Hoy es el día, por fin ha llegado. Veinte de octubre. Estoy completamente emocionada. No quiero despertarlo aún, es temprano, pero… ¿Por qué no hacerlo? Tengo todo un día para celebrar su cumpleaños y no quiero desperdiciar ni un solo segundo. Cuando llegue la noche, él estará con todos sus amigos y familiares y no me pondrá toda la atención que quiero, tendré que compartirlo con todo el mundo.
Me pongo de pie, tomo mi bata de seda y luego me coloco algo en los pies. Camino por el pasillo y bajo las escaleras con sumo cuidado. Apenas son las siete, hoy no irá a la oficina, pero tengo esa necesidad de verlo despierto justo ahora, a mi lado, como todas las mañanas. Tengo varias sorpresas preparadas para este día, pero la primera es el desayuno. No hay nada mejor que sorprender a mi esposo con un delicioso desayuno hecho con mis propias manos.
Llego a la cocina y me encuentro con las dos chicas del servicio que se ponen en posición y me saludan al mismo tiempo.
—Buenos días, señora Alfonso.
—Buenos días —respondo con una inmensa sonrisa.
—¿Tiene algún antojo, señora? —me pregunta una de ellas con simpatía.
Le sonrío y niego con la cabeza.
—No son antojos, pero necesito hacer un delicioso desayuno. Hoy es el cumpleaños de Ped… el señor Alfonso —aclaro para que no hagan preguntas. Ambas me sonríen y se mueven de un lado al otro.
—Nosotras podemos ayudarla —me dice la otra chica.
Acepto su ayuda con gusto. Cuanto más rápido, mejor. No quiero que Pedro despierte y no me encuentre a su lado.
Terminamos con el desayuno, colocamos todo en la bandeja de madera tallada y luego una de las muchachas se ofrece a llevarla por mí mientras que les recuerdo algunas cosas antes de retirarme de la cocina.
—Recuerden que la celebración será en casa de su madre, así que no tendrán de que preocuparse —les digo parada en el umbral—. Ah, y pueden tomarse el día libre si quieren, no hay mucho que hacer.
Ambas me miran sorprendidas, pero sonríen ampliamente.
Si, lo sé. Pasé de ser una maldita bruja a la mujer más dulce del mundo. Lo dije, tarde o temprano, todos terminan amándome.
Subo las escaleras con cuidado y Andy viene detrás de mí con la bandeja de madera entre sus manos. Abro la puerta de la habitación y compruebo que aún está dormido. Sí, sigue en la misma posición que antes.
—Gracias. Yo me encargo —le digo, tomando la bandeja.
No quiero que vea a mi perfecto esposo casi desnudo debajo de las sábanas. Sé que se muere de ganas, pero jamás voy a permitírselo. Es mío, completa y absolutamente mío.
Entro a la habitación, lo miro por unos segundos y luego, dejo la bandeja en la mesita de noche. ¿Cómo puedo despertarlo? ¿Con besos? ¿Con caricias? ¿Con sexo? Hay tantas opciones… ¿Por qué no hacerlas todas? Sé que le encantará.
Me quito la bata, acomodo mi cabello y mi ropa interior. Me coloco sobre el colchón sin hacer demasiados movimientos bruscos, luego me siento sobre su cintura y lo observo desde este ángulo. Se ve tan sereno, tan feliz, tan relajado…
Acerco mi boca a la suya y comienzo a esparcir besos por toda su cara. Comienzo con su mentón, luego, sus comisuras, mejillas, frente, nariz, cejas… por todas partes.
Hoy será completamente para mí y quiero disfrutarlo al máximo. Sigo mi reguero de besos por sus hombros, su cuello y sus pectorales. Él comienza a moverse y percibo como su miembro se despierta junto con él.
—Despierta… —susurro besándolo de nuevo.
Acaricio su cara con mis manos y fundo nuestras bocas. No me importa absolutamente nada. Muevo mis labios contra los suyos, él parece seguir algo dormido, pero cuando percibe lo que realmente sucede, me sigue el beso de manera impecable. Explora cada centímetro de mi boca con desesperación, deseo y, al mismo tiempo, ternura.
—Podría despertar así todos los días de mi vida —murmura con los ojos aún cerrados. Suelto una risita y vuelvo a besarlo.
—Feliz cumpleaños, cariño —susurro sobre su boca—. Feliz cumpleaños.
Él abre sus hermosos ojos y me mira por varios segundos.
La sonrisa que tiene en sus labios es perfecta, me dice sin palabras todo lo que está sintiendo y lo feliz que es.
—Solo soy feliz si tú estás conmigo —asegura moviéndose velozmente.
Se sienta en la cama y en menos de dos segundos estamos completamente juntos, estoy a horcajadas sobre su cintura y la sensación es sublime. Me encanta. No puedo evitarlo.
—Te amo, Paula.
—También te amo, Pedro —respondo completamente embelesada por la dulce situación—. ¿Cómo quieres empezar la celebración? —pregunto de manera seductora.
Pedro sonríe, se mueve velozmente y, con cuidado, hace que mi cuerpo quede tendido sobre el mullido colchón, estoy cubierta por su cuerpo, pero sus brazos hacen fuerza para no aplastarme.
—Podemos empezar con lo básico y luego ir subiendo de nivel —sugiere, acariciando mis pechos con la puntita de su nariz.
Me rio por el leve cosquilleo que su acto produce sobre mi piel, pero no me opongo a su excelente sugerencia. Me gusta que esté así de animado, me gusta verlo sonreír y estoy dispuesta a todo por hacer que tenga el mejor cumpleaños de su vida.
—Tengo muchas sorpresas para ti, el día de hoy —le informo, acariciando su barba incipiente.
—Te tengo a ti, tenemos a Pequeño Ángel… no necesito nada más —asegura con la mirada cargada de dulzura, mientras que me sonríe. Luego, se mueve en dirección a mi vientre y lo besa levemente. Está dándole los buenos días a su hijo y cada vez que lo hace, la sensación es distinta, mucho mejor a la anterior.
—Empecemos a celebrar, Pedro…
******
En la tarde, volvimos a la mansión, escribimos algo en el diario de Pequeño Ángel y, por fin, pude entregarle mi sorpresa número dos, que consistía en un hermoso libro de tapa dura repleto de fotografías nuestras. En nuestra luna de miel, con Laura en la casa, algunos momentos y salidas especiales… en fin, me centré en colocar nuestros mejores recuerdos en ese álbum y Damian me ayudó con varios detalles. Su trabajo fue más que magnifico y a Pedro le encantó.
También hicimos el pastel para la celebración de su cumpleaños. Sé que su madre se encargó de todos los preparativos para esa reunión, Pedro cree que solo serán unos pocos, pero estoy completamente segura de que habrá muchísimas personas. Será toda una fiesta en la amplia sala de estar o tal vez en la terraza. No me importa demasiado, no me preocupo por eso. En realidad, por lo único que me preocupo es por cómo reaccionarán todos cuando sepan que estoy embarazada. Será una inmensa sorpresa, pero tengo miedo, por primera vez en mucho tiempo, tengo miedo de verdad.
—¿Estás lista? —pegunta, entrando a la tienda individual.
Estoy mirándome al espejo no muy convencida. Pedro escogió el vestido color salmón, el mismo que utilicé en la fiesta de la empresa cuando estábamos en Múnich, también me puse el collar que tiene mi nombre, el que me regaló esa misma noche. No me siento bien, ya usé esto, jamás había hecho una cosa así.
—No estoy segura de esto —comento, acomodando la falda del vestido—. Ya lo utilicé, todos van a darse cuenta.
—No lo sabrán, nadie estuvo en la fiesta de Múnich.
—Yo lo sabré —me quejo con mala cara. Acepté ponerme este vestido para complacerlo, pero no me siento bien. No es para la ocasión y él no lo entiende—. ¿Por qué no puedo usar el vestido que compramos en la tarde? ¿Por qué demonios lo compramos en realidad? —exclamo algo alterada. Comienzo a perder el control y eso no es bueno.
No quiero arruinar una gran noche.
Pedro suelta un suspiro que está cargado de frustración. No puedo hacer nada, no me siento cómoda en este momento y él es el culpable.
—Resolvamos esto —me pide acercándose lentamente.
—¿Qué quieres que haga?
—Puedes cambiarte de vestido si quieres —me dice, levantando mi mentón con su dedo, para que lo mire—. Ponte el hermoso vestido negro de encaje que compramos en la mañana si así deseas. No quiero que te sientas incomoda durante la reunión.
—No es eso —aseguro no muy convencida—. Bueno, en realidad sí, pero… ¡No es el estúpido vestido! ¡Me gusta el vestido, me gusta cómo me veo! ¡Me da igual cuál de todos los vestidos escoja! Todos me quedan bien, pero…
—¿Tienes miedo? —pregunta levemente, aunque esa pregunta suena más a afirmación que a pregunta, en realidad.
No sé qué decirle. Tengo que ser sincera. Los nervios están volviéndome loca, él lo sabe, yo lo sé, todos lo sabrán, pero no es tan sencillo.
—Sabes que puedes decirme lo que sea, Paula.
—Tengo miedo —admito con un hilo de voz—. Tengo muchísimo miedo, no es poca cosa, Pedro. Le diremos a todos que estamos esperando un bebé y…
Él, inmediatamente, da un par de pasos hacia mi dirección y me rodea con sus brazos de manera protectora. Sé que no le gusta verme así de preocupada y también estoy completamente segura de que hará lo que sea por hacerme sentir mejor. Hundo mi cara en su pecho y aspiro el aroma de su colonia sobre ese traje negro que le sienta tan bien.
Acaricia mi espalda algo escotada y besa mi pelo una y otra vez.
—Todo estará bien, mi preciosa Paula. Podemos hacer esto, la Paula que conozco es fuerte, es valiente y no se deja intimidar por nadie.
—No es tan sencillo —protesto a la defensiva.
—Iremos a mi fiesta de cumpleaños, la pasaremos genial y, cuando llegue el momento, se lo diremos a todos —sisea, moviendo una de sus manos sobre mi vientre con suma delicadeza—. Todos se pondrán felices con la noticia. Tu padre y mi madre ya lo saben, ellos se alegraron, los demás también lo harán.
—¿Prometes que no me dejarás sola? —pregunto con voz de niñita asustada.
Sé que estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua, pero no todos los días voy a decirles a los familiares y amigos de mi esposo, que tendremos un bebé. Soy la victima aquí.
—Te prometo que no te dejaré sola, mi preciosa, Paula —asegura abrazándome nuevamente.
Unimos nuestros labios en un beso de unos minutos y me sonríe para decirme en silencio que todo está bien, le devuelvo el gesto, luego tomo mi bolso, me aferro a su mano y salimos de la habitación.
Llegamos a la casa de mi suegra y, al parecer, somos los últimos. La entrada de la mansión Alfonso está llena de coches lujosos. Pedro busca algún lugar en donde estacionar el Mercedes Benz SL AMG, color plata, pero no encuentra ningún espacio.
—Te dije que tu madre haría una gran fiesta.
—Le advertí que quería algo pequeño. Solo la familia, pero al parecer no me entendió.
Miro por la ventanilla, mientras que Pedro mueve el coche de un lado al otro y sonrío cuando reconozco el automóvil de papá estacionado frente a la fuente de agua danzante de la entrada.
—Mi padre también está aquí —le digo a Pedro con una sonrisa. Todo sale mejor si papá está ahí dándome su apoyo, aunque Carla…
—Todo saldrá bien, ya lo verás —asegura, besando mis labios castamente—. No pienses en ella.
Deja el coche en donde está y luego sonríe satisfecho.
—¿Dejarás el coche, aquí? —pregunto con el ceño fruncido. Lo estacionó en medio del camino de circulación—. Si alguien quiere irse tendrás que moverlo —le advierto.
—Es mi fiesta, cariño. Nadie se irá si no quiero —me responde con una sonrisa traviesa. Me rio levemente y lo beso de nuevo.
Bajamos del coche, cruzamos el amplio trayecto del jardín delantero adornado con senderos de piedras grises, hasta llegar a la puerta de la entrada principal. A lo lejos se oyen los murmullos de la gente.
Tocamos el timbre y velozmente los invitados se voltean en dirección a la puerta como si fuese una especie de coreografía perfectamente practicada.
Sonrío ampliamente y hablo sin mover los labios mientras que Daphne se acerca para recibirnos.
—¿Crees que el pastel que hicimos sea suficiente?
—No lo creo —responde sonriendo de la misma manera que yo.
En la tarde, Daphne envió a su chofer para buscar el pastel que hice y, por suerte, ninguno de los dos tuvo que cargarlo hasta aquí.
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