lunes, 2 de octubre de 2017

CAPITULO 12 (TERCERA PARTE)





—¿Tienes todo listo, Pedro? —pregunto desde el otro lado de la cocina. El hecho de que todo salga perfecto es muy importante para mí. Sé qué lo niños adorarán todo esto, sé que amarán los juguetes y, sobre todas las cosas, sé qué abrazaré a Ale todas las veces que pueda. 


—Todo está listo, tesoro —murmura Agatha, terminando de asegurar la caja del pastel de fresas—. No debes preocuparte. 


Es la mañana de año nuevo. En la noche de ayer hicimos una breve cena con papá y Agatha, sólo éramos nosotros cuatro y nuestra pequeña Kya, fue divertido y especial. Nada extravagante y ruidoso. Estuvimos casi todo el día horneando pasteles y cupcakes para los niños. Sólo veo cajas y cajas blancas de pastelería sobre las mesadas. Hay más de doscientos cupcakes de todos los sabores y glaseados. 


Pedro me ha ayudado más de lo que podría imaginar y fue realmente entretenido. Se ha comportado como el mejor esposo. Es realmente comprensivo y sigue todas mis indicaciones. 


—¿Podrías bajar eso por mí, cielo? —pregunto señalando con mi dedo una caja repleta de servilletas de papel con dibujos que sé qué a los niños les encantará. Él se acerca a mí, posa una de sus manos sobre la curva de mi trasero y luego se estira para tomarlo. Cuando me entrega la caja me sonríe con picardía. Puedo saber lo que está pensado y eso hace que me sonroje. 


—Tengo muchos objetos que puedo lanzarte a la cabeza, Alfonso —murmura mi padre intentado parecer distante y frío—. No te pases de listo, porque puede ser tu esposa, pero sigue siendo mi pequeña princesa —asevera sonando realmente amenazante, pero sin perder esa pizca especial que sólo papá puede lograr.


Pedro y yo estallamos en risas, me toma entre sus brazos y me besa por unos pocos segundos. 


—Tu padre y yo llevaremos las cajas al coche —murmura con una amplia sonrisa. Asiento levemente con la cabeza y veo como ambos comienzan a cargar las cajas blancas con lazos de color rosa que las envuelven para que nada se salga del lugar. Hay tres pasteles de diferentes sabores y combinaciones, y los cupcakes son muy pero muy variados. 


Me tomo mi tiempo para llamar al orfanato. Le aviso a la directora que saldremos en unos pocos minutos y oigo sus gritos al otro lado de la línea. Se ve que realmente está muy emocionada. Durante la semana Pedro y yo fuimos a una inmensa tienda de juguetes y compramos al por mayor. 


Todas las niñas tendrán su perfecta muñeca con vestido de princesa mientras que los niños recibirán como regalo un lujoso coche deportivo de juguete. Segundos después de finalizar mi llamada, papá y Pedro regresan a la cocina. 


Toman las demás cajas que quedan y yo atrapo mi bolso.


Estamos listos. Papá sube las escaleras con sumo cuidado, Pedro me detiene antes de que pise el primer peldaño, esperamos a que papá abra la puerta de la entrada y entonces sí, mi perfecto esposo me ayuda a subir. Llevo tacones, he decidido que los usaré unas cuantas semanas más y, además de eso también, llevo vestido. Nos detenemos frente al armario blanco de la entrada que se camufla perfectamente con la pared. Tomo mi gran abrigo, mi pañuelo para envolverlo alrededor de mi cuello y luego Pedro se encarga de cerrar la puerta detrás de mí. Cuando llegamos al coche, papá me da un leve beso en la frente a modo de despedida. 


Él ira en su coche junto con Agatha y yo iré con Pedro


—Nos veremos en un par de horas, princesa —murmura acariciando mi cabello. Sonrío a medias y me muevo de un lado al otro para generar calor en mi cuerpo. Las calles de la ciudad están repletas de nieve por todas partes, hay algo de viento y cada vez que respiro mi aliento parece congelarse en el aire—. Te sigo, Alfonso —proclama papá adentrándose en el vehículo. El motor acelera y rápidamente nos empezamos a desplazar por la ciudad. Desde Kensington hasta la autopista principal. Tenemos un viaje de casi dos horas, pero sé qué todo valdrá la pena, sólo por ver a mi pequeño Ale. 


Tengo que admitir que lo he extrañado más que a nada en todos estos días que se me hicieron eternos. He pensado en ese niño una y otra vez y también he pensado una y otra vez en las miles de forma de abrazarlo y besarlo. Lo quiero conmigo y quiero que todo sea rápido. Quiero que cuando mi Pequeño Ángel llegue a casa, él esté ahí para recibir a su hermanita pequeña. No dejaré de pensar en eso nunca y tampoco me daré por vencida. Ese niño es mi hijo, lo será, ya lo es, no sé cómo explicarlo, pero lo siento mío. Se adueñó de mi corazón por completo y no dejo de pensar en él.


 —Dime que te preocupa, preciosa Paula —me pide Pedro mientras que extiende su mano libre del volante hacia mi rodilla. 


Suelto un suspiro, volteo mi cabeza en su dirección e intento sonreír. 


—Pienso en Ale —confieso en un leve murmuro, pero sin apartar esa triste sonrisa de mi rostro—. Estoy ansiosa por verlo. Cuando hablé con él me ha dicho que hizo muchos dibujos y… 


—Cuando menos lo esperes, ese niño te llamara “Mamá”, Paula. Te lo juro —murmura clavando su mirada en mi por unos pocos segundos para luego regresar su atención a la carretera—. Nuestra pequeña Kya tendrá un hermano mayor… —asegura sonriente. 


Ver su sonrisa me hace sonreír. Logro calmarme de inmediato. Sólo Pedro tiene ese efecto en mí. Me muerdo la legua para no llorar. 


—Vas a hacerme llorar —aseguro mientras que mi mandíbula tiembla por su propia cuenta. Mis ojos comienzan a arder, sé que soy demasiado sensible o al menos me siento así y no es sólo por causa del embarazo. 


Jamás creí que alguien pudiese llamarme “Mamá”, nunca en toda mi vida, y ahora estoy luchado con uñas y dientes para que todo salga bien. Una vez que nos den ese bendito certificado de idoneidad. Sé que cuando todo eso esté resuelto, estaremos adoptando a Ale oficialmente. 


Pedro oprime el botón de piloto automático del Mercedez y luego se acerca, me roba un beso, posando sus labios por mucho más tiempo del que pensaba. Cierro los ojos con todas mis fuerzas y me aferro todo lo que puedo a esas sensaciones increíbles que hacen que millones de mariposas cosquillen en mi vientre junto con los pequeños movimientos que siento de mi pequeña… ¿Qué…?



—¡Pedro, detén el coche! —grito rápidamente—. ¡Ahora! —Él parece completamente perdido en la situación, pero desactiva el piloto automático y frena el coche velozmente, provocando que mi cuerpo se vaya hacia adelante unos cuantos centímetros. 


—¿Qué sucede? —pregunta completamente desesperado—. ¿Estás bien? ¿Qué sucede? —cuestiona completamente desesperado, intentando ver si he sufrido algún daño. 


Estoy completamente en shock. No puedo creer lo que está sucediendo. Ahora si estoy llorando de verdad. Veo como el coche de papá se detiene detrás del nuestro con delicadeza, pero no me importa. Sólo puedo concentrarme en lo que siento. 


—Paula… Por Dios, responde, mi vida —me implora con los ojos cargados de miedo. La sonrisa que tengo en el rostro nadie podrá quitarla. 


Muevo mi cabeza en dirección a Pedro, tomo su mano derecha, luego la coloco sobre mi vientre y espero que suceda de nuevo. Lo miro con los ojos rebosantes de lágrimas, él no parece comprender lo que sucede, se ve realmente asustado y desesperado, mientras que me mira fijamente. Vuelvo a sonreír. Ahí está otra vez. Sé que lo ha sentido. Sus ojos se iluminan, sus labios se curvan en la sonrisa más perfecta que he visto jamás y cuando menos puedo esperarlo, veo como sus ojos se inundan de lágrimas.


—Se está moviendo…— murmuro con la voz entrecortada cargada por la felicidad del momento. He tenido miles de momentos perfectos, pero creo que este logra superar todos los demás. 


Es mi hija, es un pedacito de mí y otro pedacito de Pedro, es nuestra, la hicimos juntos con amor y cariño, con ansias, la amamos desde el primer segundo en el que lo supe y sé que Pedro también lo sabe. Es nuestro ángel… 


—Oh... 


—Kya se está moviendo, Pedro—digo nuevamente, esperando que diga algo—. Nuestra pequeña Kya se está moviendo… ¡Oh, por Dios, Pedro, se mueve! —chillo con un grito demasiado agudo. Pedro parece congelado en el tiempo. Intento hacer que reaccione, pero simplemente nada sucede, hasta que sólo siento sus labios sobre los míos. Sus manos toman ambos lados de mi cara con delicadeza y percibo uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete besos perfectos y dulces cargados de emoción. 


—Por Dios, Paula —dice entre balbuceos. Luego posa su mano sobre nuestra pequeña, me sonríe y vuelve a besarme—. Te amo, te amo, te amo —dice una y otra vez entre más besos. Acerca su boca a su hija y la besa también—. Te amo princesa, te amo, te amo —Luego regresa su boca junto con la mía—. Te amo, te amo Paula Alfonso…





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