miércoles, 13 de septiembre de 2017
CAPITULO 9 (SEGUNDA PARTE)
Pedro toma mi mano mientras que caminamos por la cubierta del inmenso crucero en el que estamos. Un hermoso viaje de tres días por los mares del Mediterráneo, una aventura increíble y al mismo tiempo indescriptible.
Hay demasiada gente en el lugar. La piscina se ve repleta de niños que juegan sin detenerse y revolotean alrededor del inmenso tobogán de agua con más de diez metros de altura.
Miro a mi esposo de reojo y sonrío. Me siento completamente diferente, renovada y feliz.
—¿Por qué sonríes? —pregunta, volteando su rostro hacia dirección. No puedo evitar perderme al verlo. Su cabello alborotado por el viento, los lentes de sol de estilo aviador, su sonrisa… todo en él me encanta—. Responde mi pregunta —me pide con impaciencia.
Me rio levemente y coloco mis manos con mucho cuidado detrás de su cuello.
—Me rio porque estoy muy feliz —respondo—. ¿Tú no lo estás?
Nos besamos durante un largo rato y luego nos acercamos hacia la borda. El agua se mueve de un lado al otro debido a los movimientos del barco, la brisa hace que mi piel se erice y mi cabello se mueva de aquí para allá. Es la combinación perfecta de cielo azul, sol y viento. Simplemente perfecto.
— ¿Tienes frío, preciosa? —pregunta, rodeándome con los brazos.
—Solo un poco.
Tomo mi celular, enciendo la cámara y ambos nos ponemos en posición para otra mini sesión de fotos personalizadas. Le damos la espalda al mar para que todo el hermoso paisaje salga en la fotografía. Sonreímos y luego tomo la primera foto. En la segunda nos besamos y en la tercera hacemos muecas graciosas.
—Te amo. ¿Lo sabes, cierto?
—Claro que lo sé —alardeo con una sínica sonrisa—. Yo también.
Nos besamos nuevamente para luego seguir con nuestro paseo por la cubierta exterior del barco. Hay mucho alboroto, pero logramos encontrar dos reposeras a unos cuantos metros de las gotas de agua que salpican los niños en la piscina.
—¿Quieres algo de beber? —pregunta, inclinándose levemente para verme.
—No —digo rápidamente. Estoy tan relajada que no quiero ni siquiera hablar. Esto es lo que necesito. Calor, mar, crucero… todo es perfecto.
—¿Está ocupado? —pregunta una voz femenina distrayéndome de mis propios pensamientos. Abro los ojos y me siento sobre la reposera rápidamente. Observo a la mujer de unos treinta años que luce un bañador color verde esmeralda y trae un bebé de un año en sus brazos.
—No, puedes usarla.
—Oh, qué bueno. He buscado una por todos lados, pero no he tenido suerte —comenta distraída—. No tienes idea de lo difícil que es caminar con un bebé en brazos por todas partes.
No, no tengo idea de lo que eso significa, pero si mis teorías son ciertas, tal vez, quizá en un año, lo entienda.
—¿Tú tienes hijos? —cuestiona inoportunamente mientras que acomoda las cosas del pequeño niño para que se siente en el piso y juegue con muchos juguetes y mordillos.
—¡No! —digo algo espantada. Pedro me lanza una mirada de reojo y luego regresa su vista hacia su teléfono celular.
—Es una lástima, son tan hermosos y divertidos. Mi pequeño Sam es el motor de mi vida. ¿Verdad que sí, cariño? ¿Verdad que eres el bebé de mamá? —cuestiona hacia su bebé haciendo muchas caras graciosas, provocando que el bebe ría sin control.
No estoy del todo molesta, pero no me agradan los extraño y mi burbuja personal se siente algo invadida, sin sentido alguno, por esta desconocida. Solo quiero que se marche y que me deje sola.
—Ya estás molestando a otros pasajeros, Gina. —musita un hombre de unos cuarenta años que, a primera vista, parece ser su esposo, debido que el bebé y él tiene mucho en común, son completamente idénticos.
—Claro que no molesto, solo le hablaba a esa chica sobre Sam —Se defiende y besa a su esposo en los labios.
Pedro parece distante, no quiere ser partícipe de la conversación y yo tampoco. No soy buena haciendo amistades y menos si ella tiene un carácter tan atrevido e irritante. Ya lo he dicho, pero la mayoría de las personas no me agradan.
—Lo lamento mucho, señorita —se disculpa en mi dirección—.Ya no la molestará.
Sonrío como aceptación y luego elevo las gafas de sol encima de mi cabeza.
—Señora —aclaro rápidamente. Pude leer los pensamientos de Pedro inmediatamente, como si estuviésemos conectados o algo así—. Él es mi esposo —aclaro, señalando a Pedro que aparta el celular de su cara, los saluda con la mano y luego regresa su atención a la pantalla.
—Oh, pero que gusto. ¡Son tan jóvenes!—exclama sorprendida—. ¡Soy Gina Héller! Y él es mi esposo Gail.
Extiende su mano hacia mi dirección y, aunque no quiero estrechársela, sé que debo hacerlo. No sería bueno que una mujer como yo diera una impresión de mala educación.
Debo de comportarme y mantener el control.
—Paula Alfonso —respondo con un leve apretón de mano.
—¿Alemanes?
—Vivimos en Londres —respondo con prisa.
—¡Son ingleses! —exclama emocionada, pero de una manera que me parece exagerada y molesta al mismo tiempo. Debo fingir que soy amable—. ¿Verdad que lo son?
—Así es. Yo soy inglesa y él alemán —respondo cortante.
—¡Nosotros somos de Oxford!
Veinte minutos después, el esposo de Gina y el mío descubren que tiene mucho en común y comienza a hablar de futbol y todo ese tipo de cosas a las cuales no les doy importancia. No tengo otra opción y debo de hablar con la pobre mujer que se ve desesperada por hacer algo de amistad. No me interesa en lo más mínimo, pero, últimamente, me he comportado amable y no quiero arruinarlo. Dejo que me cuente de su increíble vida como ama de casa y todo ese tipo de cosas. El niño juega con sus juguetes por muy poco tiempo, comienza a lloriquear y su madre lo carga en brazos. Empiezo a desesperarme por dentro. ¿Y si estoy embarazada? ¿Tendré que pasar por todo esto? ¿Cómo haré? No soy una persona paciente, no quiero… Simplemente, estoy confundida.
—Oí que habrá una fiesta de bienvenida en la cubierta, esta noche —comenta Gail rompiendo el silencio que se generó cuando el pequeño Sam por fin se durmió en brazos de su madre—. ¿Ustedes asistirán? —cuestiona observándome y luego a Pedro.
—Tal vez lo hagamos —respondo con una forzosa sonrisa.
—Estaría bien. Si quieren, podemos reunirnos luego —propone con esperanzas, pero no quiero reunirme con nadie, no hoy, no luego. Quiero a mi esposo solo para mí, no se me apetece compartirlo con nadie, quiero toda esa atención puesta en mí, su esposa.
—Mi esposa y yo tenemos otros planes —les informa mientras que besa mi hombro al descubierto. El sol aún calienta mi piel y la noche se asoma en unas tres o cuatro horas—, pero si cambiamos de opinión nos reuniremos con ustedes.
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