sábado, 30 de septiembre de 2017

CAPITULO 5 (TERCERA PARTE)




Pedro detiene el coche frente al albergue de niños, y al verme me enseña una gran sonrisa. Condujo más de dos horas para llegar a este lugar, pero quería que fuera especial. 


Ya conozco los albergues en el centro de la ciudad y son muy diferentes a los que está en las zonas más precarias. 


Estos niños de verdad lo necesitan. Viven en un pueblo alejado de la zona céntrica. No es necesario que explique nada. 


Pedro debe imaginarse lo que tengo en mente. Sonrío mientras que observo el añejo edificio y suelto un gran suspiro. No sé qué es lo que veré o lo que sentiré, pero estoy realmente impaciente. 


—Llamé esta mañana y les avisé que vendríamos —le digo a Pedro con una inmensa sonrisa. 


Me siento diferente y quiero sentirme mucho más. 


Pedro mueve su cabeza un par de veces sin saber que decir, pero puedo asegurar que la idea también le gusta. Él tiene un corazón mucho más humanitario que el mío y sé que esto le encantará. Disfrutaremos de esta experiencia. 


—Hagámoslo, cielo —me dice acortado la distancia entre ambos. 


Me besa en los labios castamente, luego acaricia mi cabello y cuando sonrío de nuevo, él se baja del coche, me abre la puerta y toma mi mano. Observamos el lugar por unos segundos y vemos como una mujer de unos cuarenta años sale del edificio luciendo un traje negro y una amplia sonrisa. 


Baja las escaleras de la entrada con prisa y se acerca a nosotros. 


—¿Ustedes debe ser los Alfonso? —pregunta si dejar de sonreír mientras que estira su mano en mi dirección—. Soy Joanna Smith, directora del orfanato.



—Paula Alfonso —afirmo de la misma manera—. Él es mi esposo, Pedro Alfonso —digo tomando la mano de Pedro


Él da un paso al frente y con elegancia, estrecha la mano de la mujer, mientras que pronuncia su nombre con sumo orgullo. 


—Esta es una verdadera sorpresa, jamás hemos recibido visitas en navidad. De verdad estoy muy agradecida. 


Él corazón se me rompe por dentro, pero por fuera sonrío al saber que hoy voy a hacer la diferencia en la navidad de estos niños. 


—Hemos traído algunas galletas y dulces para los niños —le digo señalando el coche. Pedro se mueve velozmente y abre el baúl, luego quita las dos cajas coloridas repletas de comida y la directora chilla de emoción. 


—Oh, permítame ayudarlo, señor Alfonso —murmura rápidamente, tomando una de las cajas—. Estamos por servir el desayuno de los niños y creo que esto les encantará. 


—Eso espero —digo comenzando a sentirme nerviosa. 
Nunca he sido buena con los niños y temo no sentirme aceptada—. Quise preparar cupcakes y pastel, pero no tuve mucho tiempo —le digo con una mueca. 


—Los mejores cupcakes y pasteles de todo Londres —agrega Pedro con una sonrisa en mi dirección cuando subimos las escaleras de la entrada—. Con cuidado, cariño —musita señalándome un escalón algo deteriorado. 


Asiento con la cabeza y sigo subiendo. La directora Smith se voltea en mi dirección y al ver mi vientre suelta otro chillido. 


—¡Oh, mi Dios! ¡Qué bonito! ¡Felicidades! —grita con una inmensa sonrisa. Está viendo mi vientre y su sonrisa se hace cada vez más amplia—. ¿De cuántas semanas, querida? —Quince semanas —le digo acariciando a mi pequeña. 


Entramos al vestíbulo y dos chicas con camisetas blancas estampadas con manitos de colores y el logo del lugar nos reciben sonrientes. La directora les ordena que se lleven las cajas a la cocina y nos invita a pasar a su oficina que está casi pegada a la puerta. 


—Tomen asiento —murmura señalando las dos sillas delante de su escritorio.



Es un lugar algo precario como todo lo demás, pero las fotografías de niños jugando y riendo invaden cada centímetro de las paredes y eso me hace creer que son felices aquí, pero que podrían serlo mucho más en un hogar. 


En cierto modo me siento identificada, yo fui como ellos durante casi un año, hasta que papá se convirtió en mi ángel y me convirtió legalmente en Paula Chaves. 


—¿Entonces, es una niña o un niño? 


Pedro sonríe en su dirección y luego posa su mano sobre Pequeño Ángel. 


—Es niña —responde con la sonrisa más amplia que he visto jamás—. De hecho es Kya Alfonso 


—Aún no lo sabemos —aclaro rápidamente—. Lo sabremos la siguiente semana, pero estamos convencidos que es niña y por lo tanto es Kya Alfonso. 


La directora nos mira a ambos un tanto sorprendida por nuestra seguridad y luego los tres reímos sonoramente.


—¿Qué es lo que los trae aquí? —pregunta luego de varios minutos de risa. Su pregunta suena dura, pero la sonrisa de su rostro logra calmar mis nervios. Es momento de que yo hable y explique todo esto. 


—Bueno… —balbuceo, porque francamente no sé cómo comenzar—. Yo soy adoptada —digo con la cabeza gacha. 
Pedro estira su brazo rápidamente hacia mí y acaricia mi mano con su pulgar, está intentando darme fuerzas para hacer todo esto y se lo agradezco con una leve sonrisa—. Mi madre murió cuando tenía cinco años y no hubo rastros de mi padre. Me adoptaron y… Solo quiero que alguien más sea feliz y sobre todo en una fecha tan especial como la navidad... 


—Comprendo, señora Alfonso —me dice sonriente—. Aquí tenemos albergados a cien niños, son cuarenta niños y sesenta niñas que van desde los dos a los trece años, hay más de cuatro voluntarias y contamos con un comedor, biblioteca, doce habitaciones y un parque. 


Nos ponemos de pie y ella nos dirige por el orfanato y nos enseña los lugares de los niños. Todos esos pequeños viven en este lugar y aunque se siente como un hogar no dejo de sentirme mal por dentro.



Entramos a una inmensa biblioteca repleta de libros, televisión y algunos juegos de mesa. Sonrío al ver una pared llena de dibujos con crayones y lápices de todos los colores. 


Solo veo soles amarillos, nubes azules y sonrisas. Es simplemente hermoso. Es como un inmenso mural repleto de perfectos dibujos de pequeños artistas. 


—Hermoso —digo contemplando la pared de la biblioteca. 


Pedro sigue viendo los dibujos embelesado y toma mi mano muy fuerte. 


—Es simplemente hermoso —dice acercándome a su cuerpo—. Deben ser niños preciosos, ¿Le importaría si le tomo una foto a todo esto, directora Smith? —pregunta sacando su celular del bolsillo de su pantalón. 


—No, claro que no —dice con una sonrisa—. También tengo fotografías de esa pared. Son dibujos realmente hermosos. 
Todos ellos adoran dibujar. 


Pedro apunta su teléfono en dirección a los dibujos y luego le toma un montón de fotografías. Sonríe cada vez que oprime la pantalla y cuando parece tener suficientes, lo guarda de nuevo en su bolsillo. Seguimos recorriendo el lugar. 


Subimos a la planta alta y vemos las habitaciones de los niños. En un largo pasillo con diez puertas blancas. Al ver el interior de las habitaciones sonrío. Las paredes son de color cielo, hay más de seis camas en cada habitación y veo más dibujos colgados sobre todas partes. Parecen estar bien aquí, eso me deja tranquila. Luego vamos al pabellón de niñas y vemos el mismo pasillo largo, pero aún no he visto a ningún niño. Los interiores de las habitaciones son de color rosa al igual que los cobertores de las camas y en cada cabezal están escritos los nombres de cada niña con pinturas de colores. Es sumamente pintoresco y divertido. 


Vemos el jardín con diversos juegos de parque y luego regresamos por el pasillo para bajar las escaleras. A lo lejos oigo gritos y sé que estamos cerca. 


—¿Están listos para conocerlos? —pregunta la directora, deteniéndose frente a dos puertas blancas. 


Pedro sonríe, yo sonrío. Claro que lo estamos.



—Por supuesto —respondemos al unísono. 


La directora abre las puertas del comedor y veo a cientos de niños corriendo, riendo y gritando de un lugar al otro. Me quedo simplemente anonadada. Jamás había visto a tantos en toda mi vida. 


—Oh, mi Dios… —digo con un hilo de voz—. Son muchos niños. 


Pedro aprieta mi mano aún más fuerte y luego me anima a entrar al inmenso comedor. Los niños corren y gritan, y nadie parece querer quedarse en su debido lugar. Sonrío y los observo a todos ellos, me imaginaba todo el ruido y alboroto, pero no creí que fuera así, de esta manera. 


—¡Niños! —exclama la directora elevando su tono de voz mientras que da un par de aplausos para que el ruido cese. 
Los niños se callan poco a poco y comienzo a notar como muchos de pares de ojos me observan a mí y a Pedro—. ¡Saludemos a Paula y a Pedro! —dice, señalándonos a ambos. Aún no nos hemos movido del marco de la puerta y no sé si quiero hacerlo. Estoy más nerviosa que nunca. 


—¡Hola Paula y Pedro! —exclaman todos al unísono, haciendo que las paredes tiemblen por el poder de todas esas voces juntas. 


Pedro suelta una risita cargada de nerviosismo y luego yo muevo mi mano para saludar a todos ellos. Me siento extraña, comienzo a temblar. Se supone que puedo controlarlo, pero en realidad no lo hago. 


—¡Hola, niños! —exclamo con una voz extremadamente chillona. 


La directora se ríe y luego le pide a los niños que saluden como es debido. No sé qué eso significa hasta que veo una inmensa manada de niños que corre en mi dirección, y me abrazan con todas sus fuerzas. 


Siento miles de brazos rodeando mi cintura y me río por causa de la sorpresa. 


Pedro una inmensa docena de niñas le hacen lo mismo y al encontrarnos con la mirada veo reflejada la misma sorpresa y diversión que yo siento en un momento como este. 


Me relajo y comienzo a repartir abrazos y besos al igual que Pedro. Todos son realmente cariñosos y pequeños. Sus sonrisas hacen que me sienta bien, que me sienta feliz. 


Saludo a cada uno de ellos mientras que me pongo de cuclillas. Todos me dan un beso y un abrazo de bienvenida, yo pregunto sus nombres y sonrío cuando ellos responden. 


¡Son adorables y son muchos!



—¡Hola! —exclamo cuando una niña pequeña se acerca y me rodea con los brazos—, ¿Cómo te llamas? —pregunto acariciando su cabello. 


—Isabella —dice con una sonrisita. 


Veo que le falta un diente y creo que debe de tener unos seis años de edad. 


—¡Isabella, que bonito nombre tienes!—exclamo y ella se ríe. Luego sigo con los saludos y cuando sé qué ya no quedan más niños, Pedro toma mi mano y nos acercamos a la directora. 


—¿Ya han desayunado? —pregunta mi esposo en un susurro. 


—Aún no —dice sin dejar de sonreír en dirección a los pequeños—. Creo que sería buena idea que repartamos lo que trajeron para ellos y sería muy bonito si ustedes lo hacen. ¿Qué les parece? 


—Me parece perfecto —respondo rápidamente. 


Las dos asistentes que nos recibieron anteriormente traen las cajas repletas de dulces y galletas. Otra de las asistentes que aún no había visto comienzan a llenar las tazas de colores de todos los niños con chocolate caliente, y ellos aplauden felices. 


Es increíble pensar que estos niños con tan poco pueden sonreír de la manera que lo hacen… Fui una mierda de persona toda mi vida y quiero remediar eso. 


Comenzamos a repartir todo lo que hay en las cajas y Pedro y yo dejamos que los niños escojan lo que quieren comer. Algunos toman las galletas, otros los caramelos y, definitivamente, todos se pelean por las barras de chocolate. 


Todos parecen realmente felices y a medida que voy cruzando el amplio comedor, recibo todo tipo de sonrisas y muchos abrazos de agradecimiento. 


—¿Tú qué quieres, pequeño? —pregunto cuando llego a la última pequeña mesita del fondo. Un hermoso niño de cabello castaño y ojos color miel me mira fijamente y no responde—. ¿Quieres galletas? —cuestiono de nuevo enseñándole un paquete de galletas con chistas que a cualquier niño en la tierra le encantaría. 


Él no habla, solo niega rápidamente con la cabeza y pierde su mirada en algún punto de la habitación.



Terminamos de repartir todo lo que había en las cajas. 


Pedro, la directora y yo nos paramos a un lado de la habitación y observamos fascinados lo bien que disfrutan de su desayuno, lo mucho que sonríen y lo fuerte que gritan de emoción. 


Pedro sonríe y rodea mi cintura con sus brazos, luego acerca sus labios y besa mi pelo. 


—Estoy muy orgulloso de ti, preciosa Paula. 


Sonrío y dejo descansar mi cabeza en su hombro, mientras que él acaricia mi vientre una y otra vez. Detengo mi mirada en el niño de minutos atrás y miles de preguntas se cruzan en mi cabeza. 


—¿Qué hay de aquel niño? —pregunto señalando con mi dedo en dirección al pequeño que no come ni galletas ni dulces. La directora Smith niega levemente con la cabeza y suelta un leve suspiro. 


—Es nuevo —dice con un hilo de voz—. Ha llegado hace apenas dos semanas. Vivía con su abuela y lamentablemente falleció. Es muy callado, no habla con los demás, no juega, de hecho ni siquiera come como es debido. 


—¿No tiene a nadie? —pregunto sintiendo como el corazón se me rompe en pedazos por ese niño. 


—A nadie. Su abuela era la única —dice apenada—. Por lo que hemos averiguado su madre está muerta y su padre no es una persona de bien… Ya sabe. 


No necesito seguir oyendo más. Tomo la mano de Pedro fuertemente y mis pies se mueven por cuenta propia en dirección a ese pequeño. Lo miro una y otra vez y las palabras no salen de mi boca. Cuando llego delante de él me inclino para estar a su altura y lo miro directo a los ojos. 


—Hola —susurro sonriendo. Él parece algo distante, pero mueve su mano en mi dirección a modo de saludo. Luego mira a Pedro y sonríe. Es la sonrisa más hermosa que he visto en toda mi vida—. ¿Cómo te llamas? —pregunto sonando dulce. 


Estiro mi mano para acariciar su cabello y dudo en hacerlo, pero él no se opone. Lo acaricio y otra sonrisa se forma en su rostro. 


—Ale —responde con el tono de voz apenas audible. El solo hecho de que haya respondido me hace sonreír aún más.



—Ale… —digo muerta de felicidad. Es el niño más hermoso que he visto en toda mi vida, puedo asegurarlo—. ¿Sabes una cosa? —pregunto acariciando su cabello otra vez—. Él también se llama Ale —digo señalando a Pedro que sonríe y se ve realmente enternecido con la escena. 


El niño parece sorprendido y mira a Pedro que está de cuclillas a mi lado. 


—¿Tú te llamas Ale? —pregunta con esa voz que suena frágil y hermosa. Pedro sonríe y estira su brazo para acariciarlo también y él se deja sin protestar. 


—Sí, mi segundo nombre es Ale —le dice con esa sonrisa que es capaz de enamorar a cualquiera—. ¿No crees que Ale es el nombre más genial del mundo? —pregunta hacia el niño que asiente con la cabeza y sonríe. 


—¿Cuántos años tienes, Ale? —pregunto sin apartar mis ojos de él. 


Él mira su pequeña manito y luego me enseña cuatro dedos de su mano izquierda. 


Pedro y yo sonreímos y debo de luchar con todas mis fuerzas para no llorar. Me siento realmente feliz y al mismo tiempo triste. Los tres permanecemos en silencio mientras que nos observamos. 


El niño mira a Pedro y luego a mí. Se pone de pie y sigue observándome. No me muevo, no pienso hacerlo, no puedo apartar mi mirada de esos pequeños ojitos dulces y tristes. 


—Eres bonita… —murmura estirando su manito en mi dirección. 


Pedro y yo sonreímos, mientras que él acaricia con sus deditos mi mejilla, luego mi mentón y mis cejas con suma delicadeza. Está examinándome por completo. 


Ale toma un mechón de mi cabello entre su dedo pulgar y el índice y acaricia el rizo una y otra vez marcando las curvas y soltándolo en las puntas. Es un acto simplemente tierno que hace que mis ojos se llenen de lágrimas. 


—Tu cabello es bonito… —dice sin apartar sus ojos de él. 


Quiero detenerme, pero no puedo hacerlo y dejo que dos lágrimas se escapen de mis ojos. Ale mueve sus manitos hacia mis mejillas y la seca rápidamente, pero con toda delicadeza. 


—¿Él es tu media fruta? —pregunta señalando a Pedro. Frunzo el ceño e intento comprender a que se refiere, y cuando lo entiendo río sonoramente—. Sí, él es mi media fruta —respondo interpretando que quiere decir media naranja o algo así.



—¿Y tendrás un bebé? —pregunta señalando mi vientre. 


Este niño es realmente especial, logró apoderarse de mi corazón en unos pocos minutos. Me siento extraña, pero en un buen sentido. No sé qué decir y Pedro tampoco. Sé que él está sintiendo lo mismo que yo. 


—Tendré un bebé —le digo señalando mi vientre. 


Él se acerca un poco más y extiende su manito hasta acariciar a Kya. Veo otra sonrisita en su rostro y siento como mi corazón se derrite en mi interior. Hay cientos de mariposas en mi estómago y son mucho más fuertes que las que generalmente son liberadas cuando veo o beso a Pedro


—Tus zapatos hacen ruido cuando caminas —me dice señalando mis pies—. Y tú eres muy alto —murmura en dirección a Pedro


Los dos sonreímos y luego la voz de la directora interrumpe las risas. Antes de que ella abra la puerta para que vuelva a ver a los niños, Pedro nos detiene y saca un papel del bolsillo de su camisa. 


—Esto es para los niños —le dice entregándole un cheque. 


La directora parece dudar antes de tomarlo. Se lo quito de las manos a mi esposo y lo coloco en las suyas.



—Es para los niños —digo nuevamente—. Queremos ayudar, queremos que nada les haga falta. Regresaremos en año nuevo con juguetes y lo que sea necesario, pero esto es para cubrir gastos. Sabemos que lo necesitan.




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