viernes, 25 de agosto de 2017

CAPITULO 2 (PRIMERA PARTE)






Salimos de la iglesia y mi escote corazón se ve repleto de granos de arroz blanco. Ignoro todo tipo de sentimientos que me dicen que estoy molesta y tomo a Pedro de la mano.


Observo el cielo, no tengo mejor cosa que hacer. El día es gris, pero aun así no llueve. La celebración de la boda se realizará en un hermoso palacio ubicado en la zona céntrica de Londres. Sonrío y poso para las fotografías, escucho gritos de felicitaciones y alegría a mis espaldas. Hay demasiada gente. No los conozco, pero me conformo con saber que ellos si saben quién soy ahora. Avanzamos entre la multitud y voy recibiendo besos y abrazos de desconocidos que creen que soy la mujer más hermosa que han visto antes. Pedro parece demasiado feliz. ¿Cómo lo hace? Yo también intento fingir de esa manera, pero no lo logro del todo.
Señora Eggers. Ese es el título que me corresponde a partir de ahora. Bajo mí mirada mientras que caminamos hacia el coche lujoso que nos espera. Miro mi anillo de bodas. Es impresionante. Debe de valer más de medio millón de libras, es algo pesado, pero desde que nos comprometimos, luego de dos semanas de conocernos, me he acostumbrado a él. Jamás creí que él sería capaz de escoger algo de tan buen gusto.


– ¿Algún problema? –Cuestiona mirándome de reojo. Clavo mi mirada en la suya y sonrío con falsedad. Debo actuar de manera indiferente. Debe creer que todo está bajo control.


–No. –Respondo de manera tajante. – ¿tú tienes algún problema, cariño? –Pregunto acomodando el elegante moño de seda de su cuello. Mi acción le parece extraña, pero veo una media sonrisa en su rostro.


¿Siempre sonríe a medias?


–Solo sonríe y diviértete. –Espeta posando nuevamente para la cámara. –No será tan malo, como tú crees.


Paz, necesito paz, necesito que los gritos cesen y que todas las voces y risas de felicidad desaparezcan. Sé que no será tan sencillo. Aun me queda una larga y extensa noche por delante. Más de trescientas personas, mucho que tolerar y quiero sentirme preparada pero… no, un momento; Soy Paula Chaves, claro que estoy preparada para todo esto y mucho más. Estas personas jamás deberán intimidarme, por lo contrario, yo debo intimidarlos a ellos. Ahora soy mucho más y todos deben tener en cuenta eso.


–Sube. –Dice abriéndome la puerta. Tomo su mano y luego con cuidado de no pisar la cola de mi vestido me introduzco en el coche. Él me sigue y cuando las puertas se cierran los murmullos cesan. Al fin un poco de paz. Demasiadas personas, demasiados gritos de alegría. No me importa que estén felices por la boda, yo también estoy feliz, pero por mí, egoístamente por mi y nadie más. Arrojo mi ramo de flores color lavanda a un lado con desprecio y luego observo el paisaje gris al otro lado de la ventanilla.


Permanecemos en silencio por unos minutos. De repente el ambiente se vuelve tenso. Caigo en la realidad de la situación. Así será cuando lleguemos a nuestra casa. 


Silencios incómodos, nada por decir y ningún tipo de participación por parte de ambos para acabar con el tenso clima.


Suelto un suspiro y acaricio la falda de mi vestido corte princesa con apliques de encaje blanco y pequeños diamantes, diamantes de verdad, por todos lados. Podría decir que es el vestido de mis sueños, pero mi nuevo esposo jamás lo sabrá. No soy de admitir lo bueno que tengo y jamás reconozco mis defectos, supongo que ese es un defecto, pero no está admitido por mí, así que no tiene sentido alguno que lo diga.


La noche comienza a caer lentamente. Con el correr de los minutos la ciudad se ve inundada por luces de colores y personas que caminan de un lugar al otro evitando que las pocas gotas de lluvia los mojen.


– ¿Te gusta el vestido? –Pregunta distrayéndome de mis propios pensamientos. Muevo mi cabeza hacia su dirección y por una enésima de segundo pienso admitir que si me gusta el vestido, pero luego decido no hacerlo.


–No es la gran cosa. –Mascullo con desinterés, mientras que me encojo de hombros. Oigo una risita escapar de su boca y le lanzo una de mis peores miradas. No me agrada su actitud. Él escogió él vestido, él escogió el lugar y todo lo que implica una boda. No tomé ninguna decisión al respecto y eso hace que me sienta deplorable. No porque me interese esta estúpida boda, sino porque mis afanes de mujer demandante y autoritaria, desaparecieron en solo un mes de conocerlo.


–Sé que te gusta. –Me expresa algo divertido. Esconde su sonrisa debajo de su dedo índice y eso me molesta. –Es imposible que no te guste. –Resopla. No me agrada divertirlo, se supone que este no era el trato.


Regreso mi atención a la ventanilla y suspiro frustrada por enésima vez en el maldito día. Las cosas no van como me lo espero.


–Te ves muy bonita con el. –Musita como si estuviese incomodo al decirlo.


Mi Paula interior, sonríe.


Me sorprende que él lo admita, pero aun así sé que me veo hermosa, como siempre.


–Eso ya lo sé. –Susurro sin interés por lo que me dice.


–Estoy siendo sincero, te ves muy bella, Paula.


Al oírlo llamarme por mi nombre, fácil, sencillo, diferente y muy pocas veces visto, siento algo en mi interior. Me gusta como suena. Aunque su manera de pronunciarlo tintinea de modo impenetrable. Como si me regañara cada vez que lo dice.


–Gracias. Tú también te ves bien. –Agrego lentamente en un vago intento por parecer amable.


Él sonríe, pero no lo hace de buena manera. Sé que no se convence a sí mismo, pero estoy segura de que su autoestima es algo elevada, como la mía y pienso que sabe que se ve bien. No sé porque lo dije, no debí hacerlo, pero es demasiado tarde para arrepentirme.


– ¿Estabas nerviosa? –Cuestiona mientras que observa por la ventana. No sé que responder. La realidad de la situación me superó, pero no debo admitirlo.


–No. –Respondo cortante.


–Claro que lo estabas. –Afirma. – tus manos temblaban y titubeaste un par de veces antes de decir tus votos.


Lo miro de lado. No me agradan ese tipo de comentarios. 


Son molestos y para nada agradables. Estoy disgustada. Me cruzo de brazos e intento ignorarlo, pero es difícil.


–No estaba nerviosa. –Aseguro con el tono de voz cargado de enfado. No quiero que me hable, no quiero hablarle. 


¿Porque tiene que hacerlo tan difícil?


–Claro que sí. –Asevera con esa estúpida sonrisita en el rostro.


–No. Y fin de la conversación.


–No, aún no terminamos de hablar.



–Claro que sí. –Afirmo.


–Claro que no. –Me reta.


–Bien. –Respondo.


–Bien.


–Bien. –Musito como última palabra.


Por fin se queda callado.


Sonrío en mi interior. Con esas palabras le doy fin a la absurda conversación. Paula, uno, Pedro, cero.


El coche avanza por las calles de Londres. Aún no hemos llegado y sí, estoy nerviosa. Es difícil fingir algo que no sientes, pero en mi funciona lo suficientemente bien. No quiero que nadie note que aquí hay algo más.


–Creí que usarías velo.


Pongo los ojos en blanco porque sé que no me ve. ¿No se calla nunca? Me molesta que esté hablándome. Sé que intenta que funcione, pero estoy perturbada y no quiero escucharlo


–Te dije que no sería una boda tradicional. –Espeto rápidamente. Mi mal humor es palpable incluso a miles de kilómetros. Él lo sabe, pero yo también sé que debo soportarlo todo hoy. Ya mañana podré arrojarle algo a la cabeza.


–Sí, y yo te dije que deberíamos hacer lo posible por hacer que esto se vea real. Pero no creo que haya funcionado.


– ¡Claro que funcionó! –Espeto más que molesta. Al demonio lo que diga, por mi que se vaya al maldito demonio. 


Estoy más que alterada.


–Paula, no grites. –Me ordena elevando el tono de voz.


¿Quién demonios se cree que es? Ah, claro, es mi esposo y cree que ahora puede gritarme, pues yo también grito.


– ¡Claro que grito! ¡Gritaré todo lo que quiera!


–No tuviste damas de honor, no quisiste tiara, no leíste tus votos de manera convincente, no tienes velo, no quieres arrojar el ramo y tampoco vas a cortar el maldito pastel en la maldita boda. ¡Eres impertinente!


Hago una mueca completamente ofendida. No puedo creer que haya dicho eso.


– ¿Yo, impertinente? –Mi voz se vuelve aguda y me siento insultada. Esto no comienza de buena manera.


–Sí. Eres impertinente y exasperante. Solo complicas más las cosas. –Dice duramente.


Golpeo la falda de mi vestido en un brusco intento por desechar todo mí mal humor y mi enfado. Él no hace nada al respecto y se comporta como un maldito idiota. Quiero estallar en mil pedazos, desaparecer de la tierra, pero no puedo. Sé que obtendré el lado bueno de toda esta mierda. 


El, amor, el cariño, los buenos momentos… no me interesan. 


Solo lo hice por dinero, dinero que será mío en unos meses y nada más me importa. Debo ser fuerte y soportarlo. Sé que no es una mala persona, pero yo si lo soy y eso podrá arruinarlo todo.


El coche se detiene frente al gran palacio en el centro de Londres. Pedro se baja sin decir nada, luego toma mi mano y me ayuda con el vestido. Recojo mi estúpido ramo al salir y cuando sé que debo decir gracias, no lo hago. Es mi esposo, tiene que hacerlo, debe ser amable. Además, aun sigo enojada. Sé que siempre será así, este hombre logra sacarme de quicio, ¿Qué paso con el guapo y sonriente empresarios que se encontraba en la oficina de mi padre, un mes atrás?


Samantha, nuestra organizadora de eventos, sale corriendo desde el interior del lujoso hotel con una carpeta entre sus manos. La veo cansada, pero aun así sonriente. Me desagrada su actitud de superioridad, pero hace bien su trabajo. La iglesia estuvo hermosamente decorada para la ocasión.


– ¡Al fin llegan! –Exclama abrazándome a mí con dulzura.


Finjo la mejor sonrisa en mi rostro y acepto su cordial y muy desagradable saludo. No me gusta el contacto con gente así.



Luego repite la misma acción con Pedro y este sonríe complacido. Frunzo el ceño ante la inquietante idea de pensar que ella se ve bonita.


La observo con desaprobación de arriba hacia abajo.


Luce un vestido negro ajustado con escote en v que deja ver la línea de sus senos. Tiene tacones altos y el pelo lacio que le cae alrededor de los hombros. No, ella no es competencia
soy hermosa, tal vez sea la más bella de la fiesta y lo seré todo el tiempo que quiera. Ella no me intimida.


– ¡Vamos a ver el salón! –Exclama tomándonos a ambos, mientras que nos arrastra escaleras arriba. –Todo ha quedado hermoso, es muy elegante y además tiene el toque femenino que querías, Paula. Las mesas, las sillas, todo se ve estupendo y el pastel tiene diez pisos como deseabas, Pedro. –Murmura alegremente.


Frunzo el ceño. Miro a Pedro con incredulidad. ¿Diez pisos? 


¿Para qué tantos?


Él me observa y se encoje de hombros. –Me gustan los pasteles.


–Sí y también te gustan las tetas de esa. –Digo en un susurro señalando con la cabeza a la rubia que va delante de nosotros con prisa. Él sonríe y me mira de reojo.


– ¿Celosa, señora Alfonso? –Pregunta con descaro. Me rio incrédula. Nunca en mi vida, jamás.



–En absoluto. –Respondo con desprecio y acelero el paso. 


La rubia camina demasiado rápido en ese vestido negro y no parece recordar que llevo un vestido de casi siete kilos encima.


Mientras que nos movemos el acorta la distancia entre ambos y posa sus labios sobre mi oreja. Me paralizo por dentro, pero sigo concentrada en el ruido de mis tacones sobre el piso.


–Tus tetas deben ser mucho más lindas, mi cielo. –Susurra con una sonrisa traviesa.


Oh, no. No funcionará conmigo.


–No es necesario que lo digas, eso ya lo sé. –Espeto rápidamente. Lo dejo con la boca abierta, no se esperaba esa respuesta, pero solo soy sincera conmigo misma, soy más bonita que ella, tengo el cuerpo más hermoso y definido que el de ella y mí cabello no es teñido. Llevo mucha ventaja. Soy perfecta, ella no.


Seguimos caminando por el interior del hotel. Está completamente vacío, reservado únicamente para nosotros y los familiares alemanes de Pedro que pasaran la noche en el lugar


– ¡Ya llegamos! –Exclama delante de las puertas blancas de madera tallada a mano.






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