lunes, 9 de octubre de 2017

CAPITULO 34 (TERCERA PARTE)




Abro los ojos lentamente y me veo rodeada de blanco. Estoy en una habitación de hospital con una asquerosa bata de hospital y una sonda en mi brazo derecho. Busco algún rostro familiar, pero estoy completamente sola. Mi ropa y mi bolso descansan en un rincón de la habitación y lo primero que se me pasa por la cabeza es ponerme de pie para tomar mis pertenencias y largarme de aquí. No recuerdo mucho, solo puedo… Anabela, ese tipo me llamó Ana, no estoy loca. 


Tengo sus palabras en mi mente. Me ha llamado Anabela. 


Estoy desconcertada en todos los sentidos. No puedo con todo esto. No puede ser lo que creo. Debo haberlo imaginado.



Cruzo la habitación, y dejo mi brazo estirado para que la maldita sonda no me moleste, intento tomar mis cosas, pero la puerta se abre y hace que de un brinco del susto. Tiemblo por dentro y por fuera. Cierro los ojos y luego un suspiro. 


—¿Qué crees qué estás haciendo? —pregunta la inconfundible voz de Santiago desde la puerta. Esto en mucho peor, en serio no puede empeorar. 


—Santiago… —murmuro. 


Él cierra la puerta y se acerca rápidamente a mí. Parece molesto, pero no estoy segura. Me toma del brazo y me lleva hacia la cama de nuevo. 


—No te muevas de ahí hasta que yo lo diga —ordena supervisando que mi sonda esté en su lugar. Enarco las cejas como gesto incrédulo y luego me cruzo de brazos. 


—¿Disculpa? —cuestiono algo indignada. 


Él se ríe levemente y niega con la cabeza. 


—Ahora soy solo tu doctor y no Santiago —responde enseñándome esa blanca sonrisa—. Debes quedarte aquí hasta el fin de la tarde y luego puedes marcharte a casa. 


—¿Qué sucedió? —pregunto agachando la mirada. 


—Tuviste un desmayo. Tienes la presión baja, Paula. Muy baja para tu estado y eso me ha preocupado. 


—¿Presión baja? —indago con el ceño más que fruncido. 


—Perdiste la conciencia por causa de eso. Ya te encuentras mejor, pero necesito que me digas con detalle todo lo que sucedió, así podré tener un diagnóstico más detallado. 


Revivo los últimos minutos que mi mente me permite recordar y omito la cara de ese sujeto. Sé que debo decirle a alguien, pero por algún motivo no me atrevo a hacerlo. Es más complicado de lo que pienso. 


—Bueno… yo estaba comprando algunas cosas y luego sentí nauseas —Esa es parte de la verdad, no necesito explicarle que me enfadé con Pedro porque no respondió a mi mensaje ¿O sí? —. Bueno, hablaba con mi esposo por mensaje y luego sentí las náuseas, en realidad —aseguro esperado a que me crea.



—¿Nada más? 


—Nada más —miento descaradamente. Él se acerca y se sienta a mi lado en la camilla. Por un segundo pierdo el aliento y parece que voy a desmayarme de nuevo. 


No quiero que se acerque demasiado, cruzará la línea, puedo verlo venir. 


—Puedes decirme lo que sea, Paula —asegura, colocando una de sus manos en mi mejilla. 


Me veo obligada a elevar la mirada. Me veo obligada a elegir en quien confiar para hablar sobre esto, pero hay algo en mi interior que me dice que si confío en Santiago traicionaré a Pedro


—Quiero ver a mi padre —respondo secamente y vuelvo a poner mi atención hacia cualquier cosa menos a él. 


Oigo un suspiro cargado de fastidio, luego veo como la puerta se cierra y a los pocos minutos papá ingresa a la habitación. 


Al verlo, mis ojos se empañan y abro los brazos de par en par para recibir su abrazo. Esa mirada cargada de preocupación me hace sentir más que culpable. Soy una niñita caprichosa y también soy frágil y débil. 


—¿Cómo te sientes, princesa?¿Que ha ocurrido? 


—No quiero hablar de eso… —balbuceo y dejo escapar el primer sollozo. Escondo mi cara en su pecho y luego agito mis hombros por causa del llanto. Me siento miserable y confundida—. Tienes que decirle a Gabriel, papá. Tienes que convencerlo de que no le diga nada a Pedro… —chillo perdiendo el control. Sé que no debo alterarme, pero de solo pensar en lo molesto que Pedro se pondrá intento no imaginar todo lo que podría suceder. Será un desastre—. Tienes que… 


—Gabriel se ha intentado comunicar con él desde hace más de una hora, pero su celular suena y no contesta —asegura acariciando mi cabello—. Hablaré con él, pero no puedo prometerte nada, hija. 


Asiento a modo de compresión. Sé que también tendré que interferir. Quiero que Pedro regrese pero no por esto, no por decirle que un tipo ha estado acosándome desde hace días y que por eso estoy en el hospital. 


—¿Y Ale? —de pronto el pánico me invade. Me siento la peor madre del mundo. No sé qué hora es, no sé qué ha sucedido después de que perdí la conciencia, no se absolutamente nada y estoy más que confundida—. Papá, Ale…



Mi padre se apresura a decirme que todo está bien. Me explica de Daphne está con él en casa y que LAURA y Charlie también lo acompañan. No sé qué decir y parezco más confundida que antes. 


—Él está bien. Le dije a Daphne que estabas haciendo algunas cosas importantes —suelto un suspiro y cierro los ojos—. Es una mujer demasiado pesada, pero me ha creído. 


—Quiero largarme de aquí. Solo quiero estar en casa con mi pequeño y no salir nunca más, no al menos hasta que Pedro regrese. 


Sé que tengo que decirle lo que está sucediendo, pero se enfadará de todas formas y lo que menos tengo deseos de hacer es pelearme con el apenas llegue del viaje. No sé qué hacer, estoy más confundida de lo normal y necesito decírselo a alguien que pueda entenderme. 


—Aún faltan unas cuantas horas, princesa. Intenta calmarte y trata de no alterarte, ¿de acuerdo? 


Asiento con la cabeza y luego acaricio el dorso de mi brazo como acto nervioso. 


Tengo que decírselo a alguien. 


—¿Quién me ha sacado de la tienda? —se me ocurre preguntar, aunque la respuesta ya la sé. Solo intento esclarecer toda esta estúpida y desconcertante situación. 


—Un joven te ha sacado en brazos de ahí, nos acompañó hasta aquí, pero se ha ido. 


—¿Te dijo como se llamaba? —indago de inmediato. 


El terror se apodera de mí y luego se esfuma. Él no quiere que nadie sepa que lo conozco y no creo que se atreva a decirlo. Hay algo extraño en todo esto y necesito una explicación. 


—No lo ha dicho. Solo se quedó hasta saber que estabas bien y se marchó, pero no hemos cruzado ni una palabra, no pude hacerlo. 


—Está bien… —murmuro—. Solo ve a hablar con Gabriel, papá —le pido sonando dulce, o al menos eso es lo que intento—. Quiero descansar un poco más. Mi cabeza me duele demasiado. 


Papá asiente. Me besa en la frente y se va. Me quedo completamente sola en la habitación, enciendo la televisión para que haga algo de ruido e intento relajarme. Comienzo a acariciar a mi pequeña que se mueve de un lado al otro y me provoca varias molestias en el vientre. Le canto una canción por el simple hecho de no olvidar como se hace, y sonrío al ver que eso logra calmarla. Me siento mejor, pero las dudas y las miles de preguntas siguen ahí y por el momento no hay respuesta alguna.




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