domingo, 24 de septiembre de 2017

CAPITULO 46 (SEGUNDA PARTE)




Son las seis de la tarde. Solo me quedan dos horas para que Santiago pase por mí. Me siento realmente estúpida. No puedo creer que esté a punto de hacer esto. ¿Cómo pude hacer algo así? Sé que es solo una cena, pero… ¿Qué sucede si no lo es? Estoy confundida y nadie puede entenderme. 


Nadie sabe lo que sucedió en la habitación el día de ayer, nadie sabe nada de mi maldita vida.



Suelto un largo suspiro y tomo mi teléfono celular. La aplicación de embarazo que descargué hace un día en mi teléfono me dice que debo de comenzar a tomarle fotos a mi vientre para poder fotografiar toda la etapa del embarazo. 


Son siete semanas y se supone que debía de haber empezado en la cuarta semana.


Acomodo mi cabello, luego dejo mi estúpido teléfono sobre el mismo lugar en el que estaba y vuelvo a observarme. Solo tengo un conjunto de ropa interior de algodón color negro y sí, tengo que hacerlo. Tengo que romper todas estas barreras para asegurarme a mí misma que no siento nada por Damian.


—¿Estas lista? —pregunta desde el otro lado de la puerta.


Miro mi vientre, acaricio a Pequeño Ángel y luego me digo a misma que soy perfecta, que todo lo hago bien y que puedo tener el control de esta situación. Mi Paula interior se lo cree y velozmente se ve invadida por una elevada autoestima. 


Sonrío y camino en dirección a la puerta. La abro y me encuentro con Damian. Sus ojos se posan en mi cara y lentamente comienzan a descender por todo mi cuerpo.


Estoy así, casi desnuda delante de él y me siento realmente bien. ¿Enloquecí acaso?


—Te… te ves muy bien. —balbucea.


—Tómame las fotografías rápido, por favor —le pido con un hilo de voz.


Que me guste como me mira, no significa que me sienta del todo bien. Se supone que esto es profesional. Es mi fotógrafo y seguirá todo mi embarazo. Nada más.


Él acomoda un rincón de mi habitación para la sesión de fotos. Luego, me dice como posicionarme y apunta la Nikon en mi dirección.



****


A las ocho de la noche estoy perfecta con un elegante vestido negro que me llega a la altura de las rodillas. Recogí mi cabello en un moño y pinté mis labios de rojo. Me veo bien, siempre logro verme perfecta, pero no me convenzo a mí misma de que esto sea lo correcto. Tomo mi bolso, guardo mi celular y bajo las escaleras con sumo cuidado. 


Tendré que decirle a mi padre lo que haré y espero que me apoye en todo esto, si no lo hace, renunciaré a mi plan de venganza de inmediato.


—¿Princesa? —pregunta desde la sala de estar, me volteo rápidamente y me acerco con cautela. Está leyendo algo mientras que sostiene una taza de té en una de sus manos.


—Papá —digo a modo de saludo.



Él besa mi frente y luego me indica que me siente a su lado.


—Te ves realmente hermosa. ¿A dónde te diriges?


Balbuceo antes de hablar. No es fácil decirle a tu padre que tendrás una cita con tu ex novio luego de cinco días de separarte de tu esposo. Jamás pensé que estaría en una situación como esta. ¿Cómo se supone de debo actuar?


—Saldré —respondo con una de mis sonrisitas conquista corazones.


Él frunce el ceño y dobla el periódico por la mitad.


—¿Saldrás? —cuestiona completamente desconcertado—. Creí que tenías un resfriado. Tu madre me lo dijo, ¿Qué sucede?


—¿Recuerdas que dijiste que tenía que usar todos mis encantos?


Mi padre me mira por unos instantes, se acomoda sobre el sillón y comienza a reír a carcajadas, provocando que todo el silencio de la casa se vea interrumpido por sus risas descontroladas. No entiendo que es tan gracioso, él solo comprende el chiste, pero me gusta verlo tan animado.


—Eres adorable, princesa —dice, acariciando mi antebrazo—. Dime quién es el afortunado.


Muevo mis manos, nerviosa y luego aliso mi vestido.


—Es Santiago —confieso completamente avergonzada. Es decir, acabo de declararle a mi padre que saldré con mi ex novio, el tipo que pasó de ser mi mejor amigo, al hombre que se apoderó de todos mis sentidos y mis pensamientos, por un tiempo…


—¡Santiago! —exclama feliz—. ¡Me gusta Santiago! Es un buen candidato. Pueden intentarlo, diviértete, eres joven. Tienes que distraerte un poco.


Abrazo a mi padre, me pongo de pie y dejo que se despida de mí y de Pequeño Ángel cuando oigo el coche de Santiago en la entrada.


—Cuida a mi nieto, princesa —dice en un leve murmuro—. Y has que tu cita te cuide a ti, porque juro que soy capaz de matarlo si algo te sucede.


Me rio levemente y le aseguro a mi padre que todo estará bien.


—Ya no eres una niña, pero... —dice tomándome por los hombros, mientras que me mira con ternura—, ahora vives aquí y las reglas siguen siendo las mismas de antes, ¿Las recuerdas?


Asiento a modo de comprensión y le recuerdo las reglas.



—No invitar a las citas a mi cuarto y regresar antes de medianoche —le digo, recordando viejos tiempos. Él me sonríe completamente orgulloso, luego oímos el timbre de la entrada y, por fin, me deja tranquila.


Camino en dirección a la puerta. Suelto otro de mis suspiros y la abro lentamente. Elevo la mirada y me encuentro con Santiago. Luce un traje negro, con una camisa blanca y zapatos de charol que combinan a la perfección con el color de su Mercedes negro. Él no llevar corbata lo hace lucir elegante, pero no demasiado formal, debo admitir que se ve realmente bien. Es un alivio saber que estoy vestida acorde a él. Todo saldrá bien, lo sé.


—Hola —susurro.


Es como la primera vez.


—Hola.


—Hola —digo nuevamente, sintiéndome como una tonta por no poder actuar normal.


Parezco una adolescente.


Sus ojos dejan de ver mi rostro y descienden por mi cuerpo, observando cada detalle. Su mirada se pierde más del tiempo necesario en mis piernas y tengo que moverme incomoda, para que regrese su atención a mi cara.


—Te ves realmente hermosa —dice, acercándose.


Solo estamos a unos pocos centímetros y no puedo evitar sentir ese extraño cosquilleo en el vientre. ¿Será alguna advertencia de Pequeño Ángel para que me detenga o, realmente, quiere que lo haga?


—Gracias —respondo, colocando un mechón de pelo detrás de mi oreja. Me siento tan nerviosa que no sé qué más hacer.


—¿Estás lista?


Le digo que sí con la cabeza, él tiende su mano en mi dirección para que lo acompañe, y la acepto inmediatamente para bajar las escaleras de la entrada. Me dirige hacia su coche y abre la puerta como todo un caballero. Después, rodea el lujoso vehículo y se sienta a mi lado. Es un momento tenso e incómodo cuando ninguno de los dos dice nada. No nos movemos, solo estamos ahí.


—Es como la primera vez —admito en un murmuro. Lo único que oímos es el agua de la fuente de la entrada de casa—. Te sientes incómodo y yo también. ¿Lo recuerdas?



Santiago se mueve dentro del coche y en menos de tres segundos, tengo su cara a solo dos centímetros de la mía, mientras que sus manos toman mi cintura con firmeza. 


Parece realmente decidido y tenerlo así de cerca provoca que trague el nudo de sorpresa que se formó en mi garganta.


—No será como la primera cita —afirma con una sonrisa—. En nuestra primera cita, tu padre estuvo interrogándome durante treinta minutos y no dejó que te besara cuando te regresé a casa.


Me rio levemente al recordarlo. Papá y sus maneras de protegerme.


—Tienes toda la razón.


—Esta noche no terminará así —asegura nuevamente con completa seguridad—. En esta cita voy a besarte cuando menos te lo esperes, Paula… —murmura, tomándome por sorpresa.


No tengo tiempo de responder, de moverme, o de pensar que es lo que está sucediendo. Él acerca su cara a mí y hace que nuestras bocas entren en contacto. Cierro los ojos de inmediato y me dejo invadir por todas esas sensaciones extrañas. Como sucedió ayer. Pierdo el control, pierdo toda noción del tiempo, del lugar, de lo que hay a mí alrededor. 


Solo puedo concentrarme en los labios de Santiago que acarician los míos con pasión y algo de desesperación.


“¡Hice el amor con él mil veces en la misma cama dónde tu duermes…!”


Recuerdo esas palabras por un solo segundo. No me importa Pedro, no me importa ella, no me importa mi matrimonio. Ahora soy libre para hacer lo que se me dé la maldita gana y Pedro no puede interferir. Él es un capítulo de mi vida que ya finalizó.


Tomo a Santiago con fuerza, debido a la furia de ese estúpido recuerdo. Atrapo sus labios con los míos de nuevo y dejo que me bese a su manera, mientras que sus manos acarician la parte baja de mi espalda.


Haré lo que tenga que hacer esta noche, disfrutaré al máximo y me olvidaré de Pedro para siempre. No me merece, no merece a su hijo, no merece mi perdón…



Santiago se aparta de mi boca lentamente. No quiero hacerlo tan pronto y sé que él tampoco. Suspira con una sonrisa y me mira fijamente. Esos ojos azules logran sacudir todos mis pensamientos y mis hormonas.


—No soy del tipo de chica que besa en la primera cita —le digo a modo de broma.


La sonrisa de su rostro se vuelve más amplia y una de sus manos se posa sobre mi mejilla.


—No soy un hombre que pierde el control fácilmente —asegura—, pero contigo, Paula… —acorta más la distancia entre ambos—, contigo no puedo controlarme…


Y me besa de nuevo…





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