sábado, 16 de septiembre de 2017

CAPITULO 18 (SEGUNDA PARTE)






En la mañana, me despierto y muevo mis piernas debajo de las sábanas. Pedro no está a mi lado, pero cuando me volteo, lo veo delante del viejo armario, ya vestido con un elegante traje gris. Sonrío ampliamente y hago un sonidito con la garganta para que note que ya desperté. Él se voltea y al verme sonríe como si mi presencia cambiara su humor inmediatamente.


—Buenos días, mi cielo. —dice inclinándose sobre el colchón para besarme.


—Buenos días —respondo algo dormida.


—En una hora debo estar en la oficina, puedes quedarte aquí si quieres.


—De acuerdo —digo besándolo de nuevo.


Él se va, y en la parte de abajo oigo como él y Agatha hablan sin parar. Me pongo de pie y luego busco algo que ponerme, supongo que no será nada extravagante. Sé que estaré aquí durante todo el día, no me apetece ir a la oficina de mi esposo. Busco el vestido color salmón que lo compré solo porque Pedro dijo que me veía bien, me lo pongo y luego peino mi cabello sin demasiado entusiasmo. Estoy tan dormida, que ni siquiera puedo ver bien qué hora es.


Bajo las escaleras lentamente y ellos me reciben con una amplia sonrisa. Me siento en la mesa circular, al lado de mi esposo, y observo el desayuno. No tengo idea que es, pero se ve apetecible. Mi apetito ha cambiado en las últimas semanas y eso me asusta. No quiero ni pensar en la báscula cuando lleguemos a Londres...


—Me encanta como luces ese vestido, cariño —murmura Pedro, colocando su mano encima de la mía.



—Gracias —susurro sonriente. Me inclino y alcanzo sus labios rápidamente. Agatha sonríe y mira hacia otro lado. 


Poso mi mirada en el desayuno una vez más y tomo un poco de jugo de naranja.


Más tarde, ayudo a Agatha a juntar todo de encima de la mesa y el teléfono de Pedro comienza a sonar mientras que el recoge su laptop en un rincón. La curiosidad me mata y en la pantalla leo el nombre “Karen”. Pedro corre a responder su llamada e intenta fingir que nada sucede. Yo lo miro de reojo y oigo su conversación repleta de respuestas en monosílabos.


—No es lo que crees, cielo —dice cuando la llamada termina.


—Seguro —respondo con un tono de voz cortante—. Le hablabas y le sonrías la primera vez y ahora te abrumas por su llamada. No tiene sentido.


Él suelta un suspiro y toma mi brazo cuando me dirijo a la cocina.


—Cariño, por favor —implora, buscando mi mirada.


—Olvídalo, Pedro.


Me voy a la cocina y ayudo a Agatha a secar las tazas y vasos con un repasador color anaranjado. Ella parece incomoda, pero no dice nada ni despega sus ojos de lo que está haciendo.


Pedro se coloca detrás de mí y me abraza por la cintura en un vago intento por resolver la estúpida situación, pero no dejo que funcione.


—Déjame tranquila —le digo con sequedad.


—¿Nana, puedes darnos un momento? —cuestiona con dulzura.


Ella le sonríe y, sin más, se va al primer piso, dejándonos completamente solos. Me zafo del agarre de Alfonso y finjo que su presencia no me afecta. Él besa mi cuello levemente y acaricia mis caderas con las yemas de sus dedos.


—¿Estás molesta?


—No.


—Claro que estás molesta.


—Date prisa o llegarás tarde. Ella está esperándote.


—¿Celosa, señora Alfonso?—cuestiona con una sonrisa burlona.


Me libero de todos sus agarres y giro en su dirección para que estemos frente a frente.



—No juegues conmigo, Alfonso. ¡Estoy molesta! —admito de mal humor y mala cara.


—No tienes por qué estar molesta, cielo.


—Dijiste que no debía preocuparme, que ella no era nada de lo que yo creía, pero te llama al celular y lo peor de todo es que vas a verla.


—Trabajamos juntos —se excusa.


—Aun así, no me agrada. ¡Pero ve! ¡No voy a impedírtelo! Haz lo que quieras, yo me quedaré aquí, sola, enojada y...


—Estás exagerando.


—¡Claro que no! —chillo completamente ofendida.


—Ven conmigo, entonces —me pide, tomando mi mentón con delicadeza—. Ven a la empresa, acompáñame, la conocerás y verás que no es como tú crees.


—Lo dices solo para salvar el momento —me quejo.
Intento zafarme una vez más, pero me carga en brazos y deposita mi cuerpo en la mesada de cerámica. Rodea su cadera con mis piernas y apega nuestras frentes. Nuestras respiraciones chocan y sus ojos miran los míos fijamente, mientras que nuestros labios se rozan.


—No quiero que te molestes conmigo, Paula. No quiero que arruinemos estos momentos tan lindos por causa de detalles insignificantes —Su mano deja mi cadera y sus dedos se posan en mi mejilla—. Acompáñame al trabajo, por favor —dice, besando mis labios. Cierro los ojos y, rendida, coloco mis manos en su nuca—. No te molestes, solo te quiero a ti, no hay nadie más...


Muevo mis labios sobre los suyos y percibo como todo el enfado comienza a esfumarse rápidamente. Ahora ya no estoy molesta, bueno, no tanto.


—Iré a cambiarme de atuendo —murmuro, embriagada por su beso.


—De acuerdo, cariño. Ponte más hermosa. Hoy todos conocerán a mi preciosa Paula...


—Hoy todos conocerán a la Señora Alfonso—aclaro.


—Sí, eso también...



Por fin logré encontrar un atuendo indicado. Pedro estuvo llamándome y marcándome los minutos sin parar. Eso me estresó un poco, pero ahora que el resultado ya está finalizado y excelente, me siento más tranquila.


Escogí un vestido negro, ajustado al cuerpo, muy fiel a mi estilo. Un bléiser blanco con mangas hasta los codos, un cinturón brillante como complemento, pulseras en ambas manos, un bolso estilo sobre color rojo, para contrastar con el look, y tacones negros. Dejé mi cabello suelto y forme algunas ondas en él para darle más volumen. Me coloqué un anteojo oscuro y luego me apliqué brillo labial.


Estoy lista. Hermosa, sensual, elegante y perfecta. Todo lo que Pedro y los demás esperan ver en la esposa y dueña de todo ese inmenso imperio.


—Cariño... —Llama Pedro al pie de la escalera. Pongo los ojos en blanco y salgo del cuarto. Al verme, su boca se abre levemente y sus ojos recorren mi cuerpo de pies a cabeza. 


Le encanta, lo sé.


—Acabo de excitarme por completo —susurra sorprendido. 


Me acerco a él y luego de soltar una leve risita por causa de su comentario, tomo su mano con seguridad y firmeza, para llevarnos hacia la salida.


Nos despedimos de Agatha y nos dirigimos hacia el coche de Pedro, estacionado en la parte delantera de la pequeña casita. Mi perfecto esposo me abre la puerta y antes de que pueda introducirme en el vehículo, palmea mi trasero y me roba un beso. No dejo de reír, es un tonto, no sé por qué se comporta así, pero las cosas están funcionando bastante bien. Ahora solo quiero llegar a las oficinas de AIC y que él me presente delante de todos como su perfecta y hermosa esposa. Quiero dejarle muy en claro a cada una de las mujeres de ahí que él es mío, completamente mío y de nadie más.


—¿Lista, cariño? —pregunta antes de encender el motor.


Me coloco los anteojos de sol, me volteo a verlo y sonrío.


—Siempre estoy lista, cariño.






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