lunes, 28 de agosto de 2017

CAPITULO 12 (PRIMERA PARTE)





Abro los ojos y lo primero que observo es a mi esposo saliendo del baño. Se dio una ducha y luce completamente feliz y radiante. Su cabello aun está húmedo y solo lleva una minúscula toalla en su cintura. Mmm… comienzo a excitarme de nuevo.


–Hola. –Me dice cuando ve que lo observo. Sigo tirada en la cama enredada ente las sabanas.


–Hola. –Respondo con timidez fingida.


No sé porque, pero luego de lo que ocurrió –Y que fue magnífico– me siento rara. No sé qué decirle y tampoco sé cómo actuar exactamente.


– ¿Descansaste un poco? –Pregunta mientras que con la toalla pequeña que tiene entre sus manos seca su cabello.


Le sonrío con sinceridad.


–Sí, fue una linda siesta. –Afirmo estirando mis brazos hacia arriba. Amo mi cama, no hay nada mejor en la casa. Sonríe y luego se dirige al armario por algo de ropa.


–Será mejor que te des otra ducha. Ordené que nos trajeran el desayuno a la cama. –Me dice con la mirada cargada de dulzura.


– ¿Enserio? –Pregunto con sorpresa. Jamás pude darme el gusto de desayunar en la cama. Así, esto sí que es rarísimo.


–Sí. –Me responde a lo lejos. Está dentro de nuestra pequeña tienda así que no puedo verlo, pero lo oigo con claridad.


Salto de la cama con una actitud completamente renovada. 


Me cubro con las sabanas blancas y corro al baño. Cierro la puerta y luego abro la ducha rápidamente. Me meto debajo y me doy un baño completo. Enjabono todo mi cuerpo otra vez y comienzo a recordar lo que sucedió horas atrás. Parece increíble, es otro Pedro, es otro esposo. No coincide con lo que yo asumía. Se convirtió en un hombre apasionado, excitante, dulce y al mismo tiempo dominante de un día para el otro ¿siempre fue así y no lo note? ¿Pude ser tan idiota? ¿Qué es diferente a lo de antes? ¿Por qué jamás sucedió esto?


Algo cambió, lo sé. Miro mis pechos, inconscientemente me los sigo enjabonando y recuerdo como la boca de Pedro chupaba cada uno de mis pezones. Siento una punzada familiar en mi sexo y sé que si continúo con mis pensamientos… mejor me detengo.


Cierro la ducha y luego me seco el cuerpo, enciendo el secador de pelo y luego de varios minutos salgo a la habitación con el pelo seco y la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo. Pedro está sentado y mantiene su espalda sobre el respaldo de la cama, luce unos pantalones vaqueros azules y un suéter de punto color crema mientras que mira la televisión. El canal de noticias hace que me informe sobre un robo a una joyería… ¡Mis pendientes!


– ¡Mis diamantes!–Exclamo horrorizada. Los deje en el baño ayer por la noche. Oh, mi dios. No, no, no.


Corro al baño de nuevo y no los veo por ningún lado. 


Comienzo a desesperarme. Pedro aparece en la puerta del baño y cuando intento correr hacia la caja fuerte para supervisar que están ahí me detiene con ambos brazos.


–Relájate. –Me dice mirándome fijamente a los ojos. –Respira. Paula, respira por favor.


Pedro, los pendientes. –Digo con la voz entrecortada.


–Tranquila. –Me dice con toda la tranquilidad del mundo. Su expresión me desespera. –Guarde los pendientes en la caja fuerte ayer en la noche. –Me informa. Suspiro, pero aun así me falta el aire. –Todo está bien, están a salvo.


Suelto todo el aire acumulado en mis pulmones y Pedro me abraza con dulzura. Apoyo mi cabeza en su pecho y respiro, respiro, respiro una y otra vez. Me dio un susto de muerte.


– ¡No vuelvas a hacerme eso! –Exclamo golpeando su pecho con fuerza. Al principio no le gusta lo que hago, pero luego nuestras miradas se cruzan y una sonrisa escapa de su boca. Me relajo.


–Vístete. –Me ordena mostrándome una sonrisa torcida. 


Acaricia el dorso de mi brazo y luego lo veo regresar a la cama.



Hago lo que me dice y corro hacia mi armario y tomo el primer conjunto de ropa interior que veo. Me lo coloco rápidamente y luego coloco sobre mi cabeza una musculosa de tirantes rosa pálido y unos jeans ajustados. Hoy no quiero vestirme como toda una dama londinense.


Reaparezco en la habitación de nuevo ya vestida y maquillada al estilo natural. Huelo a perfume francés de los más caros y mi cabello está suave y brillante. Me siento en la cama y veo un poco de televisión con él en silencio. Golpean la puerta y la empleada entra a mi cuarto con la bandeja del desayuno. Pedro la toma entre sus manos y luego de despedirse de la tal Andy esa, la coloca sobre su regazo.


Hay de todo: zumo de naranja, galletas con chispas de chocolate, ensalada de frutas, café caliente, una tetera para el té y diversos pedazos de tartas de diferentes sabores.


Toma el periódico y lo observa rápidamente. Pasa las paginas con desesperación y cuando encuentra la sección de negocios, mi rostro hermoso y perfecto aparece en la página del periódico. La foto se ve en grande y Pedro toma mi cintura mientras que ambos sonreímos hacia la cámara. 


La fotografía se ve tan real…


–Salimos en el periódico. –Dice con una amplia sonrisa.


–Siempre salimos en el periódico.


–Sí, pero esta vez salimos en la sección ‘Sociales’ y no en la sección ‘Empresarial’ –me responde sonriente.


–Era de esperarse. Mi rostro vende más. Es obvio. –Murmuro con vanidad.


Él sonríe y lo deja a un lado sin tomarle mucha importancia. 


Muchas veces hemos salidos en el periódico. Para mi es algo normal.



– ¿Qué quieres primero? –Pregunta observando la bandeja con suma concentración. Balbuceo antes de escoger lo que quiero. La verdad no estoy segura y sé que si como eso engordare y me veré terrible.


–La ensalada de frutas. –Digo sin dudarlo más. Me pasa el potecito de porcelana y luego me ofrece una cuchara. Se lo agradezco y comienzo a comer muy despacio los pedazos de frutas. Coge el pastel de chocolate y se lleva un pedazo a la boca. No puedo evitar mirarlo. Su boca en movimiento me recuerda todo lo que hicimos y lo bien que lo hicimos. Me gusta su boca…


– ¿Quieres? –Me pregunta señalándome el pastel. Notó que lo estaba observando y por un maldito momento me ruborizo como una tonta adolescente. Le digo que no con la cabeza y el acerca la cuchara a mi boca.


–Pruébalo. –Me dice en un susurro. Me niego, no subiré de peso, olvídalo, querido. 


–Es casi tan delicioso como tú. –mueve la cuchara delante de mí y mi boca permanece cerrada. Sonríe y luego hace que me ensucie los labios con crema de chocolate. Quiero protestar pero con la mirada veo que me advierte que no me mueva. Acerca sus labios a los míos y con su lengua quita el chocolate de ahí. Esa sensación me encanta. Quiero que lo haga de nuevo.


– ¿Te gustó?


–Sí. –Respondo complacida. –Hazlo de nuevo.


El toma más crema del pedazo de tarta y con delicadeza lo coloca otra vez sobre mi labio inferior y la comisura de mi boca. Aparta la cuchara y luego deja la bandeja a los pies de la cama. Cierro los ojos cuando siento que se acerca, su respiración choca con la mía y sus dedos acarician mi cara paulatinamente, está observándome.



–Eres hermosa. –Susurra acercando su boca a mi oreja. Oír eso me genera placer. Me gusta que me diga ese tipo de cosas. –La más hermosa. –Sé que lo dice con sinceridad, no finge como las demás veces, porque es obvio, si soy hermosa y eso todos lo saben.


Acerco mis labios a los suyos y él me besa. La crema de chocolate se introduce dentro de su boca y luego en la mía. 


Siento su lengua con sabor a cacao recorrer mi cavidad y me encanta. Nos acariciamos con los labios desesperadamente. 


Ya estoy excitada, eso no tengo que decirlo porque es obvio. 


Ya lo dije antes, me gusta su boca. Algo cambió entre nosotros, todo es diferente.


Su torso cae sobre el mío y ambos estamos derribados sobre el colchón. Se mueve y se posiciona sobre mis caderas y flexiona las rodillas para no aplastarme. Tomo su cuello entre mis manos y muevo su cabeza a mi antojo y profundizo el beso. Siento que me falta el aire, pero no quiero detenerme


– ¿Pedro? –Oímos a Barent al otro lado de la puerta. 


¡Mierda! ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué a mí? ¡Maldito viejo!


Nos separamos con la respiración acelerada. Nos interrumpió de nuevo. Ya me moleste. Mi esposo me mira como disculpándose y luego aleja sus manos de mi.


–Sé que no te lo dije antes, pero tu tío es un grano en el trasero. –Le susurro cruzándome de brazos enfadada. Oh, sí. Me encanta hacer rabietas por todo. Soy una niñita.


–También lo creo. –Me responde con una sonrisa traviesa en el rostro. Se acerca a mí y me roba un beso. Yo ni me muevo. Sigo enfadada. Él hace que su tío entre a la habitación y al verlo inmediatamente le hago saber que estoy molesta.



–Buenos, días querida. –Me dice amable. Su curiosidad es notable porque observa cada rincón de la habitación y me ruborizo cuando noto que está observando mi conjunto de ropa interior que no utilice antes tirado en el suelo, me sonrojo, por dios que vergüenza, el viejo está viendo mi ropa interior sexy y seguramente está relacionando eso con mis gritos de horas atrás.


–Buenos días, Barent. –Respondo sin despegar la mirada de la televisión en modo mute.


Tengo que ser amable, tengo que ser amable, no debo quejarme, no ahora. Me regaló diamantes, debo ser gentil al menos por unos minutos.


– ¿No interrumpo, verdad? –Pregunta fingiendo inocencia en dirección a Pedro. Me contengo para no abrir mi boca y mandarlo al demonio.


–Claro que s… –digo.


–No, tío. No interrumpes. –Dice mi esposo interrumpiéndome, con una sonrisa fingida.


¡Claro que si interrumpe!


–Que bien. –Expresa despreocupado. –Pedro, acabo de hablar por teléfono con tu madre y me invito a almorzar dentro de un par de horas, me preguntaba si quieres acompañarme.


Oh, no. Almuerzo en casa de la arpía de mi suegra. La vieja me odia y es una… ¡bruja!


–Claro que iremos, tio. –Responde mi esposo con suma seguridad. Eso me enfada más. Ni siquiera le importó preguntarme si yo tenía deseos de ir. Eso me molesta. Este es el momento en el que debo recordar que todo esto en un maldito acuerdo y que nada de lo que sucede entre nosotros es verdad. Me siento como una gran imbécil.



A él no le importa mi opinión, no le interesa lo que me sucede, solo me utiliza como objeto sexual cuando se le canta la maldita gana y yo caigo como estúpida. Ahora sí, quiero gritar. No digo nada, me muerdo la lengua para no insultarlo delante de su tio. Pienso en mis millones, en mis diamantes y en todo lo que tengo… sí, eso funciona, no lo quiero a él eso es obvio, quiero su dinero. Al demonio todo.


Puedo buscar sexo en otra parte.


El viejo se marcha de nuestra habitación y yo sigo cruzada de brazos observando la televisión. Pedro se acerca y parece querer besarme pero lo alejo rápidamente.


–No me toques. –Digo colocándome de pie rápidamente. Él frunce el ceño y suspira.


– ¿Qué sucede ahora? –Pregunta hacia mi dirección.


– ¡Vete al demonio, Alfonso! –Exclamo tomando mi celular de la mesita. Luego cruzo el umbral de la puerta y camino rápidamente hacia el pasillo.


– ¡Paula! –Lo oigo gritar a mis espaldas. – ¡Regresa aquí!


Luego a la biblioteca y cierro la puerta con llave. Ese es mi lugar, ahí me siento segura y sé que puedo encerrarme en mi burbuja y pensar en cosas sin importancia. Ahora más que nunca quiero estar sola. Me siento confundida, muy confundida.


Suelto mi teléfono sobre el escritorio y recojo el primer libro que encuentro. No me interesa leer nada en específico, pero lo haré para despejar mi mente. Basta de pensar en él. Estoy cansada.


Mi teléfono suena y lo miro desde lo lejos. Sé que es él. No pienso contestar. Me sorprende que aún no haya tirado la puerta abajo. La llamada se corta y luego suena de nuevo. 


Me pongo de pie frustrada y oprimo la tecla roja de la pantalla táctil. Vuelve a sonar de nuevo y decido responder solo para ver qué quiere decirme.


– ¿Qué demonios quieres? –Grito hacia el otro lado de la línea. Oigo su respiración agitada por la molestia y el enfado. 


¡Me vale! ¡Que se joda!


–Sal de esa maldita biblioteca. –Me dice muy firme. –Ahora.


–No lo haré. No me das órdenes. –Replico a la defensiva.


– ¿Por qué haces esto? –Me cuestiona.


–Porque quiero. –Respondo fríamente y luego cuelgo la llamada. No me importa lo que me dice, al demonio con Pedro y su maldita familia.




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