viernes, 15 de septiembre de 2017
CAPITULO 15 (SEGUNDA PARTE)
Luego de dormir toda la mañana y despertarnos a la hora del almuerzo, para hacerle compañía a Barent y no parecer unos maleducados, abandonamos su casa —Con maletas y todo— y nos dirigimos a conocer lo que resta de Múnich.
Jamás había estado aquí, pero es una ciudad realmente hermosa. Edificios, tiendas, lujos y todas esas cosas que me gustan, pero decidí, por primera vez, no comprar nada. Mi impulso consumista disminuye a medida que paso tiempo con Pedro. Ya caminamos por varias calles y hablamos de cosas del pasado, anécdotas y todo ese tipo de agradables recuerdos, pero no pensé ni un solo segundo en comprarme algo.
—He estado pensando bastante, y creo que tienes que saberlo —me dice mientras que cruzamos una de las calles adoquinadas hasta llegar al coche.
—¿Qué sucede?—pregunto algo alarmada.
Él suspira, pero luego veo una sonrisa.
—No sabía qué hacer, pero quiero que lo sepas —Hace una pausa para aclarar sus pensamientos y luego prosigue—: Hay alguien muy especial aquí en Múnich que suelo visitar cada vez que vengo y quiero que la conozcas.
¿La?¿Es una mujer? ¿De qué mierda está hablando?
Necesito respirar para calmar los celos erráticos que me invaden sin que yo pueda controlarlo. No puede hablar de una mujer y sonreír de esa manera. ¿Es Karen? ¿Quién es esa? ¿Por qué me siento tan desesperada?
—No comprendo —digo, cambiando mi tono de voz a uno frío y disgustado. Pedro me observa, me abre la puerta del coche sin decir más, se sienta a mi lado y acelera. No sé qué sucede, pero no quiero saberlo tampoco. ¿Por qué una mujer? ¿Quién es?
—¿A dónde vamos, ahora? —cuestiono de mal humor. Me cruzo de brazos y suelto un suspiro de fastidio. Esto no me gusta nada. A la Paula malvada se le salen los ojos de la rabia y no deja de ponerme mala cara. Estoy perdiendo el control de la situación y eso no está bien.
Nos detenemos en uno de los semáforos y un hombre viene hacia nosotros ofreciéndonos flores. Pedro toma su billetera y compra un lindo, pero simple, ramo campestres. Yo sonrío y lo tomo en brazos dispuesta a agradecerle el sencillo y barato detalle.
—No son para ti, cielo —me dice con el ceño fruncido.
—Ah —respondo.
Mi sonrisa se borra por completo y lanzo el ramo hacia el asiento trasero.
No puedo creerlo, esto es ridículo. ¿Qué le pasa? ¿Por qué tanto misterio?
—Créeme, cariño. No es nada de lo que imaginas —Enciende la radio y con una sonrisa sigue conduciendo, dejándome con miles de dudas que no estoy dispuesta a aclarar. Nunca le demostraré mis celos, bueno, no lo hice en los últimos días. Debo evaluar la situación antes de armar alboroto.
Pedro conduce durante varios minutos mientras que observo el paisaje que me rodea. Todo es tan hermoso y diferente que logra atrapar mi atención por completo. De fondo, una hermosa canción de Leona Lewis suena y me cuenta una hermosa historia de amor. Volteo mi mirada hacia mi esposo y no puedo evitar sonreír al verlo. Es hermoso, es mi perfecto hombre, mi perfecto todo. Su perfil, sus labios, todo en él es especial, y puedo contemplar desde mi sito su mirada y su concentración al conducir.
—¿Por qué me miras así?
—Observo lo perfecto que eres —murmuro, y estirando mí brazo para acariciar su cabello suavemente. Se acerca velozmente y me roba un beso que dura dos o tres segundos.
—Aunque me alagues, no te diré a donde vamos, cariño.
Llegamos a la región de Ismaning, en Múnich. Ya no hay edificios altos y tampoco carteles luminosos que promocionan todo tipo de productos, más bien, predominan las casas antiguas de familia y almacenes de barrio. Todo es sumamente verde y limpio.
El coche se detiene frente a una casita algo añeja con paredes blancas con puertas y ventanas de madera oscura.
En la entrada hay una verja algo oxidada y las flores del jardín están rodeadas por malezas y césped alto.
Frunzo el ceño rápidamente. No tengo idea de dónde estamos y que hacemos aquí, pero la expresión de Pedro logra confundirme muchísimo más. Se ve sonriente, complacido… no lo sé, pero todo esto es desconcertante.
—¿Qué hacemos aquí?
—Te encantará —dice con una inmensa sonrisa que me molesta.
—¿Qué sucede?
Hace sonar el claxon unas tres o cuatro veces, luego toma el ramo de flores del asiento trasero, se baja del vehículo y me ayuda a bajar. Me quito los lentes y miro el lugar. No es para nada similar a los sitios que estamos acostumbrados. No quiero estar aquí por mucho tiempo. Solo necesito saber quién es esa mujer que tanto hace sonreír a MI esposo.
—¿Qué hacemos aquí? —vuelvo a preguntar.
—Sé que vas a amarla —Me deja atrás y avanza con prisa hacia el porche precario y de madera. Golpea la puerta un par de veces y se voltea en mi dirección para comprobar que no salí corriendo—. Ven, cariño. Te lo suplico —me pide.
Pongo los ojos en blanco y cruzo el húmedo y abandonado jardín delantero hasta posicionarme detrás de él.
Odio este lugar.
La puerta se abre y veo a una mujer de unos sesenta años.
Ella mira a Pedro sorprendida y rápidamente sus ojos se llenan de lágrimas. Mueve su boca sin saber que decir y por un momento creo que va a desmayarse aquí mismo. Pedro sonríe y abre sus brazos ampliamente para recibirla, pero yo sigo sin entender nada.
—Sorpresa, nana —musita con la voz entrecortada. Él también está realmente conmocionado por este encuentro—. Estoy aquí.
Miro la escena y me cruzo de brazos, incomoda. Ellos se abrazan fuertemente y la mujer acaricia el rostro de mi esposo y lo observa de pies a cabeza.
—Mi niño, mi niño precioso —dice con lágrimas que comienzan a desbordar de sus ojos. —Mira qué bonito te ves —Él le entrega las flores y ella parece más feliz que antes.
Su forma de expresarse es tan profunda y tan distante de mí que hacen que me sienta como una tercera sin importancia alguna en una situación así. Ahora sé de qué hablaba. Es su nana, la mujer que lo crió cuando era un niño o algo parecido, no lo sé con exactitud, pero debe ser eso. Ella es como Christina, mi madre de verdad… Ambas tienen mucho en común.
Mierda. Sentimentalismo ahora no.
Me muevo incomoda de una lado al otro, mientras que el torso de mi esposo cubre mi visión. La mujer, de ojos azules y cabello ceniza, posa su mirada sobre mí y sonríe ampliamente. Pedro se voltea hacia mí y toma mi mano con delicadeza. Me siento nerviosa. Esta mujer es especial para él, es como conocer a mi suegra, solo que esta mujer luce más agradable y no parece ser una arpía como Daphne.
—Nana, ¿recuerdas que una vez te prometí que me casaría con la mujer de mis sueños? ¿Recuerdas que te prometí que la conocerías?
—Pedro… —murmuro para que se detenga. Me siento nerviosa, algo tímida y sus comentarios provocan ardor en mis mejillas. ¿Qué me sucede? Esta no es la Paula Chaves de siempre.
—Nana, aquí está, ella es mi preciosa Paula —musita, clavando sus ojos en los míos. Sonrío ampliamente y luego observo a la anciana que parece derramar felicidad por todo su cuerpo—. Es mi esposa… —concluye Pedro con el tono de voz cargado de orgullo.
Yo estiro mi brazo, para un apretón de mano, con una sonrisa nerviosa en mi rostro.
—Soy Paula Chaves —musito rápidamente.
Ella sonríe y cuando logro darme cuenta, noto que estoy entre sus brazos. Su cuerpo está junto al mío y la calidez de ese abrazo me hace sentir mal. Un abrazo real, cálido, dulce, cargado de amor y afecto, es como uno de los abrazos de mi esposo, pero con un nivel de diferencia. Es un abrazo maternal de esos que tanto necesité por demasiado tiempo.
—Soy Agatha. Es un placer conocerte, tesoro, por fin. He estado todo un año esperando por esto —me dice al oído con sollozos—. Me alegra tanto de que hagas feliz a mi niño, eres perfecta, por dios, no puedo creer que estés aquí.
Abro los ojos cuando dejamos de abrazarnos y observo a Pedro que sonríe ampliamente. Quiero decir algo, pero no puedo.
—Vamos, entremos, entremos —dice Agatha con una sonrisa. Pedro entra primero, luego yo y por fin la dueña de la humilde morada. Cierra la puerta y la poca luz que iluminaba el interior de la casa se desvanece.
Observo a mi alrededor con disimulo. Es una casa algo precaria y añeja. Abundan los muebles de madera y los pisos de cerámica vieja que se ven impecablemente pulidos.
Las paredes son de color marrón y las cortinas blancas hacen que la habitación se ilumine solo un poco.
—No es como las habitaciones de hotel cinco estrellas, pero espero que te sientas cómoda, Paula —comenta al ver como observaba su hogar. Me sonrojo de inmediato, es vergonzoso, no creí que lo notaría.
—Lo siento —digo con sinceridad—. No quise que pensaras eso.
—Descuida, tesoro. Ven, deja ese bolso a un lado.
Toma mi bolso y lo deposita sobre una mesa ratonera en un rincón junto con su ramo de flores que cruje una y otra vez por el papel de plástico color rosa. Pedro parece sentirse como en su casa. Se quita el abrigo y los zapatos, desabrocha los primeros botones de su camisa y relaja su cuerpo cuando se sienta en el sillón.
—Extrañaba esto.
—Yo te extrañaba a ti, mi niño —le dice su nana acariciando sus mejillas.
Por un segundo noto que sobro en la habitación y eso me hace sentir miserable.
—Han pasado seis meses desde tu última visita, pensé que no vendrías hasta fin de año.
—Cambio de planes. Paula y yo creímos que ya era tiempo de tener nuestra luna de miel.
Pedro me hace señas con su mano para que me acerque. Lo hago y cuando estoy delante de él, me jala con cuidado para que caiga sobre sus piernas. Me tenso por un segundo, pero me relajo y beso su mejilla mientras que él rodea la cintura con sus manos y acaricia mi cabello.
Agatha sonríe al vernos, se pone de pie y va a la cocina, que está a unos pocos metros de nosotros, dividida por una barra de madera repleta de adornos de cerámica y porcelana.
—Me gustaría que la conocieras, cariño —susurra con precaución. Esta es una conversación entre ambos—. Sé que no es el mejor lugar, pero ella de verdad es importante para mí.
—De acuerdo —respondo besando sus labios castamente.
No necesito decir más.
Agatha aparece luego de unos pocos minutos y trae una charola con té y galletas. Al fin beberé té, ya lo extrañaba, había olvidado esa costumbre en todos estos días fuera de Londres. No soy una fanática, pero si me gusta beberlo para relajarme de vez en cuando.
Pasamos una hora entera hablando sobre nuestra vida de casados, los lugares que ya visitamos, y recordando viejas anécdotas de cuando Pedro era apenas un niño. Sabía que ella era especial, pero al oírla hablar de mi esposo de esa manera comprendí que es como un hijo para ella. Quiero saber más sobre su vida, quiero conocerla, porque estoy segura que ella se volverá importante para mí también. Es como la madre tierna y cariñosa que no he tenido en mucho tiempo.
—Pedro era un niño muy travieso. Él y las niñas me volvían completamente loca, pero siempre fue hermoso cuidarlos —musita con una triste media sonrisa.
—Ahora que no trabajas deberías mudarte a casa, nana. Extraño estas galletas —dice, comiéndose la galleta número nueve. Eso me molesta. Él debería de amar mis galletas, como ama mis pasteles, pero claro, Paula Alfonso no hace galletas, en realidad, no hace nada de nada y creo que es momento de que eso cambie.
—Iré a visitarte cuando tengas a tu primer bebé. ¿Cuándo será eso, apropósito? —indaga, haciendo que el ambiente se vuelva algo tenso.
Miro a Pedro directo a los ojos y muevo mis manos, nerviosa. Sé lo que está pensando porque yo también lo estoy pensando. Es difícil de decirlo o de explicarlo y no quiero discusiones ahora. Ya acepté el reto, ya sé que seré madre en menos de lo que espero, pero no debo decir nada aún, quiero sorprenderlo, tengo que mantener la mente fría por ahora.
—¿He dicho algo malo? —pregunta con temor y algo de vergüenza. Su sonrisa se borra de inmediato y ahora una sombría expresión surca su rostro.
—Paula aún no se siente preparada para tener hijos, nana —responde mi esposo vagamente, pero sé que miente. En realidad, no se siente tan calmado y despreocupado como lo aparenta en este momento. Sé que le duele, y me fastidia no poder decirle lo que en realidad quiero hacer, pero estoy segura que todo valdrá la pena. Es solo cuestión de esperar.
—Oh, yo… cuanto lo siento —se disculpa—. No quería que esto se vuelva incomodo, solo…
—Descuida nana, sé que algún día sucederá, pero no puedo decirte cuando.
—El té estaba delicioso —balbuceo y dejo la taza sobre la mesita.
Me muevo incomoda, luego el celular de Pedro interrumpe la conversación y logra acabar con el ambiente tenso.
Observa la pantalla y desde donde estoy puedo leer “Tío Barent”
Él se pone de pie y con una disculpa se va a la cocina en donde apenas puedo oírlo.
—Paula, discúlpame por mi intromisión hace minutos atrás, no quería hacerte sentir incomoda.
—No fue nada —respondo sin despegar mis ojos de él—. No lo hemos hablado del todo, pero es un asunto que me hace sentir nerviosa y aún no tenemos definido lo que haremos.
Sé que quiere ser padre ahora, está aterrado por cumplir treinta, pero…
—Tú tienes miedo —afirma.
Sí, tengo miedo, nadie lo pudo decir de la mejor manera. Ella sabe lo que me sucede, pero lo bueno es que si sucede podré estar más preparada. Al menos eso espero. Tener un bebé no es fácil, pero si ya lo estoy, solo tengo que preocuparme por hacer sonreír a Pedro.
—Yo solo…
—Cielo… —interrumpe Pedro. Me abraza tiernamente y besa mi cabello—, olvidé unos papeles en casa de mi tío. Iré a recogerlos y regresaré en un ahora como mucho. ¿De acuerdo?
—Bien —respondo. Me besa en los labios, saluda a su nana y toma sus pertenencias para luego desaparecer por la puerta.
Pedro se marcha y Agatha se mueve incomoda debido al largo silencio que se forma entre ambas. Me sonríe sin saber que decir y yo hago exactamente lo mismo. No la conozco y no se me ocurre algún tema de conversación. Intento hacer algo productivo, pero es difícil si no hay confianza.
—¿A Pedro siempre le han gustado esas galletas? —pregunto de repente tomándome por sorpresa a mí misma.
—Claro que sí, son sus favoritas —me dice.
—¿Podrías enseñarme a prepararlas? —pregunto con una ceja arqueada—. Quiero sorprenderlo. Solo sé hacer pasteles por el momento.
Ella se ríe levemente, toma mi brazo y me lleva a la cocina.
—Son galletas de miel, bastante sencillas y con pocos ingredientes. El secreto es la preparación de la masa, lo demás se hace solo —canturrea con diversión. Abre el refrigerador y saca varios ingredientes—. Toma el delantal de ahí —murmura, señalándome un pedazo de tela con flores que está colgado en un rincón—. No querrás estropear ese costosísimo vestido, ¿verdad?
—Es un Valentino —digo, acariciando la prenda.
—No tengo idea de lo que sea eso, pero ponte el delantal.
—Claro.
Me lo coloco rápidamente y presto atención a cada una de las instrucciones mientras que voy haciendo lo que ella me dice. Espero sorprenderlo. Cocinar es algo que jamás creí que haría, pero lo hago por él, solo por él.
La cocina comienza a oler delicioso. Me siento fantástica.
Está funcionando. Faltan unos minutos para que Pedro esté de regreso en la casa. Las galletas están casi listas y solo necesito un baño para relajarme hasta que él llegue.
—Hay algo sonando, tesoro —grita Agatha desde algún lugar de la sala. Es el sonido de mi celular. Me apresuro a tomarlo dentro de mi bolso y contesto al ver que es Pedro.
—Cariño —digo a modo de saludo.
—Escúchame, cielo. Demoraré un poco más.
—¿Un poco más? —cuestiono frunciendo el ceño. Esto no me gusta nada.
Eso me resulta extraño. No parece ser el mismo Pedro de siempre. Estoy molesta.
—¿Qué sucede?
—Nada grave. Solo he tenido algunos inconvenientes, pero regresaré para la cena, ¿de acuerdo?
No, eso no me convence, algo está sucediendo aquí y no podrá ocultármelo por mucho tiempo.
—¿Estás seguro que nada sucede? —inquiero, cambiando mi tono de voz.
—No te preocupes, cielo. Todo está bien. Solo son cosas de la empresa que debo resolver entre hoy y mañana. De hecho, estoy en la oficina, ahora. Estaré en la cena contigo.
—Bien, como quieras —le respondo de mala manera.
—No te molestes, por favor —me suplica con un dejo de voz.
—No estoy molesta —miento.
—Bien —me dice.
—¡Bien! —cuelgo la llamada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario