lunes, 23 de octubre de 2017

CAPITULO 11 (EXTRAS)





No puedo verlo de esa manera. Hace más de una semana que está así y eso realmente me incomoda. Sé que es doloroso, sé que fue sorpresivo, pero no puede pasar el resto de su vida lamentándose. Han pasado casi ocho días desde la muerte de su padre. La noticia también me impactó, lo admito, fue de un segundo al otro, pero... Los últimos seis meses de este matrimonio arreglado no fueron los mejores y, ahora que el señor Alfonso murió, sé que todo será peor. No puedo verlo así. Su actitud segura, irritante y confiada se ha desvanecido. Ya no es el mismo. Ni siquiera me dirige la palabra, tampoco me mira. Me siento completamente invisible y más sola que nunca.


Jamás hemos hablado mucho, pero ahora el silencio me está matando. Necesito hacer algo para que se sienta mejor. 


Sé que él también lo haría si yo estuviera en su situación.


Camino de un lado al otro en la biblioteca, intentando buscar una solución a este problema. Tengo que hacer algo que sea desinteresado, sincero y honesto. De verdad quiero que se sienta mejor. Eso me beneficiará después.


Suelto un suspiro y dejo que toda la frustración salga de mí.


Corro a la cocina y ordeno a una de mucamas que me prepare un té. Ella lo hace sin chistar mientras que espero impaciente. Lo tomo entre mis manos y lo coloco en una bandeja de desayuno junto con un pedazo de pastel. Me dijo que le encanta y tengo esperanzas que eso levante su ánimo, al menos un poco.


Subo las escaleras con cuidado y abro la puerta de nuestra habitación. Cruzo el umbral y luego la cierro con el pie. Me detengo en seco y lo observo a la distancia. Está viendo la televisión con la espalda pegada a la cabecera de la cama y su mirada está llena de tristeza.


Pedro —murmuro para llamar su atención. Se voltea rápidamente y al verme una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios.


—¿Que necesitas, Paula? —me pregunta, intentando sonar amable y dulce.


—Te traje té y pastel —respondo. Camino hacia la cama, dejo la bandeja sobre el colchón y me siento a su lado.


—No tengo hambre, pero gracias por el detalle.


Bien, no funcionará. Suspiro y me pongo de pie. Me rindo. 


No hay solución a esto.


—Dejaré la bandeja por si te arrepientes —siseo con frialdad. Salgo del cuarto y regreso a la biblioteca. Estoy molesta, esto no tenía que suceder. Quiero que se sienta mejor. Verlo triste me hace sentir completamente miserable.


Mi celular suena e interrumpe mi incesante caminata de un lado al otro.


—Hola —digo rápidamente.


—Buenos días, princesa —responde mi padre. Sonrío ampliamente y me siento en el sillón.


—Hola, papá.


—¿Cómo va todo?


No sé qué decirle, tal vez, si hablo con la verdad, él sabrá ayudarme.


Pedro sigue de la misma manera. No ha comido nada en días y solo está en nuestro cuarto, estoy empezando a preocuparme.


—Fue una muerte inesperada, una gran pérdida, hija. Su padre era un buen hombre, él aún está dolido. Y lo estará por mucho tiempo —asegura derribando mis pocas y casi inexistentes esperanzas.


Bien, papá. Dime algo que yo no sepa.


—Lo sé, pero he intentado hacer algo lindo para que se sienta mejor y no ha funcionado.


—¿Qué has hecho?


—Le llevé té y pastel.


Se ríe levemente al otro lado de la línea, como si fuese gracioso. ¿Por qué se ríe?


—Princesa... Debes abrazarlo, debes darle afecto, hazlo sentir mejor demostrándole que de verdad estás abatida por lo que le sucedió. Es tu esposo, puedes hacerlo.


—¿Estás seguro de lo que dices? —pregunto con el ceño fruncido.


—Ya no eres una niña, Paula. Sabes a lo que me refiero.


Bien, le haré caso a mi padre. No lo he intentado aún, pero espero que funcione. No soy muy cariñosa con nadie, jamás abracé a alguien por voluntad propia y nunca dejé que nadie me abrazara sin mi consentimiento. Siempre fue fingir. Llevo toda una vida fingiendo ser algo que no soy.


Entro a la habitación nuevamente y observo la bandeja que dejé hace minutos. Está de la misma forma y el té probablemente esté frío. Pedro ni siquiera se movió. ¿Cómo lo hago? ¿Qué le digo? ¿Y si me rechaza? Si lo hace me sentiré completamente patética y humillada. Solo espero que funcione.


—¿Cómo te encuentras? —cuestiono en un leve murmuro mientras que me siento a su lado en la cama.


—Estoy bien, Paula, no te preocupes —me responde en un tono de voz distante, como si me hablara desde otro planeta. 


No sé si debo hacerlo. Lo veo triste y mortificado, me duele verlo de esa manera. Me muevo nerviosa y lo rodeo con mis brazos rápidamente en un abrazo. Su cuerpo se tensa y parece sorprendido. Cierro los ojos y oculto mi cara en su pecho. Imploro en mi mente que no me rechace y, para mí suerte, no lo hace. Su cuerpo se relaja y percibo como sus brazos también me rodean fuertemente. Esconde su rostro en mi cuello y huele mi perfume desesperadamente. Sus manos acarician mi cabello y las mías su espalda. Quiero que se sienta mejor.


—Lo lamento, Pedro. De verdad.


Me estrecha con más fuerza sobre su cuerpo y acaricia mi cabello suavemente.


—Gracias, Paula, gracias de verdad. No tienes idea de lo bien que me haces, cariño.


Permanezco así como estoy por varios minutos. Escuchar el latido de su corazón me relaja, sentir sus caricias sobre mi espalda hace que sonría en mi interior y su aroma me vuelve completamente loca. Nada tiene sentido. Hay algo en mi pecho, algo fuerte que no sé qué es. Compasión no es la palabra, es mucho más fuerte y me asusta.


Me separo de él y ambos nos miramos a los ojos. Parece estar emocionado o con deseos de llorar. Mi mano se mueve sobre su mejilla y antes de que pueda detenerme tengo mis labios sobre los suyos. Nos besamos lentamente, como si quisiéramos que el beso sea eterno. Siento su lengua acariciando la mía con delicadeza, sus manos toman ambos lados de mi cara y sonríe. Me dejo llevar por emociones y sentimientos que desconozco por completo. Su pecho choca con el mío y lentamente me voy echando hacia atrás.


Pedro ubica sus manos sobre mis brazos y luego se coloca a horcajadas sobre mí sin hacerme daño. Me aferro a su cuello y alboroto su pelo con mis manos en un profundo y sensual beso que me arrebata el aliento y todas las emociones.


Muevo mis manos desesperadamente hacia los botones de su camisa blanca. Se los desabrocho uno a uno, mientras que su boca recorre mi cuello y mi clavícula desesperadamente. Ambos estamos perdiendo el control que tuvimos durante seis meses de dormir juntos. Siempre supe que esto sucedería, pero jamás me imaginé nada así, esta situación es inesperada y al mismo tiempo imponente. 


Quería que sucediera alguna vez y ahora está pasando.


Quito su camisa y la arrojo a algún lado de la habitación. 


Acaricio su pecho y observo su tórax detenidamente. Me encanta, siempre me gustó su cuerpo, pero es una de las pocas veces que soy capaz de admitirlo. Acaricio sus hombros, los músculos marcados de su espalda y sus bíceps mientras que nos devoramos el uno al otro. Es como si lo necesitara justo en este momento, como si él me diera el oxígeno que necesito para respirar. En los seis meses que llevamos de casados, jamás nos hemos besado de esta manera.


Siento como los movimientos de su cuerpo y el acercamiento de ambos elevan mi vestido dejando a la vista la mitad de mis muslos. Pedro se detiene y me mira fijamente con la respiración acelerada al igual que los latidos de su corazón.


—¿Estás segura que quieres hacer esto? —cuestiona buscando algún gesto que exprese lo que siento. Claro que lo quiero, siempre lo he querido, pero soy demasiado orgullosa para admitir que lo necesito de vez en cuando.


—Estamos casados, Pedro. Podemos hacer esto —afirmo en un leve susurro—, pero si no quieres, lo entenderé.


No me responde, pero comienza a bajar el cierre de mi vestido con desesperación. Acaricia mi columna vertebral con su dedo índice, besa mi cuello, mi hombro derecho y me deja solo en ropa interior. Me mira detenidamente por unos segundos. Analiza cada parte de mi cuerpo, como si estuviese buscando algo.


—Eres perfecta, Paula —susurra acercando su boca a la mía.


Sonrío ampliamente y me desespero. Cambio de posición y ahora yo estoy encima de él. Me rio levemente y desabrocho su cinturón. Se lo quito y lo lanzo a otra parte de la habitación. Estoy completamente perdida, no sé qué sucederá mañana y tampoco me importa, solo vivo el momento. No he tenido sexo en varios meses y en mi interior sé que estoy desesperada.


Beso sus labios una vez más, como si los necesitara todo el tiempo. Acaricio su pecho y exploro cada centímetro de su piel con mi lengua. Me encanta hacerlo, es magnífico. Siento su erección ahí abajo y sé que está listo para lo que haremos. ¿Es lo correcto? ¿Se arrepentirá de hacerlo? ¿Lo haré yo? No lo sé, pero ahora no pondré en duda mis emociones.


Él toma los breteles de mi sostén color negro y los desliza por mis hombros con delicadeza. Cierro los ojos y dejo que me acaricie lentamente, mientras que su mirada se clava en cada parte de mi cuerpo. Sus dedos juguetean con la parte trasera de la prenda hasta que se desprende por completo. 


Ahora estoy casi desnuda delante de sus ojos, que me miran con excitación y deseo, ese deseo que yo también estoy sintiendo.


Me toma por sorpresa y posa su boca sobre uno de mis pechos. Tomo su cabeza entre mis manos y lo guio hacia donde quiero. Lo hace de maravilla, inclino mi cabeza hacia atrás y abro levemente la boca. Me muevo sobre su erección y oigo un gruñido que hace que nos movamos rápidamente. 


Se coloca encima de mí y se quita los pantalones a velocidad apresurada. Abre mis piernas y comienza a acariciar el interior de mis muslos delicadamente, se desliza hacia mis pies y luego recorre la longitud de ellas hasta posarme en mi feminidad. Lo observo algo sorprendida, pero sonrío de todas formas. Estoy excitada, quiero que lo haga.


—Hazlo —le ordeno dulcemente.


Sonríe y me quita con delicadeza la bombacha y la arroja junto con la camisa blanca que descansa en algún lugar del suelo de la habitación. Su lengua dibuja una perfecta línea que comienza en mi ombligo y termina en mí…


Oh, mi Dios.


Suelto un gemido y me muevo inconscientemente. Él sonríe y posa su boca por completo en mí. Enloquezco mucho más.


Me retuerzo un poco y cierro los ojos, estiro alguno de los mechones de su cabello y dejo que su boca haga magia en mí.


Pedro… —murmuro.


Él se pone en posición, abro más las piernas y siento como se desliza hasta el fondo, abriendo las paredes de mi feminidad sin problema alguno, como si estuviese hecho para mí. Aprieto sus hombros y me habitúo a esa sensación. 


Su miembro hace presión sobre mi vientre y mi respiración comienza a ser irregular. En leves movimientos jadeo por lo bajo y cuando comienza a moverse un poco más rápido gimo y hecho mi cabeza hacia atrás. Me toma de la cintura y acerca su cara a la mía. Apega nuestras frentes y acaricia mi mejilla con su nariz.


—Ahora eres, mía, Paula —musita besando mi cuello. Si, lo que sea, estoy tan hechizada que nada me importa. Digo que sí con la cabeza al mismo tiempo que sale y se vuelve a introducir en mi interior—. Completamente mía… —susurra. 


Nuestros cuerpos se mueven juntos y me siento completamente hipnotizada. Haré lo que sea, solo quiero esto, por primera vez siento que estamos en el mismo lugar.


Su manera de hacerlo es delicada, sin prisa, disfruta de cada una de las sensaciones. Jamás he hecho algo así de tranquilo y apasionado. Es inevitable que no lo sienta, su corazón late fuerte, sus labios están cargados de deseo y de pasión. Me encantan sus labios, jamás los había besado de
la manera que lo hago ahora. Su cuerpo nunca se sintió tan bien al lado del mío. Incluso cuando dormimos espalda con espalda, jamás sentí esto, ahora todo es diferente y me siento distinta. Algo cambió en mi interior rápidamente y sé que si esto sigue, lo que vendrá después será completamente inevitable. Lo mío siempre fue sexo, pero esta vez es diferente, es mi primera vez con mi esposo…




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