lunes, 28 de agosto de 2017

CAPITULO 10 (PRIMERA PARTE)





Entre llanto y angustia, por primera vez decido hacer lo que realmente siento.


Me pongo de pie y luego de tomar mi bata salgo de la habitación y recorro el pasillo hasta llegar al cuarto de visitas más alejado del que se encuentra Pedro. Cuando estoy por incorporarme al interior de la alcoba, el tio de mi esposo aparece para terminar de arruinar mi patética noche.


–Paula, querida ¿Qué haces aquí?–Pregunta sorprendido. 


No quiero verlo a los ojos, se dará cuenta de lo que sucede y eso solo hará que arriesgue todo lo que tengo.


–Barent, ¿Qué haces tú aquí? –Pregunto sin voltearme a verlo.


Noto que es una pregunta estúpida, es obvio que su habitación está al lado de la que quiero escoger.


– ¿Estás llorando? –Cuestiona posicionándose delante de mí. – ¿Qué ocurrió?


Veo preocupación en sus ojos y comienzo a desesperarme, no pensé que esto podría sucederme.


–No ocurre nada, ve a descansar, estaré bien. –Respondo limpiado mis mejillas que están empapadas en lágrimas. 


Aunque no pueda creerlo, las palabras de Pedro me dolieron, me hicieron sentir como lo que realmente soy.


–Dime cual es el problema. –Exige. Abre sus brazos para darme consuelo y lo acepto por unos segundos.


–Yo soy el problema, Barent. Siempre soy el problema. –Respondo y luego me introduzco a la habitación sin decir más.


Me acuesto en la cama doble y observo las sombras que producen los arboles de afuera sobre el piso y las paredes.


Me noto rara, quiero estar en mi habitación y por extraño que parezca, me siento incomoda al no tener la espalda de Pedro pegada a la mía. Supongo que luego de todo un año de dormir así, uno se acostumbra.


Eres una maldita zorra ambiciosa.


Abrazo la mullida almohada que se encuentra a mi lado e intento reprimir los deseos de llanto que invaden cada centímetro de mi cuerpo.


No lo lograré. Soy una estúpida, siempre lo fui.


No lloro por lo de ‘maldita ambiciosa’, porque al fin de cuentas lo soy, pero lloro porque me dijo ‘zorra’. No sabe lo que significa esa palabra y cuando lo descuba se arrepentirá de habérmela dicho. Lo odio, en este preciso momento lo odio.


Me pongo de pie luego de rendirme, no logro conciliar el sueño. Ya son las dos de la mañana, aun tengo los ojos hinchados y la rabia en la boca del estomago. Me dirijo hacia la ventana y observo el jardín de la casa. Todo se ve tenuemente iluminado por los faroles blancos ubicados en algunos puntos específicos. Adoro ese jardín y nunca puedo disfrutar de él como realmente es debido.


Oigo pasos que resuenan sobre el piso y sé que es Pedro.


Tal vez viene a hacerse el esposo arrepentido, pero no pienso ceder. Lo odio.


Corro hacia la cama y me cubro con las sabanas, no quiero hablar, no quiero discutir, no quiero verlo porque sé que si lo hago diré y haré cosas de las cuales voy a arrepentirme luego.


Cierro los ojos y finjo estar dormida. Escucho que se detiene al otro lado de la puerta y la golpea levemente un par de veces.


– ¿Paula?–Lo oigo decir. No pienso responder. –Tenemos que hablar.


Hay silencio, él no dice nada, oigo sus pasos de un lado al otro en el pasillo. La puerta se abre muy despacio y la habitación recibe un poco mas de luz artificial proveniente del corredor excesivamente iluminado.


Él se acerca con cautela, como si supiera que voy a morderlo en cualquier segundo. Me relajo, respiro, pienso cosas bonitas y no abro los ojos para nada. Tiene que funcionar. Me percato de que está parado delante de mí a solo unos centímetros, está observándome, registro su mirada clavada en mi cara. Eso me molesta, me hace sentir más incómoda aun.


Se pone de cuclillas muy lentamente, ahora su rostro está frente al mío. Su respiración roza mi cara y su mano palmea mi brazo dos veces.


–Paula. –Dice en un susurro. Me hago la dormida y me volteo hacia el otro lado. Ya lo he dicho, no quiero hablar con él, si lo veo y recuerdo lo que dijo me pondré a llorar como estúpida otra vez y no quiero eso.


Él suspira y luego se sienta en la cama, el colchón se hunde un poco y siento como su mano acaricia mi espalda lentamente, luego coloca su dedo índice sobre mi columna vertebral y lo desliza hacia arriba con delicadeza. Abro los ojos perpleja. Eso me excita, ¿Qué está haciendo? ¿Pero qué…?


–Sé que no estás dormida. –Murmura apartando algunos mechones de cabello de mi cara. Es extraño lo que sucede, pero noto en su voz un tono dulce y arrepentido. Sí, eso es, arrepentimiento por la idiotez que me dijo, está arrepentido porque sabe que yo tengo la razón, siempre la tengo. Quiere solucionarlo todo para seguir aparentando ser la pareja perfecta que todos adoran.


Me muevo un poco y aparto su mano de mi espalda, quiero que comprenda que no tengo deseos de soportarlo, pero insiste. Ahora acaricia mi cabello y debo admitir que la sensación me gusta. La culpa lo consume y sus caricias me provocan algo extraño.


–Te oí hablar con mi tío. –dice en un susurro. Su voz no suena como siempre, parece distinta. –Tú no eres el problema, Paula. A veces creo que nosotros mismos lo somos. Si pudieras abrir un poco los ojos te darías cuenta de muchas cosas.


–No me vengas con excusas tontas y lárgate de aquí, no quiero verte. –Digo fríamente. Él aparta su mano de mí y se pone de pie.


–No debí decir lo que dije y lo lamento. –Se disculpa. Al principio me parece que habla con sinceridad, pero luego recuerdo que soy una maldita bruja y no le creo. No caeré jamás ante su manera de resolver las cosas.


–Me llamaste zorra, Pedro. –Murmuro sentándome en la cama. Clavo mi mirada en la suya, hay algo extraño en el ambiente y no sé que es. Lo observo por unos segundos. Se dio un maldito baño y solo lleva el pantalón de piyama que utiliza de vez en cuando para dormir. Veo su torso y me maldigo a mi misma ¡me gusta su piel, me gusta su cuerpo!


Recuerdo lo que sucedió en nuestra habitación y siento una punzada familiar en mi feminidad. No, ahora no.


–No sabes lo que significa ser una zorra, yo no me acuesto con todos los hombres que veo. En el último año tuve que conformarme contigo y contuve mis deseos de no hacerlo con otro. –Musito cruzándome de brazos. Él me observa y piensa lo que me responderá, pero sé que no sabe que decirme.


– ¡No me digas eso, Paula! –Agrega saliéndose de control, me toma del brazo y me jala hacia su dirección. Debo ponerme de pie o me caigo, choco con su torso y luego pongo mis manos sobre su pecho para apartarlo, pero no lo logro. – ¡Eres mi esposa! ¡Solo conmigo! ¿Entiendes eso? –Pregunta acercándome a su rostro.


–Suéltame.


Lo aparto de mi y doy un paso hacia tras.


–Solo conmigo. –Susurra otra vez como si quisiese dejarlo muy en claro, pero no se lo creo.


–No me vengas con el cuentito, porque sé que tú te revuelcas con las que se te antojen y te ríes en mi maldita cara.


– ¿Qué estás diciendo? –Pregunta sorprendido. Además de eso parece ofendido. No puedo creerlo.


–Sabes de lo que hablo.


–Paula, por favor, no hagas esto. –me pide dándose por vencido.


–Tus viajes de negocios no son solo viajes de negocios, ¿verdad? –Cuestiono a mi defensa. Hablar sobre esto me enfurece.


–Jamás te he sido infiel, nunca. –Asegura ofendido.


Me rio en su cara. No le creo.


– ¡Mientes! –Afirmo acercándome a su rostro. Claro que miente, todos los hombres mienten.


Él me intercepta de la cintura y me aferra a su cuerpo, me toma del mentón con una mano y hace que lo mire a los ojos. Es dominante, rudo y sexy. Me sorprende, ¿Qué sucedió con el Pedro de tres semanas atrás? ¿Qué sucedió conmigo? ¿Por qué me excita tanto? ¿Por qué me siento extraña?


Comienzo a sentir que la temperatura asciende y eso no es bueno. No ahora.


–Jamás te he sido infiel, Paula. Los viajes de negocios, son viajes de negocios, maldición. ¿Porque buscar a otra cuando te tengo a ti? Mi esposa. El día que nos casamos ya sea por dinero o lo que tú quieras, le juré a Dios y a todos los presentes que te respetaría en todas las formas posibles y que te sería fiel, ¿ves esto? –pregunta enseñándome el dedo anular de su izquierda, ahí está ese anillo plateado. –Yo cumplo mis promesas.


Carajo, me dejó con la boca abierta.


Trago en seco. Su respuesta me sorprende y tenerlo tan cerca de mí me hace querer golpearlo. De verdad que esto es extraño. Nos peleamos por algo que ni siquiera me importa.


– ¿Y tú? –Me pregunta. Frunzo el ceño sin comprender a que se refiere. – ¿Tú has cumplido tu promesa? –Cuestiona mirándome directo a los ojos. Ahora me doy cuenta que me gustan sus ojos. –Tienes la oportunidad de ser sincera y de decirme la verdad. –Balbuceo antes de decir lo que quiero decir, pero me muerdo la lengua y respondo como es debido.


–Claro que cumplo con mi promesa. Prefiero soportare toda mi vida antes que perder mi dinero. –Musito cruelmente. 


Él aparta la mirada y luego me suelta. Lo oigo suspirar y rápidamente veo como pasa sus manos por su cara.


–Regresa a nuestra cama, te lo suplico. –Brama con desespero. – Mi tio está muy preocupado y no sé qué excusa inventarle.


Claro que no lo sabe. No tiene nada que decir porque si intenta explicar la mentira será cada vez más grande, como una inmensa bola de nieve que no para de crecer. En eso se basa nuestro ‘perfecto’ matrimonio. Las mentiras, las excusas, las falsas sonrisas, todo eso sirve para describir lo que realmente somos.


–Dile que eres un maldito imbécil que me utilizas como objeto sexual para luego insultarme y, ya que estás en ello, dile también que lo nuestro es toda una mentira para que pudieras heredar la maldita fortuna Alfonso de una vez.  ¡Hazlo!


Veo su mirada gélida intentando asesinarme en su subconsciente.


– ¡No exageres! –Exclama elevando el tono de voz.


–Dormiré aquí hoy ¡vete! –Grito señalando la puerta de salida. Él permanece de pie y yo cruzo la habitación y me acuesto en la cama. Que haga y que diga lo que se le dé la maldita gana, no me importa. Apago la luz y luego intento cerrar los ojos, pero no lo logro. Su presencia me molesta. 


Sé que está viéndome.


Lo veo acercarse al otro lado de la cama. Lo miro dubitativa y noto como se quita los pantalones y queda solo en ropa interior negra.


– ¿Qué haces? –Pregunto rápidamente.


–Mi lugar, está donde mi querida esposa esté. –Responde encogiéndose de hombros.


–No quiero dormir contigo. –Espeto para fastidiarlo. Quiero que se aleje. Sigo muy molesta, tal vez me muera molesta con él por las estupideces que me dijo.


–Yo si quiero dormir contigo y lo haré. –Asegura. Luego se acuesta a mi lado y me da la espalda. Cierro los ojos y respiro, respiro, respiro… pero el enojo no se va. Cuento hasta diez… hasta veinte y sigo hasta que me calmo un poco. Quiero asesinarlo ahora mismo.


–Vete, Pedro.


–Duérmete, Paula. –Me dice con cinismo. Maldigo en mi mente y luego me volteo hacia el otro lado. Estamos espalda con espalda, como todas las malditas noches del último maldito año. Me muevo un poco para estar más cómoda, recuerdo que tengo aun la bata de seda encima y me la quito. La arrojo a algún lado y quedo completamente desnuda bajo las sabanas. Pedro se voltea e inclinando su peso en un brazo acerca sus labios a los mío. Me besa castamente y luego de recibir esa sorpresa, nuestras miradas se encuentran en la oscuridad.


–Descansa, preciosa Paula. –Me dice con voz de terciopelo, luego me mira, me mira y su pulgar acaricia mi mejilla. No sé qué hacer. No puedo moverme, no puedo respirar. Estoy acorralada. –Me encantan tus ojos, Paula. Deberías abrirlos de vez en cuando y ver lo que sucede entre nosotros, lo que sucede conmigo…


Dicho esto me sonríe cortamente y luego me da la espalda de nuevo. Me quedo perpleja. ¿Qué me quiso decir?






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