sábado, 23 de septiembre de 2017

CAPITULO 42 (SEGUNDA PARTE)







Cruzo las puertas de vidrio de AIC y me detengo en seco debajo de la lluvia. Necesito sacar toda esa agonía que oprime mi pecho, necesito respirar. No tengo oxigeno nuevo en los pulmones desde que esa mujer empezó a hablar. Me siento como una completa estúpida. ¿Cómo pude creer en él? ¿Cómo pude enamorarme de él? ¿Por qué mierda tuve que ser tan débil? Siempre jugó conmigo, con mis sentimientos, con las palabras, siempre fue un juego. Detrás de toda la farsa de nuestro matrimonio había una farsa y una mentira aún mayor.


Me miro a mi misma mientras que la lluvia se encarga de mojarme por completo. No puedo evitar soltar una risita irónica. Soy patética, siempre lo he sido y siempre lo seré.


Traicionada, con el corazón roto, humillada y, además de eso, mojada. Debe de ser una broma.


Miro hacia atrás y veo a todos dentro del edificio, intentan disimular su curiosidad. Tal vez, todo el mundo sepa lo que acaba de suceder en esa sala de juntas. Puedo sentir sus miradas de lástima y de compasión a kilómetros de distancia, pero no necesito eso. No necesito nada más. Con todo lo que he oído, tengo más que suficiente.


Me dirijo al coche, abro la puerta y suelto un sollozo cuando veo mí reflejo en el espejo retrovisor. Ahí está esa mirada fría y calculadora de nuevo. Algo en mí se rompió, algo en mi cambió. No me siento como antes. Esa Paula infeliz y despreciable ha vuelto, vuelvo a sentirme como la misma mierda de antes y él es el culpable, solo él.



—Vas a arrepentirte por todo lo que has hecho —aseguro, limpiando el rímel de mis mejillas de manera frenética—. Juro por mi hijo que vas a arrepentirte, Pedro Alfonso.


Me sonrío a mí misma con lástima y luego enciendo le motor del coche. No sé a dónde mis propios pensamientos e insultos me llevarán, pero estoy dispuesta a averiguarlo.


Mientras que conduzco en dirección a la mansión Alfonso, miles de recuerdos invaden mi mente. Me siento tan extraña, fuerte, pero, al mismo tiempo, rota. Es indescriptible. Nunca he sentido algo así.


Llego a la mansión, bajo rápidamente del coche y corro en dirección a la puerta. Estoy furiosa, necesito descargar mi rabia, mi enfado, mi enojo o lo que mierda sea. Él merece el peor de los castigos. ¿Cómo pude ser capaz de hacerme eso? ¡Me enamoré de él! ¡Soy una estúpida!


—¿Señora Alfonso? —pregunta una mis mucamas apareciendo desde la cocina rápidamente. Parece confundida y algo perturbada—. ¿Quiere algo para secarse?


La miro con todo el odio del que soy capaz. No necesito de esto ahora.


—¡Quiero estar sola! ¡No fastidies! —exclamo, señalando con un dedo la puerta de la cocina para que se largue. No quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie. Odio a todos y a cada uno de los que se cruzan en mi camino, lo odio a él.


—¡Te odio, Pedro! —grito, tomando un jarrón que nos obsequiaron para nuestra boda. Lo lanzo con todas mis fuerzas en dirección al piso y hago que se rompa en mil pedazos. El estruendo es desorbitarte, pero no ayuda a liberarme.


Suelto otro sollozo y dejo que un par de lágrimas se escapen de mis ojos. Puedo llorar, ahora que nadie está viéndome, puedo hacerlo. Él no se merece mis lágrimas, no se merece nada de lo que tiene, pero tengo que hacerlo, debo llorar para intentar no sentirme tan miserable.


Elevo mi mirada hacia las escaleras, subo lentamente, mientras que sollozo como una completa imbécil. Camino por el pasillo y me detengo cuando llego a la puerta de nuestra habitación.


“¡Hice el amor con él mil veces en cama donde tu duermes!¡En la misma cama, cariño!”



Recuerdo esas palabras y mis ojos se llenan de lágrimas, pero mi cuerpo de furia. Entro a la habitación y observo esa inmensa cama perfectamente arreglada. Ahí me hizo el amor una y otra vez, ahí me folló todas las veces que quiso. Esta habitación es testigo de todo lo que ocurrió entre nosotros, pero también guarda los recuerdos de esa mujer, ella estuvo desnuda en sus brazos en esa misma cama ¡En donde yo dormía con él! ¿Cómo pudo hacerlo?


Me muevo rápidamente, tomo las almohadas de adorno que descansan sobre las almohadas más grandes y las lanzo al suelo. La adrenalina y el enfado de apoderan de mi cuerpo. 


Siento asco, odio… ¿Cómo pude ser tan estúpida?


Mis hombros se mueven sin control alguno por causa del llanto. Coloco mis manos en mi cara y seco mis mejillas. 


Luego, tomo las sábanas y el edredón y los arrojo a un lado, intentando calmar mi enfado, pero no es suficiente. Lo romperé todo si eso es necesario. No me importa nada, estoy decidida a mandar todo a la maldita mierda.


“¡Yo usé ese inmenso armario durante un año, yo también tuve sexo con él en su despacho, en la cocina y en todos los lugares donde seguramente también te folló a ti!”


Corro hacia mi armario, me quito los tacones que tengo puesto y los arrojo en dirección al espejo que ocupa toda una pared completa, y provoco que se formen varias rajaduras en él. Luego, observo detenidamente a mí alrededor. Veo mi ropa, mis vestidos, todas mis joyas, esos cientos de accesorios costoso que los compré por el simple hecho de llenar algunos de estos cajones vacíos… Eso es lo que Pedro hizo conmigo, me utilizó, me compró, porque eso es lo que hizo ¡Quiso que ocupara un lugar! ¡Como si fuera un adorno!


—¡Te odio, Pedro, te odio! —grito para mí misma.


Me vuelvo loca, furiosa, no puedo detenerme. Tomo todos los vestidos de fiesta que estaban perfectamente ordenados por modelos, eventos y colores, y los suelto sobre el piso. 


Abro las puertas de uno de los armarios y arrojo todas las blusas de seda al montón de ropa, tomo mis zapatos y comienzo a lanzarlos al espejo, no me importa, nada de esto es mío, nada de esto debería de ser mío. Todo lo que tengo fue de ella, ella estaba antes aquí, ella dejó todas sus huellas en este estúpido lugar, el que yo creía que era ¡Mi lugar!



Observo la mesa, en medio de la tienda, repleta de accesorio y joyas, tomo el jarrón de vidrio que siempre contiene flores frescas en agua y lo arrojo al piso, provocando otro estruendo. Los vestidos se ven levemente empapados por el agua, pero no me importa. Nada de esto es mío de todas formas, nada de esto debió de ser mío, ni siquiera él…


Suelto otro grito, no soy la misma, estoy completamente descontrolada. Nada me importa. Voy a destruir todo esto si es necesario.


Agarro algunos de los collares y comienzo a lanzarlos por todas partes, solo oigo el ruido de cada uno de ellos al chocar con el suelo. Aún no es suficiente, quiero seguir rompiendo cosas… No es suficiente.


Acerco la silla hacia lo alto del armario y comienzo a lanzar las cajas de colores al suelo sin importarme por lo que tengan dentro. Tomo la inmensa caja blanca que tiene mi vestido de novia y lo miro con asco. Me bajo con sumo cuidado y, cuando mis pies tocan el suelo, suelto esa mierda para que caiga de mis manos. La tapa sale disparada hacia cualquier dirección, pero el vestido no se mueve de su interior. Me arrodillo y limpio mis ojos, las lágrimas nublaron mi vista y apenas diviso formas y colores. Tengo un nudo inmenso en la garganta y sé que no podré tolerarlo. Pedro me rompió el jodido corazón.


Muevo mis manos hasta tomar el vestido entre ellas. Lo observo por unos segundos y comienzo a recordar el día de nuestra boda, todo lo que sucedió, la manera desesperante en la que nos tratábamos, las veces en las que me dijo que me veía hermosa con el… era su vestido favorito, pero lo era también porque ella lo había usado antes que yo ¡El mismo maldito vestido!


Siento la rabia recorriendo mis venas.


Tomo el vestido y comienzo a rasgarlo. La parte de la falda, la parte del escote, no me interesa. Rasgo todo lo que sea posible. Si es por mí, nada quedará. No lo necesito, nunca debí de hacer esto.


Ese estúpido vestido, también usé ese maldito vestido cuando comencé a buscar un bebé, tal vez, el imbécil pensó en ella cuando hacíamos el amor ¡Fui una estúpida! ¡Me odio a mí misma!


—¡Paula! —Grita Pedro a mis espaldas. Cierro los ojos y percibo como se arrodilla a mi lado e intenta tomarme entre sus brazos—. Paula, por dios... —murmura, tomando mi rostro entre sus manos. Hace que lo mire y al verme su expresión cambia velozmente—. Paula... —balbucea.


—¡Te odio! —grito, golpeando su pecho—. ¡Te odio Pedro! ¡Te odio!


Él intenta esquivar mis golpes, que cada vez se vuelven más débiles, mientras que frunce el ceño y aparta su cara hacia un lado para que no lo golpee, pero pretendo golpearlo todo lo que se me antoje. En momentos como este soy capaz de matarlo.


—¡Cálmate! —grita, tomando mis brazos con más fuerza—. ¡Cálmate y escúchame!


Me callo y dejo de moverme. No porque él me lo pida, sino porque tengo deseos de hacerlo. Quiero oír sus excusas, quiero ver que es capaz de inventar.


—Ibas a casarte con ella, Pedro —le digo realmente dolida. Intento contener el llanto, pero no lo logro—. Ibas a casarte con ella, estabas enamorado de ella —aseguro con un hilo de voz.


—Escúchame —me pide, mirándome fijamente.


Sus ojos tienen un brillo especial y soy capaz de hacer lo que sea por verlo llorar. No creeré sus lágrimas, pero quiero verlas.


—Te amo a ti, Paula —musita, acariciando mi mejilla.


Mi mano cobra vida propia y golpea su mejilla con todas mis fuerzas. Nunca hice algo así y jamás creí que lo haría, pero admito que verlo así me encanta. Se siente bien, tal vez, debería golpearlo más seguido.


Me pongo de pie, mientras que el cierra sus ojos por causa del golpe y mantiene su cara a un lado, al mismo tiempo que su piel toma un tono rojo cereza.


—¡No vuelvas a decirme eso! —grito saliendo del vestidor—. ¡No vuelvas acercarte a mí! ¡Te odio!


Pedro se pone de pie rápidamente y me persigue por la habitación. Intento escapar, pero me acorrala en un rincón y me veo completamente indefensa debido al peso de su cuerpo encima del mío.


—Aléjate, Pedro —ordeno con la mirada cargada de odio—. Déjame en paz.


—Tenemos que hablar, Paula. Necesito que me escuches.


—Ya oí suficiente a esa mujer —digo, alejándolo—. Eres un imbécil, me das asco… ¿Cómo pudiste dormir por las noches sabiendo lo que me ocultabas? —cuestiono realmente dolida por la situación.


—Nunca quise hacerte daño, Paula. No me atreví a decírtelo.


—¿Y por eso dejaste a que esa maldita mujer lo hiciera por ti? ¡No tuviste el coraje para decírmelo y dejaste que ella hablara! ¡No te entrometiste en ningún momento! ¡Eres un cobarde, un poco hombre! ¡Eres una mierda!¿Cómo pudiste engañarme de esta manera? —chillo desesperada.


—¡No finjas conmigo! —me grita, señalándome con un dedo—. No finjas que eres la víctima en todo esto porque sabes que no es verdad.


—¡Claro que soy la victima! ¡Me engañaste, me usaste! —lo acuso, empujándolo hacia atrás.


—¡No te usé! —asegura, gritando de nuevo. Esto se sale de control, sé que estamos jugando con fuego y nos vamos a hacer daño—. ¡Nunca te usé! ¡No es mi culpa que seas una estúpida! ¡Quisiste ser ingenua!


—¿Qué mierda estás diciendo?


—Jamás te importó saber cuál era el motivo por el que me casaba contigo. No me vengas con ese cuentito de la esposa defraudada, porque vas a hacer que me ría, Paula.


Mi corazón vuelve a partirse en millones de pedazos de nuevo. No puedo creer que esté diciéndome esto. Él está molesto, yo estoy molesta y sé que las cosas de esta manera terminarán mucho peor. Tal vez, sea el momento de pensar en mí y en nadie más. Tal vez, sea el momento perfecto para tomar una decisión que acabe con nosotros para siempre.


—¡Sabías lo que la palabra “Remplazo” significaba para mí! ¡Sabías lo que sucedió con Mariana, sabías lo que sentía! Aquella noche en Múnich podrías habérmelo dicho y, sin embargo, preferiste callarlo todo este tiempo. Dejaste que esa mujer me destrozara. ¿Cómo te atreviste?


—Jamás te importó el motivo por el que me casé contigo. No fastidies ahora.


—¡Creí que era lo usual! ¡Querías una esposa para heredar la fortuna de tu padre! ¿Cómo iba a saberlo?


Pedro se detiene en seco e intenta recobrar el aliento. Me mira fijamente y luego suelta una sínica sonrisa.


—Esta discusión no tiene sentido, Paula. No tienes por qué estar molesta —dice como si estuviésemos discutiendo por el color de las paredes o por qué cenaremos esta noche.



—No puedo creer que hagas esto, Pedro.


—Tú me amas —asegura—. Yo te amo. Te amo desde el momento en el que nos casamos, eso lo sabes. Ella no significa nada para mí, tú eres lo único que quiero. Ella es mi pasado, nada que me importe recordar…


—¡Sigues trabajando con ella! ¡Fueron novios durante siete años! —le digo a modo de reproche.


—No mezclo el trabajo con mi vida personal. Estudiamos juntos, comenzamos a trabajar en la empresa de mi padre y luego comenzamos a salir. ¡No iba a despedirla porque rompimos! —me responde como si yo estuviese diciendo una incoherencia.


En ese momento mis ojos se llenan de lágrimas y de enojo. 


Comienzo a recordar cada palabra de esa conversación, el día en que lo vi a él con ella por primera vez… Miles de dudas resurgen en mi mente. No puedo creerlo…


—Dijiste que trabajaba en España —afirmo, moviéndome unos centímetros para atrás. Lo que menos quiero en este momento es estar así de cerca de él. No quiero cometer un crimen —. Todos esos viajes, todas las veces que viajaste a España durante nuestro matrimonio, ¡Ella estaba ahí! ¡Por eso jamás me pediste que te acompañara!


Pedro se mueve nerviosamente de un lado al otro y coloca ambas manos sobre su rostro, como si estuviese intentando calmarse. No comprendo por qué lo hace si, en realidad, la que debe calmarse soy yo. Él es el culpable de lo que está sucediendo no yo.


—Trabajamos juntos, Paula. ¡Entiéndelo, por Dios! —brama exasperado.


—¡No puedo entenderlo! ¡No quiero entenderlo!


Comienzo a llorar de nuevo. Necesito aire, necesito calmarme. Esto es un completo desastre. Jamás pensé que mi matrimonio terminaría de esta manera, jamás creí que duraría tan poco. Nunca hemos tenido una discusión de este tamaño y estoy completamente segura de que no sucederá de nuevo. Siento odio, rencor, decepción. Ya no quiero estar con él, ya no quiero nada con él, no quiero verlo, no quiero tenerlo cerca. Me ha traicionado, no se merece mi comprensión y, mucho menos, mi perdón.


Jamás podré superarlo…


Camino en dirección a la cama y me siento sobre el mullido colchón. Comienzo a tener mareos y nauseas. No quiero vomitar en este preciso momento. Tengo un bebé en mi interior y no debo alterarme y menos por culpa de Pedro.



—¿Estás bien? —pregunta, acercándose rápidamente—. ¿Paula, estás bien? ¿Qué sientes?


Por un momento, casi olvido que lo más importante en todo esto es mi hijo. Estoy mojada, con el corazón hecho trizas y con los niveles de hormonas sobrepasando lo normal. Esto no está haciendo bien a ninguno de los dos. Pequeño Ángel tiene que estar bien.


—¿Quieres un vaso de agua? —pregunta, entrando en pánico.


Cierro los ojos, respiro lentamente e intento controlarme. Le digo que si con un movimiento de cabeza, él se pone de pie e inmediatamente corre al baño y regresa con un vaso de agua. Bebo un poco e intento calmarme. Ahora estoy bien, solo necesito que las náuseas se esfumen.


—¿Mejor? —pregunta, acariciando mi cabello. Coloca algunos mechones mojados de mi pelo detrás de mi oreja y provoca que lo mire directo a los ojos.


—No voy a correr riesgos innecesarios, Pedro. Voy a pasar un tiempo en casa de mis padres, hasta decidir qué hacer. Cuando esté lista, tú y yo hablaremos como dos personas adultas, sin gritos, sin nada de esto.


—Paula, no es necesario que te vayas —me pide, tomándome ambos brazos levemente—. No es necesario que lo hagas, podemos hablarlo luego, pero este es tu hogar, aquí fuimos felices. Todo esto siempre ha sido tuyo, Paula. No dejes que ella se salga con la suya.


—Necesito tiempo para pensar, Pedro —reitero de nuevo porque él no parece comprender lo que le digo—. Me mantendré en contacto contigo para informarte sobre nuestro hijo, pero nada más —le digo secamente, mientras que me pongo de pie—. No quiero que me busques, no quiero que me llames ni que hagas nada.


—Paula, por favor… —implora.


—No puedo perdonarte, Pedro. Creo que es mejor que te lo diga hora.


—Paula, no tomes decisiones precipitadas —me pide, intentando acariciar mi cara—. Te necesito, te amo a ti, sabes que te amo.


—Yo también te amo, fui una estúpida y me enamoré de ti, pero eso no es lo importante ahora, Pedro —digo, mirándolo con frialdad—. Me traicionaste de la peor manera. No quiero saber nada de ti.


Ahora soy fuerte, no solo por mí, también soy increíblemente fuerte por mi hijo.



—No puedes dejarme así.


—Lo estoy haciendo .


Camino en dirección a la puerta de la habitación.


—Paula… —me implora desde el otro lado de la habitación.


Me detengo en seco y cierro los ojos. Intento no llorar. Lo miro por encima del hombro y lo veo ahí, de pie, mirándome con esos ojos repletos de desesperación y dolor. No puedo ser frágil.


—Mi abogado te enviará los papeles de divorcio dentro de unas semanas…








No hay comentarios:

Publicar un comentario