viernes, 25 de agosto de 2017

CAPITULO 3 (PRIMERA PARTE)




Pedro toma mi mano rápidamente y ambos sonreímos a su dirección. Debemos parecer emocionados y sorprendidos.


Coloco mi máscara invisible y mi Paula interior sale al escenario. Marchamos hacia ella y las puertas se abren. Pedro cubre mis ojos y luego acerca a su boca a mi oreja por segunda o tercera vez.


–Quiero que te sorprendas. –Dice con el tono de voz amable. No protesto. Cierro los ojos y siento su mano sobre mi rostro. Nos movemos hacia delante y escucho el leve clac de las puertas abriéndose.


Caminamos unos pasos más, mis tacones resuenan sobre el suelo y oigo una agradable música de fondo. Pedro quita sus manos de mis ojos y al abrirlos me quedo pasmada. No tengo palabras suficientes para describir lo que veo. Todo esto es… no sé qué decir.


El salón es amplio y excesivamente blanco. El techo es colmado por cuatro candelabros dorados que iluminan a la perfección el lugar y caen de manera descendiente hacia abajo. Hay más de treinta mesas con ubicación para diez personas en cada una, los manteles son blancos bordados con encajes y pedrerías brillantes, hay diamantes de fantasía esparcidos por diversas partes de las mesas, velas de tamaño medio ubicadas en los alrededores, los platos son de porcelana blanca y las servilletas tiene bordadas en una leve letra color lavanda las iníciales: P & P


Lo que más llama mi atención son los centros de mesa con una base de jarrón de vidrio semitransparente muy alto, que se eleva por encima de la cabeza de los invitados y se ve repleto de flores que son idénticas y en conjunto al de mi ramo de novia. Sonrío ampliamente, estoy muy impresionada, es magnífico, como siempre me lo imaginé. El color lavanda invade el lugar a cada centímetro, la iluminación se contrasta con la decoración y provoca un ambiente romántico y dulce.


La pista de baile está en el centro del salón y sobre ella se proyecta nuestros nombres, mientras que algunas luces de color rosa parpadean alrededor del amplio lugar.


– ¿Te gusta? –Pregunta con una sonrisa. Me volteo en su dirección con mi cara de asombro. Veo que Samantha sonríe y espera ansiosa para oír mis palabras. La verdad, no sé qué decir, es impresionante. El vestido, el lugar, el anillo de bodas, todo es excesivamente hermosos, como me gusta a mí.


Meneo la cabeza una y otra vez intentando buscar las palabras correctas, pero ninguna es la adecuada para expresar lo que siento. A pesar de que jamás creí que esto sucedería por un acuerdo, es perfecto y bello.


–Estoy impactada. –Logro decir perdiendo el aliento. Pedro sonríe ampliamente y la coordinadora del evento, también.


– ¡Oh, Paula, me alegra tanto que te guste! El señor Alfonso y yo hicimos lo imposible por sorprenderte. No sabíamos mucho tus preferencias, pero creo que funcionó. –Me dice con una sonrisa. Asiento con la cabeza y luego miro a Pedro. ¿Debería a agradecerle? ¿Ahora? ¿En público?


Me muevo nerviosa, pero no intimidada.



– ¡Oh, no sean modestos! ¡Están casados! ¡Me gustaría que se besaran! –Exclama con la voz un poco más aguda que antes. Lo observo por unos segundos y luego envío todo al maldito demonio. Es mi esposo ahora, puedo besarlo si quiero. Y si quiero hacerlo.


Me lanzo a sus brazos de manera desprevenida y él me toma gracias a un buen reflejo. Paso mis manos por detrás de su nuca y acaricio sus labios con los míos de modo desaforado por unos minutos. Me pongo de puntitas para poder sentirlo mejor y él me abraza por la cintura. El beso no va nada mal…


Nos separamos cuando el aire es escaso y hacemos contacto visual. Siento como mis mejillas arden y aparto a la mirada hacia otro lado. No puedo creer que acabé de besarlo de esa manera. Qué vergüenza.


– ¡Justo a tiempo!–Exclama en un agudo gritito la rubia de las tetas. Volteo mi mirada hacia el fotógrafo que se encontraba en la iglesia. Pedro toma mi mano de manera posesiva y permanece en silencio.


– ¡Deben tomarse las fotografías! Solo tenemos una hora hasta que la recepción comience. –Dice mirando el reloj de su muñeca. –Podemos comenzar ahora, así tendrás diez minutos para cambiarte de vestido, Paula.


Asiento levemente con la cabeza y sonrío fingidamente. El fotógrafo comienza a acomodar su cámara para las fotos de ambos y la organizadora del evento sale del salón y va a chequear que todo en el piso de recepción marche bien. Es una boda inmensa.


– ¿Cuántos cambios de vestido tienes? –Pregunta Pedro acercándose más a mí.


Elevo la barbilla y pienso mentalmente en todos los vestidos que escogieron por mí.



–El vestido de iglesia, luego el de recepción, luego el de la entrada al salón, el del primer vals y por último el de final de fiesta. –Le digo rápidamente mientras que cuento con mis dedos.


–Son muchos vestidos. –Me dice vagamente.


–Lo sé, tu madre y la mía no podían decidirse por dos vestidos y escogieron cinco.


–Eso significa que podré verte desnuda, cuatro veces. –Murmura por lo bajo. Le lanzo una de mis peores miradas y en mi mente pongo los ojos en blanco. Hombres… sé que soy hermosa, pero no es necesaria tanta obviedad.


–No veras nada si no quiero. –Aseguro.


Sonríe y posa su mano en la curva de mi cintura.


–Claro que lo haré. –Afirma. –Soy tu esposo.


Frunzo el ceño e intento contenerme. Si sigue hablando le partiré este estúpido ramo en la cara.


–No me importa. –Manifiesto.


–Bien. –Me dice.


–Bien. –Le digo.


–Bien, entonces. –Repite.


–Bien. –Le digo nuevamente y damos por finalizada la discusión.


El fotógrafo comienza a dar órdenes y Pedro y yo obedecemos como los excelentes novios que somos. La rubia aparece para ver la mini sesión de fotos y se ve que está emocionada. Claro, tener en su portfolio una boda con el apellido Alfonso debe ser lo mejor de su carrera.



Nos toman fotografías de diferentes posturas y ángulos, primero a ambos y hacemos de todo en ellas, incluso besarnos. Luego me toman fotografías a mi sola. De perfil, de frente, de costado, con el ramo, sin el ramo, sentada en la mesa principal, con el anillo de bodas, con el pastel, de espaldas, sentada de nuevo, recostada contra el enorme sillón blanco ubicado a un rincón, en la pista de baile, en el jardín… en fin, fueron los cuarenta minutos más  desgastantes de toda mi vida. Los pies aun me duelen a causa de los zapatos y cargar este enorme vestido, cada vez se me hace más fastidioso.


– ¡Ya terminamos con las fotografías! –Grita el chico con la cámara en dirección a la rubia que supervisa que todo esté bajo control. Ella corre hacia nuestra dirección y le echa un leve vistazo a su carpeta.


–Paula, tenemos veinte minutos para el cambio de vestido y retoque de maquillaje. –Musita rápidamente. 



Pedro toma mi mano y como si supiese lo que debemos hacer me dirige hacia las escaleras blancas de mármol en forma de caracol que se encuentran en la parte trasera del impresionante lugar. Sube rápidamente, pero no logro hacerlo del mismo modo que el.


– ¡Espera! –Grito desesperada. Piso mi vestido con mis zapatos y siento que voy a caer en cualquier momento.


Él se detiene y me observa mientras que subo los cinco escalones restantes que me quedan para alcanzarlo. Sonríe y luego los baja rápidamente. Me toma en brazos y me carga como si fuese una pluma. Sube las escaleras y yo chillo por el vértigo que me produce, él sonríe y suelta una risita.


–No te preocupes, no voy a dejar que te caigas. – pronuncia en un murmuro. Permanezco en silencio y trago el nudo que tengo en la garganta. Acaba de cargarme y debo admitir que eso fue algo muy dulce.


Llegamos a la suite para los novios y toma una llave de su bolsillo sin soltarme. Abre la puerta y camina hacia la inmensa cama que se encuentra en medio de la habitación. 


Me deja sobre el colchón con delicadeza y sonríe.


Se aparta hacia un lado, es obvio que la situación se ha vuelto algo incomoda. No quiero ni pensar cuando llegue el momento de dormir juntos o de compartir la misma casa. Sé que todo será raro.


Me pongo de pie, aliso mi amplia falda y luego me quito los zapatos. Los arrojo a un lado y me acerco al espejo. Aun sigo viéndome muy bien. Tal vez solo deba retocar un poco el rubor de mis mejillas y el brillo labial, pero eso puedo hacerlo yo sola. Él me observa desde el otro lado de la habitación con detenimiento, de una manera que logra desconcertarme solo un poco.


–De verdad, eres hermosa. – emite con los brazos cruzado a la altura del pecho. No debe intimidarme, pero lo hace. No me imaginaba este tipo de comentarios por mas verdaderos que sean. No creí que me lo diría tan… frecuentemente.


No respondo a su halago. No tengo nada que decir. Camino un par de pasos y observo el perchero con los restantes cuatro vestidos blancos que debo estrenar. Tomo el de la recepción y lo observo. Es tan hermoso como el primero. Corte sirena con tul en la parte baja, escote corazón y  pedrería en los bordes de él. Es elegante y perfecto.


Coloco mi brazo sobre la parte trasera del vestido que llevo puesto e intento quitármelo, pero sé que no lo lograré. Volteo mi cabeza en dirección a Pedro y veo como sonríe. 


Comprendió mi mensaje sin ninguna palabra. Eso es bueno, no tendré que gastar saliva en vano. Se acerca rápidamente y corre mi cabello a un lado. Dejo que mi mirada recorra el suelo y muevo mis manos nerviosamente a la altura de mi abdomen.


Él comienza a desabotonar los delicados botones y cuando percibo que el vestido comienza a aflojarse suelto un leve suspiro. Sus dedos se mueven sobre mi espalda y permanezco quieta en todo momento. El cierre comienza a bajar lentamente. Tomo la parte posterior del corsé para que no se vean mis pechos y luego me volteo hacia la dirección contraria.


–Gracias. –Digo en un susurro.


–Fue un placer. –Responde con la mirada cargada de felicidad.


Pierdo todo tipo de vergüenza y me desvisto delante de él.


Es mi esposo, sé que me verá así en cualquier momento, no estoy segura si sucederá esta noche, pero ahora somos un matrimonio y por más que no haya amor podemos tener sexo. Aún no me atrevo a hablar de ello, apenas lo conozco, pero sé que sucederá cuando llegue el momento.


Él me observa de pies a cabeza. Solo llevo la bombacha blanca de encaje y las medias blancas hasta la mitad del muslo del mismo material. Su mirada se detiene en mis pechos y luego de unos segundos asciende hacia mi rostro. 


No dice nada, parece perplejo. Intento reprimir todo tipo de deseos extraños y me volteo hacia el perchero. Tomo el vestido de recepción y luego él se acerca para ayudarme en completo silencio. Ya estoy lista. La celebración de la boda está a punto de comenzar.



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