sábado, 30 de septiembre de 2017

CAPITULO 4 (TERCERA PARTE)





Es navidad. La mañana más feliz de todo el año entero. 


Pedro está a mi lado en la cama. Aún duerme, pero no quiero despertarlo. Me gusta observarlo. Se ve tranquilo, pacifico... Logra llenarme de paz, y a Pequeño Ángel también. Observo la habitación, estiro la mano hacia la mesita de noche y tomo el vestidito color rosa que es un poco más grande que la palma de mi mano, y lo coloco encima de mi vientre. Fue uno de los obsequios de papá. 


Acaricio a mi pequeña y sonrío una y otra vez. 


—Buenos días, Pequeño Ángel —digo en un leve murmuro. 


Pedro estira su mano y la posa con delicadeza sobre mi vientre. Me volteo en su dirección y veo como está despertando. 


—Buenos días —dice en medio de un bostezo—. Buenos días, pequeña. 


—Buenos días —respondo acercándome para besar sus labios. 


Es navidad, es época de celebrar, de ser buenos, y yo realmente me siento muy motivada a hacerlo. Todo lo que tengo pensado hacer para el día de hoy será perfecto. 


Necesito sentirme bien, necesito limpiar mi alma de todas esas manchas de vanidad, egoísmo y crueldad que he tenido en los últimos años. Quiero sentirme como una Paula completamente nueva. 


—¿En qué piensas? —pregunta mientras que se acuesta de lado y acaricia algunos mechones ondulados de mi cabello. 


Sonrió ampliamente e intento decirle entre pensamientos la idea que surca por mi cabeza—. ¿Qué?



La sonrisa de mi rostro se vuelve más amplia. Sí, es la idea perfecta. Así es como quiero festejar navidad este año. 


—Vístete de inmediato. ¡No tenemos mucho tiempo! —exclamo dando un salto de la cama. Corro hacia mi armario emocionada y luego busco algo que ponerme. Hoy nada de vestidos elegantes, quiero sentirme diferente. 


—¿Paula, que sucede?—pregunta de pie en el umbral. 


Me río levemente, tomo un pantalón negro tiro alto que se adapta perfectamente a Pequeño Ángel y que no nos hará sentir incómodas a ninguna de las dos. No usaré vestido, pero si quiero verme elegante. Luego, escojo una blusa de seda con tirantes color blanca y un bléiser. Pedro me observa en silencio. Peino mi cabello y dejo que las ondas caigan alrededor de los hombros. Me visto y al verme sonrió. 


Me veo simplemente perfecta. Tomo un bolso color rojo y luego comienzo a pasar mis cosas de un lugar al otro. 


—¡Vístete! ¡No tenemos mucho tiempo!—grito desesperada. 


Son las siete de la mañana y tenemos mucho tiempo, pero el tiempo es oro y necesito aprovecharlo. Pedro sonríe, luego corre en dirección al baño y oigo como el agua de la ducha comienza a correr. Termino de prepararme y luego bajo las escaleras con sumo cuidado. Llevo tacones, pero no pienso quitármelos ahora. Estoy demasiado emocionada como para regresar a la habitación para cambiarme. Entro a la cocina y veo a Agatha sentada sobre la mesada viendo las noticias. 


Ella no percibe mi presencia, me acerco a ella y me quedo horrorizada al ver que está llorando. No sé qué hacer, no sé qué decir. La sonrisa que tenía en el rostro se borra de inmediato. 


Elevo mi mano y la coloco en su hombro. 


—Agatha —digo en un leve murmuro. Me siento realmente incomoda—. ¿Todo está bien? 


Ella se voltea en mi dirección y al verme da un brinco desde su lugar, se pone de pie y limpia sus mejillas. Se ve realmente desconcertada.



—Paula, descuida, estoy muy bien —dice con una sonrisa que no logra convencerme—. Mira qué bonita te ves, ¿quieres el desayuno? ¿Tienes algún antojo, tesoro? 


Niego con la cabeza levemente y me muevo para colocarme delante de ella, que intenta esquivarme de todas las formas posibles. 


—¿Agatha, que sucede? —pregunto con el ceño fruncido. 


Nunca pensé que una mujer tan feliz, tan alegre y tan soñadora como ella pudiese estar de tal manera y menos en una fecha tan especial como la navidad. Bueno, tal vez si sea eso, pero no logro entenderlo de todas formas. 


—Paula —dice con la voz quebrada por completo—, solo estoy algo sentimental por la fecha, es solo eso, nada me sucede, de verdad —asegura perdiendo la paciencia. Sé que no debo estar molestándola, pero solo quiero saber que sucede. 


—¿Estás segura? —pregunto en un vago intento por darle una oportunidad para que se desahogue—. Sabes que puedes contarme lo que sea. 


Ella sonríe a medias y luego mueve sus manos en dirección a su cabello. Lo revuelve de un lado al otro y forma un perfecto moño en el. 


—¿Quieres desayunar, tesoro? 


—No —respondo levemente dándome por vencida. Ella no me lo dirá y yo no podré hacer nada al respecto. Tal vez, Pedro pueda interferir luego. Me desconcierta verla así, miles de interrogantes se forman en mi cabeza y ninguno tiene respuesta—. De hecho, solo quiero que me ayudes a empacar algunas cosas —le digo dirigiéndome a la inmensa alacena repleta de todo tipo de cosas en caso de que tenga algún antojo extraño. 


—¿A qué te refieres? —pregunta con el ceño fruncido. 


Sonrío ampliamente y le pido que busque algunas de las cajas de cartón que están en algún lado de la casa, ahí estaba toda mi ropa cuando Pedro decidió mudarnos, así que deben de estar por algún lugar. Ella regresa luego de unos minutos con dos cajas de cartón de tamaño grande y las coloca sobre la mesada. 


—Son perfectas —digo, viéndolas con detenimiento.



—¿Qué se supone que quieres hacer?


 —¿Has arrojado a la basura todos los envoltorios de los regalos de navidad? —pregunto, rogando interiormente que me diga que no. Es navidad, no encontraré ninguna tienda abierta a estas horas de la mañana y no tengo tiempo. Todo tiene que salir más que perfecto. 


—Guardé todos los envoltorios, eran muy lindos, ¡No podía tirarlos! 


Suelto un leve suspiro y me rio, luego me acerco hacia los cajones bajo mesada para buscar cinta adhesiva. Sé que debe de estar por algún lugar. Lo vi el otro día. 


—Tráelos y ayúdame a decorar todas estas cajas. Ella se mueve con rapidez por el pasillo y regresa con una gran pila de papeles de colores de todos los tamaños y formas. 


Escojo lo más grandes y ella me ayuda a decorar las cajas de cartón para que se vean bien. Es fácil y sencillo. Me muevo con destreza como si hubiese hecho esto miles de veces en mi vida, aunque tengo que reconocer que es la primera vez que lo hago. Sé qué la idea le encantará, sé qué seremos mucho más felices de lo que ya lo somos, sé que esto logrará hacerme sentir mucho mejor. Quiero cambiar por completo y no me detendré hasta conseguirlo. 


—¡Buenos días!— exclama Pedro entrando a la cocina. 


Sonrío al verlo, pero no detengo lo que estoy haciendo. Se ve simplemente perfecto. Luce una camisa color azul cielo y los pantalones negros que suele usar siempre, que simplemente me encantan. 


Él se acerca, le da un beso en la mejilla a su nana, y luego, al verme, acorta la distancia entre ambos, me rodea la cintura con los brazos y me besa apasionadamente. Suelto una risita al oír como Agatha tose detrás de nosotros y sigo decorando la caja. 


—¿Qué es todo esto? —pregunta viendo el desastre de encima de la mesada. 


—Quería hacer cupcakes y pastel, pero no tenemos tiempo y tampoco ingredientes suficientes —le digo como si esa respuesta lo explicara todo, pero es el efecto contrario porque él frunce el ceño y luego rasca la parte superior de su cabeza como si intentara comprender—. ¿Confías en mí? —pregunto acercándome para besarlo. 


—Ciegamente —responde colocando sus dedos sobre mi mejilla.


—Entonces deja de hacer preguntas y ayúdame con todo esto. 


Recibo una amplia sonrisa como respuesta. Pongo un poco de música en la televisión y le voy dando indicaciones a Pedro y Agatha. Cuando acabamos de decorar todas las cajas logrando que se vean realmente coloridas, regreso a la inmensa alacena y tomo todos los paquetes de galletas del interior, luego empiezo a colocarlos dentro de las cajas. 


Agatha frunce el ceño al igual que Pedro, pero me ayudan. 


Bolsas de caramelos, chocolates de todo tipo, barras de cereales, más chocolate, cientos y cientos de tipos de galletas y bizcochos. Absolutamente todo. 


—¡No necesitamos de todo esto! —exclamo, tomando algunos pocos envoltorios de comida del interior—. ¡Que no quede absolutamente nada! ¡Todo a las cajas! Y si lo necesitamos podemos comprar más. Ahora toda esta comida tiene un lugar mucho más especial. 


Cuando acabamos de acomodar todo, doy un pequeño saltito cargado de la emoción. Le ordeno a Pedro que lleve todo al coche y él lo hace con la ayuda de Agatha sin protestar. Eso me deja un momento a solas, sé qué demorarán y aprovecho para hacer esa llamada y avisar sobre nuestra llegada de sorpresa. 


Soy bien atendida y eso me llena de ilusión. Sé que será perfecto. Cuelgo la llamada, luego tomo mi bolso y me digno a esperar a que regresen. El tiempo juega a mi favor y sé que llegaremos justo a tiempo. El timbre suena y sonrío porque puedo apostar todos mis diamantes a que los dos se han olvidado de las llaves. Subo las escaleras y si, sé qué definitivamente olvidaron las llaves al verlas sobre la mesita de la entrada. 


Abro la puerta rápidamente y al ver a esa mujer mi corazón se congela de inmediato. 


¿Qué hace aquí? ¿De nuevo ella? ¿Aquí en mi casa? 


Me quedo sin habla por varios segundos, mis ojos se abren de par en par, estoy completamente horrorizada. Esto no es lo que me esperaba. Podía imaginarme a cualquier persona, incluso a mi madre, pero nunca a ella. 


—¿Qué estás haciendo tu aquí? —pregunto intentando no sonar sorprendida, pero no lo logro—. ¿Por qué estás en mi casa? 


Siento como mi estómago se revuelve y un frío estremecedor invade mi pecho. No sé qué hacer, no puedo reaccionar. 


Se suponía que ya nada amenazaría la perfección de mi vida, pero ella está aquí, parada delante de mí con la mirada cargada de un brillo extraño y se ve realmente terrible. 


Mucho peor de lo que recordaba.



—Yo... 


—¡Samantha! —grita Pedro desde el pasillo—. ¡Mierda, maldición! 


Veo como él corre y Agatha también, que se ve más que horrorizada. Pedro se acerca hecho toda una furia y la toma del brazo con fuerza, provocando que ella jadee y cierre los ojos. 


Veo una lágrima escapar de ellos y siento como el desconcierto me invade por completo. 


—¿Qué mierda haces aquí? —grita jaloneándola de una lado al otro. 


Parece fuera de control. Sé lo que se siente estar en su lugar y no quiero que Pedro le haga daño. Sea quien demonios sea que es, pero no lo vale. Reacciono, me muevo rápidamente y tomo el brazo de Pedro y le suplico en silencio que no haga nada estúpido. 


Pedro, suéltala. Vas a lastimarla y las cosas se complicarán —le digo en un leve murmuro. Intento sonar dulce, quiero que me oiga solo a mí y que piense bien lo que hace—. Pedro, suéltala. 


Él la mira durante unos segundos con todo el odio que puede ser capaz, luego suelta su brazo bruscamente y se acerca. Me rodea de manera protectora y besa mi pelo. 


—¿Estás bien, cielo? —pregunta mirándome fijamente—. ¿Te hizo algo? 


Niego con la cabeza sin poder decir absolutamente nada. 


Estoy bien, no me ha hecho daño, lo único que ha logrado hacer es desconcertarme por completo. Samantha se voltea en dirección a Agatha que la observa con lástima. Ella intenta acercarse, pero Agatha se aleja dando un paso hacia atrás. Veo la situación y sigo con millones de preguntas en mi cabeza. 


—Vete de aquí, Samantha —le dice secamente. 


Sus ojos brillan y puedo ver como ella también está llorando. 


Es la situación más confusa de toda mi vida. 


—Mamá... —dice ella en un leve murmuro, largándose a llorar de nuevo.



Mi boca se abre lentamente y lo único que puedo hacer es mirar en dirección a Pedro


No puede ser verdad, esta debe ser una broma de navidad, un sueño, algo, pero no lo que yo creo que es. Es simplemente ridículo… “Pedro y las niñas, me volvían loca” 


—Mamá, por favor, escúchame —implora ella sorbiendo su nariz. Se ve devastada y por un segundo logro sentir lástima. 


Esa mujer que alguna vez se sintió la reina del universo por pisotearme, ahora se ve mucho peor de lo que yo podría imaginar. 


—Vámonos —dice Pedro tomando mi mano con firmeza. 


Él entra al apartamento, abre el armario y toma un abrigo para él y otro para mí. No sé qué decir. Solo muevo mis pies para no caerme al suelo y lo sigo por los pasillos hasta el ascensor. Me detengo en seco y me suelto de su brazo. Aquí hay algo que todavía no termina de cerrar y me siento realmente abrumada. 


—¿Ella es hija de Agatha? —pregunto con los ojos abiertos de par en par. No oí mal. Pedro me mira en completo silencio durante unos segundos y no necesito más—. ¡Sí! ¡Ella es hija de Agatha! ¡Has estado ocultándomelo todo este tiempo! —grito presa de la desesperación y la decepción que me invade. 
Agatha, esa persona que consideraba maternal y dulce, resultó tener toda una vida oculta y lo peor de todo, es que se involucra con esa mujer, la mujer que intentó destruirme y destruir todo lo que Pedro y yo habíamos construido en tan poco tiempo—. ¿Cómo pudieron mentirme así? 


—Paula, escúchame por favor… —me pide intentando recobrar la calma—. Escúchame, deja que te lo explique, no tomes decisiones precipitadas sin saber que sucedió realmente —me pide colocando una de sus manos en mi mejilla. 


La acaricia levemente y luego me mira con esos ojos infestados de miedo, como esa vez en la que le entregué el anillo de boda y de compromiso. 


—Me lo ocultaron… —digo al borde del llanto. Me duele, de verdad me duele que no me lo hayan dicho. Es simplemente ridículo. 


—Te perdí una vez por no atreverme a hablar y no voy a hacerlo de nuevo —asegura moviendo su cuerpo junto al mío, mientras que una de sus manos rodea mi cintura y la otra toma con firmeza mi cuello. 


Va a besarme y no podré resistirme.



—Quiero toda la verdad —murmuro evitando su mirada—. Quiero saberlo todo, ya no soporto tener que pensar que tienes todo un gran pasado que no quieres decirme, Pedro. Es estresante pensar que alguien aparecerá para estropearlo todo. Quiero confiar en ti, pero si tú no confías en mi… 


—Confío en ti ciegamente, ya te lo he dicho —sisea, acercando su boca a la mía—. Te lo diré, te lo diré todo aquí y ahora, pero tienes que prometer que serás comprensiva. 


Asiento levemente con la cabeza y permito que una sus labios a los míos. Soy completamente débil cuando se trata de sus besos. Tengo que entenderlo, al menos debo intentarlo. Pedro suelta un suspiro y luego sigue caminando por los pasillos del complejo de apartamentos. 


Bajamos unas escaleras con sumo cuidado y salimos al parque, exclusivo para los que habitan en el inmenso edificio como nosotros. Hay algunos rayos de sol que abren su propio paso entre las nubes grises y, como me lo imaginé, nadie está por los alrededores. 


El día es extremadamente frío, como suele serlo cada navidad, Pedro se mueve inquieto cuando la ola de baja temperatura logra traspasar la fina tela de su camisa. 


Toma su abrigo y se lo coloca rápidamente, luego me coloca el mío con suma dulzura y caminamos tomados de la mano entre los pocos copos de nieve que caen sobre el suelo. 


Nos sentamos en una banca de madera, rodeados por algunos arbustos secos. Pedro suelta otro suspiro mientras que yo espero impaciente a que empiece a explicarme todo lo que sucede. Quiero saber cada detalle. 


—No sé cómo empezar —confiesa negando levemente con la cabeza. 


—¿Qué te parece si hago las preguntas y tú las respondes? 


Él asiente levemente con la cabeza y una leve sonrisa se forma en su rostro. 


—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunto. 


Es la primera de muchas, es la que más me importa la respuesta porque es la que me involucra en todo esto. 


—No podía decírtelo, Paula —asegura—. Esa es la historia de Agatha, no podía decírtelo. 


Intento protestar, pero sé que tiene razón. En esa historia no estoy incluida, pero simplemente no puedo evitarlo, me molesta que me oculte cosas.



—Cuando asistimos a esa fiesta en Múnich te pregunté si podíamos invitar a Agatha y me dijiste que había una persona que no quería verla ¿Te referías a Samantha? ¿Ella estaba invitada a aquella fiesta? 


Pedro pasa ambas manos por su cara y luego suelta otro suspiro. Me está sacando de quicio tanto misterio. 


—Agatha tiene dos hijas, Paula —dice mirando un punto fijo en el suelo—. Samantha y Karen son hijas de Agatha. Es por eso que las conozco, es por eso que en cierta forma son parte de mi vida. Ellas crecieron conmigo y con mis hermanas y… 


—¿Qué estás diciendo? ¿Quieres decir que la rubia chillona de Múnich también es…? 


—Así es. 


—¿Ella no quería ver a Agatha en aquella fiesta? ¿Por qué? 


¿Pero, cómo no pude notarlo? ¡Es ridículo! Comienzo a 
perder el control. Todo parece cuadrar a la perfección. Las piezas del rompe cabezas estaban ordenadas delante de mis ojos y no fui capaz de notarlo. ¡Qué tonta! 


—Entonces quiere decir que Karen y tu eran algo así como… Y que Agatha era… 


—Sí, Paula. 


—¡Agatha y Karen sabían de tu romance con esa mujer, pero tu familia no lo sabía porque tu creías que no les gustaría! ¡Claro! ¡Estabas por casarte con la hija de la criada! ¿Verdad? ¿Tu madre y toda su forma de ser elitista provocó que lo ocultaras? ¿Por eso ocultaste tu noviazgo con ella? —Todo lo que digo suena como pregunta y al mismo tiempo como afirmación. 


Claro, ya lo tengo. Acabo de atar todos los cabos sueltos de esta historia. Todo parece encajar a la perfección. 


—Paula... —balbucea intentando darme una explicación, pero ya no la necesito, puedo imaginarme todo lo que me dirá—. Crecimos juntos, fuimos como hermanos durante mucho tiempo, estudiamos juntos… Es por eso que ellas trabajan en la empresa. Karen y yo somos amigos y Samantha es... Samantha ya no es nadie importante en mi vida. 


—Ésta mañana descubrí a Agatha en la cocina y estaba llorando, ¿todo ese llanto se relaciona con sus hijas?



Pedro hace una mueca, luego estira su brazo y acaricia mi cabello. 


—Agatha no se lleva bien con ninguna de ellas —me dice en un leve murmuro—. No sé por qué, no sé cómo, eso no puedo responderlo porque de verdad no lo sé, preciosa, pero si hablas con ella, tal vez, te sientas más tranquila. 


Sí, claro que hablaré con ella, le preguntaré todo lo que quiero saber, pero esto aún no me resulta suficiente. Tengo muchas más preguntas que hacerle. 


—¿Por qué terminaste con esa mujer un mes antes de la boda? 


Esa es la pregunta del millón y me resuelta realmente estúpido no haberlo preguntado entes. Sé que estoy removiendo muchos recuerdos, pero necesito sentirme tranquila. Cuando regresé con él supe que esta historia no había terminado y estoy dispuesta a ponerle fin a toda esta ridiculez. No soportaré a ex novias ni nada de esas idioteces. 


Soy yo, soy la única en su vida, nadie más debe preocuparme. Es lo justo. 


—¿Por qué? —pregunto nuevamente al ver que su silencio invade el lugar en el que estamos. Quiero saberlo, merezco saberlo. Tiene que decirlo—. Puedes confiar en mí, Pedro. Quiero conocerte por completo y no lo lograré si no me dices lo que sucedió realmente. 


—Me engañó, Paula —espeta secamente, como si se sintiera realmente molesto—. Me engañó, me traicionó, se acostó con no sé cuántos tipos cuando me fui de viaje, me uso, se aprovechó de mí. Le di absolutamente todo, la quise como no tienes idea, hice lo imposible por hacerla feliz, pero nunca fue suficiente… 


Me quedo sin aliento al oírlo. Se me rompe el corazón y me siento como una maldita zorra. Yo también fui en un principio como ella. Yo también me comporté en un principio como ella, yo también lo obtuve todo y nunca nada fue suficiente. 


De solo pensar en que si él y yo no nos hubiésemos enamorado de verdad, tal vez, yo hubiese terminado cometiendo esa misma estupidez... Mis ojos se llenan de lágrimas. 


Ya no quiero oír más nada. Fue suficiente. Él está abatido y yo me siento realmente culpable, soy una completa idiota. 


No debí… Oh, mierda. 


—Lo lamento —digo llorando. Me lanzo a sus brazos y hundo mi cara en su pecho, dejando que sus fuertes brazos me rodeen por completo—. Lo lamento, ya no quiero saber más, no quiero… Solo te quiero a ti, mierda, lo siento —digo con la voz entrecortada entre un sollozo y otro. 
Pedro sonríe y luego besa mi pelo. Sé qué no quería recordar todo eso y ahora me siento malditamente culpable—. Lo siento —digo en un leve murmuro, mientras que tomo su cara con ambas manos—, lo siento. 


—Te amo —responde con una amplia sonrisa—. Te amo. 


—También yo. 


—Tú no eres como ella, Paula. Jamás lo serás. —asegura como si pudiese leer mis pensamientos—. Ella fue mi error, y tú eres lo más hermoso que me ha pasado en la vida. No, en realidad, tú eres mi vida, Paula. 


Es imposible contener el llanto cuando oigo que me dice esas hermosas palabras. 


Sonrío, seco mis mejillas y uno mis labios a los suyos. Todo está bien, ya sé todo lo que tengo que saber, ya no necesito más de todo esto. 


—No arruinemos nuestra navidad por esto, preciosa —me pide en un leve murmuro—. Hagamos todo lo que tú tenías deseos de hacer y olvidemos todo esto. Cuando regresemos podremos hablar con Agatha, ¿de acuerdo? 


—De acuerdo —respondo con una sonrisa. 


Pedro me besa castamente en los labios, luego se pone de pie, toma mi mano y salimos disparados de camino a la cochera. Estoy ansiosa. Sé que todo saldrá perfectamente bien. Muero por ver esas sonrisas, muero por hacer que alguien más se sienta mejor.



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