viernes, 8 de septiembre de 2017

CAPITULO 49 (PRIMERA PARTE)




Abro los ojos perturbada. Primer día del periodo, mi primera noche de mal sueño como suele ser la mayoría de las veces. Intento tolerarlo, pero me resulta devastador e irritante. Miro a mi lado izquierdo y Pedro duerme plácidamente. Me pongo de pie y miro el colchón para comprobar que todo esté limpio. Suelto un leve suspiro y sonrío para mis adentros, como siempre todo está bajo control, como dije que lo estaría. Todo me sale bien. No debía preocuparme demasiado. Necesito una buena ducha, algo que me relaje y quite toda esta tensión que comienza a apoderarse rápidamente de mi cuerpo. Sé que estaré de mal humor por unos minutos o tal vez horas, pero no tengo la culpa de lo que sucede. Soy así.


Corro al lavado, me quito el estúpido pijama y me doy un baño. No sé cuanto demoro bajo la ducha, pero dejo que el agua corra libremente por mi cuerpo y que el tiempo vuele. Necesito relajarme, necesito pensar con claridad, quiero olvidarme de los problemas y de las estúpidas discusiones con Pedro.



Salgo del cuarto solo en ropa interior de algodón blanco, que no es ni sexy ni atractivo, pero así me siento ahora. Odio estar en estos días, pero por desgracia no puedo evitarlo. 


Dejo que la bata de baño me cubra levemente. La toalla de mi cabeza evita que moje el piso con las delicadas gotas de agua que se apoderaron de mi cabello por causa de la ducha. Lo primero que observo es la cama, Pedro no está dormido. Debe de haberse despertado segundos después que yo. Al parecer no quiso siquiera decirme buenos días. 


No hay rastro de él lo cual me parece muy bueno. No tengo humor como para tolerarlo demasiado el día de hoy.


Corro de un lado al otro dentro de mi tienda individual, me siento tan mal que ni siquiera tengo deseos de vestirme, mi humor no es nada bueno y sé que tendré que soportarme a mí misma. Todas las veces que estoy en estos días me escapo de todo el mundo, soy completamente intolerable.


Suspiro un par de veces y me miro al espejo. Tengo ojeras y bolsas debajo de mis ojos, luzco diferente y además de eso me duele el bajo vientre. Esto es completamente injusto, es ridículo. Las mujeres tienen que sufrir demasiado mientras que los hombres viven malditamente felices y tranquilos.


Pedro aparece en el umbral de la puerta de mi tienda individual y posa su peso sobre el marco mientras que me observa con los brazos cruzados a la altura de su pecho. 


Pongo los ojos en blanco porque sé que no puede verme. 


Siempre sé lo que hará. Desde el primer día en el que nos casamos hace eso. Solo me observa una y otra vez, pero mi técnica de ignorarlo nunca funcionó del todo. No le conviene hacerme molestar.


– ¿Te encuentras bien? –Cuestiona rompiendo el silencio que nos invade y al mismo tiempo que nos incomoda a ambos. Sé que debo de decirle que no me siento bien, porque es lógico que con el periodo ninguna mujer se siente bien, pero tengo que ignorarlo por completo. Aun sigo molesta.


– ¿Te importa, siquiera?



–Vamos, Paula, por favor no empieces. –Dice frustrado.


–Sí, estoy bien. –Respondo de modo cortante. –No fastidies.


Quiero que deje de hablarme de inmediato.


Observo las miles de prendas y tomo unos vaqueros, me quito la bata y luego me los coloco. Pedro me observa fijamente y siento su mirada clavada en mi espalda.


–Pedí que te prepararan el desayuno. –Murmura para llamar mi atención, pero ni siquiera me volteo a verlo.


–Sigo molesta, Pedro. Lo que sucedió ayer, fue lo único que me faltaba para hacerme estallar, así que solo te pediré que te vayas. No me interesa tu desayuno ni nada de eso.


Oigo su suspiro cargado de frustración y enfado, pero cuando me volteo no lo veo. Sigo vistiéndome sin preocuparme por lo que el piense o intente hacer. Marcho al baño cuando ya estoy vestida y me seco el cabello. Sigo viéndome desastrosa, pero utilizo un poco de maquillaje para poder ocultar las bolsas y ojeras que toman por completo la atención de mi rostro.


Regreso a la habitación y el murmullo de la televisión me distrae. Miro sobre la cama la bandeja de desayuno y tomo un pedazo de chocolate. No debo de comer esto, pero no me importa. Tendré tiempo de arrepentirme luego. Bebo un poco de jugo y luego me siento en la litera para estar más cómoda. Me doy por vencida y le hago caso a mi estomago que me advierte que no he comido nada en muchas horas y le doy lo que me pide. Todo como me gusta, el jugo, el té, la ensalada de frutas y pastel. No me detengo y como todo lo que está en la bandeja, mientras que intento calmar mi mal humor.


Mi esposo reaparece en la habitación y tiene su laptop entre manos. Me observa, sonríe cortamente y se sienta en la cama sin decir ni una sola palabra. Abre el aparato y con el rabillo del ojo observo la pantalla del computador. Está haciendo cosas del trabajo y parece concentrado en lo que hace. Miro la televisión sin entender nada de lo que la chica de las noticias dice, no le estoy prestando atención. Bebo un poco de té y comienzo a relajarme. No es así como creí que pasaríamos un domingo. Podríamos hacer cosas divertidas y diferentes, pero no, eso no sucederá porque estoy molesta con él.


–Lo lamento. –Dice luego de unos minutos de silencio entre ambos. Me volteo a verlo y le enseño mi peor cara. –Lamento haberme marchado ayer en la noche, lamento todo lo que hice y sobre todas las cosas lamento haberte hecho sentir presionada con algo tan importante como la decisión de tener un hijo. –Murmura pensativo. –Tenías razón cuando decías que te estaba presionando. Lo pensé y comprendí que estaba pidiéndote algo que tú no querías y lo entiendo, Paula.


–Las cosas no funcionarán de esta manera. –Espeto con sequedad. –No podemos pelearnos y reconciliarnos a cada dos segundos. Eso en un matrimonio se vuelve aburrido.


–Jamás buscaría a otra mujer, Paula. –Murmura con dulzura. –Siempre serás tú. –Acerca su mano hacia mi mejilla, pero muevo mi cabeza hacia otro lado, no quiero ceder aun.


Sus palabras hacen que el corazón se me derrita por dentro, pero por fuera finjo que nada me sucede. Necesito hacerlo sufrir un poco más. Sé que jamás ha hecho nada y sé que ayer solo salió a beber algunas copas de más, pero aun así necesito hacerlo sentir culpable.


No sé que responder, por primera vez no tengo palabras para expresarme, solo hay pensamientos, miles de pensamiento, pero ninguno es bueno. No para mí. No volveré a hablar sobre tener bebes, porque eso no sucederá. 


No aun. No estoy lista y aunque Pedro crea que si lo está, yo no dejaré que me convenza. ¿Cómo amar a alguien más cuando ni siquiera sé lo que es amarme a mi misma? No seré buena madre, eso lo sé, ni siquiera soy buena esposa, que intente serlo o que finja serlo, no significa que lo sea.



– ¿Podemos evitar hablar de todo esto ahora? –Cuestiono frunciendo el ceño. –No tengo deseos de hablar y tampoco de oír nada, Pedro. No me siento bien ¿de acuerdo?


–De acuerdo, cielo. –Farfulla con comprensión. Se mueve y deja su computadora a un lado. Me rodea en brazos tomándome por sorpresa y me abraza tiernamente. Me quedo dura ente su tacto, esto no me lo esperaba, pero al paso de los segundos comienzo a relajarme. Suspiro y apoyo mi cabeza en su pecho.


–Tenemos que hablarlo, pero lo haremos luego. –Le digo en un susurro. Pedro besa mi frente y no me dice nada. Sabe que necesito pensar muchas cosas. Toma el control de la televisión y sube un poco el volumen. Estira las sabanas hasta la mitad de la cintura de ambos y luego coloca su mano en mi bajo vientre. Lo acaricia una y otra vez con delicadeza. Me mira y sonríe.


– ¿Te duele?


–Solo un poco. –Aseguro.


–Si te embarazas podrás evitar el periodo por nueve meses, cariño. –Murmura fingiendo inocencia. Lo miro con los ojos entrecerrados y frunzo el ceño. No puede estar hablando en serio.


Pedro… –digo secamente a modo de advertencia.


–Bien, solo bromeaba. –Asegura.


Quiero besarlo y abrazarlo, pero aun sigo molesta, no puedo olvidar que encontré labial en su camisa la noche anterior, no puedo olvidar que se marcho dejándome con la palabra en la boca y tampoco puedo olvidar que aun sigo enojada por todo esto, tal vez lo estaré siempre.


–Anoche fui a un bar. –Susurra evitando mi mirada.


Pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos.



–Dije que no quiero hablarlo, Pedro –Le advierto de mal humor.


–Necesito decirte que nada sucedió, necesito que sepas que hubo mujeres intentando seducirme, pero que no hice nada, solo podía pensar en ti, en nosotros, en lo desastroso que somos cuando no podemos hablar, en todo lo que sucede entre ambos. Jamás haría nada que pudiese apartarme de ti, te quiero para siempre, jamás lo arruinaría todo por nada.


–Sé que no has hecho nada, Pedro. –Confieso acariciando su mejilla. Esto es lo malo de estar en días como estos. Jamás sé lo que haré realmente. Ahora me siento completamente invadida por deseos de besarlo y acariciarlo, pero estoy segura que voy a querer matarlo en cualquier momento. – ¿podemos estar así, abrazos durante un largo rato? No quiero enfadarme contigo aun. –Murmuro abrazándolo con ternura. Sonríe y luego hace lo que le pido. 


Acaricia mi cintura con una mano y con la otra mi cabello, mientras que miramos las aburridas noticias del reino unido.


–Te quiero. –Musita acercándose a mi oído. Sonrío y luego me aparto de él. No voy a besarlo aun, lo haré sufrir por unos minutos. – ¿tú me quieres? –Pregunta volviéndose a acercarse. Oh, no. Sus tácticas para intentar convencerme no funcionarán.


Me muevo quisquillosa y me volteo dándole la espalda. El se ríe y yo contengo mi risita. Esto es divertido, más de lo que creí.


–Oh, vamos, señorita, no te hagas la difícil. –Escruta a mis espaldas.


–No me hago la difícil. –Respondo inmediatamente. El me rodea de la cintura nuevamente y besa mi mejilla. –Tú lo complicas todo, ese es el único problema.


–Vamos, dime que me quieres, dame un beso y acabemos con tu enfado, cariño. –Sugiere colocando su mano sobre uno de mis senos mientras que mueve su mano juguetonamente. Sabe que me gusta eso y sabe que los besos en el cuello son mi debilidad, por eso lo está haciendo ahora y no puedo resistirme. –Dilo…


Me rio y me muevo de un lado al otro cuando comienza a hacerme cosquillas en el cuello y en la cintura. Es mi punto más que débil.


– ¡Bien, bien! –Exclamo para que se detenga. – ¡te quiero! ¡Ya no estoy molesta! –Grito entre risas. Pedro se coloca encima de mí con suma delicadeza y luego me besa apasionadamente, sin control, sin pensar en el tiempo. Pero debo parar esto, no podemos hacerlo.


– ¿Me perdonas?


Finjo pensarlo por unos segundos. ¿De verdad voy a perdonarlo así de fácil?


–Puede ser…




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