Día dos sin Pedro: No hay mucho que hacer. Es horrible despertar y no tenerlo cerca. Oigo pisaditas que se dirigen hacia mi cuarto y sé que es mi pequeño Ale. Apenas son las ocho de la mañana, es decir que en Japón son las cuatro de la tarde. La puerta se abre y veo esos ojitos brillantes y dulces mirándome fijamente, preguntándose si debe entrar o no.
—Ven, hijo —le digo estirando mis brazos.
Él corre hacia mí y se lanza al otro lado de la cama y se cubre la cara con el edredón. Ambos jugamos un rato, reímos y nos hacemos cosquillas hasta que Kya comienza a moverse de un lado a otro provocándome leves dolores en el abdomen.
—Buenos días, pequeña —le digo acariciándola. Mi vientre se tensa un poco y luego se relaja a medida que lo acaricio—. ¿Serás igual de celosa que tu padre?
Ale observa mi vientre y luego eleva mi camiseta de algodón.
Comienza a pasar sus pequeñas manitos sobre su hermana y eso es mucho más relájate y dulce. Cierro los ojos y disfruto de esa agradable sensación.
—¿Qué quieres hacer hoy, Ale? —cuestiono, acariciando su pelo.
—¿Podemos hacer galletas? —pregunta emocionado.
Me rio y luego oímos un golpe en la puerta.
—¿Puedo pasar? —pregunta Agatha.
Le ordeno que entre, la puerta se abre y lo primero que veo es una caja color celeste con un lazo negro y cientos de calcomanías de autitos en ella.
—¡Mira eso, Ale! —exclamo.
Mi dulce niño se pone de pie sin saber que hacer exactamente. Sé lo qué es, puedo imaginármelo y también sé quien lo ha enviado. Agatha deja la caja a los pies de la cama, Ale toma el listón, lo quita rápidamente al igual que la tapa, y al ver el interior contemplo como sus ojos expresan sorpresa y emoción.
—¡Es un león de África! —grita tomando al muñeco de felpa que tiene su tamaño.
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Día tres sin Pedro:
Estoy sentada frente al espejo de nuestra habitación, mientras que observo como mamá me peina el cabello. Hay una sonrisa en su rostro y sus ojos observan cada uno de sus movimientos. Sentir esas caricias en mi pelo me reconforta. No llevo el cabello rizado, sino como es en realidad. Lacio, completamente lacio.
—¿Por qué tienes que atarme el cabello? —pregunto haciendo mala cara. Ella sonríe y hace una coleta en mi pelo.
Luego coloca un moño color azul a conjunto con el uniforme para que me vea más bonita.
—Todas las niñas van con el cabello recogido, Ana —me explica dulcemente. Cuando por fin parece verse perfecto, me pongo de pie y ella alisa mi falda a cuadros. Agarro mi mochila y juntas caminamos tomadas de la mano por el pasillo. Llegamos a la cocina y oigo sus gritos y risas acercándose.
—¡Ana! ¡Ana, ven! —exclama entrando a la cocina. Luce igual que yo con la diferencia que tiene un elegante peinado en su pelo castaño—. ¡Ven!
Toma mi mano y me arrastra hacia el salón comedor. El señor Marcos está sentado leyendo su periódico mientras que bebe té.
—¡Papi!— grita ella llamando su atención.
—¡Mi niña preciosa! —exclama dejándolo todo a un lado. Abre sus brazos de par en par y la abraza. Observo la situación desde el otro lado del salón y muevo mis manos nerviosamente.
—¿Puede Ana desayunar aquí?—pregunta ella moviéndose de un lado al otro a modo de súplica. El señor Chaves me mira y luego sonríe.
—¡Claro que puede!—exclama con una sonrisa. Se pone de pie con Mariana en brazos y camina en mi dirección. —¿Cómo estás, Ana? Me gusta ese listón en tu cabello.
Le sonrío y las dos comenzamos a gritar cuando él nos toma a ambas y nos hace girar por todas partes. Estallamos en risas y luego todo se acaba cuando la señora Chaves entra al salón.
—¡Mamá, Ana tiene un listón muy bonito, quiero uno!
Ella me mira de reojo y me encojo en mi asiento al saber que no me quiere aquí.
—Tú no eres como ella, Mariana.
De pronto, todo se vuelve confuso. Ahora estoy viendo la situación desde un rincón de la habitación y soy yo, Paula, la Paula de ahora, con el cabello rizado y suelto, todo lo opuesto a esa niñita que está ahí sentada, mirando su desayuno sin deseos de comerlo.
—Me gusta tu cabello rizado, hija, pero no funcionará —me dice mi madre parándose a mi lado y observando lo que sucede—. No ocultes quien eras, Ana...
—¡No! Pedro… —murmuro abriendo los ojos. Demoro unos segundos en entender lo que me sucede.
Palmeo mi lado izquierdo de la cama y solo siento las frías sábanas revueltas. Cierro los ojos y comprimo el llanto. “No ocultes quien eras, Ana...”
Cubro mi rostro con mis manos e intento procesar todo lo que sucedió. No quiero pesadillas de nuevo, no quiero esto.
—Pedro, regresa... —imploro en un sollozo, acaricio mi vientre por unos cuantos minutos. Intento seguir durmiendo, pero mi habitación a oscuras me resulta escalofriante. Me pongo de pie y camino por el pasillo hasta la habitación de Ale. Me siento como una tonta. Él debería dormir conmigo y no al revés. Entro a su habitación y me acuesto a su lado.
Beso su mejilla e intento dormir.
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Es jueves y francamente ya no sé qué más hacer para entretener a Ale en el apartamento. Hemos salido un par de veces, pero sigo sin imaginación ni creatividad. Apenas son las nueve de la mañana, Ale aún sigue dormido a mi lado, abrazando a su león de África que Pedro envió el día de ayer, mientras que yo miro la televisión basura sin nada interesante.
Tengo puesta la camiseta de Pedro, esa clásica camiseta gris que utiliza para dormir de vez en cuando y que la mayoría del tiempo termina tirada en el suelo porque se la quito. Siento qué conforme avanzan los días lo extraño aún más.
No importa cuántas veces hable con él o le envíe mensajes, ese sentimiento sigue ahí. Sé que no se irán a menos que él regrese. Oigo como golpean la puerta levemente, acomodo mi cabello y doy la orden para que entre a la habitación. Mi padre asoma su cabeza y logra sacarme una sonrisa. Lo veo acercarse y, al notar que mi pequeño duerme, intenta no hacer ni un solo ruido.
—¿Cómo estás princesa? —pregunta sentándose a mi lado en la cama. Observa la prenda de Pedro y suelta una risita. Hacía lo mismo con sus camisetas cuando era adolescente.
—Supongo que ya no necesitarás más mis camisetas —murmura con un dejo juguetón. No puedo evitar sonreír. Acaricio a Kya mientras que mi padre hace lo mismo con mi pelo. No sé qué decir, papá sabe que lo necesito—. Es normal que te sientas así, princesa. Cuando amas a alguien y no está cerca de ti sientes que tu vida no tiene sentido, pero… él regresará —murmura.
Demoro un segundo en comprender que está hablando de Mariana entre líneas. Mis ojos se empañan y lo único que puedo hacer es abrazarlo.
—Lo siento —le digo ocultando mi cara en su pecho, sintiendo la tela áspera de su traje gris ceniza—. Te quiero mucho, papá… —aseguro.
Él acaricia mi espalda para consolarme y luego permanecemos así por varios minutos, hasta que me separo y beso la frente de mi hijo.
—Está cada día más hermoso —dice, viéndolo con ternura—. Nunca creí que todo esto pudiera sucederme, princesa. Me has dado a este ángel y estás por darme otro angelito más —sisea posando su mano sobre Kya—. ¿Por qué mejor no te pones guapa, como siempre, sonríes y me acompañas a hacer algunas compras?
—¿Tú, haciendo compras? —pregunto frunciendo el ceño.
—Ahora soy un hombre soltero, independiente, guapo… —alardea y me rio fuerte provocando que Ale se mueva un poco.
—¿Qué me estás ocultando?
—¿Qué me dirías si te digo que invité a la nana de mis nietos a cenar esta noche?
—¿Qué? —exclamo sorprendida y me cubro la boca de inmediato. Una vez salieron a cenar, pero nunca supe nada de esa cena y ahora… ¡Es otra oportunidad!—. ¡No puedo creerlo!
—Vamos, levántate de esa cama —ordena—. Ponte preciosa para que puedas acompañarme al centro comercial. No tenemos toda la mañana.
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