conocen desde hace años y luego por fin la atención se centra en mí.
—¿Has vuelto a sentir que tu vientre se endurece?
Asiento levemente y ella me indica que abra las piernas de nuevo. Mi padre rasca su cabeza de manera nerviosa y luego sale de la habitación sin decir nada. Pedro me quita la ropa interior y eleva mi camisón con cuidado. Vuelve a suceder lo mismo de antes: ella me inspecciona, y sé que esta vez no es nada bueno.
—Los estudios que le hicimos a tu bebé son buenos, pero negativos. Sus pulmones han madurado, pero ya no hay líquido amniótico.
—¿Qué quieres decir? —indago con un hilo de voz. Pedro parece perdido y no sé por qué. Voy a desmayarme en cualquier segundo.
—Tiene que nacer de inmediato, Paula.
—¿Qué? —decimos Pedro y yo al mismo tiempo. No ahora, esto no puede estar pasándome.
—Esos dolores en el vientre son por las contracciones que has tenido y te has dilatado casi cuatro centímetros. En un par de horas te llevaremos a la sala de parto.
—¿Y… y la epidural? ¿Qué sucederá con eso? —pregunto desesperada. Ella suelta un suspiro y luego se sienta a mi lado en la camilla, mientras que Pedro nos observa en silencio.
—Voy a decirte la verdad —murmura—. Para ti la epidural no será buena, Paula. El dolor no será tan intenso, pero perderás fuerzas y un parto que puede demorar cuarenta minutos se alargará a dos horas con ella, ¿comprendes? Es preferible que duela y se pase rápido, además, no podemos arriesgarnos a demorar. Tu cuerpo está débil, aún no sé bien que sucede, pero tienes las defensas bajas, tu peso no está del todo bien...
—Pero...
—La pérdida de sensación en la parte inferior del cuerpo hace que el reflejo de pujar se debilite, y tal vez te resulte más difícil dar a luz. Lo haremos a mi modo.
Luego de decirme eso me sonríe como si nada sucediera y se va. Me pierdo por unos segundos mirando a la nada y luego siento como Pedro comienza a respirar airadamente.
Sé que me dirá que todo estará bien y juro que si lo hace lo golpearé, ahora estoy nerviosa y enojada.
—¿Qué quiso decir con eso, Paula?
—No lo sé —respondo en un susurro, pero estoy mintiendo.
Creo que sí sé lo que sucede, pero él no debe saberlo.
A las cinco de la tarde sigo en la habitación en la que estaba y me refuerzo del dolor. La doctora ha venido un par de veces a controlar mis construcciones que son cada vez más constantes y mucho más intensas. Es el peor dolor que he sentido en toda mi vida. Pedro sigue a mi lado y deja que le clave las uñas en su mano cuando duele demasiado. Trato de tranquilizarme y respirar, pero no puedo hacerlo. Quiero que saquen a Kya de una vez. Ya no lo soporto. Tengo los ojos llorosos, calambres en las piernas y mi cabeza duele.
Es una mezcla espantosa.
—Pedro, ya no lo soporto... —sollozo y comienzo a llorar. Es el dolor más espantoso que he sentido en toda mi vida.
Puedo sentir como si Kya estuviese deslizándose hacia afuera cada vez que mi abdomen se convierte en roca por mucho más tiempo del debido. Él trata de calmarme, pero veo que está más desesperado que yo. Lo veo en sus ojos y lo siento en sus manos temblorosas.
La puerta se abre de nuevo y trato de no insultar a la doctora Pierce por esa estúpida sonrisita en su rostro. Tomo mi vientre y trato de normalizar mi respiración. Recuerdo las clases a las que asistimos Pedro y yo, pero nadie me advirtió de este puto maldito dolor.
—Abre —me dice ella colocándose los guantes de nuevo. Lo hago a duras penas y ella me inspecciona rápidamente—. Muy bien, ya es hora, querida —canturrea con una sonrisa aún mayor. Siento otro dolor apoderarse de mi cuerpo y ya no puedo resistirlo. Me quejo, chillo y lloro mientras que siento como mi frente comienza a sudar. El dolor es mucho más intenso y sé que no podré hacerlo. No soy lo suficientemente fuerte para algo así—. Estás coronando, cielo. Pediré una camilla y te llevaremos a la sala de parto.
—¿Coronando?— pregunta Pedro. No puedo verlo, pero sé que frunce el ceño.
—Ya se puede ver la cabeza del bebé. Tu hija esta apresurada por salir.
*****
Minutos más tarde, sigo retorciéndome del dolor, mientras que chillo. Traen la camilla al cuarto para poder moverme.
Pedro frunce el ceño cuando dos enfermeros tratan de cargarme, pero él los despacha de la habitación, y luego me toma entre sus brazos. La doctora Pierce se ríe y no lo disimula ni un poco, Pedro besa mi frente y me murmura dulces palabras mientras que acomodan mi cuerpo. Luego siento la camilla moverse durante varios segundos. Es desgastante y hace que me desespere.
—No me dejes sola —sollozo cuando estamos por entrar a la sala. Tomo su mano con mucha fuerza y veo como sus ojos se empañan. Me besa en los labios y luego una de las enfermeras lo separa de mí—. ¡No! Tiene que estar conmigo —lloriqueo, y siento como el pánico me invade.
—Tranquila —me dice—. Irá a cambiarse y regresará en unos minutos. Estará contigo —me asegura, y eso logra aliviarme, pero no a los dolores que hacen que comience a jadear y a gritar.
Los enfermeros me toman con cuidado y me depositan sobre la cama de la sala de parto. Otra enfermera acomoda mis piernas a cada lado en un soporte especial y eso me produce una sensación extraña. Quiero a Pedro.
Observo hacia todos lados, pero solo veo a enfermeros vestidos de azul y a enfermeras preparando cosas.
Comienzo a llorar y me muerdo la lengua para no gritar.
Estoy aterrada. Esto es algo que nunca podré olvidarme, es uno de esos momentos en la vida de una mujer que son únicos e irrepetibles, no importa cuántas veces lo hagas, cada veces especial, y estoy segura que nunca volveré a hacer esto. Tengo dos hijos, no podré soportar algo así de nuevo.
—¡Oh, por Dios! —me quejo, y cierro los ojos con todas mis fuerzas. Trato de mover mi mano de un lado al otro en busca de mi esposo, pero no está ahí y demora unos diez minutos en aparecer. La habitación está llena de gente y nadie deja de hablar, comentan sobre sus vidas como si fuese un día de paseo de domingo por la tarde y no un parto en donde una mujer se parte en dos del dolor.
—¡Cielo! —chilla Pedro y aparece a mi lado. Me toma de la mano con mucha fuerza y comienza a sudar igual que yo.
Hay barullo y murmuro por todas partes. Abro mis ojos y cruzo mi mirada con la suya. Los deseos de llorar no se pueden explicar. Es felicidad, miedo, angustia, ansiedad, desesperación… Todo al mismo tiempo. No podré hacerlo. No lo lograré.
—Cuando te diga, tienes que comenzar a pujar, querida —murmura la partera—. Cuando pujes, respira profundamente y, cuando no lo hagas, deja salir el aire.
—¡Deja de hablar como si fuera fácil! —grito furiosa, mientras que clavo mis uñas en la mano de Pedro. Él me besa y me susurra cosas bonitas para que la situación se calme, pero no podré. No podré hacerlo.
—¿Lista? —me pregunta.
—¡No! —grito entre llanto—. ¡No estoy lista!
—Vamos, puja —me dice ella muy relajada.
Cierro los ojos con todas mis fuerzas y siento como Pedro tensa su brazo y me agarra con mucha más fuerza. Está al lado mío, pero lo siento a miles de kilómetros.
Lloriqueo, respiro profundamente y comienzo a pujar, mientras que él me ayuda a mantenerme en posición. El dolor es mucho más intenso que antes. Aprieto los dientes y grito, trato de no hacerlo, pero no puedo. Recuerdo que una vez leí un artículo que decía que el dolor de parto se siente como si todos los huesos de tu cuerpo se partieran a la mitad. Imagino todo los huesos de mi cuerpo rompiéndose al mismo tiempo. Es así como me siento ahora y el dolor no se va. Sigue ahí.
—Muy bien, ahora suelta el aire.
Me echo hacia tras y lloro, mientras que siento como mis uñas se clavan en la piel de Pedro. Él acerca su rostro al mío y abro los ojos para poder verlo.
—No puedo hacer esto, Pedro —sollozo—. No podré hacerlo…
—Escúchame, cielo… —murmura con los ojos cargados de lágrimas—. Te amo, ¿comprendes? Te amo con todas mis fuerzas y te necesito… Sé que puedes hacerlo, Paula. Siempre voy a creer que puedes hacerlo porque eres una mujer increíble y sé que lo harás, cariño…
—Puja de nuevo —me dicen.
Hago fuerza y aprieto aún más la mano de Pedro. Lloro del dolor y al mismo tiempo de la felicidad. Siento que me rompo en mi interior y puedo jurar que incluso veo fantasmas paseándose por la habitación.
—¡Pedrrrroooo! —grito, y hago toda la fuerza de la que soy capaz.
—Relájate —vuelve a decir la partera—. Solo unas cuantas más y ya está. Falta poco —asegura, pero no me veo capaz de creerle ni una puta maldita palabra. La odio, la detesto.
—Vamos, cariño. Tú puedes hacerlo —me dice, acariciando mi frente. Está desesperado, puedo sentirlo, pero todo lo que dice no me ayuda en nada.
Me ordenan que puje de nuevo y lo hago entre gritos. Ya no siento las uñas y creo que las he pedido en la piel de Pedro.
Es el peor dolor que he experimentado jamás. Es como si esos huesos rotos estuviesen perforando mi piel y no se detienen. Siento que voy a morir. Pujo de nuevo y olvido toda la mierda de las clases pre-parto a las que he asistido.
Aquella mujer también era una estúpida con su “Respira y cálmate”. Puedo apostar mi puta vida a que jamás pasó por esto y la odio por eso.
—¡Dos más! —gritan.
Pedro cambia su posición y se coloca detrás de mí, al borde la camilla. Me toma de ambas manos y me ayuda a hacer fuerza. Es como si el estuviese tratando de darme sus fuerzas para que pueda hacerlo. El dolor no se va, pero me siento valiente aunque esté muriendo de miedo.
—Vamos, Paula —me dice él—. Sé qué puedes hacerlo, cielo. Dos más y se acaba el dolor…
Pujo una vez más y suelto el grito más ensordecedor de todos, luego aprieto los dietes y cuando sé que debo descansar no lo hago, soporto el dolor y saco fuerzas de algún lugar. Pujo un poco más y luego si me dejo vencer.
—La ultima y con mucha fuerza —grita la mujer de azul mientras que mira fijamente entre mis piernas.
Pedro vuelve a darme sus palabras de aliento que no me sirven de mucho, me seca el sudor de la frente con su mano y luego tensa su brazo para darme fuerzas. Pujo una vez más y ahora el dolor es mucho peor. Siento cuchillos atravesando todo mi cuerpo, es como si estuviesen triturándome por dentro.
Hago más fuerza, sí que puedo hacerlo, puedo hacer esto.
No soy débil, no soy débil, nunca lo seré si se trata de mi felicidad, de mi vida y de mi familia, no soy ni débil ni frágil, no tengo miedo, soy fuerte…
Todo el dolor desaparece y siento una sonrisa en mi rostro.
Ahora me siento bien. Es como si mi cuerpo ya no existiera y apenas soy consciente de lo que sucede, hasta que oigo ese llanto, ese pequeño y al mismo tiempo escandaloso llanto que hace que comience a llorar de felicidad. Es una felicidad de la que me quiero volver adicta, quiero más y más… Es ella, es mi hija y ya está aquí…
—Oh, por Dios… —sollozo y miro hacia todos lados, pero veo figuras borrosas de azul y también los ojos miel de Pedro llorando junto con los míos. La sonrisa que veo en su rostro es hermosa, jamás había visto algo así. Siento que mis ojos pesan y solo quiero dormir, pero oigo ese llantito que me mantiene despierta.
—Sabía que lo lograrías, cariño… Te amo —sisea besando mis labios—, te amo, te amo…
Comienzo a respirar con normalidad y mi cuerpo me ordena que cierre los ojos y duerma, comienzo a hacerlo, pero Pedro me despierta y veo a una enfermera asomarse con mi pequeña bebita en brazos. Me la enseña a lo lejos y luego la coloca sobre mi pecho. No hay palabras para describir lo que siento.
Abro los ojos y las lágrimas no me dejan verla del todo, pero soy feliz, soy la persona más feliz del mundo. Ella mueve sus bracitos de un lado al otro, mientras que llora y busca algo, pero no sé qué exactamente. Pedro tiene las mejillas empapadas y mueve su mano para acariciarla. Hago lo mismo que él y cuando lo hacemos ella deja de llorar. Su cabello es de un castaño claro, su carita es perfecta y su piel está completamente rosada, no abre sus ojos, pero puedo dar mi vida porque sé que son hermosos.
—Bienvenida al mundo, Pequeño Ángel … —murmuro con la garganta seca y la voz apagada. Pedro la besa en la frente y yo hago lo miso—. Te amo, hija…
No sé qué decir, no tengo palabras y Pedro tampoco, estamos sorprendidos y cegados por la felicidad del momento. No hay palabras para describir lo perfecto que es todo.
—Ahora van a llevársela —le digo a Pedro sin dejar de mirarla—. No te apartes de ella ni un segundo, ¿de acuerdo? Se la llevarán y tienes que estar detrás de ella… —le suplico.
—Pero...
—Yo estaré bien. No la dejes sola ni un solo minuto.
La enfermera me pide para retirar a Kya de mis brazos. La beso una vez más y recuerdo su carita. Es una imagen que guardaré por siempre en mi memoria.
Pedro la besa también y luego veo como mi niña y su padre se alejan, pero no me preocupo. Si Pedro está con ella todo estará bien, como dije que lo estaría. Mis ojos se cierran, y solo quiero descansar…
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