sábado, 26 de agosto de 2017

CAPITULO 4 (PRIMERA PARTE)





Tres semanas, hace exactamente tres semanas que no me toca. Y no me importa. Jamás lo hemos hecho de la manera correcta. Ambos somos muy diferentes en ese aspecto y eso me ha ayudado a entender que tal vez no somos lo suficientemente compatibles. La relación no funciona. 


Siempre acabamos rápido y no disfrutamos de lo que debemos como es debido. Sus besos son fríos, los míos también lo son y eso no ayuda a que la situación mejore. 


Todo es fingido y de mala manera. Es una obligación. Estoy completamente insatisfecha. Y aunque jamás hemos hablado del tema, sé que él también lo está.


No le dirijo la palabra desde hace varias semanas, porque no me interesa hacerlo. Ya no tenemos ningún tema de conversación, lo poco que podíamos hablar en un año se fue
consumiendo lentamente. Incluso sobrevivir al desayuno se hace difícil. Oírlo es aburrido, verlo no me genera nada especial y pensar en él y en lo poco que nos conocemos me hace sentir deplorable, vacía...


Aún no sé por qué me necesita tanto, solo comprendo que debo guardar las apariencias y conformarme con lo mucho que tengo y con lo poco que él me da. Todos creen que somos un matrimonio perfecto, aunque ambos sabemos que entre nosotros solo hay un acuerdo y sexo casual de vez en cuando.


Sexo casual… eso no es suficiente. La primera vez que lo hicimos creí que funcionaría, pero ambos nos equivocamos.


Me miro al espejo. Estoy perfectamente vestida, como casi todas las mañanas. Si fuese una persona corriente, seguramente estaría desayunando a las corridas y tomando mi bolso de camino a la oficina, pero por suerte, mi vida no es así. No trabajo, él no me deja hacerlo.


Eres mi esposa, no tienes necesidad de trabajar.


Me alegro, porque tampoco quiero trabajar. Es mejor vivir mi vida llena de goces y gastos que estar encerrada en una aburrida oficina firmando contratos con españoles, italianos y rusos como él lo hace. Vivo la vida de una reina y me la paso de compras y citas en el spa y salón de belleza. No tengo un límite en mis tarjetas de crédito, pero aun así, con todo lo que el dinero puede comprar, me siento vacía…


No dejo de ver mi reflejo. Hay algo diferente en mí, no soy la misma mujer de un año atrás, no me siento feliz, no me siento especial, no me siento viva.


Soy consciente de que poseo una belleza pocas veces vista.


Suena egocéntrico y engreído, pero es la verdad. Si no fuera hermosa, no tendría lo que tengo. Muchos me desean y de todos esos hombres que quieren tenerme saben que solo uno puede aprovecharme al máximo y la ironía de la situación es que él no lo hace.


No hablo de sentimientos, amor o cariño. No es necesario, pero si al menos mi esposo y yo tuviéramos sexo divertido de vez en cuando, todo sería diferente.


Recorro el extenso y lujoso pasillo de la mansión y bajo las escaleras de mármol blanco. Vivo en un palacio, tengo dos o tres empleados a mi disposición, cambio el modelo de mi coche cada tres meses, obtengo lo que quiero, cuando quiero y como quiero, pero sigo sintiéndome vacía.


No tengo vida. No una vida real.


Llego al elegante comedor y las muchachas del servicio se mueven en sincronía para zarandear mi silla a un lado y servir el zumo de naranja en el vaso de vidrio.


–Buenos días, señora. –Murmuran con algo de miedo una de mis mucamas.


–Buenos días. –Digo sin ánimo alguno.


Ellas tal vez deben pensar que soy una bruja, una despiadada, pero así me siento. No suelo tratar bien al personal, no se me apetece hacerlo. Y más si me llaman ‘señora’. Me hacen sentir como una vieja. Solo tengo veinticuatro, soy toda una adolescente aún y no me siento como una adolescente. A veces creo que llevo la aburrida vida de mi madre.


No debo quejarme, no debo quejarme, es el título que me toca.


Señora Alfonso, soy la señora Alfonso. Esposa de un alemán millonario que vive en Londres


Miro mi plato y frunzo el ceño al ver los huevos revueltos. No tengo ánimos de comer eso, ni siquiera deseo comer. Bebo un poco de jugo y mi ‘perfecto y amado’ esposo aparece en el salón.


Luce su traje gris, típico de todos los días. Cabello castaño oscuro muy inusual en un alemán, ojos color caramelo y una mala cara, que es la misma de todos los días. Es lo de siempre.


Se acerca a mí y me da un casto beso en los labios. Es frío, seco y para nada cariñoso.


– ¿Cómo has amanecido? –Pregunta intentando parecer dulce, pero advierto como fracasa en cada una de sus palabras. Mueve su mano y acaricia mi mejilla en un vago intento por parecer amoroso. Dejo que lo haga, hay gente observando.


Sonrío.


–Muy bien, cariño. –Respondo acorde a su tono. – ¿Cómo has amanecido tu? –Lo interrogo para parecer amable. No tolero ser amable todo el tiempo, pero tengo que hacerlo. 


Los empelados nos observan, ¿Por qué siguen ahí?


Ambos somos conscientes de que el personal del servicio está presente y por más que no sea de su incumbencia, estoy segura de que las paredes de la cocina oyen barbaridades con respecto a nuestro falso matrimonio.


Él responde vagamente como suele hacerlo todas las malditas mañanas. Yo finjo que oigo lo que dice y las mucamas recargan mi vaso con más zumo unas dos veces. 


Es aburrido, deplorable, insoportable.


Me siento más vacía que nunca.


–Recuerda que a medio día, mi tio vendrá a visitarnos. –Me advierte con tono amargado. Asiento con la cabeza. No hay nada que decir con respecto a eso. Solo debo aceptar lo que sucederá. No puedo quejarme, no aún.


Nada mejor que tener que soportar a un tio viejo, gordo y seguramente desagradable como él. Es lo único malo de todas las familias adineradas que trabajan juntas. Las reuniones no suelen ser en oficinas normales y al parecer las anfitrionas deben ser las esposas. Es decir yo.


Maldigo a Pedro en silencio.


Se pone de pie una vez finalizado el desayuno. Me besa otra vez en los labios, acaricia mi mejilla con su dedo índice levemente y se marcha por la puerta principal de la mansión.


Sonrío para mis adentros. Tengo todo el día para mi sola, lo veré en el almuerzo y será la media hora más frustrante de mi vida, pero me reconforta saber que aún me queda todo el día para disfrutar de mi soledad.


–Recojan todo esto de prisa y luego preparen la habitación de invitados. –Ordeno inmutable en dirección a las mucamas que me ven como si fuese a morderlas.


–Sí, señora Alfonso. –Responden ambas al mismo tiempo.


Me pongo de pie y salgo de la habitación. Es un día lluvioso de jueves por la mañana y no hay nada mejor que salir en mi coche a hacer algún paseo hasta el medio día. No quiero ni pensar en las visitas. Al menos me reconforto al saber que solo será poco tiempo.









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