Llego a casa de mis padres, estaciono el coche en la entrada, tomo mis pertenencias y me bajo rápidamente. La lluvia ha parado, pero aún sigo mojada. Sé que terminaré resfriándome, puedo incluso sentirlo. Tengo que admitir que ahora estoy mucho más calmada. Ya le dije todo lo que, por el momento, tenía deseos de decirle. Lo dejé miserable e infeliz con esas últimas palabras y eso, al menos, sirve para aliviar mis penas, pero solo un poco, muy poco en realidad.
—¡Niña, Paula! —exclama Flora completamente horrorizada al verme—. ¿Qué te ha sucedido? ¿Olvidaste el paraguas? —pregunta acercándose.
—Es una larga historia —respondo en un murmuro apenas audible.
No tengo deseos de hablar ahora. Ella toma mi bolso, bueno, el bolso de mi madre, y lo deja a un lado. Luego, me da la mano y me dirige escaleras arriba con sumo cuidado. No digo nada, solo dejo que ella haga lo suyo. Me siento en la cama y espero a que mi baño esté listo. Lo necesito, necesito relajarme. Necesito paz, tranquilidad, quiero olvidarme de él y de lo que sucedió, al menos por un momento. Quiero solo unos minutos para encontrarme a mí misma.
Tomo mi teléfono celular y miro las diez llamadas perdidas de Pedro, más los seis mensajes de voz, más los mensajes de texto. Comienzo a eliminarlos uno a uno sin preocuparme por lo que dicen o lo que intentan decirme. Ya no me importa. Inmediatamente busco el número de mi madre y marco a su celular.
—¿Paula? —pregunta con el tono de voz sorprendido.
Puedo apostar todo lo que ya no tengo a que está frunciendo el ceño.
—Madre —le digo a modo de saludo.
Sé que solucionamos las cosas, pero aún hay cierta barrera de confianza que debemos romper. Cuando eso suceda, podré sentirme cómoda llamándola “Mamá”
—¿Qué sucede, querida? ¿Estás bien? ¿Qué sucedió con Pedro? —Pregunta velozmente y noto el tono de desesperación.
—Madre… —digo entre balbuceos—. Es muy complicado de explicar y, sinceramente, no tengo deseos de recordar todo lo que sucedió en este momento.
—Entiendo —responde no muy convencida.
—¿Crees que pueda quedarme con ustedes por un tiempo? —pregunto cerrando los ojos y cruzando los dedos mentalmente para que la idea sea aceptada.
Se supone que si te peleas con tu esposo, buscas un hotel en donde alojarte, porque se supone que tienes un trabajo y una profesión para mantenerte, pero no… Soy completamente dependiente y no pienso usar las tarjetas de crédito con el apellido Alfonso en ellas. Ese dinero ya no es mío, no quiero que lo sea tampoco, al menos no ahora.
—¿Un tiempo?
—Sí, un tiempo.
—Querida, sabes que puedes quedarte. No voy a mentirte, no es lo correcto, pero puedes hacerlo. Dile a tu padre, seguramente se pondrá feliz por la noticia.
—De acuerdo —le digo en un susurro.
—Adiós.
—Una cosa más —chillo antes de que cuelgue.
—¿Qué sucede?
Suelto un suspiro y me trago el orgullo. Esto es completamente patético.
—¿Podrías comprarme dos o tres mudas de ropa? Nada extravagante. Algo sencillo. Pedro y yo estamos en una gran crisis y no…
—Eres demasiado orgullosa —me dice con una sonrisa.
¡Está sonriendo al otro lado de la línea! Quiero ver eso.
—¿Crees que podrás hacerlo? —pregunto, intentando cambiar el rumbo de la conversación. No hablaré sobre Pedro ni de los estúpidos motivos por el que nos separamos. Si, ahora estamos separados y que se joda.
—¿Sigues siendo la misma talla de siempre?
Abro la boca y me trago ese sugerente insulto.
—¡Claro que sigo siendo la misma talla! —exclamo completamente ofendida—. ¿Qué estás insinuando?
Ella se ríe con malicia al otro lado y por alguna extraña razón me hace sonreír a mí también.
—De acuerdo. Te creo. Te veré luego.
Cuelga la llamada y Flora sale del baño secándose las manos en su delantal.
—Baño de espumas, quita estrés, generador de felicidad, listo para que lo disfrutes —me dice con una amplia sonrisa. Le devuelvo el gesto y me pongo de pie.
—Gracias —digo, quitándome el cinturón de mi madre.
El baño me hará bien, aunque no podré resolver todo este asunto, pero al menos me relajará por unas horas.
****
Termino de darme un baño y me envuelvo con la toalla color lavanda que Flora dejó preparada para mí a un costado del jacuzzi y voy directo al armario. No encontraré nada aquí, esta ropa no es la indicada y debo esperar a que mi madre regrese.
No puedo quedarme así durante no sé cuánto tiempo y, sinceramente, estoy algo cansada. Quiero dormir, lo necesito. Luego podré despertar y llorar por un imbécil que no lo merece. Ahora, solo quiero apagar mi mente y mi cuerpo por unas horas. Estamos a media mañana, podría dormir hasta el almuerzo.
Salgo del cuarto y camino descalza sobre el frío piso del pasillo. Llego a la habitación de mis padres, abro el armario de papá y tomo una de sus camisetas blancas, de las que suele utilizar debajo de sus camisas de oficina. Luego, regreso a mi habitación y me la coloco rápidamente. Me queda lo suficientemente bien y cubre lo que es necesario.
Me seco el cabello y me acurruco en la cama, abrazando la almohada a mi lado izquierdo. Me invade una angustia que es difícil de describir con palabras. ¿Qué se supone que estoy haciendo aquí? Un día normal en mi vida no involucra la casa de mis padres, la camiseta de papá y tampoco involucra todos estos sentimientos.
¿Cómo pudo cambiar todo de un segundo al otro?
No sé cómo, pero cuando logro notarlo, estoy llorando de nuevo. Es todo por su causa, lloro por él, lloro porque me dolió su traición, lloro porque realmente lo amo, lloro porque quiero encontrar una solución a todo esto, pero se me hace imposible. Tendré que darme un tiempo y una parte de mi me dice que no lo haga, que intente pensar en los motivos que tuvo para hacer lo que hizo. No quiso hacerme daño diciéndome la verdad, pero todo se convirtió en una mentira enorme y logró hacerme daño de todas formas. ¿Qué se supone que debo hacer?
Sollozo de nuevo y hundo mi cara en la almohada de plumas con aroma a lavanda. Soy una completa estúpida. Si la Paula de antes estuviera aquí, tal vez, estaría viendo la televisión sin preocuparse, pero no… la Paula enamorada y débil tuvo que surgir en mi interior y ahora estoy sufriendo como la completa idiota que soy.
Odiarlo, tengo que odiarlo, pero no puedo. Quiero hacerlo, pero me dejo vencer por todas esas voces que me dicen una y otra vez en mi cabeza que él es el hombre de mi vida.
¡Qué tonta!
—Pequeña… —musita mi padre desde el umbral. Quito mi cabeza de la almohada y lo miro mientras que se acerca a mí. Se sienta en la cama, me rodea con sus brazos y comienza a acariciar mi cabello una y otra vez.
—Oh, papá... —digo, rompiendo en llanto—. Me traicionó, ¿Cómo pudo hacerlo?
Mi padre no me dice nada, solo me acaricia e intenta consolarme de alguna manera. Sus abrazos y su afecto hacen que el llanto no sea tan doloroso, pero aún no puedo quitarme este peso de encima, ese maldito vacío en el pecho sigue ahí, seguirá ahí por no sé cuánto tiempo.
—No llores, princesa —me dice, acomodando algunos mechones de cabello detrás de mi oreja. Intento respirar con normalidad, y seco mis mejillas una y otra vez—. Ahora tendremos una conversación para que pueda entender lo que sucede.
Comienzo a contarle todo lo que sucedió, sin omitir ni un solo detalle. Todas las palabras, las acciones, reproduzco lo que sucedió una y otra vez en mi mente e intento describirle a la perfección toda nuestra discusión con esa mujer.
—¿Lo entiendes, papá? ¿Puedes creerlo?
Mi padre está realmente asombrado por todo lo que le dije, pero parece tener una solución entre manos. Me besa la frente y me dice que todo estará bien, que lo solucionaré porque soy fuerte y valiente y, sinceramente, le creo. Sé que saldré de esta situación cuando menos me lo espere.
—Tienes un bebé aquí dentro, princesa —Me mira con dulzura, mientras que acaricia a Pequeño Ángel—. Sabrás que es lo correcto para ti y para tu hijo cuando llegue el momento indicado. Ahora solo tienes que intentar no estresarte, eso afectará a tu bebé y no es bueno, cariño.
—Lo sé papa, tengo que pensar en Pequeño Ángel, pero es más difícil si Pedro no está aquí y no puedo permitir que lo esté. Tengo que darle una lección.
Mi padre me sonríe con malicia y acaricia mi mejilla. Algo se trae entre manos, lo conozco, puedo oler esa pequeña maldad a distancia.
—Tienes que hacer que pague por sus errores, princesa —asegura, mirándome fijamente.
—¿Pero, qué se supone que debo hacer?
—Es el momento perfecto para que mi preciosa hija utilice todos sus encantos a su favor…
Wowwwwwwwwww, qué intensos los 3 caps. Muy buena historia.
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