martes, 10 de octubre de 2017

CAPITULO 37 (TERCERA PARTE)





Regresamos a casa y Gabriel me ayuda a cargar todas las bolsas hacia la cocina. Cuando estoy allí noto que hay un ramo de flores en medio de la mesada. Frunzo el ceño y me ilusiono por un segundo, pero luego recuerdo que Pedro solo me regala rosas y caigo en cuenta de que tal vez sean flores para Agatha. De otra forma no tendrían por qué estar en la cocina.



—¿Cómo ha ido todo? —pregunta mientras que acomoda algunas cosas en la alacena de galletas para hacer lugar a todos los paquetes que Ale escogió. 


—Todo ha ido bien —le aseguro. He notado que dije esa frase miles de veces desde que Pedro se ha ido y no es verdad—. Compramos muchas cosas. 


—Oh, casi lo olvido —dice volteándose rápidamente—. Esas flores tienen tu hombre en la tarjeta. Como no eran rosas creí que eran para mí o algo así, pero son tuyas —me dice señalando el arreglo floral. Frunzo el ceño y tomo la tarjeta entre manos. 


Si no es Pedro, entonces es Damian. Sé que intentará disculparse por la idiotez que ha cometido ayer, pero simplemente no puedo hacerlo. 


—Pon las flores en agua y quédate con Ale un momento —le ordeno amablemente. 


Me dirijo hacia la sala de estar, me siento en el sillón y acaricio a Kya por un momento. Desde hace varios días mi vientre ha comenzado a ponerse duro y sé que es normal que eso suceda en el embarazo, pero la sensación sigue siendo horrenda. Abro el sobre lentamente y me preparo para alguna disculpa de Damian. 



“Lamento haber sido el responsable de lo que sucedió ayer. Si realmente quieres hablar conmigo sin nada de dramas de por medio te dejaré mi número al dorso de la tarjeta. Hay muchas cosas que debes saber, Anabela. —Lucas. M” 


Ahogo un grito y dejo caer la tarjeta sobre el sillón. Esto tiene que ser una broma de muy mal gusto. Intento calmarme y respirar con normalidad. Este hombre no tiene idea de nada. 


Es solo un fantasma que viene a atormentarme, alguien que quiere hacerme daño y hace todo esto para… No, él no quiere hacerme daño y eso lo sé. Estoy completamente segura, pero también estoy aterrada.



Volteo la tarjeta y ahí está su número. Sé que debo de enfrentarme a esta situación de una vez, pero no estoy segura que sea lo correcto. Algo me dice que debo de mantenerme alejada de él y algo mucho más fuerte me dice que confíe, que ahí están las respuestas que no me he preguntado aún. 


Tomo el teléfono de línea de al lado del sillón y observo como mis dedos tiemblan al marcar el número. No sé qué es lo que estoy haciendo pero debo hacer alguna cosa. Esto es simplemente… 


—¿Diga? —Es su voz. Contengo el aliento y me quedo muda. No puedo mover mi boca—. ¿Hola? —El silencio que se produce parece eterno hasta que oigo como suspira—. ¿Eres tú, cierto? 


—Si… —logro decir con el tono de voz apenas audible—. ¿Qué es lo que quieres de mí? —balbuceo—. ¿Por qué me has enviando esas flores? ¿Qué hay de la tarjeta? ¿Quién eres? 


—Oye, guapa —dice con ese tono de voz que tanto me molesta—. Primero que nada, no hagas de todo esto un drama. Odio que quieras ser la reina del jodido lugar, así que ni te esfuerces. —me dice secamente—. Quiero hablar contigo, pero sin escándalos, ni escenitas de inocencia ni toda esa mierda a la que estas acostumbrada. 


—¿Disculpa? —trato de que mi tono de ofensa se note al otro lado de la línea y cuando lo oigo reír sé que me ha comprendido. 


—¿Estás dispuesta a hablar sí o no? —Parece molesto y no sé qué responder. 


—¿Por qué sabes lo de Anabela? —se me ocurre preguntar—. ¿Por qué has estado siguiéndome? 


—Acepta hablar conmigo y te lo diré. 


Oírlo hablar tan serio y al mismo tiempo como si me estuviese tomando el pelo, me confunde. Tengo miles de ideas en la cabeza y no se me ocurre algo más lógico que preguntar. 


—¿Quieres dinero? ¿Eso es lo que quieres? —Ya no puedo estar sentada en el sillón como si nada sucediese. Me pongo de pie y comienzo a recorrer de un lado al otro la sala de estar, mientras que oigo sus carcajadas al otro lado.



—Joder… Sí que eres tonta. —dice entre risas—. No, guapa. No quiero el dinero de tu esposo. 


— ¿Entonces qué mierda es lo que quieres? —grito desesperada—. ¡Deja de molestarme! 


—Te espero dentro de dos horas en Twinings —me dice secamente y me toma por sorpresa. No, no y no. 


—¿Por qué en Twinings? —pregunto con el ceño fruncido—. ¿Por qué crees que iré? 


—Twinings, porque eras de esas típicas inglesas creídas que beben té a toda hora, y sé que irás porque quieres saber quién soy. 


—No iré a ningún lado contigo —aseguro y estoy dispuesta a colgar de esta llamada sin sentido. 


—Bien, pero eso no le quita que tengas curiosidad por saber quién soy, guapa. 


—¡Eres un imbécil! —grito si saber que más decir. Porque tiene razón. Debo de pensar con claridad. No puedo verme con él en algún lugar, es peligroso, sé que no me hará daño, pero necesito… no puedo creer que haré semejante locura—. En dos horas —le digo—. En mi casa. En donde tengo al equipo de seguridad, en donde sé que mi hijo está cerca y, sobre todas las cosas, en un lugar en el que me siento segura. 


—Tu casa entonces será —me responde con una sonrisa que interpreto como sínica—. Nos vemos luego, guapa. 


Y antes de que pueda siquiera pensar en lo que he hecho, él cuelga y me deja por varios minutos sumida en miles de pensamientos.



***


Lucas colgó el teléfono con una sínica sonrisa. Haber hablado con ella era algo que había deseado desde que supo de su existencia, pero no por el hecho de que le importara hablarle, sino que lo que realmente le había agradado era que ella hubiese llamado. Quería saber quién era él, que quería, y por fin había logrado acercarse lo suficiente. Sabía que no quedaba mucho tiempo. Tenía que aprovecharlo al máximo.



—¿Has hablado con ella? —preguntó su padre entrando a su cuarto en la habitación de hotel. 


Hacía más de un mes que estaba en ese lugar, solo, y no dejaba de preguntarse por qué mierda su padre quería entrometerse en sus asuntos. Él solo quería resolver la situación, pero su padre lo complicaba cada vez más. 


—¿Por qué tienes la jodida manía de escuchar mis conversaciones? —preguntó molesto. Su carácter era despreciable, pero a él no le importaba. 


—Porque sé que hablabas con ella —responde su padre con toda la paciencia y bondad que tanto lo identificaban. 


Lucas no comprendía cómo podía detestar a un hombre como él. Nadie lo entendería. Recolectar hermanos perdidos por ahí no era su trabajo. 


—Deberíais dejar de comportarte como un jodido viejo testarudo y regresar a Barcelona. Ya te lo he dicho. Esto no es asunto tuyo —espetó él con sequedad. 


No se molestaba en sentirse mal cuando lastimaba a su padre. Quería alejarlo de todo esto, porque sabía que esa inglesa creída y caprichosa lo rechazaría a él y a toda su sangre. Lucas jamás lo admitiría, pero también tenía miedo de ser rechazado. Ya había perdido a una hermana sin siquiera saber que existía y no quería perder a la otra. 


—Es asunto mío porque es mi hija, Lucas —protestó su padre. 


Lucas sabía que no valía la pena discutir. Su padre se moría y solo le quedaban unos cuatro o cinco meses para convencer a la presumida de su hermana. Ella solo debía de recibir esa herencia para poder liberarlo a él de todo lo demás. 


—Ahora es tu hija —respondió él—. Ahora que te mueres. De hecho, creo que te mueres por toda la jodida culpa que sientes por destruir la vida de esa mujer, por arruinarlo todo, pero ya lo he dicho. Te mereces eso y mucho más. 


—Lucas… —protestó su padre. Conocía a su hijo y sabía que solo estaba lleno de rencor que algún día se desvanecería. 


—¿Te digo una cosa? Debería de ir y decirle toda la puta verdad de una vez, pero la verdad completa, ¡Debería de decirle que su padre biológico es un jodido hijo de puta que sedujo a su madre y que antes de eso embarazo a otra…! —gritó sintiendo como perdía el control de la situación—. Oh… Espera… ¡Resulta ser que esa mujer es la misma que la adoptó luego de que su madre muriera! 


—¡Basta, Lucas! 


—¡No, no me detendré, mierda! —gritó riendo y al mismo tiempo conteniendo su furia—. ¡Será magnifico ver su cara cuando le diga que te follaste a Carla Chaves, la dejaste embarazada y al año siguiente hiciste lo mismo con su madre! ¡Ella va a odiarte! ¡Esa será mi recompensa! 


—¡Basta! 


—¿Cuántos hermanos perdidos más tendré por ahí, papá? Porque descubrir que tengo una hermana muerta y otra que anda por ahí no es algo que pueda procesar de un segundo al otro. 


Lucas estaba lleno de odio y rencor. Se sentía traicionado. 


Ese hombre que admiraba se había desmoronado de un segundo al otro. Solo quedaba odio. 


—Hijo… 


—Ya te lo he dicho —espeta, señalándolo con un dedo—. Regresaré en unas horas y para cuando lo haga quiero que estéis en un puto avión de regreso a Barcelona. Si no lo haces, te arrepentirás…






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