lunes, 9 de octubre de 2017

CAPITULO 35 (TERCERA PARTE)




Son las dos de la tarde y aún tengo nauseas a causa de la asquerosidad que me dieron como almuerzo. No he soltado el celular de mis manos, tengo esperanza y fe, porque sé que él me llamará en cualquier momento, me dirá que todo está bien y que pasará San Valentín conmigo. Sé que lo hará. Eso es lo que quiero que haga y me veo más que desesperada y estúpida por creer que sucederá realmente cuando lo más probable es que él ni siquiera me recuerde justo en este instante. 


Tiene cosas más importantes que hacer, preocuparse por responder un mensaje de texto de su embarazada, gorda y, sobre todo, llorona esposa que no tiene nada de especial, es lo de menos. 


Oigo como golpean levemente la puerta y ordeno a quien sea, que ingrese. Si fuese una enfermera ni siquiera habría golpeado. La puerta se abre y veo a mi padre asomar su cabeza. Me lanza una sonrisa y sé que todo ha estado más que bien. Sé que lo ha solucionado. 


—¿Qué sucedió? 


—Santiago habló con Gabriel y lo convenció de que eso es normal y que nada grave sucede. 


—¿Entonces, no le dirá a Pedro


—No lo hará —asegura. 


Se sienta a mi lado en la camilla y acaricia mi pelo como siempre lo hace. Suelto un suspiro porque estoy aliviada. 


Quería llamar la atención de Pedro, sí, pero no de esta forma. Sería en vano que viniera por algo así. Estoy tan confundida que no sé qué pensar en realidad, porque quiero que venga, pero al mismo tiempo no quiero que lo haga. O tal vez solo quiero que esté aquí en San Valentín… Sí, estoy segura que es eso. Esa tonta fecha me altera mucho más de lo normal. 


—Te quiero tanto, papá… —confieso por lo bajo. No es que me apene decirlo, es solo que no sé por qué lo hago.



Él me abraza y por primera vez en el día me siento relajada. 


No he dejado de pensar en Lucas Milán y toda su mierda, pero sé que no quiere hacer daño aunque, aun así, me confunde. 


—Yo también te quiero, princesa. Y tu amigo ese, el fotógrafo está afuera —me dice con otra sonrisa, cambiando el tema de conversación. 


Eso me toma por sorpresa. 


Miro la pantalla de mi celular, chequeo las llamas perdidas y hay cuatro de Damian. Es irónico que él llame y mi esposo, el padre de mis hijos, no lo haga. 


—¿Cómo sabe que estoy aquí? —pregunto rápidamente. 


—Ha llamado cuando estabas dormida y se lo he dicho, pero supongo que nadie más lo sabrá. 


—No, claro que no —respondo—. Confío en él. 


Mi padre besa mí frente a modo de despedida cuando le ruego que me deje y que se quede con Ale hasta la hora que me den de alta. Solo falta una hora para eso y quiero que mi pequeño se sienta mejor con mi padre cerca hasta que llegue a casa. Tomo mi teléfono y le envío un mensaje a Pedro sintiéndome realmente molesta porque aún no ha llamado. 


*Sé que estás ocupado, sé que no soy importante en este momento y sé que tal vez me ignores de nuevo, pero incluso Damian me ha llamado y creo que está ganando ventaja con respecto a ti.*


La puerta se abre y lo primero que veo es un ramo de flores coloridas envueltas en papel azul claro. Sonrío y acomodo mi cabello, pero no estoy muy segura de por qué lo hago. 


—Con que una recaída, ¿Eh? —pregunta antes de acercarse a mí.  Sonrío al ver su aspecto tan desaliñado y tan Damian de siempre. Lleva los pantalones de jean claro que están rasgados en sus rodillas, la camiseta con letras, y encima la camisa a cuadros. Nunca cambiará—. Espero que estés bien —me dice, entregándome el ramo de flores que cruje entre mis dedos. 


Sonrío y admiro cada uno de los tipos de flores diferente. No son como los rosas de Pedro, son mucho más divertidas, pero para nada originales. 


—Gracias, son muy lindas —le digo. Las dejo a un lado y acomodo la manta que cubre mis piernas. Kya se hace notar y Damian sonríe al ver mi vientre. 


—¿Qué ha pasado? —pregunta sentándose a mi lado. 


—Presión baja, mareos, náuseas… Ese tipo de cosas de embarazadas con sobre carga de hormonas —le digo, soltado un suspiro y escuchando su risa. 


—Sí, sobre todo lo de las hormonas —dice. Me rio de nuevo y le doy un golpe a sus costillas con mi brazo flexionado—. ¿Te encuentras mejor? 


—Sí. Solo ha sido un desmayo —miento porque no es la verdad—. Estaba en el centro comercial, y creo que mi padre ha exagerado la situación. 


—¿El alemán lo sabe? 


—Claro que no —respondo con una risita nerviosa—. Está en Japón, demasiado lejos de aquí, y ni siquiera se ha molestado en llamarme a menudo. 


—Japón no es excusa —dice secamente—. Ningún lugar del mundo es excusa, Paula. 


—No, pero la empresa de su padre también es de Tania y Emma. No puede perderlo todo. 


Damian suelta un suspiro. 


—Creo que ya lo sabes, pero tu esposo siempre va a resultarme un completo imbécil —dice pareciendo molesto. 


Me desconcierta su cambio de actitud. 


—¿Por qué dices eso?



—Porque no sabe valorar lo que tiene, Paula —confiesa dejando mis ojos abiertos de par en par—. Digas lo que digas, él no lo hace. Puede darte todo lo que quiere, pero en este momento no te da lo que realmente necesitas. 


—No es así en realidad —intento defenderlo, pero muy en el fondo es verdad. 


Pedro no me ha dado la atención que necesito. No estoy suplicando que me hable cada segundo del día, pero que al menos me responda un mensaje antes de que se acueste a dormir o lo que sea. 


—No quieras defenderlo. Tania me ha dicho que regresará la siguiente semana. Ni siquiera pasará San Valentín contigo… 


—Basta —digo severamente—. Se acabó —Que mencione ese tema me saca de quicio. No tiene por qué decirme nada. 


Ya tengo suficiente conmigo misma y mis malditos pensamientos. La puerta se abre de pronto y una enfermera con cara de perro se acerca y me quita la sonda del brazo. 


Se toma su tiempo y parece demasiado concentrada, luego me dice que ya puedo marcharme y debo de hacerlo rápido porque necesitan la habitación. Intento contener mi cara de ofendida, pero no se me da muy bien. Damian ayuda a que me ponga de pie y luego observo incomoda al otro lado de la habitación. 


—Pásame la ropa —le pido. 


Él se mueve con toda velocidad, me la entrega y luego sale para darme un poco de privacidad. Pasados unos cuantos minutos vuelvo a ser la misma Paula Alfonso de siempre. 


Observo mis zapatos en el suelo y me rio. No podré hacerlo del todo y creo que será divertido que lo haga. Camino descalza hacia la puerta y llamo a Damian de nuevo. 


—¿Qué sucede? —cuestiona inspeccionando la habitación. 


Me siento en la camilla intentado contener mi risa y luego balanceo mis pies como una niñita. 


—¿Estás bromeando? —dice con una mueca al comprender la situación. 


—¡No puedo agacharme! ¡Los mareos regresarán! —me excuso, aunque sé que no es verdad. 


Solo quiero que lo haga. Quiero un poco de atención, nada más. Él se arrodilla delante de mí y suelta un suspiro.



—Me siento como un imbécil —dice apretando los dientes. 


Me rio a carcajada y veo como me coloca los zapatos. 


—Eres buen amigo —me rio. 


Se pone de pie y tiende su mano para acompañarme hasta la salida. Tomo mi bolso, mi teléfono y me inclino para atrapar el ramo de flores de encima de la cama. Lo sostengo entre mis dedos y cuando volteo mi cuerpo choca con el de Damian y ahora estamos cara a cara. 


—Estoy perdidamente enamorado de ti, Paula Alfonso —dice, posando sus manos sobre mi cara. 


—¿Qué…? —balbuceo completamente sorprendida, intento zafarme de su agarre pero no lo logro, está tomando ambos lados de mi cara y mira mis labios fijamente—. Damian, no —imploro—. Estás… 


—No, no estoy confundido —asegura—. Estoy perdidamente enamorado de ti y lo sé desde la primera vez que te vi, Paula. Intenté hacer todo lo posible por no sentir lo que siento, pero no puedo contenerme. 


Su boca toca la mía y por un momento todo se queda en blanco. Aprieto los ojos con todas mis fuerzas e intento resistir, fingir que nada sucede, pero no puedo. Está besándome, mueve su boca e intenta arrastrarme a sus movimientos, no sé por qué lo hago, pero dejo que me bese hasta que logro reaccionar. Pedro… Pedro no merece esto.


Me muevo con todas mis fuerzas e irrumpo el contacto de su boca y la mía. 


—¿¡Qué mierda estás haciendo!? —grito, limpiando mi boca con el dorso de mi mano. Es en vano porque ya me ha besado y por un momento dejé que lo hiciera—. ¿Cómo mierda te atreves a hacerlo? 


—¡Te amo! —grita, elevando demasiado el tono de voz—. ¡Te amo, esa es la verdad! ¡Me importa una mierda tu esposo, Tania, o lo que sea! ¡Estoy enamorado de ti! ¿No lo entiendes? 


—¡Somos amigos! 


—¡Tú eres mi amiga, pero yo no quiero ser tu amigo, nunca quise serlo! 


—¡Damian, no!



Jamás me he sentido tan incómoda y tan dolida al mismo tiempo. Sabía que en un principio había interés por su parte, pero jamás le di motivos para que hiciera esto. Sabe que amo a Pedro, sabe lo que pienso, lo que siento. Tal vez que él lo sepa ha sido el error. 


—Desde el día que te conocí supe que me gustabas, supe que eras esa mujer que quería y tú no estabas bien con el alemán para ese entonces, quise acercarme y… 


Intento no alterarme de nuevo. Este no es mi día, que Pedro no esté aquí hace que todo se vuelva mucho más complicado. Acabo de perder a mi mejor amigo, a esa persona que me entendía y me hacía llorar de tanto reír… 


—¿Cómo te atreves a hacerle esto a Tania? ¿Cómo te atreves a hacerme esto a mí, Damian? 


—Te amo… —dice dándose por vencido. 


—¡Pero yo no te amo a ti! ¡Entiéndelo! —grito, sintiendo como mis manos comienzan a temblar por causa de la furia y de todo lo que siento por tener que vivir esta maldita situación. Podría esperarme esto de Santiago, pero jamás de Damian… 


—Acabas de arruinarlo todo —aseguro. Comienzo a llorar. Soy demasiado débil y no puedo con todo esto. Me siento sola y sé que nadie podrá entenderme—. ¡Todo! ¡Lo has arruinado todo! 


—No, nena… —balbucea y parece comprender lo que realmente hizo. 


—¡No me llames así! —grito dolida, furiosa, molesta. Es una mezcla de sentimientos horrible—. ¡Pedro acabará contigo cuando se lo diga! —aseguro. 


No sé si lo haré, ahora estoy demasiado confundida, pero no puedo no decirle. Sería como traicionarlo. 


—¿Piensas decírselo? 


—¡Claro que sí! —grito y camino en dirección a la salida. Ya he perdido demasiado tiempo aquí—. No dejaré que ese maldito beso arruine lo que tengo con mi esposo. Has perdido demasiado Damian. Y si no le dices a Tania lo que sucedió, se lo diré yo, porque no se merece esto… 


—Paula, espera —me suplica. Me detengo solo porque no sé si pueda dar otro paso sin desmayarme. Voy a comenzar a llorar. Damian lo ha arruinado todo—. Yo solo quería que tu…


—Lo has arruinado todo, Damian —aseguro mirándolo por última vez—. Tú y yo no… Es simplemente una locura. ¡Es imposible! —exclamo sintiéndome realmente molesta. 


—¿Por qué es imposible? —pregunta furioso—. ¿Por qué mierda es imposible que alguien como yo esté con alguien como tú? —brama desesperado. Sé lo que quiere decir pero se equivoca—. ¿Es por qué no tengo dinero? ¿Por qué no soy millonario? ¿Por qué no tengo autos de lujo o un jodido reloj que vale más que el maldito London Eye? 


—No te confundas —le advierto señalándolo con mi dedo índice. 


—¿Qué no me confunda? ¡No me confundas tú, Paula! —grita—. ¡Sé tú verdad, sé lo que sucedió en realidad con él! ¡No lo amas! 


—¡Sí lo amo, Damian! —grito desesperada—. ¡Lo amo a él y no a ti! ¡Entiéndelo! —grito por última vez. Esto ha sido demasiado. Es perder el tiempo con algo que no tendrá una solución. Se acabó. Acabo de perder todo lo que tenía, un amigo, un hermano, esa persona que me hacía reír y que me comprendía—. Lo has arruinado… —Es lo último que digo. 


Muerdo mi labio inferior para no llorar y salgo del cuarto. 


Nada ha sucedido aquí. Llego a la recepción y veo a Gabriel sentado en sala de espera. Al verme, deja la revista a un lado y se pone de pie. 


—¿Lista para marcharnos, señora? 


—Sí. Llévame a casa. A casa. 


El único lugar en el que quiero estar. Con Ale, con mis dos hijos. Son todo lo que necesito en este momento.





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