viernes, 20 de octubre de 2017

CAPITULO 4 (EXTRAS)




Él se asoma por entre las mesas repletas de gente fina y elegante. Todos parecen notar su presencia rápidamente. Es como en un video musical. El hombre alto y guapo que hace que todas suspiren. Todas, menos yo. Pongo los ojos en blanco. 


Su actitud es algo desesperante.


Me localiza entre la gente y al verme, una amplia sonrisa se forma en su rostro. No puedo evitar mirarlo con completo detenimiento. Trae un saco negro entre las manos y un muy elegante reloj como accesorio acaparador de atenciones, luce un pantalón negro y una camisa blanca. Solo eso. 


Simple, sencillo, pero al mismo tiempo deslumbrante. Me hace sentir rara. Miro mi atuendo levemente. Me hace creer que estoy vistiendo demasiado formal y, en cambio, él demasiado informal. Está completamente despreocupado y parece muy relajado y confiado.


—Buenas noches, señorita Chaves —dice colocándose delante de mí.


Tardo en reaccionar. Me pongo de pie y con mi peor mirada extiendo mi mano para que la estreche, pero en vez de eso, la besa con delicadeza y me toma por sorpresa por segunda vez. Clava sus ojos marrones en mí por varios segundos y mira mi atuendo. Su expresión me indica que le gusta lo que ve, pero no necesito su aprobación, solo quiero que hable y vaya directo al grano.


—Llegas algo tarde —le digo secamente.


He esperado más de diez minutos y no me gusta la impuntualidad. No tolero esperar. Sé lo qué va a decirme, ya tengo una decisión, pero solo quiero hacer todo esto rápido para que mi madre deje de presionarme. Necesito estar tranquila.


Suelta mi mano y luego se sienta delante de mí en la pequeña mesa para dos que ocupa poco espacio en el amplio salón de uno de los restaurantes más solicitados de Londres.


—Lamento la tardanza —me dice a modo de disculpa—, pero tenía que recoger algo importante al salir de la empresa —informa con la esperanza de que mi sequedad cambie, pero no será así, conmigo nada es sencillo.


—Bien —le digo con sumo desinterés.


—Bien —me dice.


—Bien —reitero por última vez, intentando no perder la calma—. Dime qué quieres porque no tengo demasiado tiempo.


Toma el menú entre sus manos y finge leerlo por varios minutos.


—No es necesaria la prisa, señorita Chaves. Creo que es preciso el tiempo para poder hablar sobre esto —escruta con una gélida sonrisa. Me descontrolo por dentro. Está haciéndolo apropósito. Sabe por lo que estamos aquí, no me gustan estos jueguitos sin sentido, no me gusta perder mi valioso tiempo en tonterías.


—¿Qué quieres ordenar, Paula? —pregunta, clavando su burlona mirada en mí.


Mi nombre suena tan extraño cuando él lo pronuncia, tan… incómodo y perturbador. Como si pronunciando mi nombre pudiera ver atreves de mí.


—No tengo hambre —respondo rápidamente.


—Bien, pues yo sí —me informa—. Llamaré al camarero.


Espero unos minutos en silencio hasta que Pedro realiza su orden. Miro mi celular una y otra vez para comprobar que mi madre no está atosigándome como lo ha hecho en los últimos siete días. Hace una semana que lo vi, ni siquiera lo conozco, pero la propuesta que tiene en mente para ambos me asusta y al mismo tiempo me gusta. No sé qué sentir exactamente. Sé que mi apellido necesita de esto, pero ¿Qué hay de mí? ¿Qué es lo que realmente quiero?


—¿Has pensado una respuesta? —cuestiona estirando su mano por encima de la mesa—. Debo confesar que me sorprendió tu llamada. No pensé que lo decidirías tan de prisa —Acaricia mi brazo levemente y me toma por sorpresa. Intenta hacer que esto sea más fácil, pero todo se torna más incómodo que antes.


—Ya lo pensé —digo retirando mi brazo y también moviendo un mechón de pelo detrás de mi oreja. No quiero que me toque, no aun—. Sé lo que quiero, sé lo que debo hacer, pero para estar segura, necesito que me digas que crees que sucederá realmente, porque intento encontrar una explicación a esta propuesta, pero no la encuentro.


Pedro se mueve incomodo en la silla, mira sus manos cerca de las mías y luego suelta un suspiro. Está pensando una buena respuesta y yo me muero por oír lo que tiene que decir. Quiero terminar de comprender todo este asunto, solo por mera curiosidad.


—Tu padre está en quiebra, necesita apoyo económico y me interesa hacer una inversión en su empresa. Eso es todo —asegura evitando mi mirada.


—¿Y por qué estoy incluida en el paquete? —pregunto con la mirada desafiante.


—Porque sé que valdrá la pena —murmura con una media sonrisa.


—Explícate —ordeno. No me gusta que le de tantas vueltas al asunto.


—No es necesario que lo explique. Te quiero a ti, quiero que tengas mi apellido, quiero que seas mi esposa. Eso es todo. Necesito tener algo que realmente valga la pena en el acuerdo.


Lo miro incrédula. No puedo creer que hable enserio.


—¿Estás hablando enserio? ¿Crees que soy parte de las acciones de mi padre o algo así? —cuestiono completamente indignada.


Quiere sexo, eso debe de ser. Quiere una esposa de adorno, pero sé que podré aceptar eso con tal de obtener lo que quiero. Hay caprichos que debo cumplir.


—Jamás te trataría como un objeto. Te estoy pidiendo que formes parte de mi vida, quiero que seas mi esposa, sabes que te daré todo lo que quieres.


—Quieres una hermosa esposa de adorno —afirmo.


—Hermosa esposa, si —musita sonriente—. Adorno, no.


Bien, si me quiere porque soy hermosa, si seré un adorno, pero tendré lo que quiero. Esto nos conviene a ambos, aunque sé que hay algo oculto detrás de todo esto. Tengo que aceptarlo, el dinero es lo importante, para mi madre también lo es. Si lo hago ya no me molestará.


—Si me dices que sí, nos casaremos en un mes, Paula. Si me dices que no, estás en todo tu derecho, pero vas a prohibirme la oportunidad de conocer a la mujer que he buscado durante toda mi vida.


Se pone de pie llamando la atención de todo en el lugar. Los demás comensales observan la escena y realmente no sé qué hacer. Hay una agradable música de fondo y cuando veo que se coloca de rodillas delante de mí con una sonrisa pícara, se lo que hará. ¿Realmente lo hará? No puedo creerlo.


Se oyen los grititos emocionados de las demás mujeres y veo sonrisas arrogantes y presumidas a mí alrededor. 


Alfonso toma una caja de terciopelo color negro y luego la abre delante de mí, dejándome observar un hermoso, costoso e inmenso anillo con un diamante blanco que me dice hola solo a mí.


—¿Paula Chaves, quieres casarte conmigo?



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