jueves, 21 de septiembre de 2017

CAPITULO 37 (SEGUNDA PARTE)




De camino al baño, me encuentro con otro grupo numeroso de personas. Ahí veo a Harry y a Liz. No sabía que estarían aquí, pero con una radiante sonrisa me acerco para saludarlos.


—¿Como la están pasando? —pregunto, interrumpiendo la conversación del grupo de cinco.


Todos me miran de pies a cabeza, incluyendo la chica, que luce un vestido rosa ventaja por arriba de las rodillas. La veo sonriente y, además de eso, tomada de la mano del tonto de Harry. Es momento de divertirme un poco.


—¿Cómo va todo, Harry? —pregunto fingiendo interés.


—Todo va bien —me responde cortamente.


—¿Qué tal tú, Liz? —pregunto en dirección a la chica.


Ella mira a Harry y luego a mí. Sé que dirá algo que hará que moleste a Harry, pero no tiene más opción.


—Estoy muy bien, Paula. Gracias por preguntar.


—¿Así que, ya son novios, cierto?


Los dos se miran mutuamente sin saber que responder. La pobre chica se ruboriza y los ojos verdes de Harry parecen algo pedidos. Aún no saben que son, pero están acostándose de todas formas. Eso me recuerda a mis comienzos con Pedro, sé que si hacen las cosas bien, terminarán juntos.


—Bien, debo marcharme. No puedo esperar a que ambos se decidan. Los veo luego. Fue un placer —saludo con la mano y sigo mi recorrido al tocador que está al fondo del pasillo. 


Fue divertido hacerlos sentir incómodos de nuevo.



****

Regreso a la fiesta y veo a Pedro buscándome con la mirada. Sonrío y alzo mi brazo a lo alto para que pueda localizarme. Ahora no estoy tan nerviosa, me siento mucho más relajada.



—Al fin te encuentro —murmura, acercando su boca a mi oído derecho. Suena seductor y dulce al mismo tiempo.


—Estaba en el baño —me excuso.


Él sonríe y me roba un beso. Trae dos copas, una en cada mano. Me entrega una de ellas, pero no es champaña, es agua, natural y sin ningún sabor en particular. Llego al gran momento, brindaremos por su cumpleaños y luego todos pasarán al comedor para recibir el plato principal de la velada.


—Escucha, cariño; primero subiré yo solo, diré un par de palabras y luego te pediré que me acompañes. Es ese el momento en el que se lo diremos, ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Pedro cruza todo el salón tomando mi mano fuertemente. 


Sube tres escalones de la imponente escalera caracol de la sala y pide que todos hagan silencio. Estoy viéndolo desde la primera fila, mientras que esperamos que la gente se acomode y que los murmullos cesen.


Cuando se hace un silencio en la sala, él me echa un vistazo por un segundo y luego dirige su mirada hacia los demás. Se ve muy feliz y seguro de sí mismo, como aquella vez en la que dio su discurso en Múnich.


—Primero, quiero agradecerles a todos por estar aquí. No pensé que seriamos tantos esta noche, creí que solo era una cena familiar, pero mi madre suele sorprenderme de vez en cuando —exclama, provocando que todos se rían—. Me gustaría hacer un brindis para iniciar esta hermosa velada. Quiero agradecerle a mi madre por su disposición, a mis hermanas, a ustedes y, especialmente, a mi amada esposa.


Él extiende su mano en mi dirección, sonrío y luego subo los tres escalones con sumo cuidado para estar a su lado.


—Como les decía, quería agradecer a esta hermosa mujer por todo lo que ha hecho por mí —Su mirada no se separa de la mía y una hermosa sonrisa se forma en sus labios—. Quiero agradecerte por cada precioso momento que compartimos, quiero que sepas que te amo, mi preciosa Paula y quiero que los demás también lo sepan. Me has dado uno de los mejores regalos que cualquier hombre podría querer.


La sala se queda unos segundos en silencio y luego un gran “Ooh” se oye por parte de todos los invitados. Percibo como mis mejillas comienzan a arder, no puedo creer que acabo de sonrojarme, se suponía que teníamos que ir directo al grano, pero me sorprendió diciéndome esas cosas.


—¡Salud!—exclama Pedro elevando su copa.


Los demás invitados siguen su gesto y brindan entre ellos. Pedro choca su copa de cristal con la mía y se acerca para besar mis labios mientras que rodea mi cintura.


—¿Estás lista?


—Siempre estoy lista —respondo.


Pedro vuelve a llamar la atención de los invitados. Todos parecen algo confundidos, pero nadie dice nada. El silencio en la habitación es inmediato. Miro a mi padre que me sonríe con complicidad y a mi suegra se ve más que emocionada. Pedro sonríe, me mira por unos segundos como examinándome y luego se dirige a su público que espera impaciente.


—Como les decía, mi esposa me ha dado el mejor regalo que podía pedir… ¿Estás lista cariño? —vuelve a preguntar, asiento levemente con la cabeza y miro hacia la multitud. 


Cuando Pedro me dé la señal, tendremos que gritarlo al mismo tiempo. Todos se sorprenderán.


Mi esposo coloca su mano sobre mi vientre, lo acaricia un par de veces y estoy lista. Ya me dio la señal. Respiro y sonrío ampliamente, llegó el momento.


—¡Tendremos un bebé! —exclamamos al mismo tiempo.


Todos demoran dos segundos en reaccionar, pero luego la sala estalla en gritos y felicitaciones y papá, fiel a su prometido, es el primero en aplaudir y gritar. Tania chilla de la emoción y mueve sus manos de un lado al otro, mientras que cubre su boca, nadie puede creerlo. Todos tiene caras de sorprendidos, pero sonrisas se asoman por sus labios.


—¡Seré, padre! ¿Nadie piensa felicitarme? —chilla Pedro, abriendo sus brazos de par en par.


Me rio y recibo su beso, luego bajamos los tres escalones y dejamos que la gente nos apabulla de abrazos y felicitaciones. Todos son muy amables, se muestran impactados, pero de buena manera. A lo lejos, veo a mi padre que me mira con orgullo. Me sonríe y me lanza un beso al aire. Daphne se acerca a mí y me da un fuerte abrazo, lloriquea una y otra vez, mientras que me dice lo orgullosa que está de ambos. Es extraño, no soy demasiado sentimental con ella, pero por primera vez, me emociono de vedad, no finjo. Sus palabras realmente me afectan.


—Aunque, no he sido la suegra perfecta, quiero decirte que te aprecio mucho, querida.


—También yo, Daphne —aseguro con una sonrisa.


A esta altura del partido ya estoy con los ojos húmedos, no quiero llorar, pero la sensibilidad y el momento son mucho más fuertes que yo. Pequeño Ángel está disfrutando de todo esto, cada una de estas personas lo acarician una y otra vez, y creo que le gusta.


Tania me saluda y me felicita una y otra vez. Está muy emocionada, luego saluda a su hermano. Damian se acerca con una enorme sonrisa, abre sus brazos de par en par y me estrecha en ellos. Acaricia mi cabello de manera dulce y sonríe cuando besa mi mejilla.


—Sabía que algo estabas ocultando —murmura sobre mi oído derecho—. Felicidades, nena, espero que seas realmente feliz con el alemán.


—Lo soy —aseguro, abrazándolo de nuevo.


Dejo que mi cabeza descanse unos segundos en su hombro y sonrío. Es mi único amigo de verdad, es extraño, pero este norteamericano tonto, desalineado y pesado, se convirtió en alguien muy especial para mí.


—Te quiero, presumida —dice, colocando su mano en mi vientre, moviéndola una y otra vez.


—También te quiero, tonto.



***


Durante la cena, todos toman sus lugares en una mesa con capacidad para treinta y cuatro personas. Pedro se sienta a mi lado en la punta de la misma y da inicio a la presentación del plato principal. Todos siguen hablando sobre mi embarazo y Pequeño Ángel, y, algunos, continúan felicitándonos. Pequeño Ángel lo está cambiando todo para bien.


—Te amo —murmura Pedro, acercando su boca a mí oreja—. Te amo demasiado.


Lo miro de reojo y sonrío, soy consciente de que algunos observan la escena y tienen esa sonrisa pícara en sus labios.



—También te amo —respondo volteando mi rostro en su dirección. Se acerca y muerde mi labio inferior levemente, algunos invitados hacen algún que otro comentario pervertido y todos reímos al unísono.


Minutos después, los camareros recargan las copas de los invitados con más champaña mientras que yo solo bebo jugo de naranja.


—Señor Alfonso, alguien está esperándolo en el recibidor. Dice que es urgente—murmura uno de los camareros de manera discreta sobre el oído de mi esposo. Finjo que no escuché lo que dijo y sigo concentrada en comer lo que tengo en el plato. No sé qué sucede, pero desde hoy en la mañana que tengo un mal presentimiento, algo que oprime mi pecho y me hace sentir intranquila.


—Cielo, regresaré enseguida —me advierte, colocando su mano encima de la mía.


—¿Todo está bien? —pregunto con el ceño fruncido.


Sé que aunque parezca tranquilo, no lo está, puedo sentir la incomodidad y la molestia emanando a su alrededor.


—Sí, regresaré en un momento.


Pedro se pone de pie, se disculpa con los demás invitados y sale disparado en dirección al recibidor.


Cuando se marcha, finjo que nada sucede, aunque muy en mi interior, sé que es todo lo contrario. Miro a los invitados y nadie parece percibir lo que sucede. Me pongo de pie y camino en dirección a la salida.






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