viernes, 13 de octubre de 2017

CAPITULO 47 (TERCERA PARTE)






Todo está bien. Demasiado bien diría yo. 


Superamos lo que quedaba de febrero y todo el mes completo de marzo sin ni una sola discusión fuerte, siempre hubieron pequeñas disputas por ver quien tenía la razón, pero era obvio que yo ganaba y, si no lo hacía, lo besaba una y otra vez hasta lograrlo. 


Él no mencionó el tema y yo tampoco. Decidí perderme en nuestra burbuja y evitar hablar de lo que debíamos hasta que por fin llegó momento de hacerlo, estamos en mayo, cada vez queda menos tiempo. Sé que se molestará, será egoísta y le diré miles de cosas, pero confío que me apoyará en esto. Mi celular comienza a sonar sobre mi mesa de maquillaje, cruzo la tienda individual y lo tomo rápidamente. 


Veo el nombre en la pantalla y miro hacia todas las direcciones para comprobar que Pedro no está merodeando por aquí. 


—Hola —respondo por lo bajo. 


—No tengo mucho tiempo para esto —espeta secamente como siempre lo hace. Pongo los ojos en blanco y acaricio a mi pequeño angelito, mientras que me preparo para su falta de educación—. ¿Vendrás sí o no? 


—No lo sé —respondo—. Tengo que decírselo a Pedro. Tienes que entenderme —le pido, tratando de no enloquecer. 


Esto es desesperante. 


—A las diez, en la casa de té que te he dicho. Suelto otro suspiro y veo que raramente la llamada no ha finalizado. 


—¿Por qué siento que esto está mal, pero que es lo correcto? —pregunto con un hilo de voz, pero no hay una respuesta por su parte. Estoy confundida y con miedo, necesito a Pedro conmigo. No haré nada si él no me apoya en toda esta mierda.



Oigo el sonido de la llamada finalizada y luego suelto con brusquedad mi celular sobre el mismo lugar en el que estaba. Tomo mi bata de seda y la coloco sobre mi cuerpo. 


Camino por el pasillo y oigo risas provenientes de la habitación de Ale. Eso me hace sonreír de inmediato. Me acerco y observo desde la puerta. Pedro y Ale están jugando en la cama con el teléfono celular. Me hago ver y Ale rápidamente extiende sus bracitos en mi dirección. Me acerco a él y me siento con la espalda apoyada sobre el cabezal de la cama completamente desarreglada. 


—¿Qué están haciendo? —pregunto viendo a Pedro. Me sonríe dulcemente y luego señala su celular. 


—¡Estamos jugando! —exclama mi niño señalándome el juego de pajaritos irritantes que me molesta—. Papá Pero ha perdido muchas veces —dice con unas sonrisa. 


Beso su frente de nuevo y, luego de unos minutos en familia, decido que es momento de hablar con él antes de que todo estalle y se marche a la oficina. 


—Ale, hijo —lo llamo para que me preste atención a mí y no el celular—, ¿por qué no llevas a Dog a la cocina para que desayunemos todos juntos? —sugiero, señalando al cachorro que está mordiendo una pelota de color azul mientras que revolotea en su cesta para dormir. Mi pequeño se mueve de inmediato. Besa mi mejilla y luego la de Pedro


Le entrega el celular, se coloca sus zapatos y toma a su cachorro. Cuando sale de la habitación, me pongo de pie y Pedro hace lo mismo. 


—Ha llamado y quiere verme a las diez —siseo cruzándome de brazos. Admito que tengo miedo, no sé cómo reaccionará. Si me dice que no, mi corazón se romperá, me molestaré y lo enviaré a freír espárragos por imbécil—. ¿Tú quieres acompañarme? —pregunto esperanzada—. Si no lo haces, está bien, lo entenderé… 


Él suelta un gran suspiro, cruza la habitación y se coloca delante de mí. Acaricia el dorso de mis brazos y me mira de manera confusa. Sé que esto no le gusta para nada, jamás le ha gustado, pero no es mi culpa. 


—¿Es importante para ti? 


—Mucho. Sé que dije que no quería saber nada de mi pasado y todo lo que ya me has dicho, pero siento que es lo correcto.



Hay otro suspiro. Comienzo a ponerme nerviosa. Quiero que deje de suspirar y que se comporte como un hombre o estallaré en cualquier momento. 


—¿Has hablado con tu padre sobre esto? —cuestiona—. Creo que es correcto que él lo sepa. Agacho la cabeza y miro el suelo un par de segundos. 


—Lo sé. Es solo que no quiero hacerlo por el momento. Hablaré con ese sujeto y luego se lo diré a mi padre. 


—Está bien, cariño. —dice por fin y logra arrancarme una sonrisa—. Te acompañaré. 


Doy un gran brinco por causa de la emoción y me lanzo a sus brazos. No me esperaba este tipo de reacción, bueno, en realidad, muy en el fondo sabía que lo haría. ¡No puedo creerlo! Si irá, me acompañará a ver a ese sujeto y por fin podremos aclarar todo esto de una vez. 


—No tienes que golpearlo —digo rápidamente, señalándolo con un dedo a modo de advertencia. Lo conozco y sé que perderá el control. Veo una sonrisa en sus labios y al elevar sus manos en señal de inocencia sé que está mintiéndome. 


—No te prometo nada —Me toma de la cintura y me da un hermoso y dulce beso en los labios, mientras que una de sus manos acaricia a nuestra hija por encima de la tela de mi bata—. Ven, vamos a desayunar. 


A las nueve y unos pocos minutos nos despedimos de Ale y caminamos por la cochera del edificio. Estoy nerviosa. No he dicho ni una sola palabra y sé que lo que haré será una completa locura. Pedro toma mi mano firmemente durante todo el camino, pero sé que puede sentir mis temblores. Me siento extraña. Tengo una leve sensación de que algo pasará, es como si mi cuerpo tratara de advertirme de algo, pero no estoy segura de qué. 


—¿Te sientes bien, cielo? —pregunta abriéndome la puerta del coche. 


Asiento levemente con la cabeza y luego cierro los ojos cuando me besa en la frente. Pedro rodea el vehículo y abre la puerta del conductor, me preparo para sentarme, pero lo único que logro percibir es algo completamente mojado deslizándose entre mis piernas. No puedo controlarlo, solo siento como fluye. Entro en pánico, el mundo se detiene, y observo mis jeans completamente oscurecidos por una mancha liquida. 


Pedro… —logro decir sintiendo como me hace falta oxígeno en los pulmones. Esto no puede ser, está mal, muy mal, aún falta todo un mes y unas semanas, no ahora, no en este maldito momento—. No, por favor, ahora no —murmuro mirando mi vientre. 


Coloco mis manos sobre mi hija, pero es inevitable, sucederá. Pedro corre a mi dirección y al verme sus ojos se abren de par en par. Su piel esta pálida y puedo ver que le falta el aire al igual que a mí. Es hora. 


—Paula… —logra decir luego de unos segundos, ninguno de los dos logra reaccionar, es un miedo inevitable, un miedo desesperante que toma el control de tu cuerpo—. Hay que ir al hospital —murmura rápidamente. Me observo y luego a él. 


No iré así. Jamás. 


—No —le digo, colocando ambas manos en su pecho. Mis ojos están llenos de lágrimas, pero tengo que tener el control. Siempre he dicho que tengo el control de todas las situaciones y hoy eso debe de ser verdad. Hoy más que nunca—. Volveremos al apartamento, llamarás a la doctora Pierce, yo me daré un baño y luego iremos al hospital —siseo completamente segura. Puedo ver en sus ojos que está desesperado—. Tenemos que guardar la calma, Pedro. Esto no es como en las películas —aclaro—. No estoy muriéndome de dolor. No siento nada —le explico. 


Él parece calmarse. Suelta un suspiro y luego se agarra la cabeza con ambas manos. 


—Aún falta un mes —murmura con la mirada perdida—. Un mes… 


—Tranquilo —Es ridículo que esté calmándolo, esto debería de ser al revés—. Esto no debe de ser grave, tal vez no sea hora. Leí en una revista que este tipo de cosas pueden pasar, tranquilo. Vamos. 


Pedro toma mi mano y caminamos apresuradamente. Ahora las manos que tiemblan son las suyas. En mi mente rezo una y otra vez para que Kya esté bien y que nazca a término. Ni siquiera he llegado a las veintiséis semanas y si nace antes será un parto prematuro y eso es a lo que más le temo. Entramos al departamento y nos detenemos en la puerta al ver que esto realmente está sucediendo. Pedro me ayuda a bajar las escaleras, mientras que tomo mi vientre. 


He comenzado a sentir mi vientre duro, pero eso es algo normal y tolerable. El dolor de espaldas es costumbre desde que cumplí seis meses y nada parece estar fuera de lugar. 


—¿Qué sucedió, por qué ya regresaron?—pregunta Agatha saliendo de la cocina, mientras que seca sus manos en un repasador. Observo a Pedro y trato de hablar, pero no puedo. 


—Dile a Maya que cuide a Ale. Acompáñala —ordena Pedro, mientras que me señala y toma el teléfono de su bolsillo. 


Ella me escanea con el ceño fruncido y al notar lo que sucede suelta un grito de horror. Parece desesperada y eso hace que el miedo aumente al paso de los segundos. No podré, no podré hacerlo. No soy fuerte, es todo lo contrario. 


Subo las escaleras a toda prisa y no dejo mi vientre ni un segundo. A lo lejos oigo a Pedro hablar por teléfono y parece molesto y desesperado. Lo sé por sus gritos. 


Tengo temor que algo le suceda a mi hija si demoro mucho, pero aún no siento nada extraño. Mi vientre se endurece a cada rato, pero esas eran cosas que me sucedían antes. Es confuso, no sé qué pensar. 


Llego a la ducha y me quito todo lo que tengo encima, me doy una ducha exprés solo para sentirme bien. Jamás habría ido al hospital de la manera en la que estaba. Ahora me siento mejor. Llego a mi armario, me coloco mi ropa interior sin preocuparme de cual he escogido exactamente, tomo uno de mis bolsos de cuero de tamaño grande y coloco otra muda de ropa interior dentro. No sé qué sucederá, pero es por si acaso. Kya. Quiero a mi hija conmigo, pero no ahora. 


No así. Me visto velozmente, sin nada extravagante, desarmo el rodete de mi cabello y lo peino con mis dedos. 


Es un desastre pero no debo demorar más. Tomo mi bolso otra vez y coloco un camisón de seda dentro, mi bata a conjunto y otro piyama de algodón. Me aseguro de que ninguno de mis objetos de higiene me haga falta y cuando estoy por salir del cuarto con las manos y las piernas temblorosas, Pedro aparece. 


—Cariño... —me dice, besando mi frente. Trato de fingir que todo está bien, porque él ya se ve aterrado por los dos, pero en mi interior grito una y otra vez que no estoy lista para esto—. He llamado a Gabriel, se quedará con Ale, Maya también, tu padre está en camino y Agatha ya ha preparado todo lo necesario.



—¿Que dijo la doctora Pierce? —pregunto de inmediato. No quiero saber sobre el resto del mundo. En este momento yo soy realmente importante. Yo y solo yo. 


—Nos espera en el hospital. Te harán una revisión y algunos análisis —murmura dulcemente, mientras que trata de distraerme con suaves caricias. 


Beso sus labios y dejo escapar todo el temor que me consume. Él me abraza fuertemente y luego acaricia a su hija. Me besa de nuevo y luego me ayuda con mi bolso. 


Llegamos a la sala de estar, me despido de mi pequeño angelito tratando de no llorar, lo abrazo y le prometo volver pronto. Agatha le entrega a Pedro el bolso de Kya color lavanda con flores, y luego por fin nos marchamos. Durante el camino ni uno de los dos dice palabra. El silencio es incómodo y lo único que se oyen son nuestras respiraciones aceleradas. Él está aterrado y yo también. Tengo miedo, mucho miedo. No podré hacerlo. No podré 


—Todo estará bien, cielo —susurra cuando nos detenemos en el estacionamiento. Volteo mi cabeza hacia su dirección y mis labios se mueven y tiemblan como gelatina cuando trato de no llorar. 


—Lo siento... —sollozo abrazándolo. Por fin puedo expresar mis emociones, quiero salir corriendo. Nunca estaré lista para algo así—. Tengo miedo... —sollozo, y luego cierro mis ojos con todas mis fuerzas al sentir como mi vientre se pone duro como una piedra. 


Aprieto el hombro de Pedro y trato de respirar con normalidad, pero no es tan sencillo. Recorremos el pasillo y por fin llegamos a la recepción. Pedro comienza a darle sus datos y los míos también a la chica del mostrador. Luego pasamos hacia la sección de más pasillos y por fin subimos hasta el piso tres. Encontramos a la doctora Pierce de inmediato y al verme su mirada cambia y una sonrisa se forma en sus labios. 


—Cuando Pedro me dijo lo que sucedió, creí que llegarías aquí llorando y gritando —murmura tomándome el pelo—, pero te ves muy bien. 


—Mejor cierra la boca y has tu trabajo —ordeno de inmediato. 


Su sonrisa no desaparece, sabe que no puedo enojarme con ella y eso me molesta. Me cruzo de brazos mientras que caminamos por otro puto pasillo hasta una habitación privada, solo para mí. Completamente mía.



Pedro acomoda ambos bolsos enormes sobre un rincón, luego la doctora me ordena que me desvista y me entrega una bata de hospital. La ignoro por completo, tomo mi camisón de seda de mi bolso, me desnudo, me lo coloco y luego tomo mi bata a conjunto. 


—Como quieras entonces, querida —murmura con desdén—. Comencemos con los análisis. 


Hace que me recueste sobre la cama y puedo suspirar por causa del alivio. El dolor que siento en lo bajo de la espalda desaparece por completo. Ella se coloca unos guantes de látex y luego me indica que me abra de piernas. Pedro toma mi mano y puedo notar lo incomodo que está por la situación. Me acaricia los nudillos con sus dedos y mira hacia otro lado. Sé que está nervioso y tenerlo así me produce mucha ternura. La doctora comienza a examinarme y por su rostro fruncido sé que algo anda mal. 


—¿Que sucede?—pregunto elevando mi cabeza para que me pueda ver. 


—Tranquila, querida. Todo está bien por el momento —asegura con sinceridad y me deja más calmada. Pedro suelta otro suspiro, luego me acomoda la ropa interior y vuelve a colocar el camisón de seda en su lugar. Cierra mi bata y me sonríe. 


—¿Qué sucederá ahora?—pregunta volteandose en dirección a ella. 


-Paula debe de hacerse unos cuantos análisis y luego les diré si pueden irse a casa o no.



No hay comentarios:

Publicar un comentario