sábado, 21 de octubre de 2017
CAPITULO 6 (EXTRAS)
El coche se detiene frente al inmenso edificio, mientras que la lluvia cae y los vestidos en exhibición se ven empañados por las gotas de agua. Mi madre está a mi lado y sonríe ampliamente, mientras que el chófer rodea el coche.
—Alexander McQueen —dice ella con la deslumbrante sonrisa—, uno de los mejores diseñadores de todo Londres, querida.
—Prefiero a Valentino —digo con desprecio.
—Cierra la boca. Tu padre jamás podría pagar por algo así. Jamás, Paula.
—Claro que lo haría, papá por mi haría cualquier cosa.
Ella se ríe levemente.
—Si, tu también hiciste cualquier cosa con tu vida, querida Paula. Es por eso que estamos aquí, ¿verdad?
El chófer abre la puerta del vehículo y coloca el paraguas encima de mi cabeza cuando salgo, camino rápidamente hasta la entrada y segundos después mi madre llega a mi lado.
El recibidor del lugar es imponente, muy lujosos, la iluminación es cálida y hay vestidos de novia en cada rincón, de todos los modelos y materiales que se puedan imaginar.
Aún no puedo creer que esté aquí, aún tengo deseos de llorar o de salir corriendo. No quiero hacer esto, pero no tengo opción. Nunca voy a tener opción si se trata de no romperle el corazón a papá.
—Recuerda que Daphne vendrá.
—Lo sé —respondo de manera cortante y mala cara.
—Entonces cambia esa cara, lo último que quiero es tener que soportar a la ingenua de Daphne y sus preguntas. Tienes que verte feliz —susurra tomándome el brazo con fuerza.
Cierro los ojos por unos segundos y al abrirlos cambio mi cara al ver que Daphne ya está aquí, esperándonos.
—¡Al fin llegan! —exclama caminando hacia ambas.
—Daphne —digo recibiendo su abrazo—, que sorpresa, pensamos que llegarías un poco más tarde.
Ella saluda a mi madre y nos explica que esta aquí desde hace una media hora. Estaba malditamente ansiosa y a la espera de ambas para empezar con mi prueba de vestido.
Segundos después la chica de recepción por fin cuelga el teléfono y con una sonrisa de disculpa nos pide mis datos para comprobar nuestra cita.
Sé que no quiero hacer esto, sé que no es lo que quiero, pero simplemente no tengo opción. Nunca la tendré y menos si mi madre me amenaza con ese maldito error. Un error que aún sigue ahí.
—Pasen hasta la sala de estar en medio del salón. Su asesora se acercara de inmediato señorita Chaves.
Asiento levemente, mientras que Daphne y mi madre hablan y sonríen falsamente de camino a la sala de estar en medio del gran salón. Sigo rodeada de vestidos de novia en exhibición y mujeres que caminan de un lado al otro con las prendas puestas, más asesoras corriendo de un lado al otro.
—Me encanta este lugar —dice mi madre, observando a su alrededor.
—Tampoco lo conocía personalmente, pero Alejandro es el mejor diseñador de Londres.
—¿Qué opinas, Paula? —pregunta Daphne distrayéndome de mis pensamientos.
—Eh... Pues... Me encanta. Es un lugar hermoso —digo entre balbuceos, y ella me mira con ternura.
—No estés nerviosa, querida. Sólo tienes que disfrutar de esta experiencia, verás que encontraremos el vestido perfecto.
—Los vestidos —interfiere mi madre.
—Oh, claro. Los vestidos. Será una boda inmensa, tienes que lucirte a cada segundo, querida. Un vestido no será suficiente.
Sonrío a medias y finjo ver una revista con más vestidos de novia, mientras que mi madre y Daphne siguen hablando de la boda. No me interesa ningún diseño, ni ningún tipo de material, sólo quiero salir de aquí.
La asesora de mi prueba por fin llega y se disculpa por la demora de diez minutos. le pongo mala cara para que sepa que estoy molesta, pero dejo de prestar atención a la conversación cuando mi madre y Daphne la atacan con preguntas sobre todos los diseños que ellas estuvieron escogiendo por mi.
—¿Estás lista, Paula?
Parpadeo un par de veces y asiento. Me pongo de pie y la sigo por los pasillos hasta uno de los probadores.
Nos metemos en el y suelto el décimo suspiro en la última media hora.
—Siéntate aquí, Paula —me pide, señalando una silla a un costado de la puerta.
La habitación es pequeña, el espacio necesario, para un perchero, un inmenso espejo, dos sillas y un pedestal en el centro de la habitación.
Me siento y ella lo hace delante de mi, revisa algunos papeles mientras que yo miro mi teléfono y releo ese mensaje por tercera vez.
*¿De verdad vas a casarte, Reina?*
—Paula...
Parpadeo un par de veces y la miro de mala manera.
—Quieres hablarme de tu prometido —me pide con una hermosa sonrisa. La miro aún peor y meto mi teléfono dentro de mi bolso.
—No quiero ser grosera, pero no estoy de humor y no tienes por qué interesarte hablar sobre mi prometido. Has tu trabajo y traeme los vestidos que quiero largarme de aquí —digo secamente y la sonrisa de su rostro desaparece.
Ella de pone de pie, se ve incómoda, pero no me importa.
Aquí no tengo que fingir delante de nadie.
—Hay algo que debes saber —dice antes de cruzar el umbral—. El novio escogió un diseño exclusivo para ti y quiere que te lo pruebes.
—Sólo traelo y no me hagas perder más tiempo.
Me quedo sola en esa minúscula habitación y comienzo a desvestirse. Me quedo sólo en bragas y miro con desprecio la bata blanca que descansa sobre el perchero. No usaré eso, no se si lo han lavado o no, y pensar en ello me genera asco. Tomo mi bolso y saco mi bata blanca de satén, me la coloco y espero unos minutos más, mientras que me miro al espejo.
Me siento ridícula, no quiero hacer esto, no quiero ves esos vestidos, no quiero nada.
Mis ojos se llenan de lágrimas y parpadeo unas cuantas veces para sacarlas, para que desaparezcan. Me niego a llorar por esta estupidez, me niego a llorar por causa de Alfonso.
La asesora golpea la puerta y le ordeno que entre. Ella aparece delante de mi con dos vestidos. Son inmensos, no se como pudo cargarlos hasta aquí.
—¿Qué opinas? —indaga, señalándome ambos diseños.
El primero es un vestido corte princesa inmenso y completamente hermoso con detalles de encaje, y el segundo es un vestido corte sirena también con encaje.
—¿Cual es el que Alfonso escogió? —preguntó cruzada de brazos.
—Este. —Señala el inmenso vestido corte princesa y por algún motivo extraño, yo sonrío. Sabía que era ese, claro que lo sabía.
—Me lo probaré.
Ella me sonríe, quita el vestido de la percha y comienza acomodarlo para mí, mientras que yo me quito la bata y cubro mis senos con mi brazo...
Colocó mis pies en medio del vestido y ella comienza a elevarlo por mi cuerpo. Tengo los ojos cerrados, no quiero ves esto, no quiero nada.
Siento la tela del mismo sobre mi piel, mientras que la asesora lo acomoda para mi, pero aún así, no tiene el calce perfecto.
—Me queda grande —le digo, mirando el suelo.
—Ya lo he notado, iré a buscar algunas pinzas.
Ella desaparece una vez y yo me quedó ahí, completamente sola, sujetando el vestido en la parte de arriba para que no se me caiga.
Me acercó a mi bolso, tomó mi celular una vez más y releo ese mensaje de nuevo, releo los otros mensajes y cierro los ojos porque ahora si tengo deseos de llorar.
Todo se acabó, él es uno de los motivos por los que me veo obligada a hacer esto, es lo único que me obliga. Fue un error y al mismo tiempo alguien que me devolvió la poca vida que me quedaba.
*Sabes que tengo que hacerlo, ya los hablamos, sólo fue un juego*
Respondo velozmente y limpio una lágrima de mi ojo derecho.
La asesora regresa con varias cosas en sus manos y me pide que me ponga en posición. Me subo al pedestal una vez más y trato de mirar el suelo. Ella comienza a hacer los ajustes en mi vestido con las pinzas y anota los cambios en un papel. Ya no siento el vestido flojo, pero quiero que lo ajuste aún más en la cintura, quiero que marque mi perfecta figura por completo. Voy a cerrarle la boca a Alfonso. Voy a cerrarle la boca a todos.
—Tu madre y tu suegra están muy ansiosas —me dice con una sonrisa, pero no le respondo porque no me interesa hacerlo.
—Llevaré este vestido, creó que eso ya lo sabes.
—Puedo traerte el velo para que veas como quedará, será muy emocionante.
—No usaré velo —digo rápidamente—. sólo traeme los zapatos más costoso que tengas.
—¿Qué talla?
La miro con mala cara por más de diez segundos, enderezo la espalda y elevo la barbilla. Es una incompetente, lo fue desde el segundo en el que se presentó delante de mi.
—¿Y tu qué talla crees que soy?
Ella asiente a modo de comprensión y sale del cuarto.
Cuando sé qué estoy realmente sola, si me miro al espejo, me miro con ese hermoso e impresionante vestido. Se me ve hermoso, angelical, perfecto, pero por más que me encante no quiero esto, no quiero.
Ahora si comienzo a llorar. No me importa más nada, no podré reprimir esto, necesitó desahogarme.
Me siento patética, me siento como una idiota, pero no tengo opción. Por ser idiota no tengo opción.
Golpean levemente la puerta y me enfurezco de inmediato.
—¿Qué quieres? —grito secando mi cara.
Vuelven a golpear una vez más y camino con furia hasta abrir la puerta.
Mis ojos encuentran los suyos y me congelo de inmediato.
No puedo creerlo, no puede estar aquí, no...
Simplemente no.
—Reina... —dice, observando mi vestido.
—¿Que estás haciendo aquí?
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