martes, 3 de octubre de 2017
CAPITULO 13 (TERCERA PARTE)
Al fin estamos aquí., soy la primera en llamar a la puerta.
Estoy demasiado emocionada. Hay muchos niños, pero al que quiero ver es a Ale. Estoy demasiado ansiosa y se me nota en cada poro de mí ser.
Papá y Agatha ya saben la buena noticia con respecto a Kya y aún seguimos hablando sobre eso. No puedo creerlo. Al fin pude sentir los movimientos de Pequeño Ángel. Jamás creí que me sentiría repleta de felicidad por todo esto que me está sucediendo. Siempre pienso lo mismo y lo seguiré haciendo ¿Cómo pude vivir tanto tiempo sin este tipo de felicidad? ¿Cómo?
—¿Estás feliz?—pregunta Pedro en un murmuro, mientras que oímos los pasos al otro lado de la puerta. Lo miro fijamente y luego sonrío.
—Mucho —respondo brevemente. Él se acerca y besa mi frente, luego la puerta se abre y vemos a la directora Smith que nos ve con una inmensa sonrisa en el rostro.
—¡Bienvenidos! —exclama con esa típica simpatía y emoción que la caracteriza—. ¡Feliz año nuevo! —correspondo a su abrazo y luego Pedro hace lo mismo.
Estoy demasiado feliz de estar aquí. Quiero ver a Ale, quiero darle mi regalo especial, quiero… Lo quiero a él, quiero que todo esto pase rápido, quiero que esté en mi casa, conmigo, para siempre.
—Directora Smith, él es Marcos Chaves, mi padre —le digo señalando a papá, ella se acerca y estrecha su mano—. Y ella es nuestra futura nana y también nuestra ama de llaves, Agatha Stenfeld —Realiza la misma acción con Agatha que le sonríe amablemente. Luego regresa su atención a nosotros.
—¿Están listos? —cuestiona mirándonos a los cuatro. Asiento por todos y luego sonrío. Me siento nerviosa, feliz, ansiosa. Es la mezcla más extraña de sentimientos—. Los niños han estado muy ansiosos estos últimos días, no paraban de preguntar cuando regresarían e hicieron miles de dibujos para ambos. Todos comenzamos a seguir a la directora Smith por el pasillo y al pasar vemos cientos de dibujos colgados que no estaban la vez anterior.
Me detengo por unos segundos y en cada dibujo que veo leo mi nombre y el de Pedro. La sonrisa más grande que puedo crear se forma en mi rostro y mis ojos comienzan a arder.
Todos estos niños son especiales y sumamente dulces.
—Como prometimos, hemos traído regalos para todos ellos y también pasteles y cupcakes hechos por mis propias manos —le digo.
— ¡Eso es hermoso! ¡A los niños les encantará! —asegura volviendo e emocionarse.
—¿Y Ale? —pregunto en un leve murmuro.
Todos parecen estar en silencio esperando impacientes a que alguien diga algo. La directora balbucea antes de hablar y me sonríe. No quiero que me sonría quiero que hable, quiero que me diga que Ale está bien… Simplemente quiero que me diga algo hasta que lleguemos a donde están los niños.
—Bueno… Ale ha estado más activo esta semana, habla con sus compañeros y lo veo más involucrado en las actividades. Es un buen cambio —asegura. Nos detenemos frente a la puerta del comedor que ahora es de color amarillo, mucho mejor que el viejo tono crema de la semana anterior. Hemos observado varios cambios en el lugar y eso nos llena de confianza. La directora Smith sabe qué hacer y cómo invertir todo el dinero que dejamos y eso nos incita volver a hacerlo dentro de un tiempo.
—Gracias por dejar que hablara con él —le digo en un leve murmuro—. No me encontraba bien y…
—Sé cómo es todo este proceso, señora Alfonso —murmura tomando la manija de la puerta para abrirla—. Puedo asegurarle que Ale estará con usted. Sólo tiene que ser paciente.
Pedro sonríe y luego acaricia la parte baja de mi espalda para darme fuerzas y confianza. La directora cambia su expresión de seriedad a una inmensa sonrisa, luego abre ambas puertas de par en par y todos juntos nos adentramos en el comedor. Los niños están justo como la primera vez que vinimos. Todos hablan, gritan, ríen y se mueven de un lado al otro. Mis ojos recorren el lugar una y otra vez hasta el fondo del gran salón en aquella mesita pequeña que está alejada de los demás, pero él no está ahí. Recorro el lugar de nuevo y comienzo a desesperarme por dentro.
Ninguno de los niños nota nuestra presencia por el momento, pero mi desesperación comienza a consumirme, ¿dónde está Ale?
—¡Niños! —exclama a directora y todos comienzan a guardar silencio de a poco—. ¡Miren quienes han venido a visitarnos!
Los niños voltean sus cabezas en nuestras direcciones y en menos de tres segundos lo único que logro ver es a una manada de niños corriendo en nuestra dirección con los brazos abiertos e inmensas sonrisas en sus rostros.
Pedro se mueve rápidamente y se coloca delante de mí a modo de escudo para protegerme y proteger a Pequeño Ángel .
Los niños disminuyen la velocidad cuando parecen recordar que estoy embarazada y luego comienzan a abrazarnos y a besarnos con cuidado, haciéndome sentir como si fuese de cristal.
Mi padre parece algo perdido y confundido, pero los niños se comportan realmente bien y lo abrazan y lo besas preguntándole una y otra vez quien es. Agatha se ve más que feliz, le encantan los niños y observo como abraza y besa a cada uno de ellos deseándole felicidad, un hermoso año y demás. Es una escena perfecta, me llena el alma de felicidad por completo.
—Aún no lo he visto —murmuro en dirección a Pedro, mientras que esa preciosa niña llamada Isabella nos saluda.
La abrazamos y luego acariciamos su cabello castaño, ella sonríe, camina en dirección a papá y también lo rodea con sus pequeños bracito. ¿Cómo pueden estos niños con tan poco ser tan inmensamente felices y alegres? Me pongo un momento de pie y vuelvo a observar el lugar. Al verlo sentado en una de las mesas a mitad de salón conversando con otro niño, una enorme sonrisa se forma en mi rostro.
Camino hacia su dirección y siento los pasos de Pedro detrás de mí. Toma mi mano para infundirme fuerzas y siento como me rodea de la cintura segundos después. Nos paramos delante de él y sus inmensos ojos se clavan en los míos.
—Ale… —murmuro con un hilo de voz.
El niño a su lado se pone de pie y se va a hacer alboroto con un grupo numeroso de chicos que parecen tener su misma edad.
Los ojos de mi pequeño miran los míos, pero no oigo ni una palabra salir de sus labios. Me siento a su lado en el banco de madera color verde y lo miro fijamente por unos cuantos segundos sin saber que decir. Él extiende su bracito hacia mi dirección y se acomoda mejor en el asiento de madera para que podamos estar frente a frente.
Durante ese corto lapso de segundos no logro decir nada, me veo perdida en cada uno de sus dulces movimientos, en la manera en la que su boca se tuerce en una pequeña sonrisa al verme. Con sus dedos realiza la misma acción que la vez anterior. Primero acaricia mi cabello como si fuese algo que debe de tocar con sumo cuidado, luego pasa sus deditos por el contorno de mis cejas lentamente una y otra vez y por ultimo acaricia mi mejilla, pero sin decir nada. Mis ojos arden a causa de las lágrimas, este niño logra revolver todos mis sentimientos y emociones.
—Ale… —murmuro de nuevo para comenzar con las conversaciones, pero lo único que logro es sentir como sus bracitos me rodean el cuello a modo de un abrazo. Cierro los ojos y contengo la respiración.
Mis brazos también lo rodean y ahora somos nosotros tres.
Kya está sintiendo algo, el cosquilleo en mi vientre es algo que se hace notar con suma intensidad, mucho más que las veces anteriores, ella también siente lo que estoy sintiendo.
Ale parece notar algo extraño, deja de abrazarme y posa sus ojos sobre mi vientre. Primero me observa con fascinación y luego vuelve a ver mi vientre como si no pudiese creerlo.
Para este momento varias lágrimas se deslizan por mi mejilla. Es mucha emoción, mucha impotencia al mismo tiempo porque todo tenga que ser tan devastador, me enoja que todo esto demore demasiado, me entristece saber que el tendrá que estar a aquí por no sé cuantos meses más y sobre todo soy feliz de volver a verlo. Es confuso y estresante. Sólo quiero que este niño este en casa con nosotros.
—¿Sentiste eso, Ale? —pregunto con voz glacial, mientras que poso mi mano sobre mi vientre. Acabo de sentir otro pequeño movimiento y la fascinación que veo en su rostro me hace sonreír—. ¿Lo sentiste?
Él no dice nada, tiene los ojitos abiertos de par en par preso por la sorpresa, sólo asiente levemente con la cabeza y posa su mano junto a la mía.
En mi mente pido que mi Pequeño Ángel vuelva a moverse de nuevo y varios segundos después lo hace. Ale da un brinco de la impresión y aparta su mano. Me mira y luego mira mi vientre. La situación es tierna, dulce y me genera una inmensa sonrisa.
—¡Se movió! —exclama impresionado. No parece asustado, más bien sorprendido y feliz.
—Así es, Kya se ha movido —afirmo. Luego elevo la mirada en dirección a Pedro que sigue de pie delante de nosotros, él tampoco ha dicho ni una sola palabra pero sé que está observando la escena y le encanta, puedo verlo en sus ojos, puedo sentir ese tornado de sentimientos que se apodera del ambiente, puedo oler el amor que hay entre nosotros cuatro.
Nadie nos molesta, estoy segura de que en mi pequeña burbuja los únicos que pueden entrar son estos dos hombres. Ale observa a Pedro, creo que acaba de notar que él también estaba aquí. Se ayuda con mis manos y se pone de pie sobre el banco de madera, luego sonríe y se lanza en brazos de Pedro que logra atraparlo en el aire.
—¡Ale! —exclama el pequeño en dirección a mi esposo—. ¡Si viniste, Ale! —grita con emoción.
A lo lejos veo a papá y Agatha que siguen distrayendo a los niños, pero sin apartar los ojos de lo que sucede. Papá está emocionado y Agatha ya está llorando. Sé cómo debe de verse desde afuera porque lo que siento viviendo el momento es mucho más fuerte, es mucho mejor.
—¡Kya se movió sobre mi mano! —exclama emocionado, sorprendido, confuso… Es muy dulce y divertido verlo expresarse—. ¡Mira, sobre mi mano! —exclama enseñándole la palma de su manito derecha a Pedro que se ve más que fascinado—. ¿Verdad que sí, Paula?
—Claro que sí, Ale —respondo con una sonrisa. Es el niño más hermoso y dulce que he conocido.
—¡Niños! —exclama la directora al otro lado de la habitación aplaudiendo para generar silencio—. ¡Es hora de desayunar! ¡Todos a sus lugares! —grita sin dejar de sonreír.
Es el momento de dejar a mi pequeño Ale por unos pocos segundos que seguramente me resultaran tormentosos.
Ale patalea un poco para que Pedro lo baje. Él comprende la señal de inmediato y cuando mi esposo lo deja en el suelo sale corriendo en dirección a otros niños y se sienta en el mismo lugar, en el fondo como la primera vez. Al menos ya sé a dónde estará.
No podré quitarle mis ojos de encima. Lo quiero en casa, conmigo, con nosotros. Pedro y yo lo observamos durante unos segundos. Los niños se acomodan en sus asientos y él me abraza tiernamente.
—Sólo tenemos que esperar un poco más, mi preciosa Paula —asegura acariciando mi cara —. Sólo un poco más…
Más tarde estoy esperando en el pasillo a que Pedro, Agatha, papá, la directora y alguna que otra asistenta del albergue traigan todos los pasteles y cupcakes y también las cientos de cajas de regalos para los niños que apenas cupieron en la parte trasera del coche de papá. Mi celular comienza a sonar en el interior de mi bolso y hace que de un brinco por causa del susto.
Estaba demasiado sumida en mi vida y en mis pensamientos.
—¿Hola?
—Paula... —murmura al otro lado de la línea. Quito el celular de mi oreja para ver la pantalla y sí, definitivamente es ella—, feliz año nuevo, querida.
—Madre, hola —balbuceo algo confundida—. Feliz año nuevo —respondo un poco desconcertada.
—¿Cómo has estado?
—Muy bien —respondo.
Que mi madre haya llamado me resulta extraño y al mismo tiempo adorable. Aún me confunden sus actitudes, pero intenta cambiar y eso es algo que trato de valorar lo mejor que puedo. No es la madre que me gustaría, pero debo de entenderla. Con papá tengo todo lo que necesito, pero con su llamada acabo de sumar un poco más a mi extraña relación con mi madre.
—¿Estás en tu casa? ¿Crees que podría pasar unos minutos a verte?
—Eh… —su pregunta y su petición me toman por sorpresa, no sé qué decir exactamente —. Bueno, de hecho Pedro papá y yo no estamos en la ciudad —murmuro. Hay un silencio en la línea y decido seguir hablando—. Estamos a dos horas de Londres. Vinimos a repartir pastel, cupcakes y regalos a niños de un albergue.
—¿Cómo está mi pequeña nieta? —pregunta con dulzura.
No puedo imaginarme a mi madre sonriendo al otro lado de la línea, pero sí lo está haciendo.
—Tu padre me llamó ayer para contármelo —aclara entes de que pregunte como lo sabe.
—Está muy bien. Ya siento sus movimientos y dentro de dos días enviaré las invitaciones para mi fiesta de embarazo. Les comunicaremos a todos que es una niña y revelaremos su nombre. Espero que puedas venir. Hay otro silencio en la línea.
—Paula, voy a despedirme rápido porque no soy demasiado sentimental y lo sabes.
—¿Despedirte? —pregunto frunciendo el ceño—. ¿Despedirte de qué?
—He decidido tomarme unas vacaciones —aclara—. Me iré por dos semanas, un mes… No lo sé, tal vez dos meses. Recorreré algunos lugares y…
—Entiendo.
—Estaré ahí para cuando nazca tu hija. Te lo prometo.
—Está bien —digo intentando no llorar.
No puedo obligarla a que se quede. Sé que necesita de algo que la haga olvidar por un momento, pero me enoja saber que ella no será parte de todo este proceso. Ni siquiera he podido decirle lo de Ale, nunca siento que puedo hablar con ella abiertamente, pero…
—Cuida a ese bebé, querida.
—Lo haré.
Ella cuelga la llamada y me deja completamente perturbada.
Suelto mi teléfono con brusquedad dentro de mi bolso e intento disipar ese momento de mi mente. Ahora estoy aquí, tengo que sentirme bien, no debo de dejar que ella lo arruine en cierta manera. Tengo que disfrutar esto. Todos ellos probarán mis pasteles y los cupcakes que he hecho con amor y suma paciencia. Sé que les encantará. Pedro y todos los demás aparecen por el pasillo justo a tiempo.
Sonrío y dejo que carguen con todas las cajas hacia el comedor. Hay una mesa despejada al frente de todos los niños. Ahí cortaremos los pasteles y los repartiremos para todos ellos.
Las cajas son ubicadas en la mesa y el silencio de los niños revela que todos están expectantes por saber que habrá para ellos de desayunar esta mañana y eso no es todo. Aún falta la mejor parte de los regalos.
—¿Quién quiere comer pastel? —grito para que todos me oigan.
Sus respuestas son eufóricas. Todos parecen emocionados y sobre todo ansiosos. Se ponen de pie, cada uno tiene su plato en la mano y su cuchara. Pedro y yo comenzamos a cortar diferentes porciones de pasteles con ayuda mientras que los niños se amontonan delante de la mesa, compitiendo por ver quién obtiene un pedazo de pastel. Los cupcakes vuelan de las cajas y los veo saborearlos rápidamente.
Mi pecho se hincha de orgullo cuando los buenos comentarios comienzan a llegar. ¡Les encanta! ¡Claro que les encanta!
¡Todo lo que hago es perfecto y los pasteles no son la excepción! ¡Soy Paula Alfonso, lo hago todo bien!
A lo lejos veo a mi pequeño Ale sentado en el mismo lugar y está mirándome fijamente. Tomo un plato de plástico color rojo y luego coloco en él un cupcake de chocolate y corto un pedazo de pastel de fresa.
Les pido a los demás que me remplacen y me muevo hacia su dirección.
—¿Qué sucede, Ale? —pregunto sentándome a su lado—. ¿No quieres comer pastel?
—Si quiero —dice mirando la multitud de niños empujándose por más comida.
Le entrego el plato y él lo observa durante unos segundos.
Toma su cuchara de encima de la mesa y le da un bocado al pastel de fresas. Mis nervios se notan a flor de piel. Seré su madre, eso lo sé y muero por qué le gusten mis pasteles.
Seré capaz de cocinar para él las veces que quiera.
—¿Te gusta? —pregunto con un hilo de voz. Sus ojitos brillan y su boca no deja de moverse. Toma la cuchara de nuevo y come otro pedazo.
—¡Me gusta! —exclama haciéndome sonreír—. ¡Me gusta este pastel! ¡Me gusta, Paula! —exclama con alegría. Por un segundo me hace recordar a Laura, la sobrina de Pedro—. ¡Es el pastel más delicioso!
Me rio levemente y luego recibo otro de sus dulces abrazos. Nos quedamos así por varios minutos hasta que siento que papá se pone de cuclillas delante de nosotros.
—Hola —le dice al niño que parece algo confundido.
—Hola, soy Ale—murmura con una sonrisa.
Papá se ríe y me mira por un segundo. Veo ternura y complicidad en su mirada. Aún no se conocen oficialmente, pero sé que papá lo amará tanto como yo.
—Yo soy Marcos —responde papá con una de sus sonrisas—. ¿Y sabes una cosa? Esa hermosa chica de ahí es mi preciosa hija —le dice ante la evidente confusión que expresó su pequeño rostro.
—¿La chica de cabello bonito es tu hija? —pregunta en un leve murmuro acercándose a papá para que yo no logre oír lo que se dicen.
—Sí, es mi hija.
—¿Y la regañas cuando se porta mal? —cuestiona acercándose más a mi padre. Es una conversación entre ambos y Ale parece que no quiere que los oiga, aunque logro hacerlo.
—A veces la regaño, sí —le responde con una sonrisa.
Puedo ver en la mirada de papá que está tan enternecido como yo, como Pedro, como todo el mundo. Tal vez sea el niño más especial de todo este lugar.
—¿Y eres abuelo de Kya?
—Así es.
—¿Y ella es tu media fruta? —pregunta Ale señalando la dirección de Agatha que está repartiendo más pasteles. Al verla me río sonoramente y mucho más cuando veo que papá se pone rojo de la vergüenza. No es necesario decirle lo que significa “Media fruta” sé que lo sabe—. ¿Lo es?
Papá duda que responder. Parece confundido. Jamás creí que un niño de cuatro años lograría desestabilizar a mi padre de un segundo al otro.
—Eh… bueno… —balbucea poniéndose más nervioso aun—. Creo que…
Ale sonríe porque acaba de comprender la situación. Es un niño listo y sabe lo que sucede. Papá se pone de pie y luego se va hacia otra parte. Ale se ríe sonoramente y es el sonidito más hermoso del mundo. Nos miramos por unos pocos segundos y comenzamos a reír a carcajadas. Los dos sabemos cuál era la respuesta.
El desayuno se acaba y me sorprendo al ver que no ha sobrado nada de pastel ni tampoco hay migajas de los cupcakes de chocolate y vainilla. Eso me enorgullece. Le propongo a la directora repartir los regalos y lo hacemos rápidamente para poder empezar con la hora de juegos. Los niños están más que felices por sus juguetes y no dejo de recibir abrazos y besos por parte de todos. Miro a mi niño especial al otro lado del comedor y sé que él no se acercará por su regalo, pero no me preocupo, tengo algo especial para el dentro de mi bolso y se lo daré cuando llegue el momento indicado.
—¿Qué les parece una guerra de nieve? —pregunto en dirección a Pedro y a todos los niños. Estamos en el patio de juegos cubierto de nieve. Hay mucho lugar para correr y ya estamos divididos en equipos. La guerra de los sexos sigue, tiene su continuación, tenemos que desempatar con respecto a la última vez—. ¿Acaso tienen miedo? —pregunto de manera desafiante. Veo como todos se ponen en posición, esto será realmente divertido. Papá llega con su coche y lo deja lo más cerca del parque que puede. Abre ambas puertas del vehículo para que podamos oír la música que será participe en la guerra. Le digo que comience y la divertida canción de Taylor Swift, Shake it off comienza a sonar.
—Ten cuidado, cielo —murmura observando mi vientre, asiento levemente con la cabeza y cubro a mi pequeña con el abrigo.
—¿Listas, chicas? —pregunto en dirección a mi ejercito de mujeres. Todas gritan eufóricamente que están listas y, cuando menos me lo espero, oigo un grito y la nieve comienza a volar por todas partes. Recibo una bola de nieve completamente fría en la cara y al elevar la mirada me encuentro con Pedro.
—Lo has hecho apropósito —aseguro fulminándolo con la mirada. Él sólo se ríe, sí, lo hizo apropósito.
—¡Claro que no!
—¡Claro que sí!
Tomo nieve y los dos comenzamos a jugar como si fuésemos niños de cinco años, nos moveos de un lado al otro, corro para escapar, pero él logra atraparme entre sus fuertes brazos. Me envuelve y hace que deposite mi cara en su pecho. Estamos fuera del campo de batalla ahora, pero observamos como todos ellos se divierten. Incluso papá está arrojando nieve.
—Me haces muy feliz —murmura sobre mi oído derecho.
Besa mi mejilla y me estrecha entre sus brazos. Cierro los ojos y dejo que todos esos hermosos sentimientos hagan vibrar mi cuerpo. Mierda, lo amo demasiado, no podría imaginarme ni un sólo segundo sin él.
—Tú me haces muy feliz, Pedro. Encontraste a la Paula en mí que creí perdida —confieso tomando su cara entre mis manos. Él me sonríe un tanto orgulloso. Luego me toma de la cintura con delicadeza y me hace voltear en el aire una vez. Cuando mis pies tocan el suelo de nuevo, sus labios se unen a los míos y en lo único que puedo pensar es en lo feliz que soy por tenerlo conmigo—. Te amo —le digo besándolo de nuevo.
—Te amo —responde.
Al apartarnos, vemos a Ale parado delante de nosotros, viéndonos fijamente con una sonrisa. Deja de sonreír, toma mi mano y la de Pedro para que lo sigamos. Sé instintivamente hacia dónde iremos. Subimos en silencio las escaleras y caminamos por el largo pasillo justo como la primera vez.
Llegamos a su habitación y él hace que nos sentemos e su cama. Luego se agacha y toma algo de debajo de ella. Es como la primera vez. Veo una caja de madera entre sus manos. Es de color marrón oscura, se parece a ese tipo de cajas en donde guardas cosas importantes.
—¿Todo está bien, Ale? —pregunto al ver como sus ojitos contemplan lo que tiene entre manos. Él asiente levemente con la cabeza. Luego se sienta sobre su cama entre Pedro y yo. Abre la caja con sumo cuidado y busca algo en su interior. Hay muchas fotografías que parecen añejas y descuidadas.
—La directora Smith me ha dicho que esta es una caja con tesoros —Pedro y yo nos miramos por unos segundos sin saber qué hacer. Mi corazón se romperá si seguimos con esto.
Ya tengo lágrimas en los ojos y lo único que quiero hacer es llevarme a este niño a casa.
— ¿Tesoros? —pregunta Pedro acariciando su cabello—. ¿Qué tipo de tesoros?
Ale toma una fotografía y nos la enseña a ambos. Hay una mujer de unos cuantos años de edad y sostiene a un pequeño bebé en brazos. Están en un hospital y al ver la felicidad de esa mujer, también veo tristeza en sus ojos. La reconozco de inmediato, es la abuela de Ale.
—¿Ella es tu abuela? —pregunto sonando dulce. Él acaricia la fotografía y luego asiente levemente con la cabeza.
—La abuela hacia galletas con chispas —me dice sonando triste—. Me gustaba mucho sus galletas —Mi corazón termina de romperse y lo único que logro hacer es abrazar a ese niño. Pedro se une a nosotros y los tres, bueno, cuatro, permanecemos así por unos cuantos minutos.
—Prometo intentar hacer las galletas con chispas tan ricas como las de tu abuela para cuando regrese a verte, ¿de acuerdo?
Vuelve a asentir con la cabeza, pero esa dulce mirada ya no está, sólo veo tristeza en su ojitos que se ven llorosos y más pequeñitos que antes. Ale sigue buscando en el interior de la caja y luego nos enseña un par de aretes de perlas de esos que compras en cualquier lugar, luego nos muestra un collar con un colgante de corazón y por ultimo un anillo plateado con algunos detalles de tres dimensiones del mismo material.
—Estos eran de la abuela —dice señalando el par de aretes y el anillo—. Y este era de mamá —murmura señalando el collar con el colgante de corazón—. Y este es para ti. —murmura tomando los aretes de perlas y poniéndolos en mi mano.
—No, Ale… —digo rápidamente—. No puedo…
Él abre mi mano y deja los aretes en ella. Me mira por unos segundos y luego me abraza fuertemente. Cierro los ojos y trato con todas mis fuerzas de no llorar, pero no lo logro.
—Te quiero, Paula —murmura ocultando su rostro entre mi cuello y mi hombro.
Pedro parece completamente emocionado y sé que llorará en cualquier momento.
—Oh, yo también te quiero, Ale —murmuro entre sollozos.
Lo abrazo aún más fuerte y luego nos separamos. Él vuelve a guardar todo en la caja y la deja a un lado. Luego observa los pendientes en mi mano y eleva su mirada hacia el lóbulo de mi oreja.
—¿Quieres que me los coloque? —pregunto.
Él sonríe complacido. Muevo mi cabello a un lado y me quito los aretes de diamantes blancos que me regaló Pedro. Se los entrego para que los guarde y luego me coloco los aretes de perlas.
—¿Te gusta?
—¡Me gusta! —exclama.
Pedro revuelve su cabello y luego acaricia su mejilla. Veo como la sonrisa del rostro desaparece de un segundo al otro.
—¿Qué ocurre? —pregunto rápidamente. Muevo mi mano hacia a mejilla de Ale y logro comprender lo que sucede. Está ardiendo de fiebre. El pánico me inunda por completo. Siento algo frío en mi pecho y en mi estómago—. ¿Ale, te duele algo? ¿Estás bien? —pregunto rápidamente.
Luego presto atención a su ojitos llorosos y más pequeños de lo normal. Quito su bufanda del cuello y me horrorizo al ver una macha roja en casi toda su piel.
—¡Mierda! ¡Tiene la garganta inflamada! —exclamo horrorizada—. ¡Pedro, esto es alergia! —exclamo perdiendo el control—. ¡Es alergia! ¡Muévete! —grito desesperada.
Pedro lo toma en brazos y bajamos las escaleras a toda prisa...
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