domingo, 8 de octubre de 2017

CAPITULO 30 (TERCERA PARTE)




Me bajo del coche y corro por los pasillos presa de la desesperación. Nunca he sentido tanto pánico en toda mi vida, es miedo, miedo que no me deja ni siquiera respirar, es la presión en el pecho más severa que he sentido hasta el momento y sé que sucede porque si no comienzo a pensar con claridad voy a perderlo de verdad. 


“¿Quieres ayudarme a preparar un pastel, Ana?” 


Siento los latidos de mi corazón hacerse más intensos. Es como si estuviese a punto de salir de mi pecho. Miles de recuerdos me invaden y me siento mucho, pero mucho, más culpable que antes. Oigo los gritos de mis guardaespaldas detrás de mí, pero no me importa. Sigo corriendo en dirección a Pedro


Quiero verlo, quiero abrazarlo y decirle todo lo que tengo que decir. Abro la puerta del departamento y bajo corriendo la escaleras. Antes de que pueda regañarme a mí misma por la estupidez que estoy haciendo es demasiado tarde porque estoy en la sala de estar. Me detengo con la mirada borrosa por las lágrimas, parpadeo y luego lo busco, pero no está ahí.



—¡Pedro! —grito—. ¡Pedro! —vuelvo a decir y luego subo las otras escaleras y cruzo todo el largo pasillo hasta que lo veo salir de la habitación de Ale. 


Me detengo en seco y él también. Hay unos tres metros que nos separan, pero puedo asegurar que él parece mucho más lejos. 


Pedro… —sollozo y luego corro en su dirección. Él hace lo mismo y cuando al fin nos encontramos, nos fundimos en un abrazo intenso e interminable—. Lo siento… —sollozo ocultando mi cara en su pecho—. Lo siento… yo… —balbuceo e intento buscar las palabras para disculparme—, jamás te haría escoger porque sé que eso no está bien… 


—Shh… —me dice acariciando mi cabello—. También lo siento, mi cielo. 


Me niego a abrir los ojos. Cuando los cierro su abrazo se vuelve más intenso, mucho más duradero, puedo concentrarme en mis demás sentidos para disfrutarlo a él por completo antes de que se vaya. 


—Lo lamento… —vuelvo a decir. La idea de que se vaya me aterra, eso él lo sabe, pero la idea de que pierda la empresa por la que tanto se ha esforzado me molesta—. Tienes que hacerlo, Pedro. Tienes que ir y solucionarlo porque es tu empresa, es tu esfuerzo, es un regalo de tu padre y tienes que permitir que siga siendo tuyo —le digo acariciando su mejilla. Ahora si me atrevo a verlo a los ojos y es lo más hermoso que puedo ver en todo el mundo—. Puedes hacerlo… Tardé en comprenderlo, pero… 


—Te amo —me dice así si más, dejando de lado todo lo que le dije—. Te amo, eso es todo… —asegura. 


Me abraza a aún más fuerte, como si eso fuese posible, y besa mis labios. Quiero llorar de felicidad y al mismo tiempo de dolor porque sé que él se irá. Estoy tan confundida. 


—¡Odio que me hagas sentir así! —chillo golpeando su hombro y detectando al instante un cambio de humor por causa de las hormonas—. ¡Te amo, mierda! ¿Por qué me haces enojar? 


Como es de esperase, él se ríe levemente y besa mi frente. 


Sé que esos cambios de humor repentinos le resultan graciosos. 


—Tenías que habérmelo dicho, Paula —sisea con voz glacial—. Si sabía que tú querías ir a ese lugar, yo…



—Era algo que tenía que hacer sola, Pedro —aseguro recordando todas esas imágenes horrendas y esas voces de los recuerdos que parecen burlarse de mí—. Quiero sacarla de ese lugar, quiero que esté bien y no lo estará en ese basurero. 


Él no dice nada, solo vuelve a rodear mis hombros con sus brazos y besa mi frente una y otra vez. Comienzo a relajarme. Quiero que esto funcione. Serán los diez días más horrendos de mi vida, pero sé que el volverá… 


—Te voy a extrañar demasiado… —murmuro apoyado mi cabeza en su hombro. 


—Aún tenemos unas veinte horas hasta que me vaya —dice mirándome con una pícara sonrisa en los labios. Me toma de la cintura y me carga en sus brazos. 


Me rio cuando veo que cierra con la llave la puerta de nuestra habitación y me deja en la cama. 


—¿Y Ale? —pregunto elevando una ceja. Es obvio que no pensó en todos los detalles. 


—Ale está con Agatha. Tú estás conmigo… —sisea viendo a su alrededor, como si inspeccionara la habitación—. Y al parecer no tienes escapatoria. —alardea, me mira fijamente y se quita su camiseta. Recuerdo que tengo las manos sucias por ese lugar, me miro a mi misma y sé que no quiero hacerlo así. 


Quiero darme un baño, primero —le pido sintiéndome como una niña que recibirá un regaño en cualquier momento—. Es que… 


—Ven —dice extendiendo su mano—. Vamos a darnos un baño, entonces, cariño…



*****


La habitación de hotel en la que se encuentra le resulta fría y vacía. Se mueve de un lado al otro sin saber que hacer exactamente. Ha pasado una semana y aún no ha dejado de pensar en ese encuentro. Sabe que quiere gritar y decirle todo la verdad, pero al mismo tiempo sabe que no puede hacerlo. La camarera termina de hacer la limpieza general de la habitación mientras que él mira la pantalla de su computadora una y otra vez. Ha pasado esas miles de imágenes una y otra vez, y por alguna razón no puede dejar de hacerlo.



—Cada vez falta menos, joder —se dice a si mismo pasando su mano por su incipiente barba. Oye el ruido de la puerta y se pone de pie al ver a su padre entrar a la habitación con el rostro pálido y el sobretodo cubierto de nieve. Son las seis de la tarde y lo último que se le ocurrió fue pensar en que su padre tenía cosas que hacer en una cuidad casi desconocida—. ¿Dónde carajo estabais? —pregunta él con mal humor. 
Se acerca hacia su padre y lo ayuda a sentarse en el sillón blanco de un rincón—. ¿Por qué coño no me has avisado que salíais? —indaga preso por la desesperación. 


Todo lo que ha hecho en los últimos meses comienza a dar sus frutos y no quiere que su padre se emocione y arruine el plan de encuentro. 


—Basta, Lucas… —le dice el cerrando sus ojos. Está cansado de la actitud grosera de su hijo, pero supone que no tiene otra opción. Sabe que está invadido por la furia y el dolor—. Déjame descansar un momento —le pide intentado recuperarse de lo que ha vivido. 


Verla fue como si estuviese presenciado a Christina. Tan dulce, tan vulnerable, tan fuerte y débil al mismo tiempo. Era su viva imagen con el único inconveniente del que él no sabía. Fue una sorpresa verla por primera vez así, en esas condiciones y sobre todo embarazada. 


Él no lo sabía y estuvo a punto de desmayarse entre cientos de lapidas y muertos por solo verla. Su pequeña Anabela… Esa niña de solo dos días de vida, esa imagen que él jamás ha podido borrar de su mente. 


—¿A dónde cojones habéis ido? —vuelve a preguntar. Él se pregunta si enfrentar a su hijo, asumir sus consecuencias y decirle que al fin pudo ver delante de sus ojos a su pequeña bebita convertida en toda una mujer, pero sabe que no debe hacerlo. Lucas está fuera de control. 


—¿Por qué no me habéis dicho que está en cinta? —pregunta poniéndose de pie. A pesar de su mala salud tiene los deseos de armar una pelea con su hijo. 


—¿De qué mierda habláis, viejo? —pregunta él, medio en riendo, medio enfadado. 


—¿Por qué no me dijiste que estaba esperando una criatura? —pregunta él sintiéndose molesto también. 


Confía en su hijo y cofia en que todo saldrá bien, pero no puede permitir que él lo engañe. Lo que más anhela es recuperar lo que perdió.



—Joder… —responde el colocando una mano en su frente—. ¿La fuiste a buscar? —pregunta incrédulo—. ¿Fuiste a buscarla? ¿Husmeaste mis cosas de nuevo y encontraste su dirección? 


—No, que va. 


—¿Qué has hecho? —exclama perdiendo el control. —Solo la he visto, deja de gritar —ordena él inmutable, pero sabe que con el carácter de su hijo, no funcionará—. Solo la he visto por accidente. Fui al jodido cementerio y ella estaba ahí —explica mirando un punto fijo en el piso como si reviviera el momento—. Ella estaba ahí… —murmura con el tono de voz más bajo que antes—. Ella es realmente… 


—Es realmente hermosa —agrega él apretando sus puños, como si no quisiese admitirlo. Sabe que lo es, lo ha comprobado y se siente molesto por saber que intentar coquetear con ella es una locura—. No solo es hermosa, viejo. Está embarazada, tiene un niño de cuatro años, por lo que sé lo han adoptado y tiene una vida perfecta con un jodido alemán. No sé para qué mierda queréis insistir. 


—No es insistencia —asegura y eso lo molesta. 


—¡No, claro que no es insistencia, padre! —grita él perdiendo el control—. ¡Es culpa! ¡Te sientes jodidamente miserable por haber hecho lo que hicisteis y por eso queréis remediarlo, pero ella no es quién crees! —grita intentando deshacer su furia. 


—¡Quiero darle lo que le pertenece, Lucas! quería… 


—¿Queríais encontrar a tu jodida heredera? —grita terminando la frase de su padre—. ¡Pues ahí tienes a tu heredera!




No hay comentarios:

Publicar un comentario