martes, 10 de octubre de 2017

CAPITULO 36 (TERCERA PARTE)




Viernes. Otro maldito día sin Pedro, otra maldita noche en la que no dormí en sus brazos. Otro día en el que no ha llamado ni tampoco ha contestado mis menajes. Termino de vestirme y bajo las escaleras. Veo a mi padre y a Ale desayudando mientras que mi niño juega con un autito rojo encima de la mesada. Agatha parece muy concentrada en leer una revista y sé que lo hace porque papá está aquí. 


Gracias a mi desmayo de ayer, ambos cancelaron su cena y me siento muy culpable por ello. Maya se dedica a limpiar la otra mesada de la cocina una y otra vez y por un momento siento que hay demasiada gente aquí. 


—¿Cómo has amanecido, princesa? —pregunta desde su lugar, mientras que cambia los canales de la televisión. 


—Bien, papá —miento. 


Tomo una fruta de la cesta en la mesada y luego de comprobar que mi pequeño ha terminado con su desayuno, lo llevo hacia el despacho de Pedro. Sé que entrar ahí hará que me ponga aún peor, pero tengo que intentarlo. Sé que si lo llamo, contestará y hablaremos durante no sé cuánto tiempo. Lo necesito, necesito que haga esto, necesito que me dé señales de vida. 


—¿Crees que papá Pero contestará? —pregunta cuando lo siento en mis piernas y lo acomodo para que Kya no se sienta incomoda. Lo que menos quiero es que empiece a patearme ahora. 


—Eso espero, hijo —le digo mientras que enciendo el aparato. La pantalla no demora mucho en ponerse azul. 


Abro el usuario y agradezco que no tenga que poner ni una contraseña. Me conecto al Skype, mientras que Ale permanece en silencio. El tono de llamada comienza y miro rápidamente su escritorio con una sonrisa. Hay tres marcos con fotografías nuestras. El primero es de nuestra segunda boda, cuando nos casamos en el cuarto de Kya, el segundo marco contiene una foto de la primera ecografía de Pequeño Ángel y la tercera es de nosotros dos con Ale en el albergue. 


No puedo dejar de sonreír. Somos su familia, nos ama y a veces me odio a mí misma por no poder comprender que él tiene cosas que hacer también. Su familia es lo más importante, pero su empresa no es excusa suficiente. 


—¿No funciona? —pregunta mi pequeño interrumpiendo mis miles de pensamientos. 


Observo la pantalla y veo el tiempo de la llamada. Ya ha finalizado y él no contestó. 


—No, Ale —le digo en medio de un suspiro—. No funciona. 


Lo bajo de mis piernas con cuidado y luego cierro el aparato. 


No quiero molestarme, mi mente me dice que tengo que entenderlo, pero ni siquiera ha enviado un mensaje, nada.



—Mamá, Paula —dice para llamar mi atención—. Papá Pedro volverá —asegura. 


Me muerdo el interior de mi mejilla para no romper a llorar, me pongo a su altura y acaricio su cabello. Este niño me da fuerzas y hace que todos mis oscuros pensamientos se iluminen. 


—Claro que volverá… —aseguro. Beso su frente y luego dejo que me abrace. Es algo que logra calmarme—. ¿Quieres ir de compras con mamá? —pregunto dulcemente—. ¿Qué dices? 


—¡No! —grita desesperado. 


Me rio un par de veces y poso mis manos en mi vientre, porque no puedo dejar de hacerlo. 


—No compraremos ropa —aclaro porque sé que eso es a lo que le teme. Hemos tenido esa experiencia y sé que se aburrió muchísimo—. Mamá debe de hacer un pastel. 


—¡Entonces si voy! ¡Quiero hacer pastel! 


Ayer en la noche recibí la llamada de Gina y recordé que le había prometido un pastel para su esposo. Es deprimente saber que ella tendrá un hermoso San Valentín mañana y yo no. Suelto un suspiro y hago una lista mental por segunda vez de todo lo que a su esposo le gustaba para el pastel, mientras que Ale toma sus cosas y se prepara para acompañarme. Tomo mi bolso y mi teléfono celular. Le coloco el abrigo a Ale y veo a Gabriel asomarse rápidamente. Pongo los ojos en blanco, pero decido no pelear con él en el día de hoy. Dejaré que haga su trabajo. 


—¿Saldrá, señora? 


—Sí, de hecho quiero que me lleves a Harrods —le digo acomodando las solapa de mi sobre todo—. Tengo algunas cosas que comprar —él asiente a modo de comprensión y luego me compaña hacia el estacionamiento. 


Nos subimos a mi coche y le doy mis llaves para que conduzca. Podría hacerlo yo, pero prefiero disfrutar del viaje. 


Me he sentido más que agotada desde el día de ayer y solo quiero acabar con todo esto del pastel y seguí contando los días hasta que parte de mi Paula regrese, porque Pedro se la ha llevado lejos y si no regresa no volveré a ser la misma.


Estoy segura de ello. 


Abrocho el cinturón de seguridad de Ale y luego el mío. 


Gabriel comprueba que estamos listos y en menos de unos dos minutos, estamos yendo en dirección al supermercado. 


Ale revolotea con su juguete y me sonríe, tomo mi teléfono y enciendo la cámara.



—Ven, cariño. Tomemos una fotografía para enviársela a papá —le digo. 


Nos tomamos una foto y luego otra y otra… Grabamos videos riendo o haciendo todo tipo de caras. Es un momento hermoso. Sé que Pedro los vera y llamará o al menos enviará un mensaje. Nos extraña como nosotros lo extrañamos a él. 


—¿Le parece bien aquí, señora? —pregunta Gabriel cuando por fin encuentra un lugar para estacionarse. 


—Sí, está bien —digo—. Acompáñanos, porque necesito que me ayudes a cargar algunas cosas. 


Él asiente de un modo profesional, apaga el coche cuando ya está perfectamente estacionado y luego se baja y me ayuda a descender del vehículo. Tomo a Ale de la mano y juntos caminamos hasta la entrada principal de la inmensa tienda. 


Cuando estamos comprando diferentes tipos de mangas para hacer la decoración, mi celular suena y al ver la pantalla me emociono, por fin es Pedro


*Te amo a ti y amo a nuestros hijos, Paula. Me siento como una completa mierda por estar lejos de ustedes, y puedo asegurarte que se me rompe el corazón cuando me envías un mensaje y no puedo contestar. Me encantaría estar contigo ahí, ahora, disfrutando de todos esos momentos, pero no puedo. Regresaré pronto a casa y te aseguro que apenas me libere de todos estos fastidiosos empresarios, te llamaré. Te extraño. Envíale miles de besos a mis pequeños angelitos. Te amo*


Trago el nudo que tengo en la garganta y parpadeo porque mis ojos están completamente cargados de lágrimas. 


—¿Mamá Paula, podemos llevar galletas? —dice Ale enseñándome un paquete azul. Asiento con la cabeza y tomo dos paquetes iguales y los coloco dentro del carrito—. Escoge lo que quieras cielo —le digo mientras que mi pequeño toma a Gabriel y le pide que lo alce para tomar alguna cosa. Tengo un pequeño momento para responder ese mensaje y sé que debo decir 


*Trataré de entenderte, Pedro. Te amo y eso lo sabes. Soy egoísta y trato de no serlo. Si no puedes venir para San Valentín, solo dímelo y lo entenderé. Quiero que estés tranquilo mientras que estás lejos. Tus angelitos te envían un beso* 


No sé qué es lo que pretendo con todo esto, pero prefiero que me diga lo que debe de decirme, así ya no me hago ilusiones. Sé que él no vendrá, sé que estaré en San Valentín sola con mis hijos, pero quiero que me lo diga. 


—¿Paula? —pregunta una voz conocida a mis espaldas. 


Me volteo rápidamente y veo a Liz, la novia de Harry, viéndome como si no pudiese creer que estuviese en Harrods. Es un alivio ver un rostro familiar. No me siento tan mal después de todo. 


—¡Liz! —exclamo emocionada. Es increíble que lo diga, pero me alegro de verla—. Oh, por Dios. Qué bueno que estás aquí —digo abrazándola. 


Parece sorprendida. Hablamos durante varios minutos y me rio en el interior al notar que por un segundo me he convertido en la típica ama de casa que se queda hablando por horas con alguna conocida en el supermercado. Ale regresa junto con Gabriel desde el otro pasillo y me rio sonoramente al ver que tiene sus brazos repletos de paquetes de golosinas. 


—El niño lo ha querido, señora —se excusa. 


—Está bien, llevaremos lo que él quiera —le digo, y de inmediato las bolsas crujen cuando aterrizan dentro del carro. Me despido de Liz y le prometo que nos veremos algún otro día. Ahora que Damian ha desistido de mi amistad, sé que ella será la mejor opción.






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