viernes, 20 de octubre de 2017
CAPITULO 2 (EXTRAS)
Acabo de dejar mi cabello perfecto. Me miro al espejo y luego estiro mi brazo para tomar el vestido negro ceñido que descansa sobre mi cama. Me lo pongo y una arrogante sonrisa se forma en mis labios. Soy perfecta, no cabe duda de ello. Me lo repito cada mañana para que no se me olvide, pero eso jamás pasará, porque lo sé todo el tiempo.
Termino de colocarme los tacones de quince centímetros, me acerco a mi mesa de maquillaje y escojo uno de mis diez tipos de perfumes diferentes. Al mirar mi cuello recuerdo el descarado beso de ese sujeto.
Alfonso, no ha salido de mi mente.
Han pasado más de tres días desde que me retuvo en el ascensor y logró besar mi cuello paralizando la sangre que recorría mis venas. Nunca me sentí vulnerable con alguien y nunca suelo ser vulnerable, pero ese descarado beso me dejó impresionada y me provocó mucho miedo por lo mucho que me gustó. Había deseo y sexo, pero… ¿Por qué no he dejado de pensar en él?
“Deja de pensar estupideces, Paula Chaves. Eres perfecta, hermosa, él no te merece, ningún hombre…” —me dice mi mente y luego mi Paula interior me da una leve palmadita en la espalda para que siga con mi perfecta vida tal y como es.
Nada que hacer. Cosas que comprar, gente incompetente a la que debo poner en su lugar y sobre todas las cosas a un hombre al que alejar de mis pensamientos.
—Lista, más que lista. Siempre perfecta —me digo a mi misma, mirándome al espejo.
Me gusta lo que veo, siempre me gusta. Enderezo la espalda, elevo la barbilla y luego sonrío en un vago intento por sentirme mejor conmigo misma. Aún hay vacío en mi interior y eso parece que nunca va a llenarse, no importa cuanto salga de compras, sigue aquí, pero mi sonrisa no lo demuestra.
Salgo de la habitación con uno de los más costosos bolsos de Londres, un hermoso regalo de papá, por cierto. Mis tacones resuenan sobre el suelo de madera pulida de mi apartamento hasta que llego a la cocina, abro el refrigerador de acero inoxidable de doble puerta y tomo una botella de tamaño pequeño con jugo de naranja. Lo bebo rápidamente y considero que ese es un desayuno más que suficiente para mi cuerpo.
Muevo un mechón de pelo detrás de mi hombro y camino en dirección a la puerta. Cuando la abro y elevo la mirada, ahogo un grito y siento como mi pecho se vuelve frío, una extraña sensación se apodera de mi estómago y es como si perdiera el control de mi misma por un segundo.
—¿Qué está haciendo usted, aquí? —exclamo a modo de pregunta—. ¿Cómo sabe dónde vivo? —cuestiono alarmada, aunque intente parecer calmada.
Ahora solo me siento insegura.
La sonrisa cínica de su rostro me resulta maligna y al mismo tiempo sexy. Balbuceo solo un poco y recobro la compostura como siempre suelo hacerlo. Lo tengo todo bajo control y esta pequeña sorpresa no cambiará eso, nunca.
—Buenos días, señorita Chaves —murmura, dando un paso hacia mí.
Aún no sé cómo entró aquí, o que hace o que pretende, pero tenerlo así de cerca, nubla todos mis sentidos sensatos.
—Es un placer volver a verla.
—No volveré a preguntar de nuevo —aseguro con una mirada desafiante. Estoy a la defensiva, pero no tengo otras opciones.
—Es bueno oír eso. Vamos —ordena tomando mi mano—. No tenemos mucho tiempo —dice, dando un paso hacia el ascensor al final del pasillo.
Es evidente que me toma por sorpresa, nunca nadie ha tomado tantas atribuciones así conmigo, y cuando lo hace, me gusta y eso me asusta, me asusta demasiado.
Cierra la puerta de mi apartamento, toma mi mano y entrelaza nuestros dedos sin apartar sus ojos de los mío.
Hay una sonrisa oculta en sus labios, pero puedo percibirla.
La situación le divierte, le gusta y creo que a mí también.
—No iré a ningún lado contigo —le digo de manera más informal—. ¿Qué crees que haces?
Su mirada se vuelve depredadora y esa sonrisa oculta reaparece en menos de unos pocos segundos. Se acerca aun más y cierro los ojos rápidamente cuando su mano se posa sobre mi pequeña cintura. Por alguna razón dejo que lo haga y por alguna otra razón aun peor dejo que lo haga.
—¿Qué quieres?
—Hablar.
—¿Sobre qué?
—Nosotros. —dice cortamente.
—¿Nosotros? —indago alejándome meramente sorprendida.
—Nosotros —reitera, apegándome más a su cuerpo con su fuerte brazo.
¿Por qué no estoy alejándolo de mí? ¿Por qué no puedo apartarme? Es como si fuésemos imanes que tienes que estar juntos de todas las formas posibles. Es algo natural.
—Quieres sexo —afirmo, mirándolo con odio—. ¿Solo eso quieres?
Sonrío de nuevo y él acerca su rostro al mío. Estamos más que cerca. Demasiado.
—Eres un poco arrogante, ¿no crees?
Me rio levemente. Es obvio que no me conoce y nunca lo hará por completo.
—Soy sincera conmigo misma y con los demás. Soy hermosa y es obvio que quieres algo de mí. Pero… ¿Qué hay de ti? Creo que eres igual de arrogante que yo —asevero con una mirada divertida y sexy al mismo tiempo—. Presentarte en mi edificio y tomarme de esta manera es una prueba clara de que me deseas.
—Claro que te deseo —dice rápidamente, sorprendido de sus propias palabras, pero sonando seguro de ellas.
—Entonces si quieres sexo —afirmo con una amplia sonrisa que solo hace que mi ego se eleve por los cielos. Claro que me desea ¿Por qué no lo haría? Le gusté desde que me vio en la oficina de papá y puedo apostar a que no ha dejado de pensar en mi…
“Como tú no has dejado de pensar en el”—me dice mi mente de nuevo, pero decido ignorarla para no admitirlo.
—No quiero sexo, Paula —murmura sonando sexy cuando pronuncia mi nombre.
El agarre en mi cintura se hace más fuerte y puedo sentir como su respiración se acelera en el momento en que mis senos tocan su pecho. Su mirada lo dice todo y no sé cómo hacer para detenerme.
—No estoy entendiendo.
—Te quiero a ti… —murmura sensualmente sobre mi oído, obligándome a cerrar los ojos y a morderme la lengua para no jadear cuando su tibio aliento toca mi piel. —Te quiero toda para mi, pero no de la forma que tu crees…
—No conseguirás lo que quieres esta vez, Alfonso. No estoy disponible.
Me aparto de su agarre. Acomodo mi bolso y luego camino por el pasillo dejándolo detrás de mí. Intento respirar con normalidad, pero todo se hace mucho más difícil, sé qué tipo de hombre es y también sé que no se dará por vencido.
—¡Puedes tener todo lo que tú quieras, si aceptas! —exclama como medida desesperada cuando estoy por entrar al ascensor. Me detengo en seco. Las miles de explicaciones de papá me vienen a la mente. Las miles de quejas de mi madre me torturan y por primera vez siento que haré algo bien si confío en este sujeto—. ¡Puedo beneficiar a tu padre, pero la que saldrá ganando en todo esto serás tú!
—¿A qué te refieres? —pregunto, volteándome en su dirección.
—Ven conmigo y te lo explicaré…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario