viernes, 15 de septiembre de 2017
CAPITULO 17 (SEGUNDA PARTE)
Acabamos el postre y luego hablamos por unos pocos minutos hasta que a Agatha se le escapa un bostezo debido al sueño.
—Ve a descansar, nana. —dice Pedro, colocando su mano en el hombro de ella—. Paula y yo nos encargaremos de limpiar todo eso.
¿Qué? ¿Limpiar?
Sonrío ampliamente. No debo parecer alarmada en ningún momento. De verdad quiero que esta idea funcione pero sé que no lo hará.
—Como creen, yo limpiaré esto —insiste tomando un plato.
Coloco mi mano en su brazo para detenerla. Es impulsivo y no puedo controlarlo, pero le sonrío como disculpa. Por primera vez quiero hacer algo más.
—Nosotros estaremos bien. Ve a descansar, todo quedará reluciente.
Espero que Pedro sepa cómo hacerlo porque no tengo idea de cómo lavar un plato. Jamás he hecho algo así.
—Buenas noches, tesoro —saluda Agatha con un beso en mi mejilla, cuando se da por vencida. Me da un leve abrazo, se despedirse de su niño adorado, sube las escaleras de madera, que crujen debajo de sus pies, y cierra la puerta.
Pedro se pone de pie y como si nada comienza a recoger los cubiertos sucios, todos en su mano derecha. Lo miro extrañada durante varios segundos hasta que por fin pone su atención en mí.
—Esto sí que es inesperado —murmuro por lo bajo.
—Vamos, cielo. No será difícil, solo tienes que poner los platos uno encima del otro y llevarlos a la cocina.
Pongo mala cara. No puede estar hablando enserio.
—Conozco el proceso, Pedro.
—Entonces lo harás bien, cariño.
Me pongo de pie con frustración, y con cuidado de no ensuciarme, pongo los platos uno encima de otro y los dejo sobre la mesada. Hago lo mismo con los vasos y demás, hasta que la mesa queda perfectamente vacía. Pedro me espera con una esponja color salmón entre sus manos y un líquido verde.
—Ven, cielo.
Doy un par de pasos y me posiciono frente al fregadero de metal con la mesada de cerámica. Pedro se coloca detrás del mí, provocando que me excite rápidamente cuando noto su erección.
—Mis manos se van a ensuciar.
—Claro que no —Se ríe levemente.
—Estropearé mis uñas —afirmo en un leve lloriqueo de niña de dos años.
—No te preocupes por eso, mi cielo —Acaricia mis húmedas manos con las suyas y acto seguido, besa mi hombro con dulzura—. Verás lo hermoso que puede ser lavar la vajilla de esta manera.
—No sé hacer esto.
—¿No quiere que le enseñe, señora Alfonso?
Su voz sensual y dulce sobre mi oído hace que pierda la razón. Sus manos dirigen las mías en cada movimiento, como si fuese su marioneta, como si él fuese mi sombra, pero no me importa, de hecho, me asusta que lavar la vajilla sea algo tan agradable.
Coloca el gel espeso en la esponja y luego abre el grifo para mojar ambos objetos con el único fin de que se fusionen.
Comienza a hacer efecto y la espuma cubre el primer plato. Pedro entrelaza nuestros dedos y juntos damos tres vueltas circulares sobre el plato blanco hasta que ya no hay rastro alguno de suciedad. Hacemos lo mismo con el otro lado y enjuagamos la porcelana. Cada movimiento, cada roce... Pedro está ahí en todo momento, no se despega de mí.
Cierro los ojos y dejo que me dirija, haré lo que sea que me pida, con él todo es posible. Es impresionante como un acto tan casero y para nada especial, puede convertirse es esto.
Es mágico, diferente y me hace sentir bien. No solo estoy lavando un plato, sino que también, le digo a mi esposo lo que siento, sin siquiera abrir la boca.
—Me gusta esto —admito cuando terminamos con el último vaso sucio.
—A mí me gustas tú, Paula. Haría cualquier cosa por tenerte así, conmigo, todos los días.
—No soy buena ama de casa —arrullo con una sonrisa.
Pedro besa mi mejilla y luego enjuaga mis manos con agua tibia.
—Eres una excelente esposa, no te pido nada más.
—Creo que ya está limpio —susurro con una sonrisita al ver que todo está impecable.
—Ya está. No fue tan difícil.
—Lo haré de vez en cuando, ya sabes, para no olvidar como se hace —Me encojo de hombros.
Él se ríe, seca sus manos, me carga en sus brazos e, instantáneamente, rodeo su cuello con mis brazos. Nos besamos y dejo que me lleve a la habitación de invitados.
Las escaleras siguen crujiendo y siento terror de solo pensar que puedo hacerme daño, pero él jamás dejaría que eso suceda, lo sé.
Me deposita sobre la cama, que comparada con la mía, me resulta demasiado pequeña e incómoda. Entenderé la situación y seré comprensiva solo por hoy y solo porque se trata de alguien especial para Pedro.
Él se quita rápidamente el abrigo y la camiseta, y me mira con dulzura.
—Ven, te ayudaré a desvestirte.
Me pongo de pie, él se acerca, me la quita la blusa y luego el sostén por encima de la cabeza como si fuese una pequeña niña. Lo miro y él a mí, lo hace de esa forma me pone nerviosa y excitada. Está observando mis pechos y veo como traga un nudo que se aprisiona en su garganta.
Su cabeza se mueve sin que pueda premeditarlo. Me toma de la cintura y besa mi seno izquierdo, justo encima del pezón. Sonrío y luego él repite la misma acción con el otro.
Siento que la desesperación me invade y, de repente, hace demasiado calor en la habitación.
—Pedro, no hagas eso —le digo con la voz ronca—. No podremos detenernos y no estamos en un hotel —advierto a duras penas. Yo me muero por hacerlo, pero sé que por primera vez debo ser la Paula correcta, la que jamás he sido.
—De cuerdo, mi cielo.
Después, desabrocha mi pantalón y hace que descienda rápidamente por mis piernas. Le sonrío como agradecimiento y me quito los zapatos. Pedro corre hacia la pila de maletas y saca mi camisón de seda blanco, el mismo que usé una vez para seducirlo en su despacho y Barent nos interrumpió en el mejor momento.
—Ese camisón no me trae buenos recuerdos —digo, señalando la prenda con el dedo. Pedro chasquea la lengua y frunce el ceño.
—Ya le daremos otro significado —asegura. Camina hacia mí, hace que levante los brazos y me viste rápidamente. La tela suave se resbala sobre mi cuerpo mientras que él marca el contorno de mi cintura con sus dos manos y luego me besa en los labios.
—Me daré un baño y regresaré enseguida.
—Bien —respondo.
Minutos más tarde, oigo como la ducha del pasillo se abre y el agua comienza a correr. El celular de Pedro comienza a sonar sobre la mesita de noche y dudo un par de veces en contestar o no. Estiro el brazo y miro la pantalla en donde la palabra “Desconocido” llama demasiado mi atención. No sé qué hacer. No debo de responder, con él jamás hemos pasado esta barrera. Mi celular es solo mío y su celular es solo suyo. Nunca tuve inconvenientes y tampoco me sentí paranoica por leer sus correos o ese tipo de cosas.
No voy a comenzar ahora. Sería ridículo.
El tiempo de llamada se termina y ahora lo único que puedo ver es una hermosa fotografía, de ambos en el crucero, como fondo de pantalla. Deslizo mi dedo y veo las aplicaciones del aparato. Lo básico, nada complicado. En vez de esos cientos de programas de juegos y redes sociales solo puedo ver aplicaciones sobre balances, acciones, la bolsa, el mercado de compra mundial y todo eso. No puedo evitar sonreír. El teléfono es muy Pedro.
Pulso la aplicación de imágenes e, instantáneamente, cientos de ellas se posicionan en cuadricula delante de mis ojos. Las abro y comienzo a verlas una por una. Son todas fotografías de nosotros dos. Ya sea abrazándonos, besándonos o simplemente posando para la cámara. No dejo de ver mi sonrisa en cada foto, sé que es real, sé que es auténtica.
No me canso de pasar imágenes. Todas son de nuestra luna de miel, pero hay muy pocas fotografías de paisajes, yo acaparo la memoria del celular casi por completo.
Me detengo al ver las sensuales fotos que él me tomo completamente desnuda en la cama de un hotel, son fotos muy buenas, además de que yo salgo hermosa en todas ellas, claro.
Llego hasta la parte de fotografías más viejas. La fecha es de hace más de siete meses atrás. Nunca había husmeado en su celular y ahora me siento realmente repleta de curiosidad por saber que tiene aquí dentro.
Hay fotos con Laura, con sus hermanas, algunas con Stefan en partidos de futbol, otras en la empresa, en su oficina, amigos que no tengo idea quiénes son y esas cosas. Pero al seguir bajando una carpeta llamada “Paula” llama mi atención. Veo imágenes y también videos de no más de treinta segundos.
Me quedo con la boca abierta más de una vez. Es decir, esto es completamente extraño y hace que me sienta muy desconcertada. Son cientos y cientos de fotos mías tomadas sin que yo lo supiera. Miles de ellas en nuestra habitación, en la cama, ¡cuando dormía! Otras en mi probador, vistiéndome para otro día de compras y hay otras en las que me veo, ¡casi desnuda!
Oh, por Dios.
No puedo creerlo.
Esto sí que me ha tomado por sorpresa. Fueron fotos de cuando nos llevábamos realmente mal. Mi cabello seguía siendo un poco más corto y mis vestidos eran diferentes a los que suelo usar ahora.
Abro uno de los videos, solo dura diez segundos y estoy acostada en la cama, profundamente dormida, Pedro acaricia mi mejilla y dice “Eres realmente hermosa”.
—¿Qué sucede aquí? —me digo a mi misma en un leve murmuro—. Oh, mi dios...
Me cubro la boca para no gritar, cuando veo una foto de Pedro completamente desnudo. ¿Qué? Me quedo en shock. No dejo de ver la pantalla ni un solo segundo. Es una fecha reciente. Tiene solo dos meses. Es decir… se me hace agua en la boca. Esta así, desnudo, completamente desnudo y posa para la cámara, es una fotografía completamente intencional.
No sé si reír o llorar. Esto es desesperante, pero me siento completamente irradiada de felicidad y curiosidad. El hombre tímido y tranquilo no lo es tanto después de todo.
¡Oh, mi Dios!
Doy unos saltitos sobre el colchón y luego dejo su celular en el lugar que estaba. Nada sucedió aquí.
Él aparece en la habitación, minutos después, solo con una toalla envolviendo sus partes privadas y exclusivas para mí. No puedo creer que acabé de ver lo que vi. Lo miro y suelto una leve carcajada. No podré ocultarlo por mucho tiempo.
—¿Qué sucede? —pregunta, pasándose la toalla de mano el cuello para secar las gotas de su cabello mojado.
—A mí, nada —respondo mostrándole los dientes—. ¿A ti te pasa algo?
Sé que soy buena actriz, pero el notará que algo más sucede. Y, ahora que lo pienso, verlo así, de esa manera, desnudo, mojado y ardiente, hace que me excite de nuevo.
Mierda, esto se saldrá de control. Creo que acabo de perder el control, en realidad.
Me pongo de pie y camino en su dirección. No puedo apartar mis ojos de sus bíceps, su pecho... Esto será interesante. Coloco mi mano sobre sus abdominales y le sonrío con malicia.
—Tu móvil sonó una vez —le digo en un susurro—. Era un número desconocido, pero no contesté.
—¿Desconocido?—pregunta uniendo las cejas de su frente en una línea, a causa de la confusión.
—Así es.
—Qué extraño. Jamás llaman a esta hora y menos si es un número desconocido, cariño.
Muevo mis dedos por el contorno de sus hombros y le doy un ligero besito en la comisura de sus labios. Tengo que provocarlo para que el juego comience. Tal vez, no tengamos sexo, pero puedo hacer algo más. Mañana pensaré en algo, pero ahora solo quiero arrodillarme delante de él y saborearlo. Esa fotografía me excitó demasiado.
—Estaba viendo algo y sin querer encontré una fotografía tuya —le digo, fingiendo estar arrepentida.
Su rostro se pone pálido de inmediato y sus ojos se abren de par en par. Lo tomé por sorpresa, nunca tenía que haber visto eso, según él, ya lo entiendo.
—¿Qué? —dice con el tono de voz apenas audible—. ¿Hablas enserio?
No puedo evitarlo y suelto una risita. Tomo su celular de la mesita de noche y vuelvo a buscar la fotografía. La abro y se la enseño. Él parece avergonzado de verdad y… molesto.
—¡No, Paula! —espeta, quitándome el teléfono de las manos—. Mierda ¿En qué estaba pensando? Se supone que tenía que haber borrado esto, yo... iba a ser mi venganza por la fotografía que me enviaste cuando me fui de viaje, la tomé para ti, pero… no…
El nervosismo y la dificultad con la que trata de explicarme que sucede, me hace sentir ternura. Él es algo tímido y que lo haya hecho, significa mucho para mí. Al fin comienzo a inducir maldad en él.
Le quito el teléfono de las manos y rodeo su cuello con mis brazos.
—Me encanta la fotografía, tu cuerpo, me encantas por completo, cariño —siseo, atrapando sus labios entre los míos y me acerco más para sentir su erección oculta y lista para mí debajo de la toalla.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta frunciendo el ceño.
Bajo mi mirada hacia la toalla color azul oscuro y luego poso mi mano encima de su erección. Jalo de la tela y libero su miembro que salta a la vista automáticamente. Se ve completamente delicioso.
—¿No quieres que me ponga de rodillas, cariño?
—Paula, no es… —dice a medias, coloco mi dedo sobre su boca y lo miro fijamente.
—Voy a hacerlo, quiero hacerlo —aseguro—, pero no debes hacer ruido alguno.
—Paula...
—Cierra la boca.
Me pongo de rodillas sin apartar mis ojos de los suyos. Veo pánico en su mirada, pero realmente no sé por qué. No estoy haciendo nada malo y aún no logro comprender del todo por qué no quiere que haga esto. A todos los hombres les gusta y sé que soy excelente haciéndolo.
Humedezco mis labios con la lengua y luego lo introduzco hasta la mitad. No podré meterlo más en el fondo, mi boca es pequeña y felizmente su miembro no lo es. Lo oigo gruñir y sé que le gusta. Estoy haciendo un buen trabajo…
Él coloca su mano delicadamente en mi pelo y dirige alguno de mis movimientos. Ahora nada me importa.
Lo siento por Agatha, pero, esta vez, ambos perdimos el control…
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