domingo, 27 de agosto de 2017
CAPITULO 9 (PRIMERA PARTE)
Voy al baño a retocar mi maquillaje y luego recorro el pasillo hasta la salida del salón dorado. Cruzo la puerta principal y salgo al gran balcón que me muestra una hermosa vista del jardín del hotel. La noche es fría y estrellada. Hay fuentes de agua en algunos rincones específicos del verde césped y los rosedales de varios colores atrapan mi atención. Es un tranquilo lugar, alejado de los murmullos empresariales y la música melódica de fondo. No tolero mucho este tipo de fiestas. Nací para otra cosa muy diferente, pero no debo quejarme, es lo que me toca. Sabía que cambiaría mi vida feliz por el dinero y acepto las consecuencias lo mejor que puedo.
Me relajo, suspiro y pienso. Mi vida es un desastre, aunque quiera aparentar lo contrario, sé que todo este teatrito se hundirá conmigo. No sé si podré tolerarlo por mucho tiempo.
Oigo pasos detrás de mí y no me volteo. Sé que es Pedro.
Vino a buscarme para terminar de arruinar mi patética noche. Espero a que este lo suficientemente cerca y antes de voltearme a verlo un flash de una cámara de dispara y ciega mis ojos por varios segundos. No es Pedro.
– ¿Qué está haciendo?–Pregunto alarmada hacia el hombre parado delante de mí.
–Disculpa mi atrevimiento, pero necesitaba tomarte una fotografía, tu perfil es perfecto. –Dice apartando su mirada de mí y centrando su atención a la pantalla de su cámara fotográfica. –Sí, lo sabía, eres hermosa. –Murmura concentrado. Me quedo impactada.
– ¿Disculpe?
–Soy un atrevido, lo sé, pero no te asustes. Solo obtuve una hermosa fotografía tuya. –Murmura observándome detenidamente. Me siento extraña en este mismo momento.
–Usted no es invitado de la fiesta. –Murmuro observando su vulgar atuendo. Lleva pantalones de jeans y una camisa a cuadros. Por su aspecto puedo ver que es una de esas personas que viaja en clase turista y que apenas puede pagar sus deudas a fin de mes.
–Eres muy inteligente. Soy nuevo en Londres y me alojo en este hotel. –Responde con una sonrisa. Observo su rostro. No está nada mal…
–Aún así no debería de estar aquí. –Respondo de malas.
Es un poco más alto que yo, no tanto como Pedro, tiene un cuerpo esbelto, pero trabajado, y una sonrisa con los dientes perfectamente blancos. Como toda mujer puedo decir que me gusta lo que veo, aunque parece un niño en un cuerpo adulto.
–Por lo que entendí este balcón es para uso compartido. –Murmura con una sonrisa cargada de diversión en el rostro.
–Aun así, le pido que me deje sola. –Siseo con firmeza. Es el momento de jugar el juego de ‘no quiero verte, no eres nadie’.
– ¿Aquí? ¿Sola? –Pregunta con ironía.
Rápidamente doy un paso hacia atrás asustada. No sé quién es, un completo extraño me acecha y estoy sola. Llevo pendientes carísimos que valen más que mi vida y comienzo a temer por mí misma.
–Descuida, no soy un asesino ni nada por el estilo. –Dice rápidamente el chico parado delante de mí.
–Me voy. –Digo caminando velozmente, el me sigue y toma uno de mis brazos. Volteo y choco con su torso.
–Soy Damian O’connor, es un placer, nena.
Me alejo de su cuerpo y acomodo mi maldito vestido con nerviosismo. No sé qué decir exactamente.
–No me llames 'nena' –Ordeno.
–Bien, ¿cómo te digo entonces? –Pregunta con cinismo.
–Soy Paula Alfonso… y… ¿a ti que te importa quién soy? –Chillo con la voz entrecortada. Dejo de parecer segura y eso me asusta. Enderezo los hombros y elevo la barbilla. Soy yo de nuevo. La egocéntrica y engreída Paula. –Soy anfitriona de la fiesta en el salón dorado.
–Sí, pude notarlo. –Me dice.
– ¿Disculpa?
Se acabaron las formalidades, se acabó la dama inglesa.
Quiero que se vaya.
–Me refiero a tu atuendo caro y a tu refinada forma de ser.
Ignoro su comentario, sé que quiso decir con eso, pero soy así y fin de la situación.
–Debo regresar, mi esposo me está esperando. –Murmuro y luego me volteo hacia la entrada del pasillo en dirección al salón dorado.
–Afortunado tu esposo.
–No seas insolente.
Mis tacones resuenan sobre el piso y mis nervios comienzan a traicionarme, ¿Qué demonios fue eso?
– ¡Que disfrute su fiesta! –Lo oigo gritar a lo lejos. Sonrío para mí misma, fue extraño, pero me gustó.
Ingreso al salón y Pedro aparece rápidamente.
– ¿Dónde estabas? –Pregunta con cara de pocos amigos. Lo observo y no digo nada. Sigo mi camino y él me toma del brazo y me hace voltear con brusquedad. –Te pregunte dónde estabas, Paula. Responde –Dice intentando contener su ira. –Es lo mínimo que merezco.
Observo a mí alrededor. Algunos nos están mirando.
–Todos nos están viendo, deja de actuar como un imbécil y compórtate. –Le digo acercándome a sus labios. Con el rabillo del ojo mi esposo observa el lugar. Tenemos que salir de esa incómoda situación. Siento como su agarre su vuelve delicado y luego su otra mano acaricia mi cintura y me acerca su cuerpo. Sé lo que hará y estoy dispuesta a todo para que nadie piense que estábamos peleando. Eso podría acabar en un escándalo, por lo tanto puede acabar con el dinero en la cuenta bancaria de Pedro, mi dinero también.
Acerco mi boca a la suya y dejo que me bese, su lengua busca la mía y no me niego. Es una de las pocas veces en las que me besa así, pero no me quejo, incluso me gusta y comienzo a excitarme. Los deseos reprimidos de la noche anterior regresan y quiero sexo.
Él se separa de mí y luego toma mi mano.
–Nos vamos. –Dice queriendo parecer dulce y tierno, pero no lo logra.
Me jala hacia el pasillo y prácticamente me arrastra hasta la salida. Protesto todo el camino, pero él me ignora y apresura el paso. No puedo caminar tan rápido con estos malditos tacones y se lo hago saber, pero no parece importarle.
El camino de regreso a nuestra casa es incomodo.
Permanecemos en silencio y cada quien observa sobre su respectivo lado de la ventanilla. Tengo deseos de llorar por primera vez. No sé que me sucede, pero comienzo a ser consciente de lo que realmente ocurre en mi vida.
Cuando llegamos, me bajo del coche apresuradamente e ingreso rápidamente al recibidor. Pedro viene detrás de mí pronunciando mi nombre para que me detenga, pero no lo hago.
– ¡Paula! ¡Detente! –grita a mis espaldas.
– ¡Vete a la mierda, Alfonso!
Sé que estoy a punto de llorar y no quiero que me vea.
Jamás le demostré a nadie la debilidad y no lo haré delante de él. Me siento como una estúpida, siempre me digo lo mismo, tengo todo lo que quiero, pero al mismo tiempo no tengo lo que más deseo. Me siento vacía y ni siquiera puedo quejarme como pretendo.
Entro al baño de mi cuarto y cierro la puerta con seguro. Me voy derribando lentamente hasta que siento que mi trasero toca el piso. Me tomo mi momento, evito que las malditas lágrimas se escapen y lo logro. Sé que debo salir y aparentar indiferencia, pero se me hace muy difícil. Cada día que pasa caigo en una realidad mucho más profunda y me hago la tonta porque no quiero creerlo aun.
–Paula, sal ahora mismo, debemos hablar. –Me dice al otro lado de la puerta.
Seco una lágrima, solo una que escapó. Me incorporo y luego me acerco al espejo del baño. Arreglo mi rostro para que él sepa que nada sucedió. Me quito mi vestido y lo dejo a un lado. Abro la puerta y camino solo en ropa interior hacia la cama.
–Paula, te estoy hablando. –Espeta parado a solo unos metros de mí, ya no lleva el saco de su esmoquin y tampoco la corbata negra.
–No me interesa hablar contigo. –Le digo ásperamente y aparto las sabanas a un lado.
Él se aproxima furioso y me toma del brazo otra vez. Me encuentro con su mirada llena de ira y trago en seco. No quiero pelear ahora. Todo es mejor cuando nos ignoramos mutuamente.
– ¿Quién era ese hombre? –Pregunta tomándome desprevenida.
–No sé. –Digo rápidamente.
–Hablabas con él.
–No lo sé.
–Responde.
– ¡Me estabas espiando! –Afirmo.
Él no lo niega y eso me desconcierta.
–Estaba preocupado. –Se excusa.
Rio cínicamente y luego me alejo de él.
–No es necesario que mientas ahora, nadie nos está viendo.
–Siseo saliéndome de control. Esta conversación es estúpida y sin sentido. No le debo explicaciones.
–No finjo, estaba preocupado por ti.
No digo nada. Quiero acostarme y descansar. Me duele la cabeza y no me siento del todo bien. Ya lo he dicho, pero esta discusión es estúpida y sin sentido.
–Estoy cansada, déjame dormir. –Inquiero sin dirigirle la mirada.
–Estás molesta y ni siquiera sé por qué.
– ¡Claro que lo sabes!–Exclamo a los gritos.
Me siento en la cama y me quito los zapatos lentamente, eso lo enoja y yo lo disfruto. Peino mi cabello con mis dedos y luego apago la luz proveniente de mi mesita de noche. Él resopla y maldice una y otra vez en voz baja, sé que quiere contenerse, pero no logrará hacerlo por mucho tiempo.
Me acuesto y me cubro con las sabanas hasta la altura de la cintura. Cierro los ojos y Pedro cruza la habitación y se coloca delante de mí.
–Paula, no terminamos de hablar. –Espeta de manera poco amigable.
Sigo con los ojos cerrados, el comienza a perder el control.
No pienso decir nada, estoy molesta y además de eso sin vida sexual plena desde hace tres semanas.
Las sabanas de la cama se apartan de mí inconscientemente y luego siento las manos de Pedro tomándome por los brazos y obligándome aponerme de pie.
Abro los ojos aturdida, lo veo, está enojado, muy enojado y eso me gusta.
– ¿Qué crees que haces? –Pregunto intentando escapar.
– ¡Te comportas como un niña! ¡Quiero hablar contigo, pero jamás logro hacerlo!
– ¡No es mi culpa que no logres hablar conmigo, al fin y al cabo hay muchas cosas que no logras hacer! –Digo sin piedad alguna. Sus ojos reflejan sorpresa y veo como su mandíbula se tensa. Lo estoy provocando y sé que lo voy a lamentar.
– ¿Qué quieres decir con eso? –Pregunta acercándome más a su cuerpo. Comienzo a excitarme, mierda que estoy excitada. Huelo su colonia y siento deseos de besarlo, no sé porque, pero su enojo me enciende.
–Sabes a lo que me refiero. –Murmuro acercando mi cara a la suya. Ahora si pienso quejarme, por primera vez voy a hacerlo.
–Dime entonces. –Me reta.
Suspiro, estoy dispuesta a desahogarme.
– ¡Nuestro matrimonio es una completa mierda! ¡Todo es una mierda!
– ¿Qué más? –pregunta con los ojos cargados de enojo. – ¡Dime que más!
– ¡Lo nuestro no funciona, es un completo desastre, fingimos todo el tiempo y además de eso no nos llevamos bien!
– ¡Eso ya lo sé! ¡Quiero que funcione, pero tú no me lo permites!
Claro, ahora resulta que yo soy la culpable de todo lo que sucede. Me sorprendo, es la primera vez que hablamos seriamente sobre lo que nos sucede. En el año que llevamos de matrimonio jamás habíamos intercambiado palabras de la manera en la que lo hacemos en este momento.
– ¡Tu y yo sabemos que no nos queremos, sabemos que esto es un desastre! ¡Tú sabes que este ultimo año que pasamos juntos, fue una completa mierda! ¡No somos felices, Pedro!
– ¡Yo quiero que seamos felices, Paula! –grita rápidamente.
– Pero… no… –murmuro claramente impactada por lo que acaba de decir. Necesito cambiar el tema rápidamente, tengo que evitarlo por completo. – ¡No te pido que me ames o que me quieras porque no me interesan tus sentimientos! Sabes que me casé contigo por tu dinero y fui muy sincera contigo al respecto de eso, pero si al menos el sexo entre nosotros fuera mejor no estaríamos discutiendo por algo sin sentido.
– ¡Ese es tu mayor problema! ¿Solo quieres eso? ¿Sexo? –Me cuestiona claramente irritado. – ¡Puedo darte mucho más que sexo, Paula! ¡Abre los ojos!
No sé que responder. No tengo palabras, puedo decir que si o decir que no, pero no quiero hablar, las palabras no me sirven en este momento. Él me observa en silencio y distingo que una descarga de adrenalina irradia mi cuerpo.
–No puedes darme nada más, Pedro. –Murmuro para provocarlo. –No quiero nada más. –miento.
Me suelta y luego sus manos arrancan mi sostén de un tirón, me sorprende y me excita. No comprendo lo que hace hasta que me toma con fuerza entre sus brazos y hace que mi cuerpo golpee la pared. Enredo mis piernas en sus caderas y él comienza a besarme el cuello. Estoy sorprendida.
–Me provocas, Paula. No sabes de lo que soy capaz. –Me dice, mientras que con su dedo índice recorre mi monte de Venus por encima de la ropa interior. Me éxito mucho mas.
No sé que pretende, pero está funcionando. Jamás hizo algo como esto y me ilusiono por un momento.
–Estás completamente loco. –le digo al oído.
–Ambos lo estamos. –me responde con una cínica sonrisa.
–Puede ser…
–Dime qué quieres. –Me ordena. Sé exactamente lo que quiero.
–Mírame. –Susurro posando mis manos sobre las solapas de su camisa blanca.
Él me observa, hacemos contacto visual, luego le insinúo mis pechos. Veo como se excita al paso de los segundos.
Tomo su camisa y la abro de un tirón haciendo que todos los botones salgan esparcidos hacia diferentes direcciones, los oigo hacer un ruidito sucesivo al tocar el suelo y sonrío.
–Bésame. –Indico tomando su cabeza en dirección a mis tetas. Su cuerpo y el mío se acercan mucho mas y luego me carga hasta la cama. Siento el mullido colchón a mi espalda y su peso encima de mí. Abre la boca y tira de mi pezón izquierdo. Jadeo. Es excitante y quiero mucho más. Estoy empapada de deseos y quiero que él lo note, quiero que me toque por todas partes. Por primera vez siento que funcionará.
Con mis manos aparto a un lado su camisa blanca y la arrojo hacia cualquier dirección. Siento su espalda, sus hombros y con mis uñas dibujo círculos a la altura de sus omoplatos.
Pedro comienza a descender y besa mi abdomen, leves jadeos se escapan de mi boca. Siento su lengua saboreando mi piel, pero algo me falta.
–Tócame. –Le digo con un hilo de voz.
Eleva la mirada y sonríe como pocas veces lo he visto. Su mano se desliza hacia mis caderas y siento como sus dedos bajan mi bombacha lentamente. Disfruto de la sensación placentera que me invade. Él se deshace de la prenda y luego con sus manos acaricia mis piernas, primero comienza con mis tobillos y luego asciende hasta el lado inferior de mis muslos.
Abro las piernas y Pedro posa su boca sobre mi feminidad.
Jadeo, jadeo y me aferro a las sabanas de la cama.
– Oh, dios. –Gimo para liberar las miles de sensaciones que siento. Se me corta la respiración. No puedo creer que esté sucediendo. Con la punta de su lengua acaricia mi clítoris y con su mano aprieta y estruja mis pezones. Mi vientre se eleva hacia arriba a cada movimiento y mis caderas comienzan a sentir un orgasmo que se aproxima. Luego de tres semanas, por fin lo está haciendo y como yo quiero.
–Bésame. –Susurro buscando su mirada. Él deja mi sexo y se mueve hasta mi boca. Muevo los labios y los juntos con los suyos, siento mi sabor y me gusta. Su lengua comienza a explorar cada centímetro de mi cavidad. Gimo cuando siento que introduce dos dedos en mí. Me abrazo a su espalda y continuo moviendo los labios, él hace ligeros movimientos circulares dentro y fuera, luego acelera el ritmo. Enloquezco, pierdo el sentido, me vuelvo afónica debido a tantos gemidos.
– ¡Mas! –Grito. – Oh, sí…
Entra y saca sus dos dedos una y otra vez, saboreo cada una de sus sensaciones y grito cuando que me penetra con tres dedos.
– ¡Pedro! –Exclamo como gesto de liberación. Él se detiene, se pone de pie, me observa y luego se deshace de sus pantalones y de sus calzoncillos. Lo observo delante de mí.
Su erección es mucho más grande que las veces anteriores y no lo comprendo, jamás la vi desde el ángulo en el que estoy ahora, pero quiero probarla, saborearla, lo quiero todo.
–De rodillas, cielo. –Me ordena. Hago lo que me dice. Está haciendo un gran trabajo y no pienso desobedecerlo. Me coloco de rodillas sobre el colchón y él se sube a la cama.
Me inclino hacia delante y le dejo todo mi hermoso trasero para que goce. Sé lo que hará y eso me excita. Quiero que lo haga, quiero que me folle duro. ¡Por fin!
–Dime lo que quieres. –Musita acercando su pene a la entrada de mi zona. Jadeo, no puedo pronunciar palabra. –Dime, Paula, ¿Qué deseas?
– Sabes lo que quiero, maldición –me quejo.
–Dilo.
– ¡Follame, hazlo, follame!
Se mueve rápidamente y me penetra. Dejo escapar otro gemido. Siento como las paredes de mi sexo se expanden, me llena por completo. Se mantiene dentro por unos segundos y luego acerca su boca a mi oreja. Mueve mi cabello con delicadeza hacia un lado y luego susurra sobre mi oído.
– ¿Esto es lo que quieres? –Pregunta con voz seductora. Me siento tan idiotizada que ni siquiera recuerdo mi nombre.
–Si, follame. –Repito otra vez. –Hazlo.
Él se mueve fuera y luego dentro muy fuerte, duro, como quiero.
Acelera el ritmo y me embiste como toda una bestia una y otra vez. Cierro los ojos y abro la boca, necesito canalizar lo que siento de alguna manera. Mis tetas rebotan si control alguno. Es magnífico. Grito, no me importa si hay gente en la casa, es mejor que todos sepan lo que él y yo hacemos. Me siento como toda una reina del sexo.
– ¡Oh, maldición! –Gruñe acelerando el ritmo. Esto comienza a funcionar.
– ¡Más, más! –Le exijo. Gimo fuerte otra vez y él me da un ligero azote en el trasero. – ¡Mierda!
Muerdo mi labio inferior, lo remojo con mi lengua e intento respirar con normalidad. Él me toma de la cintura con ambas manos y sigue embistiéndome una y otra vez. Es bruto, es salvaje, es sexo duro. Es el Pedro que me gusta.
– ¿Quieres más, preciosa? –Pregunta con la voz entrecortada.
– ¡No pares! –Exclamo rápidamente. Me voltea como si fuera una marioneta y ahora mi espalda descansa sobre el colchón y mis piernas se enroscan sobre sus caderas como si fuese una especie de pinza. Se mueve y elevo las caderas para profundizar sus penetraciones. Enloquezco.
–Eres hermosa, Paula. –Dice acariciando mi abdomen de arriba hacia abajo. Besos sus labios y enredo mis manos en su cabello. –Tal vez eres la mujer más hermosa que he visto, pero es una lástima que seas una maldita zorra ambiciosa, no tienes idea de todo lo quiero darte.
Detiene sus movimientos y se levanta de la cama.
– ¿Qué mierda crees que haces? –pregunto poniéndome de pie a duras penas.
– ¿Querías solo sexo, cierto? –murmura dándome la espalda. –Ya te di solo sexo, Paula.
No comprendo lo que sucede, estoy aturdida, sé lo que me dijo y se también porque. Lo veo dirigirse al baño y caigo en cuenta de lo que sucedió. Soy una estúpida.
– ¡Vete a la mierda, Alfonso!
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Wowwwwwwwww, qué fuertes los 3 caps. Me tiene intrigada esta historia.
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