sábado, 23 de septiembre de 2017

CAPITULO 41 (SEGUNDA PARTE)





Papá me deja conducir su coche hasta su empresa. Se despide de mí y me deja al cuidado de uno de sus tesoros.


—Tú lo utilizarás más, regresaré a casa en taxi, luego —asegura con una sonrisa despreocupada.


—De acuerdo —le digo, encendiendo el motor de nuevo.


Estoy nerviosa, no dejo de apretar el volante una y otra vez para intentar liberarme de todo lo que siento. No sé qué sucederá, no sé con lo que me voy a encontrar, pero no pienso marcharme de allí sin saber que está sucediendo. 


Ella estará ahí, estoy completamente segura de eso. Ahora, más que nunca, tengo que sentirme la reina del lugar. Tengo que aplastarla.


—Estaremos bien, Pequeño Ángel —aseguro, acariciando mi vientre cuando un semáforo en Oxford Street hace que me detenga.


Ni siquiera la música clásica de papá puede lograr que mis nervios se tranquilicen. Mis manos están temblando y no sé si es por miedo o por enojo.


Llego al inmenso edificio, estaciono el coche al lado de la acera y subo las escaleras a toda prisa. Me puse tacones solo porque me siento segura y poderosa con ellos. De otra manera, no podría hacerlo, además, son los mismos que utilicé ayer, porque no tenía otros. No sé a lo que me enfrentaré y, por primera vez, el miedo que siento es cien por ciento real.


—¡Señora Alfonso! —exclama una chica de cabello castaño y ojos marrones, desde el recibidor. Me acerco velozmente y le dedico una falsa sonrisa—. ¿Quiere que la anuncie?


—No. Está bien. Quiero sorprender a Pedro —le digo como mejor excusa.


Ella sonríe y me da la identificación con mi nombre y mis datos. Las letras en rojo que dicen “Acceso total” me hacen sentir la reina del lugar.


Corro hasta los ascensores, oprimo el noveno piso y espero ansiosa e impaciente hasta que los números comienzan a moverse en orden ascendente. La estúpida música, hace que me sienta aún más intranquila, solo tengo deseos de gritar y patalear. No podré con todo esto. No soy tan fuerte como creo…



—¿Samantha Stenfeld, está aquí? —pregunto bruscamente, acercándome a Charlotte que me mira con indiferencia. Si no responde, soy capaz de estrangularla en cualquier momento.


—Sí, está en la sala de juntas —me dice, sonriéndome con falsedad.


—¿Está sola? ¿Dónde está mi esposo?


—Sí. La señorita Stenfeld utiliza la sala de juntas como oficina cuando viene a la ciudad. Y el señor Alfonso está en su despacho, claro. ¿Quiere que la anuncie, señora Alfonso?


—No finjas conmigo —Espeto de manera agresiva, logrando llamar la atención de varios de los empleados—. Cierra tu boca y regresa a tu trabajo.


Suelto mis pertenencias encima de su escritorio y camino hecha una furia en dirección a la sala de juntas. No me importa lo que tenga que hacer, no me importa si hago un escándalo. Estoy cansada de todo esto. No puedo tolerarlo. 


Ella y yo hablaremos muy seriamente.


Entro a la sala de juntas y cierro la puerta de un golpe. Ella se ve realmente concentrada en la pantalla de su portátil, pero cuando alza la mirada y me ve, una amplia sonrisa se forma en su rostro.


—Tú y yo tendremos una charla —le digo de manera amenazante.


Ella se pone de pie sin borrar su sonrisa. Se acerca a mí y acomoda algunos mechones de cabello detrás de su hombro.


—Sabía que vendrías. Sabía que él no se antevería a contártelo…


—No comiences con tu jueguito de palabras —le advierto—. He venido para que hables de una buena vez, dime todo lo que tengas que decir, quiero ver que es lo que tienes bajo la manga.


Ella se ríe levemente y suelta un suspiro cargado de diversión, como si estuviese disfrutando de la situación.


—No lo voy a negar, tienes potencial, tienes carácter, eres valiente y, sobre todas las cosas, astuta, pero no demasiado.
—Responde mi pregunta.


El ambiente comienza a parecerme pesado, presiento que me quedaré sin oxígeno en cualquier momento, tal vez, sea por la cantidad de perfume barato que esa idiota se colocó
encima o, tal vez, sea porque estemos respirando el mismo aire. Necesito acabar con esto rápido.


Pedro supo elegir muy bien a su esposa. No lo voy a negar.


Estoy comenzando a perder el control. Voy a abalanzarme sobre ella para sacarle todas esas extensiones que tiene si no va directo al grano.


—O más bien, al remplazo de su esposa —me dice con una sonrisa triunfal, mientras que se mueve con total despreocupación por la sala de juntas. Oigo esas palabras y comienzo a perder las fuerzas. No quiero que ella lo note, pero sé que fracasaré en cualquier momento…


—Habla con claridad —exijo, dando un paso hacia el frente.


—Oh, cariño… ya sabes, el remplazo, la mujer que ocupó mi lugar, la que se adueñó de todo lo que iba a ser mío. Esa eres tú.


—¿De qué estás hablando?


Intento resistirme, pero la confusión y el miedo me invaden. 


Ella está ganando, me lleva mucha ventaja.


Otra risa suya se escapa desde el fondo de su garganta. 


Estoy a punto deponerme a llorar, pero sé que no lo haré, jamás lo haría delante de ella. Solo quiero saber que sucede y largarme de aquí. No puedo ni siquiera…


—Explícate. Vamos, dime todo lo que tienes que decirme, estoy gustosa de oírte —miento para provocarla.


Pedro y yo estábamos comprometidos, cariño. ¡Nos íbamos a casar!


¿Qué?


En ese preciso instante, la puerta de la sala de juntas se abre y Pedro corre en mi dirección a toda prisa. Me toma entre sus brazos y evita que me abalance sobre ella.


—¡Contrólate, Paula! —dice, apretando mi brazo con fuerza.


Ahora si estoy rota, estoy destrozada. No puedo, simplemente no puedo…


—¡Llegó el invitado de honor! —dice la rubia con otra de sus sonrisas.


—¡Déjala en paz, Samantha! —grita Pedro, furioso, completamente fuera de control.



Él me toma entre sus brazos y hace que lo mire fijamente. 


Ahora si estoy llorando. Lo miro a él, la miro a ella y luego puedo verme a mí misma como una estúpida y patética ingenua que se dejó engañar.


—No la escuches —me pide, intentando acariciar mi mejilla—. No dejes que gane, Paula. No la escuches.


—¡Claro que quiere escucharme, Pedro! ¡Deja de engañarla! ¡Dile quien soy, dile que fuimos! ¡Vamos, muero por verla llorar, sería muy dulce!


—¡Cierra la boca! —grita en su dirección y vuelve a mirarme—. Paula, por favor, no le creas, te amo, sabes lo que siento por ti.


—¡Dile! ¡Dile que íbamos a casarnos el treinta de junio, dile que me propusiste matrimonio en París el día que cumplimos siete años de noviazgo, dile que viví contigo en esa mansión en donde ella vive ahora! ¡Dile!


No… Treinta de junio… El día de mi boda…


Mis ojos se abren ampliamente, mientras que veo a Pedro directo a los ojos, quiero buscar en su rostro algún rastro de tranquilidad, alguna señal que me diga que no es verdad, pero no veo nada. Todo es verdad, ella dice la verdad y no es necesario que Pedro lo niegue o lo confirme.


—¡Basta, Samantha! —exclama nuevamente, pero no se aleja de mí. Intenta defenderme de sus ataques, pero lo único que logra es dañarme más.


—Es verdad… —susurro conteniendo el llanto—. Todo lo que dice es cierto.


—¡Claro que es cierto, cariño! —exclama sentándose en su silla y cruzando sus piernas—. ¡Vamos, Pedro, dile todo!


—¿Aún hay más? —pregunto con un hilo de voz.


—Te casaste con el vestido de novia que yo escogí, bonita. ¿Era un Alexander McQueen, verdad? Te casaste con todos los adornos y preparativos que yo escogí, estás usando el anillo de matrimonio que estaba hecho para mi dedo. Todo lo que tienes, todo lo que presumes, fue mío antes de que aparecieras.


—¡Basta! —grito perdiendo el control. No necesito oír más—. ¡Cállate!


—¡Hice el amor con él mil veces en la cama donde tu duermes! ¡En la misma cama, cariño! ¡Yo usé ese inmenso armario durante un año, yo también tuve sexo con él en su despacho, en la cocina y en todos los lugares donde, seguramente, también te folló a ti!



Me suelto del agarre de Pedro y retrocedo un par de pasos. 


Algo oprime mi pecho, no puedo decir nada, estoy completamente muda, perdida, desconcertada. Me siento rota, no soy nadie. El dolor que me consume es demasiado, no puedo soportarlo.


—Ya lograste lo que querías, cállate —pide él en un murmuro cargado de furia, pero ella está disfrutándolo, no se detendrá.


—Me decía que me amaba, me decía que quería tener hijos conmigo, me trataba como una reina, me enviaba flores todo el tiempo, me llenaba de lujos… Todo lo que hace contigo, lo hizo primero conmigo, cariñito.


Estoy paralizada. No sé qué hacer. Siento como mi corazón se desangra en mi interior.


—Eres un remplazo… —dice, mirándome de pies a cabeza, haciéndome sentir miserable y humillada—. Eres mi remplazo —exclama señalándose—. Me remplazó, estás en mi lugar, usaste todo lo que era mío… ¿Debes sentirte como una mierda, verdad?


Cierro los ojos y dejo que las lágrimas se deslicen por mi mejilla. Ya me humilló todo lo que quería, le encantará verme llorar y no voy a darle ese privilegio.


—Espero que esto logre llenar el vacío que hay en tu interior. Al menos un poco —le digo, mirándola con lástima. Me doy la media vuelta en dirección a la salida y antes de cruzar el umbral, me detengo en seco. Sonrío ampliamente y seco las lágrimas de mi cara.


Miro a Pedro y me acerco a él.


—Jugaste conmigo todo este tiempo —aseguro con una sonrisa—. Estabas jugando y te seguí el juego. ¿Qué ingenua, verdad?


—Paula, por favor… —me pide con los ojos cargados de lágrimas.


No me creeré ese cuento. Ni una de sus lágrimas valen más que las mías.


—Olvídate de nosotros Pedro, olvídate de tu hijo. Se acabó —aseguro reprimiendo el llanto.


Salgo rápidamente hacia el pasillo y acelero el paso cuando oigo que Pedro está siguiéndome. Siento como su mano toma mi brazo y me hace voltear en su dirección. Comienzo a llorar de verdad. Ahora estamos solos y podremos decirnos lo que es preciso, pero yo no diré nada. 


Simplemente se acabó.


—Paula, no tomes decisiones precipitadas. Puedo explicártelo.



—Dijiste que ella no tenía explicación y tienes razón, Pedro. Se acabó —aseguro con el corazón partido en cientos de pedazos—. Se acabó para siempre…





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