miércoles, 13 de septiembre de 2017

CAPITULO 8 (SEGUNDA PARTE)





—¿Cómo te sientes, cariño? —pregunta, acariciando mi espalda una y otra vez. Me desperezo un poco y muevo mis piernas debajo de las sábanas.


—Estoy bien —murmuro con una sonrisa en el rostro.


—¿Te duele?—Acariciando lentamente el dorso de mi brazo.


—Estoy bien —respondo de nuevo—, pero quiero saber quién es Karen.


Se ríe y besa la puntita de mi nariz con delicadeza.


—¿Celosa señora Alfonso? —cuestiona divertido, pero a mí esto no hace gracia.


—No juegues conmigo, Pedro —espeto fríamente cruzándome de brazos—. ¿Quién es Karen?


Parece pensarlo por unos segundos y eso no es bueno. 


Necesito que me diga la verdad. No quiero volver a tocar ese estúpido asunto de los celos, pero no podré dormir tranquila mientras que no me lo diga.


—Karen trabaja en Alfonso International Company, en Múnich —me responde con suma seguridad.


Rebusco en su mirada, pero no encuentro nada, y le creo. Si, debe estar diciéndome la verdad, pero la familiaridad con la que le hablaba esa tipa no me agrada demasiado.


—¿Eso es todo? ¿Solo trabaja en AIC?


Se pone de costado y apoya su cabeza en la palma de su mano. Me mira detenidamente y sonríe a medias. No sé por qué me mira, pero me hace sentir bien.


—Eso es todo, cielo —responde finalmente—. No tienes que preocuparte.


Suelto un suspiro, Pedro me rodea con sus brazos y hace descansar mi cabeza en su pecho.


—Prométeme que no volveremos a discutir o hacer alguna estupidez por causa de DamiAn o quien sea. Promételo —le pido dulcemente.


—No me gusta pelear contigo, cariño.


—Entonces, deberías de evadir tus celos erráticos porque enserio te pasas, Pedro —espeto con suma franqueza.


Siento sus labios sobre los míos y luego las leves caricias de sus manos en mi pelo.



—Te prometo que intentaré controlar mis celos erráticos.


—¿Intentarás? —cuestiono elevando una ceja, no muy convencida de lo que me dice. No necesito dudas, necesito seguridad. Debo controlar esto.


Se ríe levemente, me besa de nuevo y me acurruca contra su cuerpo. Me quejo debido al corte en mi brazo, pero mi esposo me cubre de besos y todo desaparece rápidamente.


En la tarde, por fin, decidimos levantarnos de la cama. 


Tenemos cosas que comprar, ropa que empacar y un crucero al que abordar en solo un día. Hay demasiado que hacer y muy poco tiempo. El mes se pasará volando.


Me pongo de pie, tomo mi teléfono y corro al baño. Pedro está terminando de preparar su maleta mientras que se distrae con los canales de noticias del Reino Unido y yo aprovecho la oportunidad para hacer esa llamada que debí hacer hace una semana atrás. Sé que me regañará, pero fue un impulso…


La línea del móvil de la doctora Pierce suena una y otra vez mientras que mis manos tiemblan sin control alguno. Estoy impaciente y necesito sacarme todas estas dudas que están invadiéndome.


—¿Diga? —murmura con simpatía al otro lado del teléfono.


—Doctora Pierce, por fin puedo encontrarla —digo, aliviada—. Soy Paula Alfonso.


—¡Paula! —exclama haciendo alboroto. Sé que soy adorable, pero no es para tanto—. Querida, lo lamento, no tengo los antejos y no veo nada en este aparato, ¿Cómo has estado? Han pasado seis meses dese tu última cita en mi consultorio.


—Lo sé —respondo—. Estoy bien, pero tengo un problema.


—Claro, querida, lo supuse. Dime qué sucede.


Suelto un profundo suspiro, me siento en el suelo del baño y recuesto mi espalda contra la puerta de madera para asegurarme que Pedro no ingrese al cuarto marmolado y repleto de griferías costosas.


—He cometido una locura —murmuro en voz baja.


—Paula, querida, no me asustes. ¿Qué sucede?


—Hace una semana dejé de tomar las píldoras anticonceptivas y…


—¿Y…?



—Quiero darle un hijo a mi esposo.


Oigo un suspiro al otro lado. Sé que me regañará, pero no pude evitarlo.


—Jamás creí que me dirías algo así, querida —me responde, y por su tono de voz sé que sonríe—.Siempre has sido tan… especial…, estoy muy feliz por la decisión que han tomado, pero sabes que no debiste de hacer eso. No puedes suspender este tipo de método de un día para el otro.


—Lo sé, pero él estaba tan emocionado… Estamos de viaje y yo solo quería…


No tengo palabras para expresarme.


—Lo entiendo, lo entiendo. ¿Qué te ha dicho tu esposo?


—No se lo he dicho —confieso—. Quiero sorprenderlo. Si me embarazo, quiero que sea una sorpresa. Yo no estaba muy convencida con todo este asunto, pero ahora quiero hacerlo.


Vuelve a sonreí y yo también lo hago. Coloco mi mano sobre mi vientre y lo acaricio inconscientemente. ¿Cómo será? ¿Qué sentiré? Debo admitir que ahora estoy muy ilusionada. 


No sé cómo todo cambió tan rápido, pero lo anhelo más que nada. Quiero hacerlo feliz.


—Debes explicarme, querida, porque hay algo de toda esta situación que no logro entender.


—Hoy he tenido una caída en la playa y me lastimé el brazo, pero todo está bien —digo rápidamente—. Vi algo de sangre y luego me desmayé. Desperté en la habitación y lo primero que se me vino a la cabeza fue…


—Ya comprendo —me dice—, ¿Cuándo fue la última vez que tuvieron relaciones?


—Hace un par de horas —admito, e intento no reírme.


—Bien, esa ha sido una pregunta algo tonta. Será mejor que la reformule: ¿Cuándo fue la primera vez que lo hicieron sin que hayas tomado la píldora? ¿Y tú último periodo?


Pienso, pienso. Estábamos en París. Fue hace casi una semana.


—Fue hace unos seis días —respondo—.Y mi último periodo hace… —Cuento con mis dedos rápidamente—, tres semanas.


—Bien, no hay posibilidad de que estés embarazada aún, Paula. Ese tipo de cosas suelen demorar como mínimo dos semanas hasta que puedas notarlo. Y tu periodo es regular. Creo que todo está bien.



—¿Y por qué el desmayo?


—No podría darte un diagnostico concreto, pero si tienes alguna duda, puedes realizarte un test de embarazo. Tal vez las píldoras no funcionaron y te has embarazado antes o, tal vez, solo fue una recaída. No estoy segura.


Pedro golpea la puerta del baño provocando que dé un respingo por causa del susto. Estaba demasiado concentrada en mi conversación que logré olvidarme de todo lo que me rodea.


—Debo colgar, doctora Pierce. La mantendré informada.


—Adiós, querida. Suerte y hasta pronto.


Cuelgo la llamada y me pongo de pie. Abro la puerta del baño y veo a Pedro delante de mí, mirándome con curiosidad.


— ¿Qué sucede, cariño? —cuestiona frunciendo el ceño. No sé qué decirle y no quiero mentir. Debo decir la verdad o al menos parte de la verdad.


—Hablaba con la doctora Pierce.


Sus cejas se unen en una fina línea sobre su frente y algunas arruguitas se forman en ella haciéndolo ver adorable.


—¿Por qué hablabas con ella?


Acorto la distancia entre ambos y lo abrazo con cuidado de no dañar aún más mi brazo. Apoyo mi cabeza en su pecho, suelto un suspiro y cierro los ojos mientras que él besa mi pelo y me acaricia la espalda.


—No hagas preguntas, por favor.


—Pero…


—Solo abrázame…





No hay comentarios:

Publicar un comentario