jueves, 5 de octubre de 2017

CAPITULO 23 (TERCERA PARTE)





Ale corre por la oficina y cuando ve las inmensas puertas del despacho de Pedro las abre de par en par y entra corriendo sin dudarlo. 


—¡Papá, Pero! —grita extendiendo sus bracitos hacia su padre, que deja la computadora a un lado y refleja más que sorpresa y alegría en su rostro al vernos a ambos. Mi pequeño abraza a mi esposo fuerte y acaricia la mejilla de su padre. 


—Ale quería sorprenderte —le digo a Pedro cruzando su oficia sin prisa mientras que observo la escena de ese perfecto abrazo. 


—No puedo creerlo. Me sorprendiste mucho, hijo —le di acariciado su espalda. 


¡Mamá Paula y yo queremos comer contigo! —dice elevando sus bracito al cielo—. ¿Podemos, podemos, podemos? 


Pedro eleva su mirada en mi dirección y me sonríe. Toma a Ale en brazos, cierra su laptop y luego camina hacia mí sin apartar su mirada. Cuando se acerca, me rodea la poca e inexistente cintura que ya no me queda y me atrae hacia su dirección. Besa mis labios apasionadamente y acaricia a nuestra pequeña. Luego nos separamos y vuelvo a encontrarme con esos ojos. Aún me siento perturbada por el tipo del estacionamiento y quiero contárselo, pero sé qué si lo hago ahora arruinaré el momento porque se preocupara demasiado y todo se saldrá de control. 


—Pensé que sería bueno que almorzáramos juntos —le digo acariciando su barba de unos cuantos días—, pero si estás ocupado, entonces regresaré a casa con Ale. 


Pedro besa mis labios de nuevo, me indica que espere un minuto y veo como camina en dirección a la salida de su oficina con Ale en brazos. 


—Charlotte, por favor, cancela todas mis citas hasta las dos de la tarde. Saldré a almorzar con mi esposa y mis hijos —murmura con una arrasadora sonrisa. Estallo de felicidad y siento como todo mi ego se eleva de nuevo. Me prefiere a mí, escoge a su familia y no a su trabajo. Sigo siendo el centro de su universo y ahora los niños también están incluidos. Somos lo más importante y ninguna junta podrá arrebatármelo al menos a la hora de almorzar—. ¿Lista, preciosa? ¿Listo, Ale? 


—Sí — respondemos al mismo tiempo. 


Pedro toma su saco, luego su billetera y las llaves de su coche de encima de su escritorio. Me besa de nuevo y ambos tomamos de la mano de Ale y atravesamos la oficia hasta la salida…



****


Me acuesto en la cama y me cubro con el edredón hasta la cintura. Ale acaba de dormirse y por fin logramos que lo hiciera en su habitación. No fue necesario el mal ingenio de Pedro para contar terribles cuentos, sólo bastaron un par de caricias en su pelo y un dulce beso en su frente para que se quedara profundamente dormido. Tomo la pequeña almohada que me ha acompañado durante las últimas semanas y la deposito al lado izquierdo de mi vientre mientras que me volteo de costado para que Kya no me haga sentir esa extraña sensación de que mi vientre se cae a un lado. 


Pedro se quita la camiseta gris que utiliza de vez en cuando a conjunto con el pijama y deja que contemple su torso por unos pocos segundos. Sé qué me desea, también lo deseo, hace más de tres días que no puedo dormir apegada por completo a su cuerpo debido a Ale. 


Esta es nuestra noche y me siento malditamente preocupada y abatida como para poder aprovechar a mi esposo al máximo. Pedro corre el edredón a un lado. Se acuesta y luego acerca su mano en dirección a mi rostro. Sabe que algo anda mal y sé qué debo decirle sobre ese sujeto que no ha dejado de causarme escalofríos cada vez que recordaba ese momento en el que me miraba de pies a cabeza. 


—Estuviste muy distante durante el almuerzo, hoy. Y también te noté algo distraída mientras que mirábamos la película animada —murmura tomando mi cuerpo con delicadeza, acercándolo al suyo. Ahora sus brazos me rodean y mi cabeza descansa sobre su pecho—. ¿Qué sucede, preciosa Paula? 


Suelto un suspiro y cierro los ojos por un momento.



—Hoy… —siseo con la mirada perdida en cualquier parte de la habitación—, estaba con Ale de camino al coche para verte y había un hombre ahí… Viendo mi auto… 


—Ale me lo ha dicho —confiesa acercando sus labios, besa mi pelo y acaricia mi mejilla. No sé qué decir exactamente. 


—Supe que no iba a hacerme daño, pero… Había algo extraño en él, algo oscuro y la manera en la que me miraba… 


—¿Cómo te miraba? —interfiere Pedro rápidamente oyéndose más que molesto. — ¿ese infeliz te faltó el respeto delante de los niños? 


 ¿Qué? ¡Claro que no, Pedro! —exclamo rápidamente. Los celos no son buenos ahora. 


—intentó ser amable, no me faltó el respeto, pero... yo sólo quería alejarme de él —aseguro elevando mi mirada hacia la suya que se ve furiosa y desaforada—. Por favor, no peleemos por esto. Estoy muy cansada, me duele la cabeza y sólo quiero que me abraces —le imploro moviendo mi mano hacia esa ligera mata de bello que me encanta y me vuelve loca. 


Siento su ligera sonrisa, luego sus manos acariciado mi pelo y por ultimo sus labios sobre los míos. 


—Mi deber es cuidar de ti y de nuestros hijos, Paula —musita de manera sugerente. 


—Lo sé —balbuceo con voz adormilada. 


Se me escapa un bostezo y el sueño comienza a vencerme y lo único que deseo es sentirme segura entre los brazos de mi esposo. 


—No podré estar tranquilo sabiendo que tú estás por ahí sola con los niños, Paula. Si algo te ocurre yo me muero. ¿Entiendes eso? No podría vivir sin ti, sin los niños. Tengo que cuidarte. 


—Solucionalo entonces, Pedro —digo rápidamente—. Ahora sólo abrázame, quiero dormir y sentirte a mi lado. 


Siento su beso en mis labios y cierro los ojos, mientras que sus caricias comienzan a hacer que me duerma lentamente. 


—Descansa, mi preciosa Paula.



En la mañana bajo las escaleras en pijamas porque me siento lo suficientemente perezosa como para vestirme. 


Quiero quedarme todo el día en la casa y dormir y dormir y… dormir. Me siento más que agotada. Me acerco a la cocina y oigo las risas de Ale y de Pedro. Sonrío y entro a la habitación. 


Mis dos hombres están sentados alrededor de la barra de desayuno y hablan animadamente. Agatha me da la espalda porque está preparando algo y la televisión está encendida en el canal de noticias, como siempre. 


—Buenos días —digo colocando mi despeinado cabello a un lado—. ¿Por qué no me has despertado? —le pregunto a Pedro mientras que beso su mejilla. Luego me acerco a mi pequeño, acaricio su pelo y deposito un beso en su frente—. ¿Cómo estás, hijo? 


—Bien, mamá Paula —responde tomando leche con chocolate de una taza repleta de dibujos. 


—Lo lamento, cariño, pero te veías realmente adorable mientras que dormías y no quise despertarte. 


—Buenos días, tesoro —murmura Agatha con una impresionante sonrisa. 


Se acerca a mí y deja un tazón repleto de fruta de diferentes tipos delante de mí. Tomo la cuchara y comienzo a comerlo todo mientras que oigo como mi niño precioso habla con su padre. 


—Tengo algo que enseñarte cuando acabes, preciosa —me dice limpiado su boca con una servilleta de papel. Se pone de pie y me da un beso en la frente—. Aún no tengo que irme, estaré en mi despacho haciendo unas llamadas, pero cuando acabes deja a Ale con Agatha y ve a buscarme, ¿de acuerdo? 


—Está bien. 


Pedro besa a su hijo en la frente y luego camina de manera malditamente sexy en dirección al pasillo. Verlo así me enciende de inmediato. ¿Cómo puedo ver a ese hombre y no hacer nada para desnudarlo? Soy su esposa y él y yo tendríamos que estar en la habitación haciéndolo una y otra vez… No tiene sentido. Las hormonas del embarazo no lo tienen. 


—Agatha, quédate con Ale, por favor —le pido mientras que dejo mi tazón vacío sobre la otra mesada de mármol al lado del fregadero de metal—. Regresaré enseguida, cielo. 


Le doy otro beso a mi niño, pero no lo nota porque se ve realmente entretenido cambiando los canales de la televisión y desconfigurando toda la pantalla.


Camino por el pasillo hasta el despacho de Pedro, acomodo mi cabello en un vago intento por sentirme mejor, enderezo mi espalda y abro un poco la bata de seda color cielo para que pueda verme sexy, pero es en vano, con semejante barriga no lograré lo que quiero, así que vuelvo a cerrarla de nuevo y me doy por vencida. Suelto un suspiro frustrado, entro al despacho y me quedo inmóvil al ver a tres personas paradas delante del escritorio de Pedro recibiendo indicaciones. Son dos mujeres y un hombre. 


—Cariño, aquí estás —dice mi esposo esbozando una sonrisa. 


—¿Qué sucede? —pregunto acercándome con el ceño fruncido. 


Sé lo que me dirá y no me gusta la idea, no me gusta para nada. Las tres personas se voltean en mi dirección y hay una sola cara que reconozco. 


—Cielo, ya conoces a Maya. Ella será asistente de Agatha el tiempo que sea necesario. Nos ayudará con los niños y el orden de la casa. 


—Buenos días, señora Alfonso—me dice con una sonrisa—. Es un placer verla. 


Le sonrío falsamente y luego miro a Pedro de manera amenazante. 


—Ella es la agente Ingrid Hans —dice señalándome a la mujer de unos cuarenta y tantos años de cabello canoso y flequillo que luce un traje negro para nada femenino—, y él es Gabriel Hans nuestro nuevo chófer y seguridad. Ambos cuidarán de ti y de los niños cuando no estés en la casa, sin excepción. 


—Es un placer conocerla, señora Alfonso —murmura el hombre alto y robusto que también luce un traje negro y una mirada fría y distante. Se ve serio y simplemente aterrador. 


—Hola —balbuceo si saber que decir exactamente. Sé qué dije que quería que Pedro lo resolviera pero no creí que lo haría de esta manera. ¡Ni siquiera me lo ha preguntado!—. Eh… ¿Pedro, podemos hablar? —pregunto creando un clima de tensión inmediato en el ambiente. Los tres se mueven sin decir nada y salen del despacho de Pedro—. ¿Por qué no me lo advertiste? —pregunto más que molesta. Sé exactamente cómo terminará esta discusión y él también lo sabe. 


—Sólo quiero protegerte —murmura en medio de un suspiro—. Quiero poder estar lejos de casa y saber que tú y los niños están bien.



—¿Pero… por qué no me lo consultaste primero? ¿Cómo lograste contratar a más personal de la noche a la mañana? ¡No soy una niña! ¡Puedo cuidar de mí y de mis hijos, Pedro


—No empieces con tus escenas ahora, Paula —me pide, masajeando su sien como si yo lo perturbara. 


—¡No son escenas, maldita sea! —grito alborotada—. ¡Deja de decir siempre lo mismo! —chillo acercándome a su escritorio. Él se acerca a mí y veo como intenta poder salvar la situación, pero ahora estoy muy molesta y no estoy dispuesta a negociar esto—. ¡Crees que no puedo cuidar de mí y de mis hijos! ¡Haces que me sienta como una inútil! 


—¡Mierda, Paula! ¡Sólo quiero proteger a mi familia! 


—¡Eres… eres tan… ah! ¡Acabé mi desayuno rápido porque creí que querías que viniera a verte porque me deseabas, y cuando entro me encuentro con extraños que me hacen sentir inservible! —grito elevando los brazos al aire para intentar sentirme mejor conmigo misma. 


—Paula, por favor… 


—¡Pensé que querías sexo! ¡Sabes que quiero sexo y ahora estoy enojada contigo! ¡Vete a la mierda Alfonso! —exclamo en su dirección. 


Me doy la vuelta y camino con furia en dirección a la salida, Pedro se mueve rápidamente y me acorrala ente la puerta del despacho y su cuerpo. Coloca ambos brazos a cada lado de mí y no me deja salida alguna. Su mirada se ve… Es tan jodidamente caliente. 


No me deja pensar. 


—Repite lo que has dicho —me pide, oliendo el perfume en mi cuello—. Repítelo. 


—Vete a la mierda, Alfonso —le digo secamente y provoco una risita en su boca. 


—Lo otro, cariño. Quiero oír la otra cosa que has dicho —murmura sensualmente de esa manera tan especial, de esa forma que logra encenderme de inmediato y que provoca que un gran nudo se forme en mi garganta. Veo como mueve sus manos en dirección a los botones de su camisa blanca y comienza a desabotonársela lentamente, dejando ver su piel, su pecho y ese bello que es… Oh, mierda. 


—Estoy molesta contigo —le digo cruzándome de brazos. Él sólo sonríe, sabe que lo ha logrado, sabe a dónde acabará esto.


—¿De verdad estás molesta? ¿Muy molesta? ¿Cuán molesta estás, cariño? —pregunta con esa mirada depredadora mientras que se quita su camisa por completo y la arroja a un lado. 


Luego toma ambas puntas del cinturón de seda de mi bata y desata el moño. Abre la prenda de par en par y observa fijamente el escote en V con apliques de encaje de mi camisón color cielo. Pedro mueve su mano en dirección al cerrojo de la puerta y oigo como coloca el seguro. Ahora si seremos sólo los dos. Pero antes de que pueda evitarlo siento como toda la preocupación y agonía me invaden y quiero llorar. 


—Tu madre me llamo el otro día y me dijo que cuando esperas a una niña, ella te quita toda tu belleza y engordas y te ves fea… —balbuceo al borde del llanto. Pedro abre los ojos de par en par y parece sorprendido—. Ya no te parezco bonita, ¿verdad? —pregunto sorbiendo mi nariz. Los cambios de humor me toman por sorpresa, pero no puedo evitarlo—. Me veo gorda, fea, tengo ojeras y… 


—…Y eres preciosa —asegura con voz glacial, tomando ambos lados de mi cara—. Eres perfecta, eres toda mía —asegura mirándome con esos ojitos que hacen que mi humor cambie de nuevo—. Dime que eres mía, Paula Alfonso. 


—Pero tu madre dijo… 


—Al diablo con mi madre y con lo que te diga. Tú eres mía, eres perfecta y hermosa y te amo a ti, sólo a ti. Me encanta despertar contigo cada mañana y sentir esta cosita hermosa entre ambos —murmura colocando una de sus manos sobre Pequeño Ángel—, me encanta verte vestida en las mañanas y me siento orgulloso de saber que eres mi esposa, que eres la mejor madre del mundo y que me amas —sisea uniendo nuestras frentes. Cierro los ojos y dejo que su aliento tibio invada mi rostro haciéndome sentir mejor—. mierda, Paula. Toda tu me encantas, toda tu me enamoras y aunque tus cambios de humor me enloquezcan te quiero así y de todas las formas que tú quieras. 


—Oh, Pedro… —digo al borde del llanto de nuevo. Beso sus labios y luego lo miro fijamente—. ¡Eres un tonto! —grito golpeando su hombro—. ¡Me haces enojar! ¡Eres… eres… ah! 


Pedro ríe, toma mis muñecas y las coloca a ambos lados de mi cuerpo, luego sus labios comienzan a acariciar mis hombros y retomamos la situación en donde la habíamos dejado. 


—¿Qué tengo que hacer para que no estés molesta? —pregunta con una sonrisa.



—Tendrás que hacerlo muy bien si quieres que no esté molesta —aseguro. 


Pedro desliza sus manos hasta la parte posterior de mis muslos, comienza a elevarlas en dirección a mi trasero, alzando también mi camisón de seda. 


—Haré lo mejor que pueda para que ya no estés molesta, cariño…




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