miércoles, 13 de septiembre de 2017
CAPITULO 7 (SEGUNDA PARTE)
Sicilia, una hermosa y paradisiaca isla italiana, repleta de playas y costas de aguas azules y cristalinas, dotadas por construcciones antiguas y un clima increíblemente agradable. Estoy completamente feliz de estar aquí. Playa, por fin playa para poder disfrutar. Es extraño pensar en Londres estando en un lugar como este. No hay lluvia o nubes, el cielo es completamente azul y el sol brilla sin cesar, incluso la noche es mucho más impresionante que en cualquier otro lugar que ya haya estado. Es nuestro segundo día aquí. Ya hemos hecho algunas compras, recorrimos varios sitios turísticos de la ciudad y hemos almorzado en un exclusivo restaurante. No había probado la pizza en mucho tiempo, pero al hacerlo, reviví algunos momentos de mi adolescencia. Fue divertido ver como el queso se nos escurría de la masa y se deslizaba por todas partes.
Pero hoy, es un día completo de playa, de tomar sol y bebidas exquisitas para matar el tiempo, mientras que nos bronceamos y relajamos.
—Todos están mirándote —murmura Pedro, acercándose a mi oído derecho con cautela, mientras que rodea mi cintura de modo protector. Sonrío ampliamente para mis adentros.
Solo llevo un diminuto biquini y sé que la idea no le agrada, pero estamos en la playa, no puede prohibírmelo.
—Estás exagerando —respondo acelerando el paso para caminar delante de él.
Pedro frunce el ceño, pero permanece callado por varios minutos. Me alcanza y, luego, toma mi mano y caminamos juntos sobre la arena húmeda, sintiendo como las olas nos mojan los pies con delicadeza.
Lo cierto es que varios hombres se han volteado a verme, pero no puedo culparlos. Tengo mi sedoso cabello hasta la cintura, la piel de un tono blanco llamativo y un sensual biquini que deja mucho que desear. No puedo hacer nada más, soy hermosa. No es mi culpa.
Encontramos un buen lugar en el que descansar. Pedro reservó un sitio especial para ambos, algo alejado de los demás turistas. Tenemos una amplia sombrilla, solo para nosotros, y dos reposeras que se ven muy cómodas. Me siento en una de ellas y quito de mi bolso el protector solar. Pedro se acerca sin decir nada y me lo coloca en la espalda y en los abrazos, acariciándome con dulzura.
—Adoro tu piel.
—También me gusta mi piel —comento a modo de broma y oigo como una sonora risa se escapa de sus labios. Besa mi cuello, se recuesta sobre su asiento y se coloca los lentes de sol.
Suelto un suspiro y muevo un poco la sombrilla para que me del sol. Me relajo, respiro lentamente y disfruto de los rayos solares que calientan mi piel y me hacen sentir muy bien. Es increíble lo hermoso que puede llegar a ser el sol. Es una pena que en Londres no lo vea muy seguido. Creo que esto me haría muy bien en esos días de estrés.
El silencio y la tranquilidad me invaden por completo, hasta que oigo el familiar sonido de mi celular. Pongo los ojos en blanco, muevo mis lentes de sol hacia la altura de mi cabeza y tomo el ruidoso aparato que reproduce una vieja canción de Justin Timberlake sin cesar.
Observo la pantalla y leo “Damian”
Oh, mierda. No sé qué hacer. Si contesto, Pedro probablemente se moleste y, si no lo hago, será sospechoso y él se molestará de todas formas. Mierda, ¿Por qué tiene que ser así de complicado? Somos solo amigos, pero los celos erráticos de Pedro me fastidian y no quiero arruinarlo. Todo sale perfectamente bien.
Mi esposo me mira una vez y frunce el ceño, mientras que el celular suena. Lo miro sin decir nada y suelto un suspiro.
—Hola —digo con la voz entrecortada.
—Hola, nena —me dice. Puedo imaginar su sonrisa al otro lado de la línea—. Hace una semana que no sé nada de ti, ¿está todo bien?
—Sí —respondo en un leve balbuceo—. Todo está perfectamente bien. Estamos teniendo una luna de miel increíble.
—¿Él está ahí, cierto? —pregunta cambiando el tono de su voz a uno un poco más serio.
Es ridículo que esto suceda. No tiene sentido, solo es mi amigo, pero Pedro hace que me sienta como su amante cuando está cerca.
—Sí. Él está aquí —le respondo observando a mi esposo, que me mira fijamente.
—Oye, nena, no puedes seguir así, tu esposo sabe que somos amigos y que nada sucede entre ambos. No puedes seguir haciéndote esto, hasta parece que somos amantes cuando hablas de esa manera, como si intentaras ocultarme.
—Pienso lo mismo que tú.
Si, Damian tiene razón. No puedo seguir con todo esto, pero Pedro es demasiado complicado y también muy cabeza dura.
—Escucha —me rodena—; ponme en altavoz, así podremos hablar los tres. Él no se sentirá amenazado y todo será más normal. Vamos, inténtalo —me anima. Quito el celular de mi oreja y oprimo la tecla de alta voz. Miro a Pedro y me siento delante de él con el teléfono cerca de mi boca.
—Ya está.
—¡Bien! —exclama—. Hola, Pedro ¿Qué tal, amigo?
—Hola —responde mi esposo de la manera más cortante posible, logrando que mis manos comiencen a temblar. No tengo deseos de una escena de celos o algo así. No podré tolerarlo.
—Bien, se ve que estás de humor, Pedro.
No puedo contenerme y me rio. Sé que eso le molesta, pero no me importa. Si quiere pelea, entonces, que pelee, yo no haré nada y no le daré motivos. Siempre lo hago todo bien, puedo tener el control de esta situación.
—Iré por algo de beber —me dice de mal humor. Se pone de pie y, luego de un largo suspiro lleno de fastidio, lo veo caminar en dirección al bar que se encuentra al otro lado.
Intento ignorar su comportamiento errático y me concentro en hablar con Damian. Le cuento todo lo que sucedió en los últimos días, le digo que estamos en Sicilia y, también, lo bien que la estoy pasando, sin mencionar las rabietas celosas de mi esposo. Hablamos durante varios minutos, no sé cuántos exactamente, pero cuando Pedro regresa y nota que sigo pegada al teléfono, su rostro parece más enfadado que antes.
Siento como la rabia me invade. Se comporta como un niño, sin sentido alguno. Pongo los ojos en blanco y le lanzo mi peor mirada de decepción. Me pongo de pie y camino hacia el mar. Recorro de un lado al otro la orilla y mojo mis pies mientras que la arena se pega en ellos de nuevo y el agua vuelve a limpiarlos. Todo un proceso sin sentido, pero es lo único que puedo hacer mientras que oigo como Damian ha estado en los últimos días. No quiero ver a Pedro, ni siquiera quiero pensar en él cuando se comporta de esta manera.
Está haciendo un gran escándalo por nada.
—¿Eres feliz? —cuestiona tomándome por sorpresa. Me detengo un segundo, algo impactada. No creí que volvería a preguntar algo así de nuevo. La última vez no respondí y, ahora, no sé si hacerlo.
—¿Por qué preguntas eso?
—¿Por qué evades la pregunta?
—Damian… —protesto.
—Sé que él te hace feliz, Paula. Sé que lo quieres y sé que él te quiere a ti, pero noto tu inseguridad a kilómetros de distancia.
—No tengo inseguridad —me quejo a la defensiva.
—Sí la tienes. Todos la tienen.
Oh, Dios.
Su comentario me molesta. No quiero hablar de mis inseguridades ahora. Estoy de vacaciones. Ya tengo suficiente con la rabieta de Pedro. No quiero arruinar mi día por culpa de estos dos tontos que se odian mutuamente sin motivo alguno.
—Cambiemos de tema.
Más tarde, cuelgo la llamada. Solo pude preguntar y preguntar sobre la relación que tienen Damian y Tania. No quería hablar de nada más. Evadí mi vida por completo de esa conversación. Lo bueno de todo esto es que ambos tuvieron una cita y todo salió bien. ¿Quién lo diría? Damian y ella en una cita. Lo imagino y no lo creo. Jamás pensé que Damian fuese el tipo de hombre que podría gustarle a una mujer como Tania.
Regreso a la reposera y dejo mi celular dentro del bolso.
Pedro no aparta la mirada de un libro sobre finanzas y finge indiferencia por completo cuando intento llamar su atención.
Es desesperante. No estoy acostumbrada a esto y me molesta que se comporte de esa manera.
—¿Vas a decirme algo? —pregunto luego de un largo silencio que nos incomoda a ambos.
—No tengo nada que decir —responde sin siquiera posar su mirada sobre mí—. ¿Tú tiene algo que decirme, cariño? —me cuestiona con un tono de voz cargado de frialdad y sarcasmo.
No puedo tolerarlo. No quiero soportar esto. Los hombres celosos son tiernos hasta cierto punto, pero esto ya es completamente estúpido. Esta disputa no tiene sentido alguno.
—Te comportas como un completo idiota.
—¿Y tú? ¿Has pensado como te comportas tú?
—¿De qué estás hablando?
—No quieres que me moleste contigo porque hablas con ese tipo, pero lo que no notas, es que ese idiota me importa una mierda. ¡Lo que realmente me saca de quicio es que tú le des un lugar que no le corresponde! ¡Tú y yo estamos compartiendo este momento, algo que es solo nuestro! ¿Por qué demonios dejas que él se entrometa? ¿Qué tantas cosas tiene el para decirte? ¡Es nuestra luna de miel, Paula! ¿Acaso no comprendes lo que eso significa?
Suelto un suspiro que es audible desde Londres y me recuesto sobre la reposera. Me pongo los lentes de sol e intento aliviarme. Cuanto hasta diez, pero no funciona, hasta veinte, hasta treinta y comienzo a relajarme. Ya nada me importa. Que Pedro y sus estúpidos celos se vayan al maldito demonio, no me interesa.
—Pedro —responde mi esposo distrayéndome de mis pensamientos, mientras que habla a su celular. Permanezco inmóvil, pero volteo un poco mi cabeza para poder ver la expresión de su rostro. Parece algo feliz y no sé por qué, ¿Quién demonios está llamándolo?—…claro que sí, estoy disfrutando de las vacaciones, Karen.
¿Karen? ¿Quién demonios es Karen? ¿Por qué sonríe así? ¿Qué mierda sucede aquí?
Me incorporo rápidamente, me quito las gafas y lo observo detenidamente. No pude hacer lo que creo que hace. Está jugando sucio. Quiere darme celos con esa tal Karen, ¿Quién mierda es ella?
—¿Quién es Karen? —pregunto interrumpiendo lo que él le decía a esa estúpida. Me mira por unos segundos y luego se pone de pie.
—Espérame un segundo, hay demasiado ruido aquí —espeta dándome el indicio de que la única que está molestando aquí soy yo.
Lo veo caminar en dirección al mar y hacer lo mismo que yo hacía mientras que hablaba con Damian. No puedo soportarlo. Esto es una completa humillación. Está jugando sucio, pero no logrará vencerme, es la venganza más estúpida que he presenciado en mi vida.
—¡Vete a la mierda, Alfonso!
Tomo todas mis pertenecías, las coloco en mi bolso de playa y me muevo hacia el bar de recepción lo más rápido que puedo. Regresaré a la habitación, tomaré mi tarjeta de crédito e iré a recorrer las tiendas, completamente sola. No quiero verlo, ni siquiera voy a pensar en él. Estoy furiosa, demasiado furiosa.
Subo la rampa que conecta la playa con el amplio balcón del bar y, al dar un paso en falso, mi cuerpo se tambalea y me caigo de bruces sobre el suelo, provocando que mi antebrazo se cruce con un pedazo de metal del pasamanos que me corta la piel profundamente y me provoca un dolor desgarrador.
—¡Mierda! —me quejo.
Me pongo de pie y algunos de los turistas se apiadan de mí y me ayudan a reincorporarme. Por Dios, qué vergüenza.
Acabo de caerme delante de todo el mundo. Me siento patética.
—¿Se encuentra bien, señorita? —me pregunta una turista en italiano.
—¡Está sangrando! —grita otro. Miro mi brazo y solo veo sangre. Siento un leve mareo y percibo como todo me da vueltas—, ¡Ayuda, está sangrando!
No puedo ver sangre, eso realmente me descompone. Todo se vuelve borroso.
—¡Paula!
Lo último que escucho a lo lejos es la voz de Pedro cargada de desesperación…
Abro los ojos lentamente. No tengo idea de dónde demonios estoy. Hay algo que oprime mi brazo y hace que un agudo dolor se produzca cuando intento moverme. Observo a mí alrededor y examino la habitación del hotel. Pedro no está aquí y lo único que escucho con claridad es el bullicio de la televisión sintonizando mi canal de música favorita.
Intento recordar como terminé en esta situación y el primer recuerdo que invade mi mente es el de la caminata cargada de furia de camino al hotel, luego un tropezón y, finalmente, la sangre. No sé por qué me desmayé, pero no suele sucederme.
Acaso no será... No, eso es imposible, apenas ha pasado una semana. No puede ser así de rápido.
Me estremezco cuando la puerta se abre. Pedro aparece delante de mí, corre hacia donde me encuentro y me toma entre sus brazos. Parece más preocupada que alguna otra vez. Toma mi rostro con ambas manos y me observa fijamente. Me pierdo en su aroma y en el miedo que se percibe por su mirada. Es ese miedo que se mezcla con culpa y arrepentimiento.
—Cariño… Paula…, por Dios —balbucea una y otra vez sin poder decir ni una frase concisa —. ¿Estás bien, cielo? De verdad lo lamento, Paula. Esto fue mi culpa, no debí dejarte sola, cariño. Lo siento.
Estoy completamente aturdida. Sus miles de disculpas provocan que mi cerebro no logre reaccionar.
—¿Por qué jamás podemos disfrutar de algo tan hermoso como esto sin que los celos lo estropeen? —cuestiono sin apartar mi mirada de sus ojos.
Lo tomo por sorpresa, él intenta no parecer avergonzado, pero no lo logra. Lo he conocido demasiado en el último mes.
—Tal vez los celos son el mayor desafío que debemos superar juntos, mi preciosa Paula —murmura acortando la distancia entre ambos. Solo siento su respiración en mi cara y su nariz acariciando mi mejilla.
—No me llames así. Estoy molesta.
—Por favor, no me hagas esto —implora desesperado.
—No solo tenemos que superarlos, Pedro. Debemos tener confianza porque esto no funciona.
—Yo confío en ti —asegura, posando sus labios sobre mi mejilla—.Yo siempre confío en ti, Paula.
—No logro entenderte.
Pedro se mueve lentamente e intenta no tocan mi brazo vendado. Se coloca encima de mí y con hace fuerza suficiente para no aplastarme.
—Confío en ti, pero no confío en los demás hombres. Todos quieren tenerte, todos te desean y tú eres mía, Paula, solo mía. ¿Lo sabes, verdad?
Coloco mi mano libre en su nuca y permito que sus labios aprisionen los míos con desesperación, provocando que necesite aire rápidamente. Libera mi boca y luego ataca mi clavícula, haciéndome enloquecer. Cierro los ojos y tiro mi cabeza hacia atrás para darle más acceso a esa placentera zona erógena.
—No puedo controlarme, no logro hacerlo —confiesa entre besos delicados y pausados—. Pienso que voy a perderte... y eso me aterra.
—No vas a perderme.
Muevo mi pelvis hacia arriba y siento su erección rozando mi zona, justo como lo quiero, como lo deseo. De pronto, hace demasiado calor en la habitación y todo signo de dolor o molestia desaparece.
—Me vuelves loco, me vuelves loco de todas las maneras posibles.
Mis pezones se endurecen y traslucen la tela delgada del bikini.
Me pierdo en un mar de sensaciones y dejo que sus manos desaten los nudos de la parte de arriba de mi traje de baño. Me siento desnuda y lo único que me hace reaccionar son sus labios sobre mi piel.
—¿Podemos hablar de los celos, luego? —pregunto con desesperación.
Necesito cambiar de tema. No quiero seguir con esto.
Enarca las cejas y sonríe.
—¿Qué deseas hacer, mi preciosa Paula?
Rodeo su cintura con mis piernas y me muevo hacia adelante para más contacto.
—Deseo que me hagas el amor, ahora... —confieso—. Solo deseo eso.
Pedro sonríe y deposita un largo reguero de suaves y delicados besos en mi piel. Desde mi cuello hasta mi ombligo. Se sienta sobre mis caderas y se quita la camiseta de algodón rápidamente. Volvemos a besarnos, pero de manera más lenta y apasionada. Toma mis dos manos por encima de mi cabeza y entrelazamos nuestros dedos con fuerza mientras que me pierdo por completo. No me importa nada más en un momento como este.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Muy buenos los 3 caps. Cómo le están costando los celos.
ResponderEliminar