jueves, 5 de octubre de 2017

CAPITULO 21 (TERCERA PARTE)




Llegamos al centro comercial y Ale se ve completamente maravillado con todo lo que tiene alrededor. 


Me siento como toda una madre orgullosa tomando de la mano de mi hijo mientras que recorremos el lugar en busca de todo lo que necesitamos y lo que no necesitamos, pero que queremos comprar de todas formas. 


La gente me observa al pasar y sé que soy hermosa, sigo acostumbrada a que todos me vean, soy perfecta, sigo viéndome sexy y además de eso soy dulce. Soy madre, tengo un precioso niño a mi lado y un perfecto vientre redondo con otro angelito igual de hermoso en mi interior.


Todos babean de ternura. Soy hermosa, lo sé. 


—Ale… —digo para llamar su atención, mientras que sonrío a varios hombres que pasan y se quedan viendo. Él voltea su cabecita en mi dirección y me ilumina con esos impresionantes ojitos—. ¿Crees que mamá es hermosa? —pregunto con una sonrisa. 


—Sí, ¡Muy hermosa! —responde alegremente. Sonrío de nuevo y coloco un mechón de cabello detrás de mi hombro. 


Eso ya lo sabía, pero es hermoso cuando Ale lo dice.



****


Entramos a una tienda de ropa para niños y Ale y yo comenzamos es coger todo tipo de prendas de invierno. 


Creo que le encanta el color rojo porque la mayoría de las camisetas de algodón son de ese color con muchos dibujos y estampas coloridas. Hago que se pruebe casi todo y me encanta verlo protestar una y otra vez. Jamás creí que me vería tan emocionada por estar en una tienda para niños. 


Recuerdo que para el cumpleaños de Laura, Pedro y yo, entramos a esta tienda para escoger un vestido y eso me resulto tedioso, pero supongo que es algo completamente diferente cuando lo haces para tu hijo. 


—¿Quieres que llevemos todo esto, cariño? —pregunto mientras que dos muchachas colocan todo dentro de las bolsas con rayas de todos colores. 


—Sí, pero… —agacha su cabeza hacia abajo y luego suelta un suspiro—, ¿podemos descansar, mamá Paula? Estoy cansado —asegura poniéndome cara de cachorrito—. ¿Podemos comer algo delicioso? ¿Podemos? ¿Podemos? —pregunta en tomo bajo mientras que toma el borde de mi vestido y lo mueve de un lado al otro. 


—Claro que sí, cariño —Me rio levemente, asiento con la cabeza y veo esa hermosa sonrisa. 


—El total es de tres mil doscientas libras, señora Alfonso —murmura la chica asiática con una sonrisa fingida a espera de mi tarjeta de crédito. 


Tomo mi bolso, busco el plástico dentro de mi cartera y se la entrego. 


—No voy a llevarme las bolsas. Asegúrate de que alguien las envié a mi casa. 


Ella asiente y teclea unas cuantas veces en su computadora, me devuelve mi preciosa tarjeta de crédito y luego Ale y yo salimos del lugar. 


—¿Quieres desayunar, cariño? 


—Sí quiero. 


—Bien —digo moviéndome en dirección al ascensor que desciende hacia el inmenso patio de comidas. 


Hay más de cuatro cafeterías sin contar los locales de comida rápida y estoy segura que a mi pequeño le encantará algo de esto. Además de mi sorpresa que también sé qué le fascinará. Nos sentamos en una importante cafetería. Un chico nos acerca el menú y Ale de inmediato sabe que escoger porque ve las fotografías de los diferentes tipos de desayunos. 


—Este, este de aquí —me dice señalándome la fotografía de un desayuno compuesto por chocolate y más chocolate con más galletas de chocolate. 


—De acuerdo. Yo creo que desayunaré algo de fruta.



El mesero toma nuestra orden y se marcha son decir más. 


Ale toma mi teléfono celular y oigo el ruidito de un juego que me resulta un poco irritante, dejo que se entretenga a su manera, mientras que observo a los alrededores. Me muero de deseos de verlo, hace más de dos semanas que no sé nada de él y creo que es el momento perfecto para que retomemos nuestras salidas de antes. Me pongo de pie de inmediato cuando lo veo merodeando por el lugar, buscándome entre la gente. Elevo mi brazo y muevo mi mano para que me note. 


Al ver la sonrisa que se forma en su rostro, sé qué ya me vio. 


Damian comienza a caminar en mi dirección luciendo tan Damian y tan desaliñado como siempre. Su cabello está un poco más largo de lo que recordaba y al parecer tiene una cámara nueva colgando de su cuello. 


—No puedo creerlo… —murmura a unos metros de distancia. Sonrío y me acerco a abrazarlo. Lo extrañé, hace mucho que no hablo con él y tengo miles de cosas que contarle—. Paula Alfonso… —murmura rodeándome con sus brazos—. Mira como ha crecido ese bebé… —dice colocando su mano sobre Kya. Nos separamos, sonreímos y vuelvo a abrazarlo otra vez por un mero impulso—. Te ves increíblemente hermosa, nena. 


—¡No tienes idea de lo que te extrañé! —aseguro apretándolo más fuerte contra mí—. Primero que nada, hay algo importante que debes saber… 


—Mamá Paula, ¿quién es él? —interfiere Ale con dulzura e inocencia arruinando mi manera más original de hacer que Damian se caiga desmayado en medio de la cafetería del centro comercial. 


Damian voltea su cabeza lentamente hacia mi pequeño y abre los ojos de par en par. Su boca se abre lentamente. 


Verlo me da risa. Voltea su mirada en mi dirección y con asombro traga un nudo en su garganta. 


—¿Qué ha dicho ese niño? No estás halando en serio. 


—Es mi hijo… —murmuro con un hilo de voz y una sonrisa—. Pedro y yo lo adoptamos hace un par de días. Soy su mamá. Sorpresa… 


Su rostro no expresa nada más que asombro y desconcierto. 


Mira a Ale, luego a mí, luego a Ale y a mí de nuevo. ¿Por qué no me dice nada? Es una noticia hermosa. 


—¿Te refieres a que él…? ¿Ósea que…?



—Damian, te presento a Pedro, mi hijo —digo señalando a mi pequeño. 


Él se pone de pie, deja mi celular sobre la mesa y luego eleva su cabecita para poder ver a Damian a la cara. 


—Hola —dice con esa sonrisita tierna y dulce—. Soy Ale, ¿quién eres tú? 


Damian sigue con la boca abierta sin saber que decir. Me rio levemente y luego estiro mi brazo para acariciar la cabecita de mi pequeño. 


—¿Por qué no habla, mamá Paula? ¿No le agrado a él? 


—Claro que le agradas, cariño. Es sólo qué creo que aún está algo sorprendido. 


—No puedo creerlo… —murmura nuevamente—. ¡Oh, por Dios, nena! —exclama con una gran sonrisita—. ¡Tienes un hijo, Paula! ¡Es tu hijo! —exclama muerto de la felicidad, mientras que me abraza de nuevo fuertemente y besa mi frente—. ¡Oh, por Dios, tienes un hijo y es hermoso! 


—¡Sí, así es! —respondo igual de emocionada que él. 


Me gusta que reaccione así, sé qué Damian amará tanto a Ale como todos los demás. Es mi niño especial y es mi hijo. 


Damian se mueve en dirección a Ale y se pone de cuclillas para estar a su altura. Lo mira fijamente por unos segundos y logro ver como inmensas sonrisas se desprenden de los labios de ambos. Como si se conocieran de toda la vida. 


—Hey, hola, amigo. Soy tu tío Damian. 


Ale frunce el ceño levemente de esa manera tan particular y luego me mira como si estuviese preguntándome que es lo que Damian dice realmente. 


—¿Mamá Paula, es tu hermanito? 


Damian y yo reímos. 


—No, cariño. Tío Damian es amigo de mamá, pero nos queremos mucho como si fuésemos hermanos y por eso decimos que es tu tío. 


El camarero llega con nuestros desayunos y Ale se emociona muchísimo. 


—¡Mira, tío Damian! ¡Este es mío, es mío! ¿Quieres comer?



Ale parece comprender mi explicación y en menos de unos pocos segundos comienza a hablar con Damian y a hacerle esas preguntas tan dulces e inesperadas que me hacen reír. 


Verlo así de contento es algo que no tiene descripción. Tomo mi celular de encima de la mesa y contesto a la llamada de Pedro


—¿Cariño? 


—¿Todo en orden, preciosa? —pregunta Pedro al otro lado mientas que observo como Damian toma su cámara y hace una secuencia de fotos de Ale comiendo su desayuno infestado de chocolate. 


—Todo está bien. Ale y yo estamos desayunando con Damian en una cafetería en el centro comercial —digo rápidamente con una sonrisa. 


Sé qué eso lo molestará, pero si me nota emocionada y feliz dejará sus estúpidos celos a un lado y entonces no pelearemos. 


—¿Con Damian? —pregunta de mala manera. Puedo sentir el enfado en su tono de voz. Sé qué no lo superará jamás.


—¿Prefieres que te mienta y te diga que estoy sola o prefieres que te sea sincera? —indago perdiendo esa sonrisa que tenía en el rostro. 


Oigo un largo suspiro al otro lado y puedo imaginármelo colocando una de sus manos sobre su rostro. O incluso pasando la palma de su mano sobre su pelo para intentar solucionar este inicio de discusión. 


—De acuerdo, cariño —me dice en medio de otro suspiro—. Lo lamento. Lamento ser así es sólo qué… ¿Cómo está mi hijo? ¿Qué hace? —pregunta, pero esta vez sonríe. 


—Está muy bien. Se está terminando un desayuno inmenso y le hace esas preguntas raras y dulces a Damian. Estamos bien, cielo. No te preocupes. 


—¿Y mi pequeña? 


Me rio y luego coloco mi mano izquierda sobre Pequeño Ángel . 


—Kya está bien, creo que aún sigue dormida porque no está moviéndose como antes. 


“Señor Alfonso, su reunión comienza en dos minutos.”



Esa es la voz de su secretaria a través del intercomunicador de llamadas. Detesto tener que pensar que MI esposo, que es completa y absolutamente mío, esté rodeado de secretarias en minifaldas que se ven bon… 


No, no. Ellas no son bonitas, solo yo lo soy, pero si son delgadas y yo no, así que me temo que tengo una pequeña desventaja y… 


—Lo siento, cariño. Debo irme —me dice dulcemente. 


—Está bien. 


—No me siento tranquilo sabiendo que estas por ahí con los niños y sola, Paula… 


Pedro, ya hablamos de eso —le digo por enésima vez mientras que pongo los ojos en blanco. No quiero que siga insistiendo. 


—Bien, cariño. Tengo colgar. Cuídate y cuida a mis hijos. 


—Claro que lo haré —respondo sonriente. 


—Te amo. 


—Y yo a ti. 


Oigo como cuelga y me quedo por unos segundos viendo el teléfono. Mierda. Lo extraño, lo vi en la mañana y ya lo extraño. Quisiera que él estuviese aquí, viviendo esto conmigo y nadie más. 


—¿Todo en orden, nena? 


—Todo está bien —le digo con una sonrisa—. ¿Qué les parece si terminamos de desayunar y luego vamos a hacer algunas compras? —cuestiono colocando una de mis perfectas sonrisas convincentes. 


Ambos sueltan un quejido y empiezan a protestar como todo hombre normal lo haría. 


—Mamá Paula, demoras mucho haciendo compras… ¿Podemos hacer otra cosa? 


—Es un niño inteligente —murmura Damian con una pícara sonrisa. 


—De acuerdo… —digo a modo de alardeo mientras que tomo un rizo de mi pelo y lo envuelvo alrededor de mi dedo—.Quería ir a la tienda electrónica y comprar nuevos videojuegos para que Ale y yo hagamos competencias, pero como no quieren acompañarme, entonces creo que…



—¡No! ¡No, mamá Paula! ¡Sí quiero! ¡Sí quiero! —grita desesperado—. ¿Verdad que si quiero, tío Damian? ¿Cierto? ¿Cierto? 


Me rio a carcajadas y luego acomodo un mechón de pelo detrás de mi oreja. 


—Quiero autos de carreras para jugar con papá Pero, ¿puedes comprarme uno, mamá Paula? 


—Claro que sí, cariño. Todos los que tú quieras. 


—¿Vamos, entonces? —pregunta Damian poniéndose de pie—. Te acompañaré hasta las once. Luego debo regresar al trabajo. 


—De acuerdo. 


Me pongo de pie, dejo dos billetes encima de la mesa y le hago señas al camarero para indicarle que ahí está mi pago por el desayuno. Él asiente a modo de comprensión, tomo otro billete y lo dejo junto a los demás como propina. Tomo todas mis pertenencias y luego aferro la mano de mi pequeño a la mía, mientras que cruzamos el patio de comidas en dirección a los ascensores…



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