—¿Comenzamos?
—Sí —respondo quitándome la bata.
Puedo sentir los celos de Pedro emanando a su alrededor, pero no me importa. Me coloco donde Damian me dice y luego sonrío.
Comienza a tomarme fotografías, una y otra vez, indicándome que debo de hacer. No me siento para nada intimidada, de hecho es todo lo contrario. Disfruto con todo lo que Damian me dice para inspirarme. Pedro está de pie a su lado y observa todo detenidamente. Me toma muchas fotografías de pie y luego me indica que me acerque a la pequeña cuna y sigue tomándome más fotografías.
—¡Perfecto! —exclama cuando tomo una de los pequeños ositos de felpa y lo coloco sobre mi vientre—. ¡Me encanta! ¡Genial! ¡Ahora mira tú vientre! ¡Hermosa!
—¿Siempre gritas así? —cuestiono con una sonrisa burlona en su dirección. Él toma la cámara en sus manos y sigue disparando por todas partes.
—¡No lo sé, nena! —me responde y Pedro y yo comenzamos a reír—. ¡Vamos, Pedro! ¡Te quiero en las fotografías!
Miro a Pedro y extiendo mi mano en su dirección para que se acerque. Está algo confundido y avergonzado, pero una vez que vemos que la cámara sigue tomando fotografías, parece olvidarse de su timidez.
Primero nos besamos, luego Damian nos toma todo tipo de fotografías con Pedro acariciando y besando a Pequeño Ángel . Damian se aparta de la cámara y nos observa a ambos.
—¿Qué sucede? —pregunto.
—Las fotos se ven bien, pero... Pedro, quítate la camisa. —dice así, sin más, provocando que mi esposo abra los ojos de par en par—. ¡Oh vamos, amigo! ¡Quítate la camisa, estarás más acorde a las fotografías!
Sonrío y comienzo a desabotonar la camisa de Pedro, se la quito y me veo obligada a tragar el nudo que se formó en mi garganta debido a su torso completamente desnudo y perfecto.
Lanzo la camisa a un lado y dejo que Damian siga dándonos indicaciones de lo que debemos hacer.
—¿Eres consciente de todo lo que soy capaz de hacer por ti? —pregunta acariciando mi mejilla, mientras que las fotografías siguen.
—Creo que empiezo a notarlo...
*****
—¡Oh, he olvidado los pendientes! —digo tocando el lóbulo de mi oreja. Me volteo para subir las escaleras, pero Pedro toma mi mano y me detiene.
—Yo iré por ellos, cariño. ¿Cuáles quieres? —pregunta dulcemente.
—Los que tú escojas —respondo.
Él sube las escaleras rápidamente y se pierde por el pasillo.
Me quedo unos segundos admirando la nada, pensando en lo dichosa que soy y en el perfecto esposo que tengo.
Luego, entro a la cocina y me encuentro con Agatha que se ve más que hermosa con un elegante vestido negro y un moño en su cabello gris.
—Te ves muy bien —le digo sinceramente. Ella se inspecciona a sí misma, luego hace una mueca.
—No es la gran cosa. No tenía nada más —dice despreocupada—. ¡Tú si te ves hermosa! —exclama viendo mi vestido rojo pasión, ese perfecto vestido que Pedro escogió para mí y que se adapta a mis curvas y marca por completo a mi Pequeño Ángel—. ¡Mírate, estás simplemente bellísima! —chilla emocionada, mientras que remarca más las ondas de mi cabello con su dedo.
—Gracias. Pedro se ha encargado de escoger todo lo que llevo puesto.
—Para él nunca será difícil escoger algo, tú te ves hermosa con lo que sea que te pongas. —asegura. Le sonrío como agradecimiento y miro todo lo que está encima de la barra de desayuno.
—¿Cómo ha ido todo? ¿Falta alguna cosa?
—No. Todo está bien. Tienes que relajarte. Adorarán tu comida, puedo asegurarlo.
Pedro aparece en la habitación y al verme sonríe.
—Aquí estás.
Se acerca a mí, me da un beso en los labios y luego me enseña los pendientes de diamantes blancos que me regaló en alguna ocasión especial, pero nunca los he utilizado porque recuerdo que ese día fuimos tan tontos que terminamos peleando por una estupidez.
—¿Qué te parece?
—Me parece bien —le digo con una sonrisa. Es hora de darle un buen significado a esos diamantes.
Él mueve mi pelo a un lado y coloca los pendientes en mis orejas con suma delicadeza. Parece realmente concentrado en lo que hace. Agatha nos observa a ambos y los ojos se le llenan de un brillo extraño.
Algo así como orgullo y alegría.
Él timbre suena y yo entro en pánico. Pedro sonríe y toma mi mano. Lo miro por unos segundo y suelto un suspiro. Tengo que estar calmada. Todo lo hago perfectamente bien, esta cena será un completo éxito, a todos les encantará. Lo sé.
No tengo que estar nerviosa. Subimos las otras escaleras en dirección al vestíbulo y apresuramos un poco el paso cuando el timbre suena de nuevo. Ninguno de nuestros familiares conoce nuestra nueva casa aún, salvo Damian, que tuvo el privilegio por las sesiones de fotografías.
Espero que les guste, no es ni tan grande ni tan imponente como la inmensa mansión, pero este lugar si es un hogar. Mi hogar...
—¡Princesa! —exclama mi padre desde la puerta. Corro en su dirección y me abalanzo hacia sus brazos.
—¡Papá! —digo completamente emocionada. No sé por qué lo estoy si lo he visto hace unos pocos días, pero me siento feliz. Es veinticuatro de diciembre—. ¡Qué bueno que estés aquí! ¿Dónde está mi madre? —pregunto rápidamente.
La sonrisa se me ha borrado al instante.
—Ya sabes que estas fechas no son buenas para tu madre... —murmura con una mueca—. Hice todo lo posible para que viniera, pero no pude convencerla. Intento comprender, pero no lo logro del todo.
Sé que para mi madre es difícil pasar por todo esto. Desde que Mariana ya no está, ella jamás ha celebrado fechas importantes como navidad, año nuevo y demás. Debí de suponerlo. Mi padre besa mi frente y luego estrecha la mano de Pedro. Le entrega una botella de champaña y él sonríe como agradecimiento. No tengo que ponerme a pensar en nada malo. Tengo que disfrutar de esta noche. Mi madre tendrá sus motivos.
—Ven, papá. Tienes que ver este apartamento. Es increíble.
—Espera, princesa —dice saliendo de nuevo hacia el pasillo.
Luego, regresa con una bolsa y se la entrega a Pedro. Es inmensa y por lo que puedo ver tiene varios paquetes de regalos en su interior.
Bajamos las escaleras y comienzo a enseñarle a mi padre el apartamento, mientras que Pedro acomoda todos los regalos debajo del inmenso árbol a un lado de la chimenea. Hay un montón, compramos para todos y seremos como diez personas en casa esta noche.
—Te ves feliz —dice, acariciando mi cabello.
—Lo soy —afirmo con una sonrisa.
Pedro se acerca a nosotros y rodea mi cintura con sus manos. Apoyo mi cabeza en su hombro y sonrío. Mi padre parece feliz también.
—Tengo que felicitarte —le dice a Pedro—. La haces feliz y eso me deja a mi completamente conforme y tranquilo.
—Es un placer hacerla feliz, Marcos —responde besando mi mejilla.
Agatha aparece en la habitación con una bandeja entre sus manos que contienen bocadillos y refrescos. Parece muy concentrada observando su camino y mi padre parece demasiado concentrado observándola a ella.
—Paula, Pedro —dice con la bandeja entre sus manos y al ver a mi padre noto como sus mejillas se ruborizan. Parece realmente incomoda y avergonzada.
Oh, mi Dios... No puedo creerlo.
—Papá —digo para que aparte su mirada de ella—, ella es Agatha, la futura nana de Pequeño Ángel —le digo presentándolos. Agatha deja la bandeja sobre la mesita ratonera de la sala de estar—. Agatha, él es mi padre, Marcos Chaves. Mi padre vacila por un instante.
Ambos están viéndose como si fuesen dos especímenes raros y eso me hace sonreír por lo bajo. Pedro suelta una risita que puedo percibir detrás de mi oreja. También comprendió lo que sucede.
—Es un placer conocerla —murmura mi padre con todo ese encanto de caballero andante que tanto me encanta.
Agatha estira su mano para estrechársela, pero mi padre se inclina y la besa, posando sus labios más tiempo del necesario.
Él timbre suena y Pedro y yo nos movemos en dirección a las escaleras rápidamente, pero ellos no parecen percibir lo que sucede. Mi padre dice algo y ella ríe. No puedo creerlo.
Jamás había visto los ojos de papá iluminarse de esa forma al ver a alguien que no sea yo.
—¿Viste eso? —pregunta Pedro mientras que subimos las escaleras tomados de la mano. Tengo que tener sumo cuidado con mis hermosos tacones, pero por ahora llevo el control de la situación.
—Claro que sí. Parecían hechizados —respondo contentísima. Debo admitir que mi madre y mi padre ya no están en la misma sintonía. Me gustaría que papá rehaga su vida y sea realmente feliz con alguien más. Solo está con mi madre porque cree que es lo correcto. Llegamos al recibidor.
Pedro es quien abre la puerta. Rápidamente vemos a una manada de gente esperando en el corredor. Sonrío ampliamente al ver a Tania, Damian, Emma, Stefan, Daphne y la pequeña Laura, que corre en mi dirección para abrazarme.
—¡Tía Paula! —Grita cruzando sus bracitos alrededor de mi cintura—. ¡Te extrañé mucho! —Hago una mueca y luego sonrío. Acaricio su cabello y la miro fijamente. Está más que claro que se ha encontrado con un nuevo obstáculo. Antes Pequeño Ángel no estaba ahí—. ¡Mira como ha crecido! —dice completamente sorprendida, mientras que mira mi vientre una y otra vez.
Oigo un ladrido y veo a Charlie corriendo hacia mi dirección con su lengua hacia afuera y una sonrisa. Laura se aparta y Pedro se coloca rápidamente delante de mí cuando el can intenta darme una demostración de afecto.
—Lo lamento amigo, pero no podrás hacerlo —murmura acariciando su cuello. El cachorro se pone en cuatro patas de nuevo y entonces si me agacho un poco para acariciarlo.
—¿Cómo estás, Charlie? —pregunto rascando su oreja y recibo un ladrido como respuesta.
Pedro saluda a todos y se encarga de recibir las bolsas y cajas de regalos. Luego todos se abalanzan sobre mí con abrazos besos y todos ellos acarician a Pequeño Ángel más de una vez.
—Lamentamos llegar algo tarde, pero demoramos en encontrar el apartamento. Recorrimos como seis pasillos diferentes. Este lugar es un laberinto —dice Daphne sosteniéndome de ambos brazos—. ¿Cómo estás, querida? —cuestiona mirándome de pies a cabeza. Parece contenta con lo que ve y eso genera un gran alivio en mi interior.
—Estoy muy bien, Daphne —respondo con una amplia sonrisa—. Y tu nieta también lo está. Mira como ha crecido —digo mirando mi vientre mientras que lo acaricio.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que es una niña? —pregunta con el ceño fruncido—. Tengo experiencia en esto y será un niño. Puedo asegurarlo.
—Será una niña, madre. Ya no intentes discutir —le dice Pedro con aire exasperado, y todos reímos. Los demás comienzan a observar el apartamento algo asombrados, mientras que bajamos las escaleras en dirección a la sala de estar. A todos les encanta, puedo notarlo y ellos me lo dicen.
Pedro coloca todos los regalos debajo del árbol y asegura que cada uno esté perfectamente acomodado con las etiquetas de los nombre a fácil acceso. Es un árbol inmenso que está repleto de paquetes de todos los colores posibles.
Los hombres se disponen a beber y a comer mientras que hablan de cosas sin importancia en la sala de estar. Sonrío al ver a Damian que parece no encajar con ellos del todo.
Apuesto a que todos hablan de negocios, empresas y ese tipo de cosas y él solo está ahí, callado, moviendo sus dedos de un lado al otro. Laura y Charlie están correteando por todos lados y la he regañado más de dos veces porque quiere espiar el contenido de algunas cajas de regalos. Las mujeres estamos en la cocina, terminando de preparar los últimos toques finales para la cena, mientras que hablamos de cosas sin importancia. Es un momento realmente agradable. No es una navidad elitista como todas las anteriores. No hay gente presumida bebiendo champaña en los alrededores, no hay camareros disgustados e incómodos y tampoco hay comida excéntrica casi incomible. Es una navidad normal, como las que siempre he deseado tener y la estoy disfrutando al máximo.
—¿Lo has hecho todo tu sola, querida? —pregunta Daphne observando las diversas opciones de ensaladas y bocadillos que descansan sobre la mesada de la cocina.
—Todo —afirmo con una sonrisa victoriosa.
No importa si he estado más de dos días encerrada en la cocina intentando una y otra vez hacer recetas más que difíciles con mi poca experiencia. Lo importante es que he logrado hacerlo y lo más importante de todo lo que realmente importa es que sabe delicioso.
Ya lo he dicho. Todo lo hago perfectamente bien, esto fue muy sencillo.
—¿Todo está listo, cariño? —pregunta Pedro desde el umbral de la puerta—. Hay mucha gente ahí afuera que tiene hambre —se queja con una mueca.
—Diles que tomen asiento. Llevaremos todo esto —le informo. Todos están sentados en sus respectivos lugares.
La inmensa mesa del comedor se ve pequeña con todos los tipos de comidas que me he encargado de preparar. Hay mucha variedad pero en porciones pequeñas para que nada sobre. Sé que les encantará, pero no puedo evitar sentirme nerviosa. Es la primera vez que cocino de verdad en mi vida.
Todos parecen disfrutar de lo que comen y ya he recibido elogios de papá, Agatha —que por cierto, están sentados el uno al lado del otro y no dejan de sonreírse como dos tontos—, y de Damian.
Me siento realmente asustada. Es momento de probar la carne, que fue lo que más me ha costado. Pedro se encarga de cortar los pedazos y de repartirlos en los platos. Miro a todos con nerviosismo. Quiero que saboreen de una vez.
—¿Quieres un poco, cariño? —pregunta hacia mi dirección con mesurada dulzura en un tono de voz apenas audible.
—De acuerdo —le digo con una asentimiento de cabeza. Él coloca un poco en mi plato y luego otro poco en el suyo.
Tomo el tenedor y el cuchillo y observo mi plato por unos segundos. Se ve realmente delicioso, pero ¿Por qué nadie dice nada? Estoy comenzando a entrar en pánico. Corto un pedazo y lo pruebo. Cierro los ojos y saboreo. Mierda, sabe realmente bien. Me gusta el sabor, me gusta la textura.
—Delicioso —dice Pedro cortando rápidamente otro pedazo.
—¡Me gusta, tía Paula! —exclama la pequeña elevando sus brazos hacia el cielo—. ¡Me gusta esta comida!
Si, la sonrisa de felicidad y alivio invade mi rostro.
—¡Lo haces bien, nena! —grita Damian del otro lado de la mesa.
—¡Increíble, princesa! —me dice mi padre con una sonrisa de satisfacción y orgullo.
—Caramba, Paula. Creo que has superado la carne asada de Emma —dice Stefan, provocando que todos se rían.
—Me encanta, querida —responde Daphne a mi lado con una media sonrisa—. Debo admitir que me has tomado por sorpresa. Sonrío ampliamente y se los agradezco.
Pedro estira su mano y la coloca encima de la mía sobre la mesa. Me acaricia la piel con sus dedos y luego acerca su cara para que lo bese. Nos damos un casto besito y regresamos la atención a la comida.
Terminamos con la cena y me siento realmente orgullos al ver que no ha sobrado casi nada de lo que he hecho.
Agradezco que Damian se encargara de tomar fotografías de toda la mesa llena de comida. Es algo que merece ser recordado.
Luego cada quien regresa a lo que estaba haciendo. Los hombres siguen en la sala, Laura sigue con sus juegos extraños y las mujeres nos encargamos de limpiar y arreglar todo para el postre. Ya no me siento nerviosa, sé que les encantará.
Es el momento del brindis faltan solo cinco minutos para las doce en punto de la noche. Agatha me ayuda a llevar las copas de cristal hacia la terraza. Saldremos afuera unos minutos para ver los fuegos artificiales, sé que será completamente perfecto.
Tenemos una vista increíble del cielo de Londres. Será único.
—¡Vamos, ya casi es hora! —le digo a Agatha, mientras que cruzamos la sala de estar en dirección a la terraza. Ella camina con cuidado para no tirar la bandeja y luego reparte las copas con champaña para todos los adultos, luego me entrega un vaso con zumo de naranja y otro Laura.
Hay un poco de viento y hace algo de frío. Pedro me rodea con sus brazos y cubre mi cuerpo con el suyo. Todos parecen estar sumidos en sus propios pensamientos. Es el momento del brindis y estoy esperando a que alguien diga algo, pero todos parecen concentrados en lo suyo. Este es el momento melancólico de la navidad. Es el único momento en el que piensas en las personas que te rodean, en lo afortunado o desafortunado que eres, piensas en los que ya no están y que quieres que estén a tu lado, recuerdas a las personas que de verdad lo valen y haces demasiado esfuerzo por olvidar a todas las que te hicieron daño. La navidad tiene sus momentos y por eso comprendo que nadie sepa que decir. Cada quien tiene su historia...
—Brindemos por la familia, la felicidad, el amor y la vida —dice Pedro elevando el tono de voz y su copa en alto. Los demás sonríen y se lo agradecen en silencio. Ha salvado el momento. Todos elevan las copas en alto, luego decimos “Salud” al unísono y los fuegos artificiales comienzan a resonar sobre el cielo. Justo a tiempo.
—¡Feliz navidad! —grito con todo lo que mi voz es capaz.
Todos me responden de la misma manera y es ese el momento en el que hay abrazos y besos por todas partes.
—Feliz navidad, cariño —me dice Pedro dando un dulce abrazo que hace que mi corazón explote dentro de mi cuerpo. Luego, se agacha en dirección a Pequeño Ángel y lo besa durante unos segundos, lo acaricia y parece susurrarle algo que no logro oír del todo—. Feliz navidad mi niña —La besa de nuevo, se pone de pie y une su boca a la mía.
—Feliz navidad, Pedro... —respondo con una sonrisa.
—Solo soy feliz si estás tú, Paula Alfonso...
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