viernes, 25 de agosto de 2017
CAPITULO 1 (PRIMERA PARTE)
Señora Alfonso
Salgo de la habitación. Me tiemblan las piernas, mis manos sudan y seguramente mi cara está roja. No sé qué hacer.
Siento pánico. Quiero correr, gritar, llorar…
¿De verdad voy a hacerlo?
No estoy lista para esto, no creí que sucedería de esta manera, pero es la única solución. Puedo verme segura, caminar derecha y con elegancia, pero por dentro sigo siendo la misma niñita asustada de antes. Voy a casarme con un desconocido en la maldita intimidad, con alguien que no conoce mis gustos, mis disgustos o mis innumerables caprichos. ¿Cómo debo reaccionar ante esto?
–Camina derecha, maldita sea. –Me ordena mi madre que viene detrás de mí con mala cara, mientras que me ayuda con el inmenso vestido. Enderezo mi espalda, elevo la barbilla y sostengo la mirada hacia un punto fijo. Llegamos al gran pasillo y las puertas aun están cerradas. Se oye un leve murmullo al otro lado. Laura, la sobrina de mi futuro esposo, ya se encuentra ahí, de la mano de su madre. Luce un vestidito blanco hermoso con una canasta de mimbre entre sus manos, cargada por pétalos de rosas blancas. Le sonrío y ella a mí. La niñita no me agrada, pero debo fingir que soy amable.
– ¿Estás nerviosa, Paula? –Pregunta la hermana de mi futuro esposo, mientras que acomoda el cabello de su pequeña hija. Intento sonreír, pero fracaso rápidamente.
–Sí, estoy algo nerviosa. –Le digo en un susurro. La sonrisa de mi rostro se desvanece, ella se acerca y me da un abrazo innecesario. No me agrada que lo haga, pero tengo que fingir que soy una buena persona.
–Se acabó el momento emotivo, se nos hace tarde. –Espeta mi madre cortando todo tipo de situación afectiva.
Mi madre desaparece junto con mi futura cuñada. Ahora estoy sola con la niñita. Solo faltan unos segundos. Estoy nerviosa.
Mi padre aparece de la nada y toma mi brazo. Continúo en silencio. Debo hacerlo, no hay otra opción. Prefiero vivir al lado de un extraño que asumir mi situación actual.
Las puertas se abren cuando la canción melódica de bodas comienza a sonar. Laura camina lentamente y yo también. En realidad creo que ni siquiera me muevo.
Los invitados se ponen de pie y voltean sus cabezas hacia mi dirección. Tengo que sonreír, se supone que soy feliz, que lo amo y que él me ama a mí. Aunque es una mentira, lo será siempre, pero prefiero vivir engañando a los demás, es mucho mejor que enfrentarme a mí misma, a mis miedos, a mis miles de temores…
Solo de pensarlo me estreso. El camino hacia el altar es extenso. Apenas diviso al alto y atlético tipo que me espera el otro lado de la iglesia. Mi padre me acompaña y parece emanar felicidad por donde lo mire. Soy buena actriz, puedo demostrar seguridad y alegría al mismo tiempo, tengo miles de máscaras y en el día de hoy tengo que utilizar la de novia feliz.
–Todo saldrá bien. –Me dice mi padre en un leve susurro sin desarmar la sonrisa de su cara. –Él es un buen hombre, tal vez sea perfecto para ti.
Eso espero, solo deseo que todo salga bien o las cosas serán aún más difíciles.
-Ya no digas nada, papá. –le pido con voz cortante. –te dije que quería hacer esto y lo haré. No hay nada más que decir.
Lo miro de reojo y diviso como un nudo se forma en su garganta. No me siento mal por hacerlo sentir miserable. Soy así.
–Princesa…
–Solo sonríe. –Le ordeno cuando percibo que están tomándome fotografías.
Él se tensa y yo sonrío ampliamente aunque no me gusta haberlo perturbado. Se molestará y no me hablará durante todo el día, pero eso será mejor así, no sufriré tanto con todo este asunto. Estoy a solo unos metros, sigo moviendo mis pies, mis tacones me molestan y la cola de metro y medio del vestido me pesa. Todo se dificulta, pero no debo quejarme. Es un acuerdo, solo eso.
Nos detenemos. Sigo con la mirada clavada en un punto fijo.
La sonrisa se me borra de la cara y los pensamientos erráticos y sin sentidos se apoderan de mi mente por completo. Ya nadie me ve el rostro, pero sigo siendo el centro de atención.
Alfonso baja los tres escalones de mármol y luego toma mi mano. Su mirada es fría y calculadora, como la mía, él también sabe fingir muy bien la felicidad. Nos amamos, eso es lo que debe creer todo el mundo. Hay más de trescientas personas en la gran iglesia, todos lucen trajes finísimos y derrochan soberbia y dinero a cada respirar. Quiero ser igual que ellos. El sujeto con el que me casaré también lo quiere y es por eso que estamos aquí de pie, tomados de la mano, frente al padre que hará la ceremonia. No me va la religión, pero es una de las cláusulas y no debo quejarme, al menos no por ahora.
– ¿Lista? –Susurra levemente para que lo oiga.
Sonrío ampliamente. Es obvio que no me conoce. Muevo mi cabeza hacia un lado y cuando sé que el padre no me observa respondo:
–Siempre estoy lista.
Con el rabillo del ojo veo una media sonrisa en su rostro aunque no estoy cien por ciento segura. Me tenso por un momento y luego intento relajarme. Mierda, voy a casarme, voy a tener un esposo y todos me llamaran ‘Señora’. Aún me cuesta creerlo.
Oigo atentamente todo lo que el sacerdote dice, pienso en todo lo que implica un matrimonio real y siento miedo.
Sinceridad, compromiso, amistad, compasión, comprensión, atención, preocupación, amor, felicidad, fidelidad, respeto… son muchas palabras y mi cerebro no logra procesar todos los significados de cada una de ellas. Lo bueno de todo esto es que sé que lo nuestro no se basa en amor, cariño y todo lo que se está diciendo. Aquí no hay salud, ni enfermedad.
Nuestro matrimonio se fundamenta en obtener riquezas y evitar pobrezas. Para eso nos casamos. Para eso me caso. Aún no comprendo porque él lo hace. No necesita dinero más del que ya tiene.
Es el momento de leer los votos. Tiemblo por dentro. Su mano toma con firmeza la mía. Parece relajado y sereno.
¿Por qué no estoy relajada? ¿Qué me ocurre? Esta no es la Paula Chaves que todos conocen.
–<<Tal vez porque no eres la Paula Chaves, que todos creen que conocen>> –Me dice la voz de mi conciencia.
Miro de reojo hacia el público. Veo a mi madre que me hace señas con sus dedos en su boca para que sonría. Lo hago y suspiro. Necesito calmarme. Soy perfecta, hermosa y no debo sentirme intimidada por todas estas personas. Cuando acabe con los votos seré superior a ellos.
Ambos nos volteamos de frente y choco con su mirada.
Tiene los ojos castaños muy claros, los rasgos de su rostro son duros y afilados, pero hacen que se destaque la leve barba también castaña de varios días. Debo admitir que se ve bien. Justo como la primera vez que lo vi.
Suspiro nuevamente, luego tomo sus manos y comienzo a recitar los malditos votos que están grabados en mi mente. Cada palabra debe ser dicha a la perfección, no puede haber errores, no en un momento como este.
Minutos después acabamos con todo este teatro de palabras sin sentido. La madre de mi futuro esposo llora y busca consuelo en los hombros de su esposo. Mi madre sonríe como la arpía que es, sabe que lo consiguió, sabe que lo logramos y los demás invitados esperan con ansias el gran momento.
–Paula Chaves: ¿aceptas a Pedro Alejandro Alfonso como tú legitimo esposo para amarlo y respetarlo hasta el último día de tu vida?
Lo miro a los ojos. No puedo mover mi boca. Me siento paralizada
Él aprieta mi mano con fuerza y parpadeo un par de veces, estoy volviendo a la realidad. Es el fin…
–Acepto.
Terminamos con todas las cursilerías de los anillos, el discurso, y nos besamos. No quiero hacer la escena frívola, así que lo tomo del cuello y le planto un beso a sus labios con toda pasión y alegría. Muchas veces me sorprendo de lo buena que soy mintiendo y sintiendo cosas que en realidad nunca sentí. Pedro se nota algo sorprendido, pero intenta seguirme. Mejor no describo como besa, tengo solo pensamientos egoístas en mi cabeza. Cuando oigo los aplausos y el estallido de felicidad de los demás, me separo de él. Nos miramos a los ojos por unos segundos y luego nos volteamos con sincronía en dirección a todos los presentes y sonreímos ampliamente.
–Esa fue una grata sorpresa, mi cielo. –Murmura con una cínica sonrisa.
–Acostúmbrate. Suelo sorprender, siempre. –Le espeto de manera desafiante.
–Es solo un acuerdo, que no se te olvide, cariño. –Me dice al oído con disimulo, mientras que posamos para una foto. –Si te enamoras de mi, estaremos en problemas.
Me toma de la cintura con delicadeza y me acerca a su cuerpo. Ambos sonreímos y el flash de la cámara se dispara rápidamente cegando mis ojos.
–No se me olvida, cariño. –Respondo en el mismo tono sarcástico y egocéntrico que él utilizó anteriormente. –Eso no sucederá. Quiero tu dinero, no a ti.
Aprieta mi mano fuertemente como un regaño, pero lo ignoro. Me molesta que haga eso, aunque sé que será la primera y última vez. Lo hace para molestarme y no le conviene verme molesta. Aún no me conoce y cuando lo haga será demasiado tarde. Ambos sabemos que es la verdad. Ahora sí, soy rica, vuelvo a ser rica y eso es lo único que me hace feliz.
Paula Alfonso, ahora soy Paula Alfonso.
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