miércoles, 30 de agosto de 2017
CAPITULO 19 (PRIMERA PARTE)
Sonrío y luego me bajo del coche. El clima es pesado y cuando creo que lloverá no sucede. Camino hacia la acera húmeda y observo a mí alrededor. Hay mucho verde y unas cafeterías y tiendas al otro lado de la calle. Comienzo a andar y distingo todo lo que rodea con detenimiento. Tengo cuidado de no caerme, no soy torpe. Jamás lo fui, pero mis tacones resbalan y la cerámica que piso ahora, no es de mi agrado. Hago un par de pasos y paso frente a una pequeña cafetería, tiene algunas mesitas redondas en la parte de adelante y el interior es muy agradable, decorado con colores libidos y claros, como el rosa pastel y los verdes y celestes un poco más fuertes, en la habitación anexa. Muevo mis pies para entrar, pero mi tacón resbala y siento como mi cuerpo cae hasta casi tocar el suelo. Ahogo un grito y percibo que dos fuertes brazos me rodean por la cintura.
Elevo la mirada hacia el hombre que me sostiene y el sonríe al verme. Es ese chico... El fotógrafo...
Hago contacto visual e intento recobrar la compostura. Me muevo y me pongo de pie, el me ayuda a levantarme. Me siento incomoda y humillada. Todos los clientes de la cafetería se voltearon a ver el espectáculo. ¡Ridículo! ¡Es completamente bochornoso! Acomodo mi vestido y coloco detrás de mi oreja algunos mechones de pelo.
–No te interpongas en mi camino la próxima vez, pero gracias. –Le digo con la mirada en alto. Veo una amplia sonrisa en su rostro.
–No fue nada. –Dice despreocupadamente. –Suelo salvar a damiselas en apuros.
Oh, dios…
Pongo los ojos en blanco, me desagrada por completo. No hay frase más estúpida y sin sentido que esa. Tan medieval y patético como él.
Desplazo mis pies hacia el frente, pero su brazo me detiene.
–Creo que ya nos conocemos. –Advierte insinuando que se quien es, pero sinceramente no recuerdo su nombre. Sí, nos conocemos, pero ¿eso que me importa?
–Lo sé. Lo recuerdo de la fiesta, pero francamente no recuerdo su nombre. –Le digo con el tono más frío que puedo pronunciar.
–Soy DamiAn O’connor. –Musita tendiendo su mano hacia mi dirección. No sé qué hacer, parecer descortés e ignorarlo, o hacer creer a todos estos extraños que soy una persona amable. Me coloco la máscara rápidamente. Sonrío y estrecho su mano firmemente.
–Soy...
–Paula Alfonso. –Dice interrumpiéndome. Me sorprende que lo recuerde. –No olvidaría tu nombre.
La situación, me resulta perturbadora. Hay algo en su mirada que baja mis defensas y deja que me intimide solo un poco.
No, Paula no se intimida jamás y menos con una persona como él. Americano, eso resume su acento. Desalineado, seguramente insolente y muy confiado de sí mismo.
–Bien, ya le di las gracias. Así que adiós.
Me volteo hacia el interior de la cafetería. Quiero un té, o algo caliente porque la temperatura disminuye y en cualquier momento lloverá.
Me muevo sin pensar en ese tipo y me siento en una de las mesas del fondo. El camarero llega rápidamente y ordeno algo de fruta, zumo de naranja y un café como pocas veces lo he hecho. Mi madre no dejo que probara bocado de nada, pero estoy sola y haré lo que se me dela maldita gana.
El chico me sonríe tímidamente y veo que se sonroja. Sí, soy hermosa, lo sé, pero no es necesario que se comporte así. Veo mi celular, pero no hay ni llamadas ni mensajes. Aún debe estar en esa reunión.
– ¿Puedo sentarme? – pregunta con una sonrisa. Suelto un suspiro. Elevo la mirada y lo veo de pie a unos pocos metros de mí.
–Soy casada. –Digo rápidamente y le enseño mi diamante blanco de más de un millón de libras que adorna el dedo anular de mi mano izquierda.
–Sí, ya me lo has dicho y es un hermoso anillo.
Se sienta como si lo que dije fuera una afirmación y suelta su cámara encima de la mesa con sumo cuidado.
–No tengo ninguna intención mala. Tú estás sola, yo estoy solo. No hacemos nada malo. –Espeta con obviedad.
Su actitud es molesta y hace que pierda el juicio, pero tiene razón. No tengo nada mejor que hacer.
– ¿Que le hace pensar que estoy sola?– Cuestiono con curiosidad. Su respuesta me genera intriga.
Se pone más cómodo y cruza ambas manos encima de la mesa. Me mira por unos segundos, examinándome y luego responde.
– ¿Estás sola?–Pregunta con una sonrisa de lado. Como si quisiese alterar el juego de palabras.
–Responda a mi pregunta.
–No creo que seas una mujer muy sociable.
–No lo soy. – afirmo. –Y no deberías estar aquí.
– ¿Tienes amigas?
–No le importa, y la respuesta es no, no las necesito.
Él suelta una risita y luego niega levemente con la cabeza.
–Lo supuse.
Elevo la mirada y lo observo no muy alagada por su actitud.
Quiero que se marche, pero si no lo hará lo haré yo.
El mozo aparece delante de nosotros y deja toda la fruta y el jugo que pedí delante de mí. Me pongo de pie y tomo mi bolso. Él se pone de pie también y me detiene tomando mi brazo con delicadeza.
–No voy a molestarte, solo quiero conversar. De verdad. No quiero problemas con tu esposo. –Me dice con la mirada llena de seguridad.
Suspiro frustrada y luego me siento en mi lugar. Permanezco en silencio y bebo un poco de té. Me observa de manera perturbadora y eso me molesta.
–Deje de verme. –Le digo lo más amable posible. Sonríe de lado y luego voltea su dirección al camero que se encuentra al otro lado del gran salón. Ordena algo que se encuentra en la carta y luego regresa su atención hacia mí.
–Lamento si me quedo como un estúpido viéndote, pero de verdad eres muy hermosa.
Sonrío y luego muevo un mechón de cabello de mi hombro.
–Lo sé. En eso si te doy toda la razón. –Le respondo con una mirada desafiante. Él sonríe y niega levemente con la cabeza.
Toma su cámara y luego comienza a pasar las de fotografías. Se detiene en una y sonríe. Por su mirada puedo percibir que se trae algo entre manos, pero no estoy muy segura de que. Quiere sexo, eso siempre lo supuse, pero no pienso dárselo y solo deseos saber qué es lo que esconde, porque su manera de ser es extraña y sé que quiere algo más de mi. Me enseña la pantalla de la Nikon y sonríe.
–Es una de las mejores fotos que he tomado en toda mi vida.
La fotografía en blanco y negro de mi perfil observando al horizonte se ve fantástica. Es digna de estar colgada en alguna galería o algo por el estilo. Quiero esa fotografía y sé quien también puede quererla. A Pedro le fascinara. Ya tengo dos sorpresas para cuando regrese, solo me falta una tercera y mi plan está completo.
–Tienes talento. –Admito como muy pocas veces lo he hecho, tomando la maquina y pasando mas fotografías.
Todas son de mujeres, hombres, niños. Es un fotógrafo de retratos y todos los que toma son en blanco y negro y son muy bueno.
– ¿Cuántos años tienes? –Pregunta tomándome por sorpresa. Su pregunta es descarada, inapropiada y sobre todo absurda. ¿Cuántos años tengo? Soy joven, hermosa y única. Mi edad es vivible a miles de millas.
Ladeo la cabeza y lo fulmino con la mirada. No me agrada esa pregunta.
– ¿Para qué quiere saber? –Cuestiono con el tono de voz severo.
–Solo curiosidad. –Musita encogiéndose de hombros.
El camarero se acerca a nuestra mesa y clava su mirada en mí. Sonríe tímidamente y luego e entrega un pedazo de pastel al fotógrafo y un café. Muy al estilo americano. Él se lo agradece y antes de que el chico se retire con la bandeja entre sus manos, me guiña un ojo.
Oh, dios. Pobre chico, debí matar sus ilusiones con una mirada, pero no lo hice.
– ¿Y bien? –Pregunta Damian distrayéndome de mis pensamientos.
– ¿Y bien, que? –Cuestiono confundida.
– ¿Cuántos años tienes? –Vuelve a preguntar. Pongo los ojos en blanco en mi mente, sabiendo que si lo hago sería desagradable y para nada femenino. Suspiro y bebo otro sorbito de té.
–Veinticuatro.
Sonríe de nuevo y mientras que come un pedazo de su pastel tomo mi celular y le envío un mensaje a Pedro que sé que lo molestará. Pero por mi bien, nadie lo mando a que me deje sola por tres malditos días.
*Un camarero acaba de guiñarme un ojo y es muy guapo*
Oprimo enviar y sonrío ampliamente. Eso lo molestará, pero yo me voy a divertir muchísimo. Dejo el celular a un lado y luego me concentro en profundizar la charla con este sujeto.
Se me acaba de ocurrir una brillante idea.
–Hago retratos desde los quince, ahora tengo veinticinco y estoy en Londres por una propuesta de trabajo en una importante empresa de fotografía. Espero poder conseguir el trabajo. Si lo logro viviré aquí en Londres.
Hablamos durante unos diez minutos aproximadamente sobre su trabajo. Quiero imprimir mi fotografía en tamaño gigante. Lo colgaré en el despacho de Pedro para que me observe cuando esté trabajando. Oh, sí. La Paula malvada que descansa en su camerino me sonríe de oreja a oreja.
Mi celular vibra y lo tomo rápidamente.
*NO JUEGUES CONMIGO, PAULA*
Suelto una carcajada y Damian me observa confundido.
Intento reprimir mi risa, pero es inevitable está enfadado por algo que ni siquiera es verdad y eso me hace muy feliz. Haré que se sienta un poco miserable. Pienso que responder y luego escribo:
*Oh, cariño. Lo siento, este mensaje no era para ti.
Pd: el camarero es guapo de todas formas. ;)*
Dejo mi celular otra vez y luego como un poco de fruta. Aún es media mañana y ahora si tengo deseos de ir de compras.
– ¿Piensa demorar mucho con ese pastel? –Pregunto sosteniendo mi mirada en la suya. El tipo come pastel como un niño de cinco años. Me recuerda mucho a Pedro. Parece saborear cada textura y eso me desespera. No puedo entender como comen tan lentamente.
–Ya casi acabo. Pero deja de llamarme de manera tan formal, solo dime Damian y háblame como si ya me conocieras, tu actitud me incomoda.
– ¿Mi actitud te incomoda? –Cuestiono frunciendo el ceño.
–Puede ser… –Dice de manera divertida. –Eres de esas mujeres que confunden a los hombres. Debes tener muy mal carácter.
¿Qué? Oh, no puedo creer que acaba de decir eso.
– ¡Americano, insolente! –Exclamo molesta. No puedo creer que acá de decirme eso. Estoy más que molesta. Que amalaya acaba conmigo si no es así, voy a matarlo. Yo jamás le desagrado a nadie, soy perfecta. Esto es absurdo.
– ¡Inglesa, vanidosa! –Espeta colocando su dedo índice sobe mi hombro como yo lo hice segundos atrás. Hago cara de espanto ¿acaba de decirme eso? no puedo creerlo. Él se acerca más a mí y su rostro se encuentra a casi tres centímetros del mío. Nos miramos fijamente por unos segundos. Esto no está bien. –No podré controlarme, voy a besarte y luego tendré que soportar que su esposo me rompa las piernas, pero sé que valdrá la pena.
Coloca su manos sobre mi mejilla y gracias a amalaya y todos los dioses, mi celular suena. Me aparto y corro la mirada hacia otro lugar. Tomo mi teléfono y veo que es Pedro. Trago el nudo que tengo en la garganta y luego intento no estar nerviosa. Damian me observa con cautela y parece avergonzado. Debería estarlo, intento besarme.
–Hola. –Digo con la voz entrecortada.
–Entonces el mensaje no era para mí… –Afirma con el tono de voz frío y distante.
– ¿Qué sucede? –Pregunto incomoda. No quiero que ese sujeto oiga mi conversación y aunque lo intente sé que no solucionaremos nada. Él no comprende mis juegos.
– ¿Te encanta verme celoso, verdad? –Pregunta de mal humor. Oh, eso me sorprende. Sonrío ampliamente y alejo de mi mente el remordimiento por saber que casi hago algo que no quiero.
– ¿Estás celoso? –Pregunto con una sonrisa.
– ¿Tú qué crees?
–Bien. –Digo cortante.
–Bien. –Me responde.
–Bien. –Le digo.
–Paula…
–Iré de compras. –Le advierto. Si, la Paula de todos los días ha regresado.
–Bien.
– ¡Bien!–chillo desesperada.
–Iré a almorzar con Charlotte. –Alardea. –Adiós, preciosa.
Corta la llamada y siento como los celos me invaden todo el cuerpo. Sé que mi cara debe de estar roja y creo que voy a romper algo. Lo hizo apropósito, solo llamó para decirme eso, no puedo creerlo. Esto es completamente estúpido y sin sentido.
–Paula… –Dice Damian para llamar mi atención.
Me pongo de pie y tomo dinero de mi bolso, lo dejo sobre la mesa y recojo mi abrigo. El fotógrafo toma su cámara y me sigue hacia la salida. Lo ignoro, ignoro sus palabras y todo lo que intenta hacer para llamar mi atención. Estoy más que molesta y Pedro es el culpable de todo esto.
Uno cosa es que yo mienta para molestarlo, pero otra muy diferente es que el me sea sincero y me diga la verdad e involucre a su secretaria en nuestro juego.
–Paula, perdóname, de verdad yo…
Me volteo en su dirección y lo observo de pies a cabeza.
Estoy tan furiosa que no se qué haré exactamente. Me siento confundida y sé que él no tiene la culpa, no es el primer hombre que intenta besarme, soy hermosa y nadie puede resistirse, pero me molesta saber que puedo ser completamente fiel a Pedro. Eso significa que mis sentimientos son más fuertes de lo que pensaba y se suponía que no debía enamorarme de él. ¡Mierda!
–No vuelvas a hacer una cosa así. –Le advierto señalándole con mi dedo índice.
–Lo siento, de verdad. –Me dice en un tono de voz bajo.
Vuelvo a mirarlo de pies a cabeza. Jamás he tenido una maldita amiga y Pedro no está aquí, lo que significa que estoy sola.
– ¿Tienes algo que hacer? –Cuestiono fríamente.
Él frunce el ceño y niega con la cabeza. –No.
–Bien, iré de compras. Puedes ayudarme a cargar las bolsas si quieres. –Le digo caminando hacia mi coche. Él me sigue y oigo que sonríe. Me abrazo a mi misma mentalmente. Esto será muy divertido.
–Será un placer.
Cruzamos la calle y lo conduzco hacia mi coche. Él parece algo alegre y tararea una canción mientras que nos acercamos a mi coche. Me paro delante de él y Damian voltea su cabeza hacia mi dirección como si no pudiese creerlo. Sonrío en mi interior. Me siento más que orgullosa.
– ¿Este es tu coche? –Pregunta con incredulidad.
–Sí, este es mi coche. –Le digo. Desactivo la alarma y luego me introduzco en él como si no fuese la gran cosa. Aún sigue viéndolo desde la acera y su boca está ligeramente abierta.
– ¿Sabes todo lo que tendría que hacer para tener una sola rueda de un coche así?
Suelto una leve carcajada. Sí, me lo imagino, pero no quiero entrar en detalles ahora. Sé que es un coche muy caro, pero así soy yo.
– ¿Es alemán? –Pregunta observándolos detalles de los acabados de la pintura detenidamente.
Pongo los ojos en blanco en mi mente. Pedro y su obsesión por todo lo que es fabricado en su país de origen.
–Mi esposo es alemán, tiene un coche alemán y quiere que todo sea alemán. Ya sabes. –Murmuro. –Ama su país.
Él ríe levemente.
–Eso lo explica todo.
–Vamos, sube. –Le ordeno con una sonrisa. Él toma su cámara y la dispara hacia mi dirección. Sé que tiene el afán de tomar fotografías, pero también sé que son mis fotografías las que quiere. Sonrío y poso de diferentes maneras en el interior del coche. Sigo su juego y me parece completamente divertido. Que Pedro haga lo que se le cante la regalada gana con la tal Charlotte. Voy a divertirme y sé que él se arrepentirá por hacerme sentir celos.
Oh, mierda. Paula Chaves sintiendo celos de una simple e incrédula secretaria. No puedo creerlo.
–No sé que es más hermoso, si tu o el coche. –Dice tomando mas fotografías.
Sonrío y volteo mi mirada hacia otro lado. Está coqueteándome, pero por más que lo intente no funcionará.
–La respuesta es muy sencilla. –Musito como si me sintiese insultada. –Yo soy más hermosa que el coche. Eso cualquiera lo sabe. –Endoso con una sonrisa llena de orgullo y vanidad en el rostro.
Él sonríe ampliamente y luego se introduce en el coche.
Bien… ¿y ahora que se supone que haremos?
Permanecemos en silencio por unos segundos. Miro hacia el frente y luego observo mis hermosos ojos en el espejo retrovisor. Volteo mi cabeza y nuestras miradas chocan.
Suelto una risita y en menos de tres segundos ambos estamos riéndonos a carcajadas limpias y sin motivo alguno dentro del vehículo. No sé porque, no sé cómo, pero con solo verlo comencé a reír. Golpeo el volante un par de veces.
Es un tremendo ataque de risa. Me lloran los ojos y el vientre me duele. No puedo creerlo.
–No pensé que eso sucedería. –Dice controlando su risa.
–Tampoco yo. –Indico secando una lágrima de mi ojo derecho. – ¿Por qué reímos?
–No lo sé. –Responde encogiéndose de hombros.
Enderezo la espalda, elevo la barbilla e intento ser la Paula dueña de todo Londres que suelo ser siempre.
– ¿Adónde quieres ir? –Cuestiono acelerando el motor del coche.
–No tengo idea. –Me responde vagamente. Suspiro levemente y luego conduzco por varios minutos. Damian hace algo con su celular y luego una extraña y ruidosa canción se reproduce atreves del bluetooth de mi coche. Lo miro con el ceño fruncido y con una sonrisa me responde:
–Es la mejor canción de la historia. –Se excusa. –Starships. Es genial –Dice como si esa simple palabra lo resumiese todo. Tiene ritmo y es alegre. Sonrío hacia su dirección y elevo el volumen de la canción. Bien, es algo ruidosa para mis oídos, pero parece ambientar el lugar.
Empiezo a conducir con más velocidad y disfruto del momento. El tararea la canción y baila como un gran payaso, lo observo de reojo y rio a cada segundo. Toma su cámara y comienza a tomar fotografías de mí y del paisaje. Presiono el botón del volante y quito el techo de mi coche. Ahora estamos al aire libre y solo deseo que la lluvia no lo arruine.
El se inclina en su asiento y comienza a disparar con la cámara por todas partes. Por un momento me siento poseída por esa extraña y electrizante música, le subo mucho más al volumen y sigo conduciendo por Oxford Street a una velocidad lo suficientemente aceptable. Algunos coches se alejan del mío. Sé que me comporto como toda una adolescente, pero mi única escusa es la alocada música que escucho. Se apodera de mis sentidos.
– ¿Conoces el Royal Albert Hall? –Pregunto elevando el tono de voz para que me oiga. Niega con la aveza y me toma una fotografía. El viento mueve mi cabello y me siento en completa libertad, como si los problemas y las preocupaciones desaparecieran. – ¿Quieres conocerlo?
– ¡Me encantaría! –Grita con una sonrisa.
Estaciono mi coche a dos calles del impresionante teatro.
Nos bajamos rápidamente y luego caminamos por la acera.
Siempre he dicho que Londres el mi ciudad favorita. No me importan las luces de Nueva York o la gigante Torre Eiffel o incluso los increíbles y hermosos paisajes que tienen las islas de Dubái. Amo Londres.
– ¿Qué me puedes decir de ese teatro? –Pregunta mientras que nos dirigimos hacia el gran e inmenso edificio que puede verse desde kilómetros.
–Es una de las atracciones más importantes de Londres. No puedo creer que no lo conozcas. Mi esposo y yo asistimos a la opera todos los terceros viernes del mes.
Él toma su cámara y señala un viejo edificio y le toma una secuencia de fotos. Luego sigue disparando su aparato por todas partes. Me hago la tonta cuando sé que me toma fotografías, luego sonrío y hago muecas. Ríe y parece disfrutar a pleno de la experiencia. Debo admitir que su compañía es agradable y me divierte. Jamás supe que lo significa salir con una amiga o algo así. Siempre fui lo suficientemente engreída y creí que era demasiado perfecta para estar con los demás. Ahora veo mi error o tal vez no… tal vez mi madre tuvo razón en encerrarme en una burbuja de perfección y exigencias que siempre me resultaron inalcanzables.
– ¿En qué piensas? –Cuestiona distrayéndome de mis estúpidos pensamientos. He estado demasiado callada en tres minutos. Ahora me siento incomoda.
–Nada importante. –Le digo de manera despreocupada.
– ¿Es por causa de tu esposo que estás así? –Cuestiona de manera descarada y tomándome por sorpresa. Como se atreve a decir semejante disparate. Su comentario fue suficientemente inoportuno como para fastidiarme.
–No es necesario decir lo que pienso, porque sabes lo que pienso –Le digo fríamente.
La sonrisa de su rostro se borra mientras que nos acercamos al teatro.
–Perdóname, Paula. De verdad. Soy un atrevido y no quería que te molestaras, de verdad. –Dice tomando mi brazo levemente. Me detengo pero no lo miro a la cara. Estoy acostumbrada a que los hombres estén rogando por mi atención y eso me agrada.
Me volteo en su dirección y le lanzo una de mis miradas venenosas.
–No vuelvas a hacerme una pregunta así. Mi esposo y yo estamos muy bien, soy una persona normal y tengo problemas. Que sea rica no quiere decir que sea cien por ciento feliz. –Murmuro intentando no chocar con sus ojos.
Oh, no. ¿Qué mierda acabo de decir?
Me suelto de su agarre y sigo caminando como si no hubiese sucedido nada. Soy una estúpida. No debí decir eso. Se supone que soy cien por ciento feliz, ¿Por qué no lo sería?
Tengo todo lo que quiero, pero no… no lo soy del todo.
Lo dejo atrás y camino rápidamente. Mis tacones resuenan sobre la acera y mis nervios comienzas a hacerse más notables. No me agrada hablar de mi matrimonio o de mi vida privada y menos con un completo desconocido.
– ¿Eres feliz? –Pregunta elevando el tono de voz a unos metros de mí. Me detengo en seco. Esa pregunta es tan inesperada como inoportuna y grosera. No tiene una respuesta. Hay miles de tonos en los que se basa la felicidad, es como una paleta en la que hay miles de colores y miles de gamas por cada uno de ellos. No sé qué decir.
Me volteo y el acorta la distancia entre ambos.
–Paula. –Dice colocado su mano en mi mentón. Elevo la mirada y cuando quiero responder mi celular vibra y luego suena estruendosamente dentro de mi bolso. Me aparto de él a toda velocidad y me le doy la espalda. Me siento muy avergonzada. Tomo mi teléfono del interior de mi cartera y luego le indico a Damian que espere un minuto. Asiente levemente con la cabeza y me alejo unos cuantos metros de él. Pedro está llamándome y no quiero que el fotógrafo me oiga hablar con él.
– ¿Qué quieres? –Respondo de mala manera.
– ¿Dónde estás? –Pregunta con el tono de voz cargado de dulzura, como si estuviese arrepentido de algo. Oh, no. No jugará ese juego conmigo.
– ¿Por qué mejor no te preocupas por el paradero de tu secretaria? –Cuestiono intentando no elevar el tono de voz lo suficiente. –Oh, claro estás con ella, no necesitas saber su paradero. –Siseo con desprecio. Algunos turistas pasan a mi lado y oyen la conversación. Les sonrío a modo de disculpa y parece funcionar. Mi sonrisa puede enamorar a cualquiera, por dios, eso ya lo sé.
–Paula… –Me advierte con frustración.
–Tal vez ella esté en tu cama en este preciso momento, ¿verdad?
Oh, no. ¿Acabo de decir eso? ¡Mierda! los celos que siento son completamente incontrolables. No puedo creer que esté celosa de esa mujerzuela. No puedo creer que yo, Paula Chaves, esté celosa de otra. Me siento patética y me humillo a mi misma al decir eso.
– ¿Qué mierda dices, Paula? –Pregunta Pedro molesto.
– ¡Olvida lo que dije! –Bramo rápidamente. –Estoy de mal humor y la culpa de todo esto es tuya.
–Paula…
Quiere seguir hablando, pero corto la llamada. No me encuentro de ánimos para hablar en este maldito momento.
Tendré un ataque si no me calmo rápidamente. Necesito un té o algo que me anime. Tal vez un caramelo... no lo sé, pero necesito olvidarme de Pedro y su maldita secretaria. Aún me quedan dos días y sé que no podré tolerarlo por mucho tiempo.
Decido olvidarme de absolutamente todo. Debo disfrutar del momento. Jamás sabré cuándo podré contar con algo de compañía. Tomo la mano de Damian y cambio mi mala cara por una amplia sonrisa en el rostro. Apresuro el paso sonrío a todo mundo que pasa a mi lado. Debo sentirme feliz al menos por un maldito momento en mi vida.
Llegamos al Royal Albert hall y luego nos introducimos en el.
Sé que será un día perfecto. Ya sé todo lo que podemos hacer y los cientos de lugares que visitar. No hay nada más importante que deba hacer. Tal vez Damian y yo podamos disfrutar de un hermoso día, juntos, sin pensar en Pedro y en esa maldita rubia oxigenada. Debo controlar mis celos, debo soportarlo todo.
No tengo más opción. A no ser que tome un vuelo a España y controle la situación desde cerca…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario