martes, 29 de agosto de 2017
CAPITULO 13 (PRIMERA PARTE)
Paso los siguientes cuarenta y cinco minutos leyendo un entretenido libro. No hay señales de una guerra mundial afuera y tampoco las molestas llamadas de Pedro. Me relajo, quiero quedarme encerrada en la biblioteca durante toda la tarde. Aún no oí la voz de Barent, lo cual me resulta formidable.
Doy un brinco cuando siento que me toman por los hombros y me levantan con fuerza hacia arriba. Es Pedro y no sé cómo demonios pero entro a la biblioteca y está muy enfadado. Me toma del brazo y lo aprieta muy fuerte. Jadeo porque me duele de verdad, me quejo mientras que a duras penas muevo mis pies por el pasillo.
–Basta, Pedro. Me lastimas. –Digo a punto del sollozo. Él parece estar sordo y no oye mis berrinches, pero no son fingidos, me hace daño de verdad.
Caminamos hasta nuestra habitación y cuando entramos me tira con todas sus fuerzas hacia la cama. Me siento muy mal, tengo deseos de llorar, esto es maltrato.
Quito mi rostro que se estampo contra el colchón y lo veo a los ojos. No parece ser el mismo Pedro que puso merengue hoy en mi boca y me beso desesperadamente. Se ve enojado y furioso. No lo conozco. Estoy a punto de llorar.
–¿Qué mierda te sucede? –Exclamo conteniendo las lágrimas.
–Estoy cansado de tus jueguitos. ¡Se acabó! –Grita haciendo que toda mi piel se erice del miedo. Jamás lo vi así de enojado. No es mi culpa. Yo no hice nada.
– ¡Me hiciste daño! –Expreso.
Él no responde, corre hacia la tienda individual y regresa con uno de mis vestidos entre sus manos. Lo arroja a mi dirección y luego se detiene delante de mí y me observa como nunca ante lo ha hecho.
–Te quiero vestida en media hora, almorzaremos con mi madre y se acabó. –Me informa con la mirada fría y distante.
Sé lo que sucede. Ya lo percibí. Ha estado bebiendo, debe estar así por las cuatro copas de whisky que bebió. Eso me hace sentir fatal.
– ¿Has bebido? –indago en un susurro. Él se sorprende ante mis palabras, pero se limita a decirme algo al respecto. Aún sigo tirada en la cama y mi brazo me duele, dejará marcas, lo sé, pero me niego a llorar por su culpa.
–Media hora. –Me dice a modo de advertencia y sale de la habitación dando un portazo.
Me quedo sola en mi habitación observando un punto fijo en la pared sin saber que hacer exactamente. La Paula fuerte y ambiciosa desaparece y se quita su máscara ante el público invisible. Ahora solo soy Paula, la indefensa y para nada habitual Paula. Perdida en un montón de sentimientos extraños y desconocidos. Estoy decepcionada y dolida.
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