miércoles, 30 de agosto de 2017

CAPITULO 18 (PRIMERA PARTE)




Abro los ojos. El nublado día de Londres hace que frunza el ceño. Es lunes y odio los lunes. Me volteo hacia el otro lado y observo la cama vacía. Acaricio las sabanas. Él está lejos, a muchas horas de aquí. Debo admitirlo, lo extrañe el día de ayer. Me sentí sola y abandonada en esta inmensa mansión. 


No dormí del todo conforme, no hubo ni una pesadilla, pero me sentí extraña sabiendo que estaba dentro de un avión, aunque solo fueron dos malditas horas de vuelo, pero aun así. ¿Porque tuvo que irse muchas horas antes? Intento reprimir los pensamientos que tengo en mente. Es solo su secretaria, me dijo que me quiere, nada sucederá.


Estiro en brazo y tomo mi teléfono celular.


Sonrío al ver un mensaje suyo.


*Buenos días, mi preciosa Paula*



Lo envió hace dos horas atrás. Veo el reloj y es tarde. Son las nueve de la mañana. Eso quiere decir que en España deben de ser como las diez.


Leo el segundo mensaje y también es de Pedro.


*Despierta dormilona. Ten un lindo día, te extraño*


Sonrío ampliamente y luego muevo mis piernas para sentir la suavidad de las sabanas. La luz de mi teléfono aun tintinea. 


Tengo otro mensaje.


*9:30 en Ederworth. No seas impuntual*


¡Oh, mierda! ¡Es mi madre! ¡Y llegaré tarde!


Salto de la cama y con desesperación marcho hacia el baño. 


No hay tiempo para una ducha. Círculo otra vez y entro a la tienda individual, no tengo tiempo de escoger. Me coloco el mismo atuendo que tenía antes de que Pedro se marchara. 


Rompe todas mis reglar de moda, pero es mi madre, no debo hacerla esperar. Busco lo tacones, pero no encuentro el otro par. ¡Mierda! Estoy nerviosa y eso solo sucede por causa de mi madre. Cambio de zapatos. Luego me traslado hacia el baño, mi pelo es un desastre. Lo peino lo más rápido que puedo, luego hago el mismo moño de ayer y lo desarmo de nuevo. Luce mal. Lavo mi cara para quitarme los ojos adormilados, corro al espejo contario al de la tina y me siento en mi mesa especial para casos críticos. Me maquillo con cuidado y con prisa. En momentos como estos, nada tiene lógica ni sentido. Mi piel cobra más naturalidad y vida, ya no parezco una hoja de papel. Me aplico rubor, luego labial rojo sangre, rímel y por último la sombra de ojos. 


Círculo por el cuarto y escojo el primer perfume que veo, tomo mi bolso que no combina con mis zapatos y bajo las escaleras. Ya no hay tiempo. Oh, mierda, mi teléfono. Subo las escaleras de nuevo, lo recojo y al verme en el espejo, sé que estoy hecha un desastre. Me suelto el moño de la cabeza y me arriesgo a las ondas. No se ven tan mal.



Me subo al coche y acelero en piloto automático hasta una de las casas de Té más grandes de Londres. Solo tengo diez malditos minutos y no llegaré. Esta mañana será un completo desastre.


*Desayunaré con mi madre. Deséame suerte y ten un lindo día*


Lo envío y luego guardo mi teléfono en el bolso. Tomo el control del vehículo de nuevo y coloco un poco de música. 


Necesito algo que inspire mi día.


La canción I got you de Leona Lewis suena con todas las fuerzas dentro del auto. Sonrío ampliamente. Pedro colocó esa canción en mi auto, la melodía de nuestra boda...


Algo cambia mi humor. No estoy segura si es Pedro y sus detalles o solo Pedro, pero es el. Me siento distinta. El día de ayer fue diferente, sorpresivo y me hizo visualizar lo que jamás había pensado. La palabra futuro ya no me da miedo. 


Las mariposas aparecieron y mi corazón se comprimió cuando me llamo para avisarme que ya estaba en España.


Sigo conduciendo mientras que recuerdo momentos lindos. 


La noche anterior fue hermosa gracias a una llamada que duro casi dos horas. Jamás habíamos hecho algo así, pero una pregunta llevo a la otra y se nos fue el tiempo.


Me bajo del coche le entrego las llaves al ballet parking y con mi bolso en mano ando hacia el interior del elegante, refinado y sobre todo exclusivo espacio.


–Señora Alfonso. –Me saluda el recepcionista con una sonrisa.


–Buenos días Albert. –Le respondo lo más amable que puedo.


Cruzo el recibidor a toda prisa y veo a mi madre con mala cara sentada en nuestra mesa de siempre. Enderezo los hombros, elevo la barbilla, sonrío falsamente y muevo mis piernas. Me acerco a ella y me siento sin decir nada.



–Llegas tarde como siempre. – Musita despiadadamente.


–Buenos días madre. También me alegra verte. –Siseo con sarcasmo.


Me quito el abrigo y lo dejo en la silla de al lado. Mi madre me observa de pies a cabeza. Sé que dirá algo. Debo contenerme, hago esto porque debo y no porque quiero.


–Ese atuendo no me gusta. Se te ve horrible, y además creo que deberías dejar de comer, estás subiendo de peso de nuevo. Comienza a hacer dieta o ve al gimnasio no quiero que tu esposo se busque a otra porque tú te ves como una vaca.


La Paula malvada está parada frente a su público invisible y mira hacia un punto fijo en la pared con la boca abierta. No puede actuar luego de esas palabras.


Bajo la mirada a la taza de té delante de mí. Sabía que me diría eso, pero por más que intente ser perfecta para mi madre jamás será suficiente.


–Madre...–Murmuro para que se detenga. Aunque no quiera demostrárselo, soy frágil ante su crueldad. Soy frágil... Eres frágil Anabela...


–…Y siéntate bien, jamás has adaptado la postura correcta. 
A veces me pregunto porque me molesté en perder tiempo contigo. Quise que fueras una dama, pero sigues siendo la misma plebeya de antes.


Trago el nudo de mi garganta y juego con mis dedos nerviosamente. No quiero estar aquí, no deseo verla y debo tolerar todos sus insultos sabiendo que tiene motivos para hacerlo. Tal vez no sea todo lo que siempre creí que fui.


– ¿Para que querías que viniera, madre?–Pregunto intentando no sonar grosera. Esa pregunta la molestará y sé recibiré otra docena de insultos y quejas.



–Tu esposo me llamó ayer desde España para preguntarme sobre tus 'pesadillas’ –Brama con un dejo de desprecio y disgusto en su tonalidad fría y distante, mucho más negligente que antes, incluso. – ¿Porque no me dijiste que volviste a soñar de nuevo?


Oh, Pedro. No deberías haberlo hecho. Sonrío en el interior, sé que lo hizo porque estaba preocupado, pero no debió interferir. Suspiro y luego bebo un poco del té. Percibo el agrio sabor a limón y azúcar disuelto en el agua caliente. No sé qué decir.


–No puedo controlar lo que sueño madre, simplemente sucedió. –Le digo de manera desinteresada. Puedo ver como frunce el ceño y me lanza cuchillo con su imaginación. 


No le agrade lo suficiente, jamás fui lo que ella siempre quiso y eso me desespera. No soy cien por ciento perfecta, pero a un ochenta por ciento llego, no puedo ser más de lo que ya soy.


– A ti no debe sucederte, Paula. Sabes que hay mucho en juego. Tu esposo no debe saber nada de lo que ocurrió o puedo perderlo todo. –Me dice eufórica y molesta. –Tienes que aprender a cerrar tu boca y a controlar esas estúpidas pesadillas.


–Lo sé madre. –Respondo brevemente. No tiene sentido alguno discutir con la reina de las arpías egocéntricas. Al fin y al cabo soy como soy por su causa. Ella me convirtió en este ser despiadado, egocéntrico y falso.


Permanecemos en silencio por unos minutos. El maître se acerca con un pedazo de pastel de frutos rojos para cada una y antes de marcharse nos hace una leve y discreta reverencia. Lo dejo a un lado y bebo otro sorbito de té. No me siento bien, quiero regresar a casa o ir de compras, quiero ser solo yo por unos pocos minutos. No deseo ser la señora Alfonso, ni Anabela... Ni Paula... Solo yo.


– ¿Como marcha todo con Pedro?–Pregunta para romper el silencio. Es lo único que le interesa. Fue su idea arrastrarme al altar hace un año atrás.



–Todo marcha bien. –Respondo sin levantar la mirada.


Ella suelta una risita irónica. Sé que para ella nada está bien y voy a escuchar un largo sermón.


–Tu esposo está en Madrid y tú aquí. –zumba con doble filo en sus palabras. –Eso no me dice que las cosas estén bien entre ambos. –Espeta mientras que me señala con un dedo. Intenta no elevar la voz para que los demás no lo noten, pero fracasa torpemente.


– Es un viaje de negocios. –Respondo con un hilo de voz.


–Seguramente en este mismo momento debe estar revolcándose con su secretaria y tú estás aquí. Mal vestida, con una cara espantosa y además de eso comportándote como una estúpida. Si tu marido estuviese interesado en ti, al menos en lo sexual, que es lo único que puedes tener de interesante, te abría llevado con él.


–Madre...–Murmuro para que se calle. No soporto oír todo esto. Miles de preguntas se abren en mi mente, y sé que ella tiene razón. No quiero pensar que es así.


'Nunca te fui infiel…’


'Eres mi diamante mas valioso…’


‘Te quiero mi preciosa Paula…’


No, no debo caer en su trampa otra vez... Solo lo hace porque no tiene amigas a las que fastidiar.


–Te he dicho cientos de miles de veces que si ese hombre quiere sexo contigo debes dárselo, olvídate de tu falsa dignidad y hazlo. Él paga por todo lo que gastas y paga las cuentas millonarias que debe el idiota de tu padre.


–Hablas de esa manera y me haces sentir como una puta, madre.


Ella me mira directo a los ojos y sonríe.


–Sabes que en cierta forma lo eres, así que cierra tu boca y no finjas inocencia.


No puedo toléralo más. Necesito largarme de aquí. No quiero llorar, no delante de ella. Lo haré cuando esté sola, pero no aquí.


Me pongo de pie y tomo mi abrigo.


– ¿Qué haces? –Me pregunta desesperadamente. La miro, pero no respondo. –Paula Chaves, ni se te ocurra dejarme sola. –Espeta a mis espaldas.


–Descuida madre. Te dejo en compañía de toda tu mierda. Ambas se llevarán muy bien.


Salgo hacia el vestíbulo y sin decir nada bajo las escaleras. 


Mi coche llega luego de un par de minutos, el clima parece que hará que llueva, me coloco mi tapado y luego me introduzco en mi auto. No sé qué hacer ni a donde ir. No tengo amigas y tampoco puedo volver al centro comercial de nuevo. Necesito buscar algo que hacer.


Conduzco un par de calles y luego estaciono el coche. No sé donde estoy exactamente, pero necesito relajarme. Tomo mi celular y leo el mensaje de Pedro.


* Suerte.* Espero que todo salga bien*


Sonrío a medias, no es lo que quiero escuchar, pero me sirve de consuelo. Marco su número y luego del segundo tono, contesta.


–Preciosa. –Musita al otro lado.


–Hola. –Le digo en un susurro. Siento deseos de llorar, no me encuentro bien. La Paula fuerte y segura ha desaparecido.



– ¿Que ocurre cariño? ¿Estás bien? –Me cuestiona asustado. Lo noto, sabe que no lo estoy.


–Ha ido mal. –Le respondo con la voz entrecortada.


Oigo un suspiro.


–Lo siento, cielo. Tu madre es una mujer complicada.


–No soy lo suficientemente perfecta para ella.


Jamás hablamos de esto, ni de mi madre o el tipo de relación que llevamos, pero él lo notó en varias ocasiones.


–Eres perfecta para mi, Paula. Siempre lo serás y no importa lo que digan los demás.


Una sonrisa se escapa al igual que un lamentable sollozo que me destruye por dentro, pero me mantiene fuerte y estable por fuera. No debo quebrarme, Paula Chaves jamás se quiebra por causa de otros. Estoy usando una máscara ahora, no debo fallarme a mí misma.


–No quiero que estés triste. –Me dice con la voz cargada de dulzura.


–Gracias por hacerme sentir mejor.


Lo oigo sonreír.


–De nada cariño. Toma tu coche y ve de compras, vuélvete loca, gasta lo que quieras, no puedo estar lejos y pensar que no estás bien.


–No tengo deseos de ir de comparas. –Le respondo mesuradamente.


Hay un silencio en la línea.



–Esto debe ser grave. Mi esposa, la compradora compulsiva más grande de toda Inglaterra, no quiere gastar dinero. –Expresa sorprendido. Se me escapa una risa y el también ríe al otro lado. –Cielo, tengo una reunión en cinco minutos, te llamaré cuando termine, ¿De acuerdo?


–Bien. –Manifiesto cortamente.


–Oye, te quiero.


–También yo.


Cuelgo la llamada y golpeo mi cabeza con el volante levemente. ¿Qué hago? Tomo mi celular y le envío un mensaje a Pedro. No sé que mas hacer. Estoy desconcertada y perdida.


*¿A dónde voy?*


*Ve al parque, relájate, no te mojes y cuídate. Te quiero*




No hay comentarios:

Publicar un comentario